¿Pasó de moda la locura?

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¿Pasó de moda la locura?

El desencanto y la irreconciabilidad con el presente.

 

1era versión del texto (desactualizada).

Comentario: Una nueva versión corregida y extendida estará disponible desde el mes de noviembre de 2023, a través de la editorial Adyanata. El lanzamiento del libro y los medios para comprarlo serán avisados por las rrss de la Editorial y de Colapso y Desvio.

Autor(es): Amapola y Nueva Icaria (Equipo editorial de Colapso y Desvío)

Prefacio de lx editor. 

Somos  espectadores pasivos del espectáculo más grande de nuestra época: el de nuestra propia desintegración pasiva. Los eslóganes de salvar al planeta, de avances biotecnológicos, de automatización y masificación de la crisis climática son parte vital de las narrativas que nos bombardean día a día, y que nos impiden dormir sin pastillas por las noches. Ansiedad, depresión, burnouts, fatigas psíquicas por compasión, el deseo de luchar contra una historia de la humanidad prometeica, y a la vez llevar la racionalidad instrumental hasta sus últimas consecuencias. En una era de irremediables y, a veces, insoportables contradicciones, la principal preocupación de las instituciones que sostienen al Capital mundial (en el sistema político tradicional Estado-nación, en el trabajo y el mercado) es poder una mantener fachada vulgar de estabilidad, un intento absurdo de limpiar una casa que se está cayendo a pedazos.

Ese movimiento necrótico, que convierte a la muerte en lo sagrado y oculto que convierte a la muerte en lo sagrado y oculto bajo el manto fantasmagórico del Capital, es lo que define la identidad de una época llena de desencanto, descontento, depresión e ideaciones suicidas.

Dentro de este contexto que nos desola, se nos hace interesante el quehacer de pensar en esta misma desolación, en vez de solamente asumirla como parte de una realidad ineludible. Hundirse en ella para decodificar qué aspectos bio/necropolíticos están operando a nivel psíquico, qué cargas mnémicas e históricas son las que estamos arrastrando y, por qué no, pensar en dinámicas de biorresistencia, ya sea inmunitarias, como comunitarias.

Frente a esto ¿Cuál sería nuestra labor? Lejos de continuar la búsqueda de burdas respuestas temporales –para ello ya está todo la virulenta “crítica social” que simula una conciencia torpemente crítica–, nuestra acción puede resumirse a un gesto desafiante contra el orden existente, un desafío a la altura de los tiempos que se propone desfetichizar un cadáver que se confunde por divino. Hemos de criticar la dominación, porque la servidumbre domina. El hecho de haya esclavos «felices» no justifica la esclavitud.[1]

Contrario a los proyectos que nacen y sirven al seno de la sociedad mercantil, preferimos abrir preguntas, este texto hace una apertura a la técnica de la cordura capitalista y una rasgadura a las tecno-arquitecturas que pretenden configurarnos y prepararnos para un “futuro” postcapitalista” que ya está aquí.

 

El desencanto y la irreconciabilidad con el presente.

 

“Soñábamos con utopías y nos despertamos gritando.”

Roberto Bolaño.

 

 

A algunos meses del inicio del gobierno progresista de Gabriel Boric, con el shock de la derrota del apruebo aún fresca, lenta y cuidadosamente se ha llegado a un consenso entre los partidos políticos de centro-izquierda y los más conservadores que aún arrastran el bagaje de la dictadura. La ciudadanía y, en específico, la alguna vez votante “por el cambio” —lo ponemos entre comillas porque es cuestionable qué cambios realmente querían hacer— , se ha dispuesto a tomar una actitud de falso pragmatismo, que se suma en mayor o menor medida al consenso del Chile posterior al estallido. La partidocracia y la ciudadanía se unen para recobrar el sentido de moderación, proclamando el fin de la locura, de la mano con el retorno del “orden” y la estabilidad del ritmo de vida del Capital-trabajo.

 

El contexto en el que nos encontramos tras haberse superado tanto el frenesí colectivo en el que estuvo sumido el mundo hasta hace unos pocos años, con la pandemia del covid-19 que le siguió casi inmediatamente a un periodo de revueltas, es el de una parálisis generalizada de la voluntad[2]. Los cuerpos que alguna vez anhelaron la reconfiguración radical y total del mundo, se encuentran hoy sumergidos en la indiferencia, el fracaso y la contemplación pasiva. Se reemplazó el sincero anhelo de cambio, por un fatuo intento de regreso al estado previo a la fugaz interrupción de la revuelta, consolidándose en el imaginario la “administración del presente”[3], una idea aparentemente mucho más realista dado el contexto de “crisis controlada”, en el que parece —y sólo parece— estar sumido el capitalismo. Aun así, la reconstitución de la perpetuidad del presente resulta tan sólo superficial, ante las propias tendencias destructivas del Capital[4] —exacerbadas en su escala por el desarrollo de la técnica— en razón de su auto-preservación.

