Comunización en Presente – Théorie Communiste

Comunización en el presente [1]

Théorie Communiste

Traducción del texto «Communization in the Present Tense» de Théorie Communiste, publicado originalmente para el libro «Communization and its Discontents: Contestation, Critique, and Contemporary Struggles»* de 2011, editado por Benjamin Noys.

Sobre Théorie Communiste:

—Es una revista francesa fundada en 1977. Partiendo de una crítica de las luchas de finales de los años 60-principios de los 70 y de las izquierdas comunistas holandesa-alemana e italiana, la revista ha trabajado en la superación de una concepción de la revolución y del comunismo como liberación del trabajo y afirmación del proletariado. La reelaboración del concepto de explotación como el curso histórico de la contradicción entre las clases lleva a caracterizar la reestructuración del modo de producción capitalista tras la crisis de los años 70 como un ciclo de luchas que lleva la comunización como su superación. Es decir, la abolición de las clases y los géneros en la producción de relaciones interindividuales inmediatas.

 

______________________________

En el curso de la lucha revolucionaria, la abolición del Estado, del intercambio, de la división del trabajo, de todas las formas de propiedad, la extensión de la gratuidad como unificación de la actividad humana —en una palabra, la abolición de las clases— son «medidas» de abolición del capital impuestas por las necesidades mismas de la lucha contra la clase capitalista. La revolución es comunización; no considera el comunismo como proyecto y resultado, sino como su contenido mismo.

La comunización y el comunismo son cosas futuras, pero hay que hablar de ellas en el presente. Este es el contenido de la revolución venidera que anuncian las luchas —en este ciclo de luchas— cada vez que el hecho mismo de actuar como clase se presenta como una constricción externa, como un límite a superar. El hecho mismo de luchar como una clase se ha convertido en el problema, en su propio límite. De ahí que la lucha del proletariado como clase anuncie y produzca su propia superación como comunización.

 

a) Crisis, reestructuración, ciclo de lucha: sobre la lucha del proletariado como clase como su propio límite

El principal resultado del proceso de producción capitalista siempre ha sido la renovación de la relación capitalista entre el trabajo y sus condiciones. En otras palabras, es un proceso de auto-presuposición.

Hasta la crisis final de los años 1960, la destrucción y la reestructuración que la siguió, la autopresuposición del capital existió efectivamente, según el concepto de este último, pero la contradicción entre el proletariado y el capital se localizó en este nivel a través de la producción y la confirmación, dentro de esta misma autopresuposición, de una identidad obrera surgirá a través de la que se estructuró el ciclo de luchas como la competencia entre dos hegemonías, dos formas rivales de gestionar y controlar la reproducción. Esta identidad era la sustancia misma del movimiento obrero.

Esta identidad obrera, cualesquiera que fuesen las formas sociales y políticas de su existencia (de los Partidos Comunistas a la Autonomía; del Estado Socialista a los consejos obreros), descansaba enteramente en la contradicción que se desarrollaba en esta fase de subsunción real del trabajo por el capital entre, por un lado, la creación y el desarrollo de la fuerza de trabajo empleada por el capital de forma cada vez más colectiva y social, y por otro, las formas de apropiación por el capital de esta fuerza de trabajo en el proceso inmediato de producción, y en el proceso de reproducción. Ésta es la situación conflictiva que se desarrolló en este ciclo de luchas como «identidad obrera» —una identidad que encontró sus propias razones distintivas y sus propias modalidades inmediatas de reconocimiento en la «gran fábrica», en la dicotomía entre empleo y desempleo, trabajo y formación, en la comparación del proceso de trabajo con la captación de trabajadores, en la sumisión del proceso de trabajo a la colectividad de los trabajadores, en el vínculo entre salarios, crecimiento y productividad dentro de un área nacional, en las representaciones institucionales que todo ello implicaba, tanto en la fábrica como a nivel del Estado— es decir, en la delimitación de la acumulación dentro de un área nacional.

La reestructuración supuso el fin, a finales de los años 60 y 70, de todo el ciclo de luchas fundadas en la identidad obrera; el contenido de la reestructuración fue la destrucción de todo lo que se había convertido en un impedimento a la fluidez de la autopresuposición del capital. Estos impedimentos consistieron, por un lado, en todas las separaciones, protecciones y especificaciones que se erigieron en oposición a la diminución del valor de la fuerza de trabajo, en la medida en que impedían que la clase obrera en su conjunto, en la continuidad de su existencia, de su reproducción y expansión, tuviera que enfrentarse como tal al conjunto del capital. Por otro lado, estaban todas las limitaciones de la circulación, la rotación y la acumulación, que impedían la transformación del  plusproducto en plusvalor y capital adicional. Todo excedente de producto debe poder encontrar su mercado en cualquier parte, todo plusvalor debe poder encontrar la posibilidad de operar como capital adicional, es decir, de transformarse en medios de producción y en fuerza de trabajo, sin que ninguna formalización del ciclo internacional (como la división en bloques, Este y Oeste, o en centro y periferia) predetermine esta transformación. El capital financiero fue el artífice de esta reestructuración. Con la reestructuración que se completó en los años 1980, coincidieron la producción de plusvalía y la reproducción de las condiciones de esta producción.

