Más allá del mercado y el Estado-La transformación de la economía a través de un nuevo modo cooperativo de producción, por Robert Kurz

Más allá del mercado y el Estado

La transformación de la economía a través de un nuevo modo cooperativo de producción.

Robert Kurz (Krisis/Exit!)


Primera edición: Original Jenseits von Markt und Staat en www.exit-online.org. Publicado en Folha de S. Paulo con el título Para além de Estado e mercado, 03.12.1995.

https://www.marxists.org/portugues/kurz/1995/12/03.htm


 

Hay un sueño característico de la modernidad: el sueño de la emancipación social, de la autodeterminación del hombre, de una producción autónoma de la vida. Al mismo tiempo, el proceso histórico de modernización destruyó la economía agraria, dio rienda suelta a la producción de mercancías y transformó todas las relaciones sociales en relaciones monetarias. Las instituciones subdesarrolladas, como el Estado y el mercado, se convirtieron en formas híbridas y comenzaron a llenar todo el espacio social. ¿Qué ha sido del sueño de la emancipación social?

El proyecto de reformas sociales, de liberación nacional y de socialismo se basaba, sin excepción, en el control estatal del mercado. El Estado de bienestar keynesiano de Occidente propuso tomar el excedente monetario del mercado e invertirlo en beneficio de los programas sociales. Como «empresario general», el Estado socialista del Este y del Sur se arrogó el derecho de decretar al mercado sus propios precios y salarios. En ambos casos, los hombres fueron meros objetos de una burocracia que finalmente se derrumbó bajo el peso del mercado globalizado. Contrariamente a lo que pretende el liberalismo, el mercado no es una esfera de acción autónoma del hombre, sino simplemente la otra cara de la misma moneda. El propio mercado es responsable del sometimiento de los hombres a la «dictadura sorda» del dinero y la rentabilidad económica. Por eso la crítica del Estado por el mercado liberal es tan emancipadora como la crítica del mercado por el Estado socialista. La liberalización económica sólo sirve para frustrar las últimas esperanzas de responsabilidad social, disfrazadas en el capitalismo y el socialismo bajo las máscaras burocráticas del aparato estatal.

En el umbral del siglo XXI, el sistema híbrido formado por el Estado y el mercado parece rozar el absurdo. De hecho, si este sistema ya no es capaz de integrar socialmente a millones de personas en todo el mundo, está condenado a dejar de ser la forma predominante de sociedad. Por ello, cada vez son más las voces que se alzan para proponer nuevas formas de reproducción social, más allá del Estado y del mercado. En su «Crítica de la razón económica», el sociólogo francés André Gorz introdujo el concepto de actividades autónomas, organizadas por la asamblea de voluntarios en las «microesferas sociales» de los barrios y distritos. Su idea se dirige sobre todo a las actividades culturales o sociales, como la creación de guarderías y asilos, pero también a la producción de alimentos y productos de primera necesidad. Jeremy Rifkin, economista y crítico social estadounidense, llega incluso a prever una «era postmercado», con el desarrollo de un tercer sector como esfera social autónoma.

No se trata, como puede parecer a primera vista, de una elucubración puramente teórica. En los últimos 10 o 20 años, el mundo ha visto crecer la importancia de un espacio social difuso entre el Estado y el mercado. No me refiero a la «economía informal», que a menudo no es más que un mercado ilegal y embrutecido. Por el contrario, el tercer sector está formado por la unión de numerosos grupos de voluntarios, cuyo objetivo es contener la miseria social y evitar la destrucción ecológica. La mayoría de estos grupos dan gran valor a la autoadministración. A nivel práctico, avanzan sobre el terreno abandonado por el mercado y el Estado debido a la baja rentabilidad o a la falta de recursos financieros. Sus actividades van desde la creación de cocinas públicas, el cultivo de huertos y la recogida de basuras, hasta servicios de guardería, renovación de viviendas y organización de escuelas públicas. Entre los nombres que menciona Jeremy Rifkin se encuentran entidades como el Colectivo Travaux d’Utilité en Francia, las Jichikai (comunidades de ayuda mutua) en Japón, las Organizaciones Económicas Populares en Chile o las juntas de vecinos en otros países latinoamericanos. Como rúbrica común, se han acuñado las denominaciones «Organizaciones sin ánimo de lucro» y «Organizaciones no gubernamentales» (ONG) para dejar claro que no se trata de iniciativas comerciales ni burocráticas.

