Ruptura cualitativa: Por qué es necesaria hoy una crítica radical del trabajo – Norbert Trenque

Ruptura cualitativa: Por qué es necesaria hoy una crítica radical del trabajo

Por Norbert Trenque
13 de octubre de 2022

Traducido al inglés desde el alemán por John Plume y Neil Larsen. Traducido al español y prólogo por Colapso y Desvío.

Prólogo por Colapso y Desvío.

Las frases de abolición o negación del trabajo, tan reivindicadas en los movimientos obreros y estudiantiles durante los años 60 y 70, se han vuelto a levantar con fuerza en los últimos años. Más allá de alimentar una caricatura burda que busca dejar a los sectores de ultraizquierda radical como “flojos que no queremos trabajar y queremos todo gratis” (que, en realidad, no es tan falso), la idea es poder dotar de sentido y contenido a dichas premisas para poder dar a explicar cuáles son los cimientos que sostienen esta negación desesperada y tan urgente por una dimensión de la vida capitalista que pareciera atraparnos en sus redes desde que nacemos hasta que nos matan. Es desde ahí que este texto del grupo Krisis se dispone a profundizar de manera clara en esto, para que aquellos que aún piensan que la negación del trabajo es una consigna antojadiza de un grupo de gente que aspira a vivir del ocio (que nuevamente tiene algo de cierto), puedan comprender no solo desde su propia vivencia de sectores explotados, sino que desde un lenguaje claro por qué consideramos que en todo proceso revolucionario se hace vital poder desmontar esta configuración de trabajo como única forma de existencia y subsistencia, como un ejercicio emancipatorio de nuestra reificación a una mercancía productora de mercancías.

En un régimen que se basa en la expropiación de nuestros días y nuestra fuerza de trabajo, dilucidar los mecanismos que transforman dicha fuerza en una moneda de cambio, es entender las dinámicas de la explotación que necesitamos abolir en pos de construir otras formas de vida que siempre han existido, desde tiempos ancestrales, hasta los espacios de resistencia que siguen dándose en el inframundo de las capitales del Capital. A la vez, poder problematizar sobre nuevas formas de trabajo, la autoexplotación, las estratificaciones de clase y las divisiones de género dentro de los procesos de valorización capitalista o hasta los sectores excluidxs y desplazadxs de los circuitos de producción de valor. La problematización de las formas modernas e históricas del fenómeno del trabajo nos permite entrar en debates sobre las subjetividades que los distintos regímenes que distribuyen y administran las identidades y los cuerpos imponen, y bajo qué parámetros o dimensiones profundizan en su explotación.

 

Así, consideramos que este breve texto del grupo Krisis permite un acercamiento introductorio que facilita de manera rápida y amigable adentrarse a la abolición del trabajo más allá de un eslogan vaciado de contenido, sino como una proclama seriamente pretendida por la que ponemos nuestros esfuerzos. La recuperación del disfrute y el juego como categorías esenciales de la existencia; la reconquista de nuestras vidas y de la comunidad humana (Gemeinwesen) de la que la sumisión al trabajo nos separa.

 

Publicado originalmente en:

Qualitativer Bruch. Über die Aktualtität radikaler Arbeitskritik | Krisis

 

En la sociedad capitalista, la obligación de trabajar es fundamental. Para sobrevivir en esta sociedad, o trabajamos para nosotros mismos como auto-empleados o debemos vender nuestra fuerza de trabajo, es decir, debemos convertirnos en mercancías. Por eso, no podemos suscribirnos a la creencia popular de que el trabajo no es nada más que el proceso por el que se producen cosas útiles. El trabajo es una compleja forma de mediación social históricamente específica del capitalismo. Es mediante el trabajo que los sujetos capitalistas establecen sus relaciones sociales entre sí, relaciones que luego vuelven a confrontarnos como un poder social objetivado, ajeno y violento.

 

La dominación capitalista objetivada se experimenta directamente a través del proceso propio del trabajo. En el trabajo, los individuos aislados deben someterse a las obligaciones de la competencia, la “racionalidad” y el “rendimiento”. Además, en el trabajo, los productores deben hacer caso omiso a qué es lo que producen y, por ende, de cualquier daño que esto pueda causar. Porque el trabajo es, en última instancia, sólo un asunto de vender el producto del propio trabajo, o simplemente de vender la propia fuerza de trabajo: sin dinero no podemos sobrevivir en la sociedad mercantil. El trabajo nos transforma a todos en una parte inherente de la máquina social que obedece sólo a una ley, la de la acumulación del capital como un fin en sí mismo.

 

Por tanto, no es de extrañar que, desde los comienzos del capital, sea el trabajo el que ha desatado los conflictos más violentos. Inicialmente, tales conflictos se referían a la obligación de trabajar en general. Los pueblos que eran arrancados a la fuerza de sus relaciones de producción y de vida social rechazaron masivamente esta obligación, porque, habiendo tenido alguna vez todo el día a su disposición, simplemente no podían sufrir el destino de tener que trabajar como esclavos bajo el control de otros. Sólo después de siglos de disciplinamiento brutal a través del hambre, el látigo y el condicionamiento ideológico, el trabajo se convirtió en la mera cuestión naturalizada que se nos aparece hoy en día. Y aún así el impulso de escapar de él de alguna forma nunca se ha extinguido del todo.