El actual ciclo de luchas se define fundamentalmente por el hecho de que la contradicción entre las clases se produce en el nivel de su respectiva reproducción, lo que significa que el proletariado encuentra y se enfrenta a su propia constitución y existencia como clase en su contradicción con el capital. De ello se deriva la desaparición de la identidad obrera confirmada en la reproducción del capital, es decir, el fin del movimiento obrero y la quiebra concomitante de la autoorganización y la autonomía como perspectiva revolucionaria. Puesto que la perspectiva de la revolución ya no es una cuestión de afirmación de la clase, ya no puede ser una cuestión de autoorganización. Abolir el capital es al mismo tiempo negarse a sí mismo como obrero y no autoorganizarse como tal: es un movimiento de abolición de las empresas, de las fábricas, del producto, del intercambio (cualquiera que sea su forma).

Para el proletariado, actuar como clase es actualmente, por un lado, no tener otro horizonte más que el capital y las categorías de su reproducción, y por otro, por la misma razón, es estar en contradicción con su propia reproducción como clase, ponerla en entredicho. Este conflicto, esta «ruptura» (también traducida como brecha) en la acción del proletariado, es el contenido de la lucha de clases y lo que lo que está en juego. Lo que ahora está en juego en estas luchas es que, para el proletariado, actuar como clase es el límite de su acción como clase —esta es ahora una situación objetiva de la lucha de clases— y que este límite se construye como tal en las luchas y se convierte en pertenencia de clase como una restricción externa. Esto determina el nivel de conflicto con el capital y da lugar a conflictos internos dentro de las propias luchas. Esta transformación es una determinación de la contradicción actual entre las clases, pero es en cada caso la práctica particular de una lucha en un momento dado y en unas condiciones dadas.

Este ciclo de luchas es la acción de una clase obrera recompuesta. Consiste, en las zonas centrales de acumulación, en la desaparición de los grandes bastiones obreros y la proletarización de los asalariados; en la terciarización del empleo (especialistas de mantenimiento, operadores de equipos, camioneros, cargadores, estibadores, etc. – este tipo de empleo representa actualmente a la mayoría de los trabajadores); en el trabajo en empresas o centros más pequeños; en una nueva división del trabajo y de la clase obrera con la externalización de los procesos de bajo valor añadido (en los que participan trabajadores jóvenes, a menudo temporales, sin perspectivas de carrera); en la generalización de la producción ajustada; en la presencia de trabajadores jóvenes cuya educación ha roto la continuidad de las generaciones que se sucedían y que rechazan de forma abrumadora el trabajo en las fábricas y la condición de clase obrera en general; y en la deslocalización.

Las grandes concentraciones de trabajadores en India y China forman parte de una segmentación global de la mano de obra. No pueden considerarse ni un renacimiento en otro lugar de lo que ha desaparecido en «Occidente» en cuanto a su definición global, ni en cuanto a su propia inscripción en el contexto nacional. Fue un sistema social de existencia y reproducción el que definió la identidad de la clase obrera y se expresó en el movimiento obrero, y no la mera existencia de características materiales cuantitativas[2].

De las luchas cotidianas a la revolución sólo puede haber ruptura. Pero esta ruptura se señala en el curso cotidiano de la lucha de clases cada vez que la pertenencia de clase aparece, en el seno de estas luchas, como una coacción exterior que se objetiva en el capital, en el curso mismo de la actividad del proletariado como clase. Actualmente, la revolución se basa en la superación de una contradicción que es constitutiva de la lucha de clases: para el proletariado, ser de clase es el obstáculo que su lucha como clase debe superar. Con la producción de la pertenencia de clase como restricción externa, es posible entender el punto de inflexión de la lucha de clases -su superación- como una superación producida, sobre la base de las luchas actuales. En su lucha contra el capital, la clase se vuelve contra sí misma, es decir, trata su propia existencia, todo lo que la define en su relación con el capital (y no es otra cosa que esta relación), como el límite de su acción. Los proletarios no liberan su «verdadera individualidad», negada en el capital: la práctica revolucionaria es precisamente la coincidencia entre el cambio de circunstancias y el de la actividad humana o la autotransformación.