La cuestión decisiva es si el tercer sector es capaz de ser un nuevo paradigma de reproducción social. Para que esto sea posible, habrá que ir más allá de simples medidas paliativas o de emergencia, destinadas únicamente a curar ligeramente las heridas abiertas por la «mano invisible» del mercado globalizado. Si no hay más brotes de crecimiento económico, como muchos aún esperan, el tercer sector deberá formular su propia perspectiva de desarrollo para el siglo XXI, en lugar de ser un mero síntoma pasajero de la crisis.

 

¿En qué consiste la lógica económica de estas actividades? Resulta sorprendente que autores como Gorz o Rifkin sigan describiendo el problema según las categorías impuestas por la economía de mercado. Gorz, además de proponer el pago en metálico de una renta mínima para todos los trabajadores, sugiere el uso de la alta productividad técnica para acortar la jornada laboral. El tiempo libre se utilizaría en beneficio de las organizaciones de voluntarios, situadas al margen del Estado y del mercado. Rifkin, por su parte, espera generar numerosos «empleos remunerados» dentro del propio sector cooperativo. En ambos casos, sin embargo, el tercer sector es visto como el hermano menor del mercado, ya que sus fuentes de «financiación» son necesariamente las migajas de caridad que deja la producción orientada al beneficio. Según las leyes objetivas del mercado, el aumento de la productividad técnica no implica la reducción de la jornada laboral, sino simplemente la reducción de los costes de producción. En las condiciones actuales, esto equivale a un desempleo masivo para una gran parte de la población, mientras que el aumento de la productividad se consume para hacer frente a la competencia en los mercados globales. Las opiniones de Gorz y Rifkin amenazan con seguir siendo un simple modelo de subvención para los países ricos, una especie de pasatiempo altruista para los campeones del mercado.

Sin duda, es imposible concebir la sustitución total e inmediata del sistema de mercado por el tercer sector. Sin embargo, es posible imaginar un número cada vez mayor de personas cuyas necesidades se satisfacen sin recurrir al dinero, mediante el uso de servicios organizados por la comunidad. Esto ya ocurre hoy en día en muchas iniciativas de este tipo. La ausencia total o parcial de subvención significa que las actividades, el tiempo y los recursos de dicho sector están «desconectados» de la lógica monetaria. La historia del movimiento obrero registra un intento análogo en forma de cooperativas. La idea original de la cooperativa no era sólo luchar por salarios más altos y mejores condiciones de trabajo, sino también salvaguardar, mediante actividades autónomas, ciertos ámbitos de la vida presionados por el trabajo asalariado. Los partidos socialistas y los sindicatos patrocinaron estas «economías comunitarias», como comunidades de consumo, producción y vivienda. Este embrión cooperativo, sin embargo, fue aplastado por la histórica expansión del mercado. Tras la conquista de importantes aumentos salariales y la reducción de la jornada laboral en los sectores industriales, los sindicatos perdieron el interés por el movimiento cooperativo. El Estado, como era de esperar, no vio con buenos ojos la creación de un ámbito autónomo; sus esfuerzos se concentraron en transformar el cooperativismo en una actividad rentable para luego poder cobrar impuestos sobre los ingresos monetarios resultantes. En parte coaccionadas por la legislación, en parte de forma espontánea, las cooperativas se convirtieron en empresas perfectamente adaptadas al mercado; de lo contrario, estarían condenadas a desaparecer gradualmente. He aquí una ironía histórica: mientras en muchos países los sindicatos liquidan los últimos vestigios de la vieja «comunidad» arrasada por el capital, el tercer sector emerge «desde abajo», con fuerza renovada, ya que el Estado y el mercado son incapaces de captar la vida en su totalidad.