 

El desbordamiento de los mecanismo de extinción capitalistas provoca la in-distinción entre crisis y normalidad, transfigurando sus concepciones hasta consolidar un “estado de crisis perpetua”[5], que sus administradores tendrán la necesidad de ocultar solo superficialmente. Si la crisis del capital se entiende como el estadio de disputa entre muerte y supervivencia, el control relativo del mismo sobre la crisis —contexto en que se proyecta el presente—, no trata ya del combustible de reinvención capitalista, ni del engendramiento de revoluciones, sino su contrario: el desvanecimiento del espacio de posibilidades abiertas donde se tentaba a un horizonte de superación del capital, así como también el agotamiento del rol de estas [las crisis] en el proceso de destrucción y rearme del capitalismo. Las crisis y su aprovechamiento no corresponde a una novedad histórica, sino que es parte de un proceso inmanente de la lógica del Capital, donde su “normal y buen funcionamiento incluye a la crisis”[6]. La verdadera novedad se encuentra, por el contrario, en su incapacidad por autosuperarse; la crisis acontece ya no como una emergencia, sino un un “estado de excepción” sin nada particularmente “excepcional”, un estadio que se extiende en cuanto justifique el empleo estratégico de la antigua tanatopolítica a la vez que despliega la anatomopolítica —aun dentro de los estados de derecho—, que fuercen ciegamente la continuación del proceso de autovaloración a condición de la destrucción “en una escala cada vez mayor [de] las condiciones materiales fundamentales para el libre desarrollo humano”.[7] En esta fase aguda del largo declive del capital se convive indiferentemente entre atentados explosivos —o cuánto mínimo sus intentos— y las jornadas de trabajo ininterrumpidas a su alrededor; en el suicidio al interior de centros comerciales y la instalación de rejas para la protección del consumo, y; entre las someras políticas de un “gobierno ecológico” y la mantención de lógicas extractivistas, que generaliza y acelera el empeoramiento de los efectos de una crisis ecológica global. La naturaleza dual del capitalismo siempre ha significado la perfecta coexistencia entre “los campos de concentración y las cadenas de café”[8]. La única distinción es en cuan claro se aprecie. “Las grandes oposiciones dialécticas entre guerra y paz, violencia y norma, crisis y desarrollo, crecimiento y catástrofe, normalidad y excepción… ya no tienen realmente vigencia. La violencia fundadora y la violencia conservadora no son consecutivas, sino que operan «al mismo tiempo».[9]

 

Lo cierto es que al interior de esa misma unidad contradictoria convive inestablemente la inminencia del fin: las manifestaciones de una posibilidad de colapso adherida al Capital desde su fase embrionaria, con; la reinstalación de la imposibilidad del futuro: la ausencia de expectativas como percepción psicológica generalizada de inercia, repetición y retrospección. El fracaso constante de los programas de gobiernos presuntamente progresistas y la disolución de alternativas paralelas o contrarias al Estado, durante las últimas dos décadas pero recientemente ejemplificadas a nivel nacional —aunque no limitada solo a este— con un nuevo proceso constitucional tanto más absurdo que el primero y previamente la revuelta iniciada en octubre del 2019. Cada acontecimiento por separado significó la desilusión de la parte del cuerpo social representado y su parálisis frente al fracaso tanto de la vía institucional como de su alternativa radical. Un recordatorio lapidario de la no-existencia de «nada humano que pueda ser afirmado de manera estable […] como alternativa al capital»[10], que trajo consigo no solo el “borramiento de cualquier re-configuración posible de actualidad(es) alternas”[11], sino también del pesimismo respecto a que si llegasen a ocurrir cambios sólo serían a peor. La proyección pesimista emerge inmediatamente posterior al fracaso de cualquier continuación de los intereses de la revuelta, su desilución hace inconcebible el futuro —como algo diferente y opuesto al presente— a la vez que incapacita al cuerpo social no solo de imaginarse un nuevo comienzo, sino de comprender el fin como algo no solo posible sino que inminente. Mientras las representaciones ficticias contemporáneas hacen flaco favor a la visualización del colapso al liberarlo de sus causas reales y conservarlo únicamente a nivel de una estética apocalíptica o postapocalíptica acrítica con el capitalismo.