Esta es la razón por la que actualmente podemos hablar de comunismo, y hablar de él en el presente como un movimiento real, existente. Ahora es un hecho que la revolución es la abolición de todas las clases, en la medida en que la acción como clase del proletariado es, por sí misma, un límite. Esta abolición no es un objetivo fijado, una definición de la revolución como norma a alcanzar, sino un contenido actual en lo que la lucha de clases es en sí misma. Producir la pertenencia de clase como un límite externo es, para el proletariado, entrar en conflicto con su situación anterior; esto no es ‘liberación’, ni es ‘autonomía’. Este es el «paso más difícil de dar» en la comprensión teórica y en la práctica de las luchas contemporáneas. El proletariado no se convierte así en un ser «puramente negativo».

Decir que el proletariado sólo existe como clase en y contra el capital, que produce todo su ser, su organización, su realidad y su constitución como clase en el capital y contra él, es decir que es la clase del trabajo productor de plusvalía. Lo que ha desaparecido en el actual ciclo de luchas, tras la reestructuración de los años 70 y 80, no es esta existencia objetiva de la clase, sino más bien la confirmación de una identidad proletaria en la reproducción del capital.

El proletariado sólo puede ser revolucionario reconociéndose como clase; se reconoce como tal en todo conflicto, y tiene que hacerlo tanto más en la situación en que su existencia como clase es la que tiene que afrontar en la reproducción del capital. No debemos equivocarnos en cuanto al contenido de este «reconocimiento». Para el proletariado, reconocerse como clase no será su «retorno a sí mismo», sino una extroversión total (una autoexternalización) al reconocerse como categoría del modo de producción capitalista. Lo que somos como clase no es inmediatamente otra cosa que nuestra relación con el capital. Para el proletariado, este «reconocimiento» consistirá de hecho en un conocimiento práctico, en conflicto, no de sí mismo para sí mismo, sino del capital, es decir, su desobjetivación. La unidad de la clase ya no puede constituirse sobre la base de la lucha salarial y reivindicativa, como preludio de su actividad revolucionaria. La unidad del proletariado sólo puede ser la actividad en la que se suprime a sí mismo al abolir todo lo que lo divide.

De la lucha por las reivindicaciones inmediatas a la revolución sólo puede haber una ruptura, un salto cualitativo. Pero esta ruptura no es un milagro, no es una alternativa; tampoco es la simple toma de conciencia por parte del proletariado de que no hay nada más que hacer que la revolución ante el fracaso de todo lo demás. «La revolución es la única solución» es tan inepto como hablar de la dinámica revolucionaria de las luchas reivindicativas. Esta ruptura se produce positivamente por el desarrollo del ciclo de luchas que la precede; se señala en la multiplicación de las rupturas en el seno de la lucha de clases.

Como teóricos, buscamos y promovemos estas fisuras en el seno de la lucha de clases del proletariado, a través de las cuales éste se cuestiona a sí mismo; en la práctica, somos actores de ellas cuando estamos directamente implicados. Existimos en esta ruptura, en esta fisura de la actividad del proletariado como clase. Ya no hay ninguna perspectiva para el proletariado sobre su propia base como clase del modo de producción capitalista, salvo la capacidad de suplantar su existencia de clase en la abolición del capital. Existe una identidad absoluta entre estar en contradicción con el capital y estar en contradicción con su propia situación y definición como clase.

Es a través de esta fisura en el seno de la acción como clase que la comunización se convierte en una cuestión del presente. Esta fisura en el seno de la lucha de clases, en la que el proletariado no tiene otro horizonte que el capital y, por tanto, entra simultáneamente en contradicción con su propia acción como clase, es la dinámica de este ciclo de luchas. Actualmente la lucha de clases del proletariado tiene elementos o actividades identificables que señalan su propia superación en su propio curso.

 

  1. b) Luchas que producen teoría[3]

La teoría de este ciclo de lucha, tal como se ha presentado anteriormente, no es una formalización abstracta que luego demostrará que se ajusta a la realidad mediante ejemplos. Es su existencia práctica, más que su veracidad intelectual, lo que demuestra en lo concreto. Es un momento particular de luchas que en sí mismas ya son teóricas (en el sentido de que son productivas de teoría), en la medida en que tienen una relación crítica consigo mismas.