Los economistas seguramente afirmarán que el tercer sector no resistirá al mercado, ya que los costes de inversión necesarios para las iniciativas autónomas son muy elevados, y su producción sólo sería posible con medios primitivos. Esto es perfectamente válido para la producción de ciertos bienes como ordenadores, máquinas, utensilios, etc. Para las actividades iniciales del sector terciario, se descartaría la fabricación de estos bienes. Sin embargo, en cuanto a los bienes y servicios de consumo, el pronóstico de los economistas es totalmente infundado. En el plano técnico, la revolución microelectrónica ha desencadenado la miniaturización y, en el plano económico, una enorme caída de los precios de los medios de producción. Las calculadoras y máquinas, que hace menos de 20 años ocupaban el espacio de hogares enteros y requerían una inversión considerable de capital, hoy se reducen al tamaño de bolsillo y son accesibles para la gran mayoría. ¿Por qué entonces hay un crecimiento tan intenso del volumen de capital en la industria de bienes y servicios de consumo? La razón es sencilla:» como empresas rentables, estos sectores están obligados a competir con los beneficios de la industria de medios de producción y los rendimientos del mercado financiero. Por eso se pliegan a la tendencia a la concentración del capital y sólo son rentables cuando dominan grandes cuotas de mercado. Este problema, por definición, queda excluido de las organizaciones sin ánimo de lucro: su producción se dirige directamente a las necesidades de los consumidores, no a las rentas del capital.

Un buen ejemplo son las empresas de bienes raíces. Un inversor de capital no sólo está interesado en construir casas o edificios, sino que sobre todo quiere un rendimiento de su capital que sea al menos igual al beneficio obtenido en otras inversiones. Los miembros de una cooperativa, por el contrario, quieren vivir en las casas que construyen. No necesitan ningún beneficio adicional, sino sólo el capital para pagar las materias primas y la mano de obra cualificada. Muchos servicios pueden realizarse por sí mismos. Los criterios sociales, estéticos y ecológicos pueden analizarse con mayor atención, ya que los beneficios no están en cuestión. Para estos proyectos, por supuesto, se necesita tiempo, espacio y una orientación jurídica adecuada. Sobre esta base, podemos prever un conflicto importante en el futuro. El sistema económico y jurídico se basa en la recaudación de fondos privados o estatales. El mercado considera natural que la mano de obra esté totalmente a disposición de los beneficios; los que no tienen «trabajo» deben mendigar de rodillas para conseguirlo. La clase política considera natural que el individuo sea administrado por el Estado. Como en el pasado, los empresarios y políticos de hoy no tienen interés en crear un sector autónomo fuera de su control.

Mientras el mercado eleva su propio nivel de rentabilidad, el número de oficinas vacías crece en todo el mundo, los medios de producción se desmantelan en proporciones aterradoras y los grandes latifundios permanecen improductivos. Dichos recursos no se donan a las ONG o a las organizaciones sin ánimo de lucro, sino que permanecen bajo la custodia de una propiedad abstracta, ya sea pública o privada, sin recibir un tratamiento adecuado.

Razones como éstas nos llevan a concluir que el tercer sector será un factor político importante. O más bien, un factor antipolítico o postpolítico, porque las nuevas iniciativas no se dejan etiquetar según las viejas categorías de la política moderna. Esta tendencia apenas se percibe porque, a pesar de algunas excepciones, los políticos, los arribistas y los terroristas de Estado reciben más atención en los medios de comunicación que los grandes movimientos del tercer sector. Esto también es en parte resultado de la timidez de estos grupos, de la ausencia de un discurso social más mordaz. Hasta ahora, sus propios miembros no se han reconocido como una fuerza históricamente innovadora.

El apoyo de los grupos de la izquierda política es igualmente dudoso. Su apego al concepto de Estado es todavía demasiado fuerte para que acepten a los movimientos del tercer sector como un posible aliado. Es más probable que perciban en las actividades cooperativas una peligrosa competencia política que una forma prometedora de emancipación social. Los viejos marxistas prefieren capitular ante el neoliberalismo antes que superar críticamente su propio pasado. Tal vez sea más refinado sorprender a los neoliberales militantes con la siguiente respuesta: Tienes razón, la iniciativa personal y la organización descentralizada son tan superiores a los dinosaurios del estatismo, como David a Goliat; pero ¿quién me dice que la alternativa debe adoptar características comerciales? Las organizaciones sin ánimo de lucro y las ONG no pueden limitarse a las actividades locales, pues hoy ya forman una red internacional. Quizá el futuro esté en manos de una «economía natural microelectrónica» basada en los vínculos cooperativos. Y tal vez el sistema totalitario de la economía de mercado (al igual que el Estado) sea en sí mismo un fornido Goliat, para el que la piedra y la honda ya están armadas, esperando el momento adecuado para derribar al gigante.

Autor: colapsoydesvio

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