 

De manera gradual parece haber comenzado a extenderse una atmósfera política que traspasa las fronteras nacionales y se generaliza a nivel planetario, colocándonos en una situación de naufragio similar a aquella que dio comienzo desde entrados los 90s y que aún con sus interrupciones intermitentes se extendió hasta al menos la década pasada. La imaginación colectiva es anulada, en medio de la contradicción entre fin y perpetuidad, y la epidemia depresiva del cuerpo social gana terreno, mientras el empobrecimiento y la violencia sin oposición alimentan al pesimismo con respecto ya no solo al futuro, sino a un presente inestable, que su sola mantención es una amenaza para la vida, tanto como lo es la posibilidad real de debacle. Si el fracaso de los últimos gestos de agitación y resistencia será comprendido en cuanto estos no puedan superar con igual facilidad las fronteras territoriales impuestas por el Capital; no puedan ser multiplicadas, replicadas y reinterpretadas más allá de los focos inmóviles de lucha ubicados hoy en París y Atenas.

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El fracaso siempre será parcial, la historia no habrá terminado, bastará con un solo hombre libre […] para probar que la libertad no ha muerto[12]. El naufragio será deseoso mientras signifique el hundimiento de todas las miserias y angustias que reinaban en el (viejo) mundo.

 

 

Lxs desencantadxs del Capital y sus críticas.

“El futuro, la idea misma de futuro lleva hoy el signo opuesto, la positividad pura se transforma en negatividad y la promesa se vuelve amenaza. Es cierto que los conocimientos se han desarrollado, pero son incapaces de acabar con el sufrimiento humano, alimentando la tristeza y el pesimismo que lo inundan todo.”[13]

 

No obstante, la desilusión ya no es patrimonio único de la “izquierda”. La realidad es que el Capitalismo ha terminado por “desencantar” hasta a sus propios defensores. El hedor a sepultura incomoda a profesionales de distintos campos, desde economistas, hasta politólogos, militares y empresarios. Ahora bien, las respuestas que proporcionan se distancian entre sí, pero sobre todo con las nuestras; mientras proponemos incinerar el cadáver, ellos se limitan a aromatizarlo para confundir el hedor a muerto con pino y lavanda, con manzana y canela para navidad, y con el aroma que el mercado presente para cada celebración-velorio. Se limitan a volver a un lugar ritualístico pre-capitalista para generar un nostálgico teatro de fantasmas. Reconocemos una tendencia hacia la pérdida de la esperanza con el capitalismo en la forma en que se ha desarrollado en los últimos treinta años, aun cuando la crítica inofensiva o “autocrítica” del capitalismo —o a ciertos aspectos de él— siempre ha estado presente. El capitalismo siempre ha disfrutado de invertir las críticas auténticas en parodias inofensivas de sí mismas, véase como las “críticas radicales” de las últimas instantáneas de la inteligencia del siglo xx, fueron reducidas al formato de ícono kitsch[14], una comprensión fantástica y estereotipada, que hace favor a la justificación de las estructuras de poder y su modernización. Los postulados de autores como Debord —o de forma más reciente con Fisher— convertidos en una tediosa crítica a los medios de comunicación, a través de lecturas conformistas y simplistas de sus obras por la sociología pop. No deben de quedar muchas personas aun fuera de lxs universitarixs y ciertos espacios vinculados a la divulgación cultural, que desconozcan completamente —aun cuando no sepan vincularlo con el autor o con la IS— el concepto más caricaturizado por los “profesionales de la cultura” desde su elaboración. En la década de los 60s, se puede ver a distintos miembros del sistema espectacular-mercantil, desde políticos del oficialismo, a periodistas emplearlo con total desvergüenza y con un dominio tan simplista, que sería poco tratarlos de falsificadores. Casos similares se pueden rastrear desde nuestros tiempos a los del viejo Marx.

 

La principal diferencia de lo recién descrito con la actual tendencia de criticar al capitalismo —desde sectores que a priori son o fueron sus defensores y principales beneficiarios—, es que ya no se trata solo de una suerte de “tanatoestética”[15] o de desviar críticas reales al capitalismo, sino de ingenuos intentos de revelar una situación que es obvia para todas las capas sociales y de resolver malamente la misma. Desde mediados de los 90s[16] se ha extendido silenciosamente la desilusión de los liberales sobre lo que ha acabado siendo el liberalismo, mientras que el optimismo tecnológico que condujo a la creencia irreal en ciber-utopías de expansión económica sin límites y de un importante mejoramiento de las condiciones de vida del consumidor, devino rápidamente en la psicosis tecnofóbica que inspira temporadas completas de Black Mirror. Esta nueva crítica al Capital o lo que llamaremos “crítica desencantada” se limita a sólo comentar lo que ellxs reconocen como excesos del capitalismo, aspectos aislados, desentendidos del funcionamiento real la maquinaria capitalista, que ponen en riesgo paradójicamente a las falsas promesas de emancipación social con las que el capitalismo fue legitimado históricamente: libertad, democracia y progreso.