En la mayoría de los casos, no se trata de declaraciones estremecedoras ni de acciones «radicales», sino más bien de todas las prácticas del proletariado de huida o rechazo de su propia condición. En las huelgas actuales por despidos, los trabajadores a menudo ya no exigen conservar sus puestos de trabajo, sino que luchan cada vez más por importantes indemnizaciones por despido. Contra el capital, el trabajo no tiene futuro. Ya quedó patente en las llamadas luchas «suicidas» de la empresa Cellatex en Francia, donde los trabajadores amenazaron con verter ácido en un río y volar la fábrica, amenazas que no se llevaron a cabo pero que fueron ampliamente imitadas en otros conflictos por el cierre de empresas, que el proletariado no es nada si se separa del capital y que no tiene futuro en sí mismo, desde su propia naturaleza, salvo la abolición de aquello por lo que existe. Es la desesencialización del trabajo lo que se convierte en la actividad misma del proletariado: tanto trágicamente, en sus luchas sin perspectivas inmediatas (es decir, sus luchas suicidas), como en reivindicación de esta desesencialización, como en las luchas de los parados y de los precarios en el invierno de 1998 en Francia.

El desempleo ya no está claramente separado del empleo. La segmentación de la mano de obra, la flexibilidad, la externalización, la movilidad, el empleo a tiempo parcial, la formación, las prácticas y el trabajo informal han difuminado todas las separaciones.

En el movimiento francés de 1998, y más en general en las luchas de los desempleados en este ciclo de luchas, fue la definición de desempleado la que se mantuvo como punto de partida para la reformulación del empleo asalariado. La necesidad del capital de medirlo todo en tiempo de trabajo y de plantear la explotación del trabajo como una cuestión de vida o muerte para es simultáneamente la desesencialización del trabajo vivo en relación a las fuerzas sociales que el capital concentra en sí mismo. Esta contradicción, inherente a la acumulación capitalista, que es una contradicción del capital en proceso, toma la forma muy particular de la definición de la clase frente al capital; el desempleo de la clase reclama para sí el estatuto de ser el punto de partida de tal definición. En las luchas de los desempleados y los precarios, la lucha del proletariado contra el capital hace suya esta contradicción y la defiende. Lo mismo ocurre cuando los trabajadores despedidos no exigen un puesto de trabajo, sino una indemnización por despido.

En la misma época, los empleados de Moulinex despedidos incendiaron un edificio de la fábrica, inscribiéndose así en la dinámica de este ciclo de luchas, que hace de la existencia del proletariado como clase el límite de su acción de clase. Del mismo modo, en 2006, en Savar, a 50 km al norte de Dhaka (Bangladesh), dos fábricas fueron incendiadas y un centenar saqueadas después de que los trabajadores llevaran tres meses sin cobrar. En Argelia, las reivindicaciones salariales menores se convirtieron en motines, las formas de representación fueron desechadas sin que se formaran otras nuevas, y fue el conjunto de las condiciones de vida y de reproducción del proletariado lo que entró en juego más allá de las reivindicaciones de los protagonistas inmediatos de la huelga. En China y la India, no hay perspectivas de formación de un vasto movimiento obrero a partir de la proliferación de diversos tipos de acciones reivindicativas que afectan a todos los aspectos de la vida y la reproducción de la clase obrera. Estas acciones reivindicativas suelen girar paradójicamente en torno a la destrucción de las condiciones de trabajo, es decir, de su propia razón de ser.

En el caso de Argentina, la gente se autoorganizó como los desocupados de Mosconi, como los obreros de Brukman, como los habitantes de las villas… pero al autoorganizarse se encontraron inmediatamente con lo que eran como un obstáculo, que en la lucha se convirtió en aquello que había que superar, y que fue visto como tal en las modalidades prácticas de estos movimientos autoorganizados. El proletariado no puede encontrar en sí mismo la capacidad de crear otras relaciones interindividuales, sin anular y negar lo que él mismo es en esta sociedad, es decir, sin entrar en contradicción con la autonomía y su dinámica. La autoorganización es quizás el primer acto de la revolución, pero todos los actos siguientes se dirigen contra ella (es decir, contra la autoorganización). En Argentina fueron las determinaciones del proletariado como clase de esta sociedad (es decir, la propiedad, el intercambio, la división del trabajo, la relación entre hombres y mujeres…) las que se vieron efectivamente socavadas por la forma en que se emprendieron las actividades productivas, es decir, en las modalidades mismas de su realización. Es así como la revolución como comunización se hace creíble.

En Francia, en noviembre de 2005, en las banlieues, los alborotadores no reivindicaban nada, atacaban su propia condición, hacían de todo lo que les produce y les define su objetivo. Los alborotadores revelaron y atacaron la situación proletaria actual: la precarización mundial de la fuerza de trabajo. Al hacerlo, hicieron inmediatamente obsoleto, en el mismo momento en que tal demanda podría haber sido articulada, cualquier deseo de ser un «proletario ordinario».