 

En efecto, no puede decirse de ninguna manera que ni la obligación de trabajar ni las formas de sufrimiento que conllevan hayan desaparecido hoy, a pesar de los dramáticos aumentos en la productividad que hemos visto en la historia reciente. De hecho, en los últimos cuarenta años, mientras el conocimiento se ha convertido en el factor decisivo en la productividad, el capital se ha desvinculado cada vez más del trabajo directo y la acumulación está tomando lugar predominantemente en el nivel de los mercados financieros. La dominación de la sociedad por el trabajo, sin embargo, no se ha debilitado como resultado de este cambio, sino que, paradójicamente, la ha reforzado. Dado que las bases de los modos no capitalistas de producción y de vida han sido casi completamente erosionados, virtualmente cualquiera en el mundo es forzado ahora a vender su fuerza de trabajo o alguna otra mercancía para sobrevivir. Pero, al mismo tiempo, como el capital se ha vuelto menos y menos dependiente del trabajo, las condiciones en las que la fuerza de trabajo es vendida son, en conjunto, cada vez peores.

 

La contradicción central en el capitalismo actual ya no es entre capital y trabajo. Es, más bien, la contradicción entre el impulso del capital de devorar —y, por ende, destruyendo— la totalidad del planeta, por un lado, y por el otro, la masa cada vez mayor de personas que se dan cuenta de que ya no son necesarias para los propósitos de tal destrucción. En gran parte del Sur Global, la mayoría hace tiempo ha sido declarada “superflua” en este sentido. La supervivencia se convierte, entonces, en una cuestión de trabajo altamente precario en el sector informal; dejando la subsistencia, una actividad que ahora es llevada predominantemente por mujeres, en condiciones no menos precarias.

 

En los centros capitalistas, fueron inicialmente la clase obrera heredada del viejo paradigma fordista, y el nuevo proletariado de servicios los que fueron golpeados con más fuerza por la devaluación económica y social de su fuerza de trabajo. Pero incluso los ganadores relativos en el mundo postfordista del trabajo, las nuevas llamadas clases medias, han tenido que luchar cada vez más tanto para mantener su posición social como para evitar ser dejadas atrás por la maquinaria cada vez más acelerada del proceso laboral. En los últimos años, la demografía y la escasez de mano de obra, ciertamente, forzaron a las compañías a hacer algunas concesiones en materia de salarios y horas de trabajo. Pero esto es un fenómeno temporal, y con la recesión económica global ya en el horizonte, es probable que desaparezca más temprano que tarde.

 

Mientras tanto, aparte de esto, con la vivienda volviéndose cada vez menos accesible y el costo de vida subiendo por las nubes, no son sólo los condenados a ser los perdedores de esta sociedad, sino también gran parte de las clases medias las que se enfrentan ahora a presiones económicas cada vez mayores. Las causas de esto yacen dentro del capital en sí mismo, ya que, impulsado a ocupar la totalidad de la superficie terrestre, la destrucción resultante de las bases de la vida en sí misma tiene repercusiones directas en los procesos económicos como tales.

 

A la luz de esta disfunción económica, se vuelve más claro que cualquiera que siga romantizando el trabajo y pretenda que la crisis puede ser resuelta con que todos nos apretemos el cinturón, bajando el termostato y arremangando la camisa, están sufriendo una obscena ilusión. Demandar que siga funcionando la máquina capitalista no puede ofrecernos más que destrucción continua y aun peores condiciones de trabajo y de vida. Debemos demandar exactamente lo contrario. En la lucha contra el capital debemos recuperar lo que el capital continuamente nos arrebata y transforma en medios de destrucción planetaria, es decir, los recursos necesarios y el tiempo robado de la vida misma. Sólo en la lucha contra la máquina capitalista podemos esperar abrir nuevos espacios para nuevas formas de producción y de vida basados en la actividad libre, autodeterminada, la cooperación y la solidaridad.

 

Las demandas de infraestructuras sociales de libre costo y la socialización de los sectores de energía y de vivienda ya están apuntando en este sentido. Al pelear por remover esos aspectos clave de nuestra subsistencia de las exigencias del mercado, estas luchas aspiran a organizarlos como bienes comunes en el sentido más auténtico del término: como propiedad común. Igualmente, cada paso que tomamos en esta dirección también expande nuestra capacidad de resistir a la obligación coactiva del trabajo, de luchar en particular por una reducción drástica de las horas de trabajo y por el cierre de los sectores de producción más destructivos, tales como la industria automovilística.

 

Esto no tendría nada que ver con el “sacrificio” que se nos predica hoy en todas partes. Por el contrario, sería dar un paso adelante hacia ganar una calidad de vida totalmente diferente y mejor. La ganancia resultante en el tipo de tiempo disponible que el trabajo nos roba pero, entre otras cosas, permitirá la aparición de nuevas formas emancipadas de género de una reproducción social que, en su forma actual hasta ahora, ha funcionado como un terreno oculto y constituyente del propio trabajo. La negación del trabajo, entonces, es mucho más que una cuestión simplemente de reducción cuantitativa de las horas de trabajo, como proponen, por ejemplo, los utopistas tecnológicos actuales. Más bien, la negación del trabajo es necesariamente una ruptura cualitativa con todas las formas reificadas de actividad que constituyen la dominación capitalista y sus relaciones sociales —y una precondición necesaria para la emancipación total en sí.

 

Autor: colapsoydesvio

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