 

Los valores del liberalismo son su propia inversión ontológica, tras la vaciedad conceptual de la libertad y la igualdad se esconden celosamente las pretensiones totalitarias del proceso de valorización capitalista. Así mismo, el “dominio destructivo sobre la naturaleza”[17] por el capital y su proceso de perturbación global del metabolismo (Stoffwechsel) natural y social, comenzó a generar un rechazo importante en los mismos entusiastas del supuesto modelo neoliberal de crecimiento económico infinito, que no pudo mantener por más tiempo la negación y relativización de los efectos del capitaloceno en el planeta. Los vanos intentos de mitigarlos con “políticas ecologistas” de sustentabilidad ambiental resultan únicamente en la demostración de la incapacidad de los aparatos estatales y la economía de mercado por ofrecer una solución real, al igual que “cualquier otro programa constituyente de la política que busque modelos «alternativos» de producción antes que arrancarse de toda red de producción”[18]. Toda propuesta promocionada desde el interior de la máquina capitalista que no abandone o supere la infructífera ritualística política de la modernidad[19], se le asimila y somete una vez más a las lógicas reificadas del sistema productor de mercancías. El debate por el cambio climático, si bien lleva incorporado al repertorio liberal por varias décadas, ha sido imposible de desviar completamente hacia las críticas ecológicas al capitalismo aun al interior de sus propias filas[20], por el constante aceleramiento de la crisis climática de escala planetaria a causa del culto al crecimiento que se sostiene en la actividad económica neoextractivista actual y el inmanente “impulso ilimitado del capital hacia la valorización que destruye sus propias condiciones materiales”[21] y que hoy lo confronta con los límites de la naturaleza, que se evidencia dramáticamente en nuestro entorno, a través de la desertificación de nuestros bosques, el envenenamiento por microplásticos, la extinción masiva de especies, la condena de territorios a ser zonas de sacrificio, y el drástico cambio de las temperaturas. Mientras tanto, el creciente “desencantamiento” que provoca la despiadada subsunción sobre la naturaleza que amenaza no solo la permanencia humana sobre la tierra, sino que la de todos los organismos, toma la forma de una nueva subjetividad, un genuino pavor a la inconmensurabilidad de la devastación ecológica simultáneamente a su aparente inminencia. Esta nueva tendencia a la desilusión evidencia no sólo el grado de descomposición capitalista y el nivel en la estratificación de clases que alcanza la explotación, sino también las tácticas de supervivencia del capital en el contexto de su automutilamiento, y los bosquejos de su oposición efectiva.

 

La crítica desencantada tiene mucho de la “autocrítica” a la que ha estado acostumbrado el capitalismo durante estos siglos, la paradójica situación en la que el único que es permitido comentar acerca de las órdenes del Capital, es el emisor mismo de estas órdenes o quién las encarne. Varias de las críticas históricas hacia el “modelo de producción capitalista”, el Estado y las estructuras de poder, se tratan más bien de un “examen minucioso de sus puntos débiles”, con la intención de fortalecerlos “bajo una nueva forma objetivada[22], perfeccionada milimétricamente. Estas críticas al capitalismo, aunque algunas de suma complejidad y esmero, se enfocan solamente en su perfeccionamiento y modernización. La superación de estos aspectos anticuados y poco eficaces que se interponían en el movimiento de valorización del capital, ha sido la manifestación del ensanchamiento de sus propios límites, y constituye el espíritu modernizador capitalista, “su impulso desenfrenado y desmesurado de pasar por encima de sus propias barreras”[23] y superarse incesantemente a condición del devastamiento de los ecosistemas, el enfrentamiento de la lógica del Capital a los límites planetarios. Lo que diferencia la actual tendencia hacia el desencanto de la tradicional autocrítica capitalista, es por una parte en el “desbordamiento” del capital de su control sobre la infosfera y los discursos contraculturales que por él se esparcen. La “crítica desencantada” es en cierta forma la crítica permitida por el Capital, al serle obligado reconocer su estado de descomposición, fuerza la asimilación por los receptores de un “discurso oficial”, que evidencia sólo los aspectos superficiales de su estado y obvia completamente la dimensión que alcanza su crisis, pero al mismo tiempo resulta ser la genuina respuesta de quienes dan cuenta de la condición del capitalismo, un intento desesperado y hasta inconsciente por mantenerlo en pie pero atenuando sus aspectos más devastadores sobre la naturaleza, la humanidad y sus valores, ante la imposibilidad de fantasear acerca de una realidad distinta al presente. Es en este intento donde se marca otra diferencia que hace a la actual tendencia, demostración en sí misma de las contradicciones inmanentes al Capital y las dramáticas dimensiones de su crisis, “en cuanto resultado propio del despliegue del capital en donde se expresan sus contradicciones”[24]. A diferencia de las formas que tomó la crítica durante el periodo de la modernidad, los actuales intentos por mantenerse en pie son vanos, ya no existe margen para su perfeccionamiento ni de ser estabilizado por ningún modelo de gobernanza ni administración. Debemos ocuparnos de analizar estos últimos intentos —aunque resulten infructuosos— por detener la caída libre del capitalismo o bien hacer de su aterrizaje lo más elegante posible.