Tres meses más tarde, en la primavera de 2006, todavía en Francia, como movimiento reivindicativo, el movimiento estudiantil contra el CPE[4] sólo podría comprenderse a sí mismo convirtiéndose en el movimiento general de los precarios; pero al hacerlo, o bien negaría su propia especificidad, o bien se vería inevitablemente obligado a chocar de forma más o menos violenta con todos aquellos que habían demostrado en los disturbios de noviembre de 2005 que la reivindicación de ser un «proletario ordinario» estaba obsoleta. Conseguir la reivindicación a través de su ampliación sería, en efecto, sabotearla. ¿Qué credibilidad tenía una alianza con los alborotadores de noviembre sobre la base de un empleo estable para todos? Por un lado, esta vinculación estaba objetivamente inscrita en el código genético del movimiento; por otro lado, la propia necesidad de esta vinculación inducía una dinámica interna de lovehate, igual de objetiva, dentro del movimiento. La lucha contra el CPE era un movimiento reivindicativo cuya satisfacción habría sido inaceptable para sí mismo como movimiento reivindicativo.

En las revueltas griegas, el proletariado no exigía nada, y no se consideraba opuesto al capital como fundamento de ninguna alternativa. Pero si estos disturbios fueron un movimiento de clase, no constituyeron una lucha en lo que es la matriz misma de las clases: la producción. Es de esta manera que estos disturbios fueron capaces de hacer el logro clave de producir y apuntar a la pertenencia de clase como una restricción, pero sólo pudieron llegar a este punto enfrentándose a este suelo de cristal de la producción como su límite. Y las formas en que este movimiento producía esta coacción externa (los objetivos, el desarrollo de los disturbios, la composición de los alborotadores…) estaba intrínsecamente definido por este límite: la relación de explotación como coacción pura y simple. Atacar las instituciones y las formas de reproducción social, en sí mismas, era, por un lado, lo que constituía el movimiento y su fuerza, pero también era la expresión de sus límites.

Estudiantes sin futuro, jóvenes inmigrantes, trabajadores precarios, todos ellos son proletarios que viven cada día la reproducción de las relaciones sociales capitalistas como coerción; la coerción está incluida en esta reproducción porque son proletarios, pero la viven cada día como separada y aleatoria (accidental y no necesaria) en relación a la propia producción. Al mismo tiempo que luchan en este momento de coerción que experimentan como separada, sólo conciben y viven esta separación como una carencia en su propia lucha contra este modo de producción.

Es así como este movimiento produce la pertenencia de clase como una coacción exterior, pero sólo de esta manera. Es así como se sitúa al nivel de este ciclo de luchas y es uno de sus momentos históricos determinantes.

En su propia práctica y en su lucha, los proletarios se cuestionaron a sí mismos como proletarios, pero sólo autonomizando los momentos y las instancias de la reproducción social en sus ataques y sus objetivos. La reproducción y la producción del capital permanecieron ajenas entre sí.

En Guadalupe, la importancia del desempleo y de la parte de la población que vive de las prestaciones o de la economía sumergida hace que las reivindicaciones salariales sean un contrasentido. Esta contradicción estructuró el curso de los acontecimientos entre, por un lado, el LKP, centrado en los trabajadores fijos (esencialmente en los servicios públicos) pero que intentaba mantener unidos los términos de esta contradicción mediante la multiplicación y la infinita diversidad de reivindicaciones, y, por otro, el absurdo de las reivindicaciones salariales centrales para la mayoría de la gente en las barricadas, en los saqueos y en los ataques a los edificios públicos. La reivindicación se desestabilizó en el curso mismo de la lucha; fue contestada, al igual que su forma de organización, pero las formas específicas de explotación del conjunto de la población, heredadas de su historia colonial, pudieron prevenir que esta contradicción estallara más violentamente en el corazón del movimiento (es importante notar que la única muerte fue la de un sindicalista asesinado en una barricada). Desde este punto de vista, la producción de la pertenencia de clase como coacción externa era más un estado sociológico, más una especie de esquizofrenia, que algo que estuviera en juego en la lucha.

En general, con el estallido de la crisis actual, la demanda salarial se caracteriza actualmente por una dinámica que antes no era posible. Es una dinámica interna que surge como resultado de toda la relación entre proletariado y capital en el modo de producción capitalista tal como surgió de la reestructuración y tal como está entrando ahora en crisis. La reivindicación salarial ha cambiado de significado.

En la sucesión de crisis financieras que desde los últimos veinte años aproximadamente regulan el modo actual de valorización del capital, la crisis subprime es la primera que ha tomado como punto de partida no los activos financieros que se refieren a las inversiones de capital, sino el consumo de los hogares, y más precisamente el de los hogares más pobres. En este sentido, inaugura una crisis específica de la relación salarial del capitalismo reestructurado, en la que la disminución continua de la participación de los salarios en la riqueza producida, tanto en los países centrales como en los emergentes, sigue siendo definitiva.