 

 

Guía de supervivencia capitalista: tecno-liberalismo mitigado.

 

El concepto acuñado por Shoshana Zuboff, “surveillance capitalism” no sería más que la respuesta evolutiva del Capital que vino a enterrar sus esperanzas puestas sobre los beneficios que le traería las virtudes del desarrollo de la técnica al capitalismo. Aquella vieja optimista de la “cuarta revolución industrial”, viene siendo ejemplo de una crítica desencantada hacia un aspecto aislado del capitalismo que se toma como general, que a su consideración termina por colocar en riesgo la democracia y sus valores. Zuboff insiste a lo largo de su obra en la conquista de la privacidad por la economía digital[25] que inició en el nuevo milenio, y se tradujo en la manipulación y diseño del comportamiento del consumidor por medio de la extracción y recopilación de datos para su uso en anuncios personalizados. Este capitalismo de vigilancia, al que gradualmente tendió la obra de Zuboff en medida que daba cuenta de su desencanto, corresponde a la personificación de los rasgos que reconoce opuestos y amenazantes al deseado paso evolutivo orientado al beneficio de los consumidores, del que creía inminente para el capitalismo de mediados de la década de los 90s. Sus esfuerzos por demostrar una nueva fase o evolución del modelo capitalista, desentendido de las anteriores, resulta en un intento por separar al capitalismo puro de su variante actual, más que en una crítica al modelo capitalista per se. Los aspectos que agrupa y que dan nombre a su popularizado término, para el que elabora en sus más recientes obras, una serie de conceptos que le sostienen y que son empleados dentro de un modelo analítico chandleriano para someter a una crítica superficial y limitada —desde el mismo empleo de un marco heredado de las teorías capitalistas de Alfred Chandler— la imposición del capitalismo de vigilancia y su ruptura con las formas capitalistas precedentes. Siguiendo una narrativa histórica del capitalismo, donde éste es impulsado por la búsqueda de la eficiencia e innovación[26], de los que el capitalismo de vigilancia se distancia y convierte en imperativos a seguir, aquellos excesos del capitalismo que deben de ser “moderados” como único método de salvaguardar la democracia.[27] Zuboff no representa una crítica al sistema productor de mercancías, sino a una etiqueta en la que reúne aisladamente el cuadro sintomático de una enfermedad degenerativa en su etapa final, que confunde ingenuamente con un resfriado común. La defensa de una variante ficticia y “moderada” del capitalismo[28], es el último esfuerzo por la supervivencia de un modelo que se reconoce amenazado por los que fueron sus mismos medios de auto-preservación.[29]

 

La “moderación” es el conducto común entre quienes plantean una crítica desencantada al capitalismo —desde las filas de este mismo—, los excesos del capitalismo —y del liberalismo por otro lado— les obliga a reconocerles en una crítica que plantea no una oposición, sino más bien su última defensa. El re-aparecido Francis Fukuyama aboga en su obra más reciente, por el recobro de la moderación, frente al exceso o desmesura (hybris). En tanto la reacción antiliberal y la “recesión democrática” en la que ha estado sumido el mundo, serían a causa de dos extremos reconocibles en el liberalismo, en cuanto a su comprendimiento del papel del individuo. Así el desencanto —hacia sus en principio defensores—, sería por dos vertientes extremas —y opuestas—, más no el liberalismo en tanto tal. La defensa de Fukuyama es mucho más obvia que la que puede reconocerse en Zuboff u otros autores —aún cuando posean mismas intenciones—, al definir como camino para la mantención del status quo, la defensa y retorno a una supuesta vertiente pura y originaria del liberalismo.

 

El recobro de la moderación es la base del consenso entre los grupos políticos, la ciudadanía y el empresariado, como el método de gobernanza más eficaz para la administración y mantención artificial del cadáver-Capital. Esta creencia, aunque en suma ingenua, resulta en la “clave de [su] supervivencia”[30], aunque no la única. De esta manera, resulta normal observar esta tendencia en las estrategias de administración aparentemente más progresistas, de los recientes gobiernos de izquierda y centro-izquierda de la región, así como el vuelco de estos gobiernos hacia la revalidación de acontecimientos y figuras controvertidas que fueron de gran importancia para la modernización del modelo capitalista en Sudamérica durante el “retorno a la democracia”. La idolatría ciega al aparato moderno de dominación democrático nubla sus evidentes males, los que son desvinculados de la democracia y sus representantes para ser atribuidos a un periodo pre-democrático de terror y a la permanencia de sus continuadores en puestos de poder. La respuesta en boca de los gobiernos progresistas para hacer frente a las desmesuras del capitalismo, es la democratización del sistema capitalista, que no es más que la mitigación superficial de sus males y el reemplazo de las élites económicas por populistas funcionales a la conciencia-fetiche del «Estado del trabajo»[31] y sus aparatos represivos. Las “lágrimas de cocodrilo del humanitarismo policial democrático”[32] se vierten sobre cuerpos anónimos habituados a la miseria y el hambre que son perseguidos y exterminados por los gobiernos del culto a la moderación y la democracia, que se vuelven indistintos de sus aparentes antagónicos.

 

“¿Quién puede mantener y gestionar la miseria, y la desterritorialización-reterritorialización de las poblaciones marginales, salvo unas policías y unos ejércitos poderosos que coexisten con las democracias? ¿Qué socialdemocracia no ha dado la orden de disparar cuando la miseria sale de su territorio o gueto?”[33]

 

 

Canto a la muerte: el desbordamiento del tiempo.

 

¡Muerte en nosotros reinas; a ti van nuestras quejas!

William Wordstow, 1807

 

¿Qué ocurre cuando se lleva el desencanto a las formas modernas del       Capital hasta sus últimas consecuencias? ¿Qué estéticas surgen de la oposición irreconciliable con el presente? La teoría cultural se ha centrado desde comienzos de la década de los noventa[34] al estudio del fenómeno del enlentecimiento de la cultura, que ha tenido como síntoma inmediato la generalización gradual e incesante hacia la nostalgia. La irreconciabilidad con el presente ha derivado en un divorcio, no solo con las formas y técnicas más actualizadas del capital, sino con la democracia liberal. A la incapacidad de adaptación simultánea a los acelerados ritmos y formas cambiantes del Capital, con el tiempo oníricamente suspendido en un presente amenazante, le suceden no únicamente el retorno a formas anticuadas de capitalismo —véase uno militarista, patriarcal, autoritario y monárquico o hasta de relaciones feudales retornadas[35]—, sino también al aumento en la presencia de formas de aniquilación (Vernichtung) arraigadas en el carácter de la sociedad. Si bien la muerte ha acompañado a la humanidad desde sus albores, las recientes olas de violencia de alcance mediático pueden ser consideradas un producto nuevo en la forma en que se ha dado en nuestro presente y que la distingue de sus precedentes. En los años sesenta, Erich Fromm, en su obra “Anatomía de la destructividad humana”, reconoce a pasiones “no sexuales” como el sadismo y la necrofilia, como tendencias agresivas y destructivas de la psique humana que tienden a su manifestación exterior contra uno mismo y/o al resto, que suelen “impregnar los asuntos cotidianos de los entornos muy puritanos y fuertemente jerarquizados”, como lugares de trabajo y estudio.[36]

 

Si Zuboff y Fukuyama representaban la crítica del liberalismo hacia sí mismo, vistos amenazados sus principios por sus excesos, la “crítica necrofílica” trata del anhelo nostálgico por épocas extraordinarias de licencia sexual, de violentas escenas orgiásticas de hipermasculinidad no reprimidas[37], a las que les es imposible volver a acceder de la forma en que alguna vez lo hicieron. La crítica necrofílica corresponde sobre todo a una pérdida de la potencia erótico-social. La energía juvenil de la que se gozaba es suprimida por la hiperestimulación semiótica, incapaz de procesar los flujos informativos de la red, el cuerpo orgánico se encuentra cansado y deprimido, sumiso al acelerado ritmo de la infosfera y los automatismos financieros, que terminan resultando en una impotencia político-sexual para actuar sobre sus propias vidas y las áreas que la moldean. “Las posibilidades inscriptas en la vida social y el conocimiento no encuentran hoy una concatenación política, y las pasiones tristes obnubilan lo posible”.[38] Nuestro necrofílico sigue siendo propio de una pasión asexuada, aunque a diferencia del de Fromm, le fue forzado el ser extirpado de su cuerpo erótico, la pérdida de sus atributos sexuales se manifiesta en una desenfrenada epidemia de locura social y muerte.