La «distribución de la riqueza», de ser esencialmente conflictiva en el modo de producción capitalista, ha pasado a ser tabú, como se confirmó en el reciente movimiento de huelgas y bloqueos (octubre-noviembre de 2010) a consecuencia de la reforma del sistema de pensiones en Francia. En el capitalismo reestructurado (los inicios de la crisis que vivimos actualmente), la reproducción de la fuerza de trabajo fue sometida a un doble desacoplamiento. Por un lado, un desacoplamiento entre la valorización del capital y la reproducción de la fuerza de trabajo y, por otro, un desacoplamiento entre el consumo y el salario como ingreso.

Por supuesto, la división de la jornada laboral en trabajo necesario y trabajo excedente siempre ha sido definitiva en la lucha de clases. Pero ahora, en la lucha por esta división, es paradójicamente en la definición del proletariado hasta el fondo de su ser como clase de este modo de producción, y como nada más, donde se manifiesta en la práctica, y de forma conflictiva, que su existencia como clase es el límite de su propia lucha como clase. Este es actualmente el carácter central de la reivindicación salarial en la lucha de clases. En el curso más trivial de la reivindicación salarial, el proletariado ve objetivarse su propia existencia como clase como algo que le es ajeno en la medida en que la propia relación capitalista lo sitúa en su seno como algo ajeno.

La crisis actual estalló porque los proletarios ya no podían pagar sus préstamos. Estalló sobre la base misma de la relación salarial que dio lugar a la financiarización de la economía capitalista: los recortes salariales como requisito para la «creación de valor» y la competencia global dentro de la fuerza de trabajo. Fue esta necesidad funcional la que volvió, pero de forma negativa, dentro del modo histórico de acumulación de capital con la detonación de la crisis subprime.

Ahora es la relación salarial la que está en el centro de la crisis actual[5]. La crisis actual es el comienzo de la fase de inversión de las determinaciones y la dinámica del capitalismo tal como había surgido de la reestructuración de los años 70 y 80.

 

  1. c) Dos o tres cosas que sabemos sobre ella

Es porque el proletariado no es capital, porque es la disolución de todas las condiciones existentes (trabajo, intercambio, división del trabajo, propiedad), que encuentra aquí el contenido de su acción revolucionaria como medidas comunistas: la abolición de la propiedad, de la división del trabajo, del intercambio y del valor. La pertenencia de clase como coacción externa es, pues, en sí misma un contenido, es decir, una práctica, que se supera a sí misma en medidas comunizadoras cuando se manifiesta el límite de la lucha como clase. La comunización no es otra cosa que medidas comunistas tomadas como simples medidas de lucha del proletariado contra el capital.

Es la escasez de plusvalía en relación con el capital acumulado lo que está en el centro de la crisis de explotación: si en el centro de la contradicción entre el proletariado y el capital no estuviera la cuestión del trabajo productor de plusvalía; si sólo hubiera un problema de distribución, es decir, si la contradicción entre el proletariado y el capital no fuera una contradicción por la cosa misma, a saber, el modo de producción capitalista, cuya dinámica constituye; es decir, si no fuera un «juego que produce la abolición de su propio dominio», la revolución seguiría siendo un deseo piadoso. El odio al capital y el deseo de otra vida no son más que las expresiones ideológicas necesarias de esta contradicción por sí misma que es la explotación.

No es a través de un ataque a la naturaleza del trabajo como productor de plusvalía que se sustituye la lucha basada en las demandas (que siempre volvería a un problema de distribución), sino a través de un ataque a los medios de producción como capital. El ataque contra la naturaleza capitalista de los medios de producción es su abolición como valor que absorbe el trabajo para valorizarse a sí mismo; es la extensión de la situación en la que todo está disponible libremente, la destrucción (quizás física) de ciertos medios de producción, su abolición como fábricas en las que se define lo que es ser un producto, es decir, las matrices del intercambio y del comercio; es su definición, su absorción en las relaciones individuales, intersubjetivas; es la abolición de la división del trabajo tal como se inscribe en la zonificación urbana, en la configuración material de los edificios, en la separación entre la ciudad y el campo, en la existencia misma de algo que se llama fábrica o punto de producción. Las relaciones entre los individuos se fijan en las cosas, porque el valor de cambio es por naturaleza material[6]. La abolición del valor es una transformación concreta del paisaje en el que vivimos, es una nueva geografía. La abolición de las relaciones sociales es un asunto muy material.