 

Un aspecto de esta reacción crítica al capitalismo es una defensa violenta de la tradición y los rituales, que ocurre no tanto por la sensación de amenaza hacia conceptos como la patria, la familia o la propiedad —como sí ocurre con los liberales desencantados y la amenaza a los valores democráticos por los excesos del capitalismo—, sino en la búsqueda de un “lugar” en el tiempo-espacio que sirva de refugio —ya sean lógicas identitarias o la evasión del tiempo en artefactos estéticos anticuados que imitan un “hogar” y época perdida en la historia— que escape del agobio de encontrarse en un entorno abyecto e irreconocible. La desorientadora sensación de vivir situados en ningún tiempo ni lugar.[39] La sensibilidad del necrófilo frente al mundo puede asimilarse a la definición de Bifo Berardi del rostro subjetivo de la locura postmoderna, como aquel: […]sentimiento doloroso de que las cosas huyen, ese sentirnos desbordados por la velocidad, el ruido y la violencia, la ansiedad, el pánico, el caos mental[40].

 

La “crítica necrofílica” no es tanto la oposición más conservadora, social y políticamente, al capitalismo tardío —aún cuando contenga componentes que puedan afirmarlo—, sino una reacción autodestructiva y desesperada por revertir un presente anómalo, donde el capitalismo se demuestra absoluto. Si los liberales desencantados responden con un recobro de la moderación y a la “administración sensata de los tiempos presentes”, la “crítica necrofílica” se retrotrae a formas anticuadas y nostálgicas, que fuerza a reaparecer distorsionadas, desprovistas de su tiempo. Las formas resucitadas, lo son únicamente en cuanto su “corpóreo inerte”, su naturaleza inestable transfigura el presente, alterando nuestra relación con el tiempo y espacio. La acciones del necrófilo —su persistencia en lo pútrido y en provocar su retorno — son incitadas por una pasión de destructividad ilimitada e inhumana, que acelera los mecanismos de extinción del Capital, es ahí donde se halla el carácter necrófilo por excelencia, no tanto por un enfermizo “amor a la muerte”, sino en provocarla. Lo que supone a su vez una fijación fetichista hacia los medios por los que se ejerce ese poder de matar[41], como a la aversión hacia la humanidad y la glorificación exacerbada de la guerra; la máquina; el militarismo; el patriotismo; el individuo; o el desprecio a la mujer y a todo lo no masculino/que no responde ni se subordina al régimen tradicional sexo-género.[42]

 

Ya sea que se trate del sujeto necrófilo o sádico —continuando con la terminología de Fromm—, no puede reconocerse propio de una forma de manifestación en específico. Más bien la crítica necrofílica corresponde a un conjunto de discursos reaccionarios que están presentes en diversos grupos de la sociedad, indistintamente de su posición política, pero encaminados por una misma pasión de destructividad y/o poder. La crítica necrofílica puede ser comprendida como una respuesta en extremo violenta y autodestructiva, de la que su despliegue de políticas de muerte en pequeña y gran escala, aceleran y agudizan el proceso actual de descomposición del sistema productor de mercancías y sus mecanismo de extinción sobre la tierra y sus organismos. La crítica necrofílica no debe de ser definida únicamente como un retorno del fascismo, sino que el conducto que une este aparente regreso con estrategias de gobernanza, ejercicio de políticas y movimientos filosóficos no necesariamente cercanos a sus formas históricas o derivados de la modernidad. Sus nuevas formas coexisten con la democracia, al interior de sus “instituciones”, las viejas oposiciones con la democracia liberal son disueltas, marcando discontinuidades con el viejo fascismo. El agotamiento del clásico aparato de dominación democrático, lleva a su asimilación con ciertas formas nuevas e históricas del fascismo, así como entre el Estado de derecho y del Estado policial, de la norma y de la excepción, a la cual las poblaciones globalizadas están sometidas dentro de la lógica de una pacificación infinita que implica un intercambio desigual entre todos estos conceptos.[43] Pero antes de dar por hecho su regreso, habremos de hablar sobre aquellas pasiones, que glorifican “[…] todo lo muerto, decadente y puramente mecánico[44], que se encuentran “radicadas en el carácter de la humanidad” y son influidas por un entorno tecnológico moldeado por la actividad capitalista que ha alterado radicalmente las condiciones de la actividad mental y la interacción entre los cuerpos. Lo que podemos dar por cierto, es que donde se halle el violento despliegue de la muerte, de la desaparición forzada, del suicidio, la esclavitud y destrucción del mundo natural, se da cuenta de la arrogante ausencia del alma humana.[45]

 