En el comunismo, la apropiación ya no tiene vigencia, porque es la noción misma de «producto» la que queda abolida. Por supuesto, hay objetos que se utilizan para producir, otros que se consumen directamente y otros que sirven para ambas cosas. Pero hablar de «productos» y plantear la cuestión de su circulación, su distribución o su «transferencia», es decir, concebir un momento de apropiación, es presuponer puntos de ruptura, de «coagulación» de la actividad humana: el mercado en las sociedades de mercado, el depósito de libre disposición de mercancías en ciertas visiones del comunismo. El «producto» no es algo simple. Hablar de «producto» es suponer que un resultado de la actividad humana aparece como finita frente a otro resultado semejante o frente al ámbito de otros resultados semejantes. No es del «producto» de donde debemos partir, sino de la actividad.

En el comunismo, la actividad humana es infinita porque es indivisible. Tiene resultados concretos o abstractos, pero estos resultados nunca son «productos», pues ello plantearía la cuestión de su apropiación o de su transferencia bajo un modo determinado. Si podemos hablar de actividad humana infinita en el comunismo, es porque el modo de producción capitalista ya nos permite ver -aunque contradictoriamente y no como un «lado bueno»- la actividad humana como un flujo social global continuo, y el «intelecto general» o el «trabajador colectivo» como la fuerza dominante de la producción. El carácter social de la producción no prefigura nada: simplemente hace que la base del valor sea contradictoria.

La destrucción del intercambio significa que los obreros atacan los bancos que guardan sus cuentas y las de los demás obreros, obligándose así a prescindir de ellos; significa que los obreros se comunican sus «productos» a sí mismos y a la comunidad directamente y sin mercado, aboliéndose así como obreros; significa la obligación para toda la clase de organizarse para buscar alimentos en los sectores a comunizar, etc. No hay ninguna medida que, en sí misma, tomada por separado, sea ‘comunismo’. Lo que es comunista no es la «violencia» en sí misma, ni la «distribución» de la mierda que heredamos de la sociedad de clases, ni la «colectivización» de las máquinas plusvalía: es la naturaleza del movimiento que conecta estas acciones, las subyace, las convierte en momentos de un proceso que sólo puede comunizar cada vez más, o ser aplastado.

No se puede llevar a cabo una revolución sin tomar medidas comunistas: disolver el trabajo asalariado; comunitarizar los suministros, el vestido, la vivienda; apoderarse de todas las armas (las destructivas, pero también las telecomunicaciones, los alimentos, etc.); integrar a los indigentes (incluidos los que nos habremos reducido a este estado), a los parados, a los campesinos arruinados, a los estudiantes desertores sin raíces.

Desde el momento en que empezamos a consumir libremente, es necesario reproducir lo que se consume; por lo tanto, es necesario apoderarse de los medios de transporte, de las telecomunicaciones y entrar en contacto con otros sectores; al hacerlo, nos encontraremos con la oposición de los grupos armados. El enfrentamiento con el Estado plantea inmediatamente el problema de las armas, que sólo puede resolverse creando una red de distribución para apoyar el combate en una multiplicidad casi infinita de lugares. Las actividades militares y sociales son inseparables, simultáneas y se interpenetran mutuamente: la constitución de un frente o de zonas de combate determinadas es la muerte de la revolución. Desde el momento en que los proletarios desmontan las leyes de las relaciones mercantiles, ya no hay vuelta atrás. La profundización y extensión de este proceso social da cuerpo a nuevas relaciones y permite la integración de un número cada vez mayor de no proletarios en la clase comunizadora, que está simultáneamente en proceso de constitución y de disolución. Permite abolir cada vez más toda competencia y división entre proletarios, haciendo de ello el contenido y el despliegue de su confrontación armada con aquellos que la clase capitalista aún puede movilizar, integrar y reproducir dentro de sus relaciones sociales.

Por eso todas las medidas de comunización tendrán que ser una acción enérgica para el desmantelamiento de las conexiones que unen a nuestros enemigos y su apoyo material: habrá que destruirlas rápidamente, sin posibilidad de retorno. La comunización no es la organización pacífica de la situación en la que todo está disponible gratuitamente y de un modo de vida agradable entre los proletarios. La dictadura del movimiento social de comunización es el proceso de integración de la humanidad en el proletariado en vías de desaparición. La delimitación estricta del proletariado en comparación con las demás clases y su lucha contra toda producción mercantil son al mismo tiempo un proceso que obliga a los estratos de la pequeña burguesía asalariada, la clase de la dirección social (media), a unirse a la clase comunitarista. Los proletarios «no son» revolucionarios como el cielo «es» azul, simplemente porque «son» asalariados y explotados, o incluso porque son la disolución de las condiciones existentes. En su autotransformación, que tiene como punto de partida lo que son, se constituyen como clase revolucionaria. El movimiento en el que el proletariado se define en la práctica como el movimiento de constitución de la comunidad humana es la realidad de la abolición de las clases. El movimiento social en Argentina se enfrentó y planteó la cuestión de las relaciones entre los proletarios con empleo, los desempleados y las capas medias y excluidas. Sólo dio respuestas extremadamente fragmentarias, de las cuales la más interesante es sin duda la de su organización territorial. La revolución, que en este ciclo de luchas ya no puede ser otra cosa que comunización, supera el dilema entre las alianzas de clase leninistas o democráticas y el «proletariado solo» de Gorter: dos tipos diferentes de derrota.

La única manera de superar los conflictos entre los desempleados y los que tienen trabajo, entre los cualificados y los no cualificados, es llevar a cabo medidas de comunización que eliminen la base misma de esta división, desde el principio y en el curso de la lucha armada. Esto es algo que las fábricas ocupadas en Argentina, cuando se enfrentaron a esta cuestión, intentaron sólo muy marginalmente, conformándose en general (cf. Zanon) con alguna redistribución caritativa a grupos de piqueteros. En ausencia de esto, el capital jugará con esta fragmentación en todo el movimiento, y encontrará a sus Noske y Scheidemann entre los autoorganizados.

De hecho, como ya demostró la revolución alemana, se trata de disolver las capas medias adoptando medidas comunistas concretas que las obliguen a empezar a unirse al proletariado, es decir, a lograr su «proletarización». Hoy en día, en los países desarrollados, la cuestión es al mismo tiempo más simple y más peligrosa. Por una parte, una mayoría masiva de las capas medias es asalariada y, por tanto, ya no tiene una base material para su posición social; su papel de gestión y dirección de la cooperación capitalista es esencial pero cada vez más precario; su posición social depende del mecanismo muy frágil de la sustracción de fracciones de plusvalía. Por otra parte, sin embargo, y por estas mismas razones, su proximidad formal al proletariado le empuja a presentar, en estas luchas, «soluciones» de gestión alternativas, nacionales o democráticas, que preservarían sus propias posiciones.

La cuestión esencial que tendremos que resolver es comprender cómo extendemos el comunismo, antes de que sea asfixiado en las tenazas de la mercancía; cómo integramos la agricultura para no tener que intercambiar con los campesinos; cómo acabamos con las relaciones de intercambio de nuestro adversario para imponerle la lógica de la comunización de las relaciones y de la confiscación de los bienes; cómo disolvemos el bloque del miedo mediante la revolución.

Para concluir, el capital no se suprime para el comunismo sino a través del comunismo, más precisamente a través de su producción. En efecto, las medidas comunistas deben distinguirse del comunismo: no son embriones del comunismo, sino que son su producción. No es un período de transición, es la revolución: la comunización no es más que la producción comunista del comunismo. La lucha contra el capital es lo que diferencia las medidas comunistas del comunismo. La actividad revolucionaria del proletariado tiene siempre como contenido la mediación de la abolición del capital a través de su relación con el capital: no se trata ni de una rama de una alternativa en competencia con otra, ni del comunismo como inmediatismo.

*También se encuentra disponible la traducción del capítulo titulado «Communization and the Abolition of Gender» de Maya Andrea Gonzalez, recopilado en el mismo libro antes mencionado. Puede leerse en el siguiente enlace.

La lógica del género y la comunización. Dossier

 

[1] Este título en inglés se refiere a la forma verbal de “Present Tense”.

[2] Para que China y la India logren constituirse como su propio mercado interior, sería necesaria una verdadera revolución en el campo (es decir, la privatización de la tierra en China y la desaparición de las pequeñas explotaciones y de la agricultura de arrendamiento en la India), pero también y sobre todo una reconfiguración del ciclo mundial del capital, que sustituya a la actual globalización (es decir, esto significaría una renacionalización de las economías, que sustituya / preserve la globalización, y una desfinanciación del capital productivo).

[3] Estos ejemplos se encuentran en sus municipios franceses; la publicación de este texto en Gran Bretaña y Estados Unidos celebra la oportunidad de exponer las tesis que aquí se definen.

[4] CPE: Contrato Premiere Embauch, o Primer contrato de trabajo.

[5] Es una crisis en la que se confirma la identidad entre sobreacumulación y subconsumo.

[6] Esta cosa [el dinero] es una relación objetiva entre personas (…) es un valor de cambio objetivo, y el valor de cambio no es más que una relación mutua entre las actividades productivas de las personas». Marx, Grundrisse (Harmondsworth : Pingüino, 1973), pág.160.

Autor: colapsoydesvio

ig: https://www.instagram.com/colapsoydesvio/