La variante más mediática de manifestación de la muerte a gran escala son los casos de terrorismo suicida y masacres escolares; una suerte de sintesis entre el asesinato y el suicidio escenificados. Estas formas de agresión indiscriminada hacia el otro y uno mismo, no poseen planificación y cuidado más que en la decisión del acto mismo y los medios con los que realizarlo —primando la potencia y escala de muerte a provocar, sobre otros factores—, obviando completamente lo que ocurre posterior a la perpetración del acto. En la figura del “asesino suicida” se disuelven las diferencias culturales y etarias entre el “blanco civilizado” racista e impotente sexual de Fanon, el terrorista suicida de oriente-medio y el estudiante japones reprimido de clase media. El fenómeno de los asesinatos y suicidios masivos, no es propio de una sola ubicación geográfica o cultura, sino que se generaliza como la pulsión de muerte de la subjetividad capitalista posmoderna. La decadencia capitalista dibuja un paisaje de horror y muerte, donde los cuerpos que se sumergen en el anonimato de una “pérdida de sí mismo”, perciben idéntica la autoafirmación del ser con su autodestrucción[46]. “El suicidio parece ser, con mayor frecuencia, la única línea de fuga de la humillación, de la miseria urbana y de la precariedad”.[47]

 

 

Las vastas manifestaciones del necropoder.

 

El poder de dar muerte y los medios por los que provocarla —ya sea directa o indirectamente— fueron facilitados y ampliados en su escala por el avance tecnológico, la idolatría a la técnica que acelerando procesos entrópicos puestos en marcha desde la génesis del Capital, imposibilita asumir cognitiva y moralmente la catástrofe humana que ha significado el perverso del dominio Capital sobre el mundo tecnificado. El desarrollo bélico de la técnica, no solo ha beneficiado a la industria militar, en cuanto a la ilimitada potencia y complejidad de su armamento, sino en la invención y desarrollo de dispositivos no pensados originalmente para su uso en juegos de guerra, pero reorientadas para uso militar —sea de forma oficial o no—, como en el caso de las plataformas digitales y medios de comunicación. El papel que juegan estas tecnologías en las políticas de muerte a gran escala —como la creación de sofisticados campos de refugiados y lugares de reagrupamiento forzoso tanto formales como extralegales—, dependen en gran medida, de su complementación con estrategias de gobernanza neoliberal. La asimilación entre aparatos burocráticos legal-administrativos, con la implementación de tecnologías digitales y la privatización de la industria militar, resultan en la sistematización y automatización de la muerte. Las nuevas tecnologías de las políticas de muerte, especialmente en torno a los juegos de guerra[48] de las potencias económicas sobre el Sur Global, excluyen la intervención humana directa en los procesos de dar muerte, reduciendo la ejecución a un procedimiento puramente técnico, impersonal, silencioso y rápido.[49] [50] Nada más que la continuación lógica luego de las catástrofes de Auschwitz, Hiroshima/Nagasaki y Chernobyl —estaciones previas que nos encaminan hacia el “fin”— donde la humanidad demostró en su grado más monstruoso la posibilidades de destrucción masiva contenidas en la ecuación violencia-poder (Gewalt) que han acompañado la supremacía del aparato técnico sobre el hombre, de la creación sobre su creador.

 

Mientras, la privatización de la industria militar, en conjunto a la descomposición del aparato burocrático en distintas regiones, resultó en el reemplazo gradual del monopolio del Estado en el legítimo uso de la violencia, pasando a ocuparse parcialmente por compañías de seguridad privada y milicias irregulares proveídas por carteles de droga asentados en ciertos territorios. El crimen organizado se convierte en un actor político clave, en un contexto de inestabilidad económica, donde el aparato burocrático y las fuerzas del orden son incapaces de ocuparse de sus funciones. El papel de las mafias se entreteje con el del Estado, difuminando las fronteras entre las funciones del Estado y del narcotráfico, estableciendo verdaderos narco-Estados, donde “las necesidades de la población civil se ven atendidas gracias a la creación de escuelas, hospitales, infraestructuras, […] patrocinadas por el narcotráfico.”[51] La reivindicación de estos nuevos actores propone un proceso de legitimación de la violencia privada, que devela su naturaleza y la relación de esta con los procesos de valorización capitalista y el desbordamiento de las pasiones de destructividad humanas. El derramamiento de sangre injustificado, las persecuciones y las guerras en todas sus formas —social, civil, de conquista, colonial o endocolonial y poscoloniales— son simultáneamente una “herramienta de necroempoderamiento”[52], que resulta parte fundamental de la economía capitalista, como también un fin en sí mismo, que nos encamina como mundo ad portas del abismo.

 

 

Danza macabra sobre luces de neón: máquinas gore.

 

«La Muerte, severa, los invita a danzar. Van cogidos de las manos haciendo una larga cadena y empieza la danza. Delante va la misma Muerte con su guadaña y su reloj de arena.(…) Ya marchan todos, hacia la oscuridad, en una extraña danza. Ya marchan huyendo del amanecer, mientras la lluvia lava sus rostros, surcados por la sal de las lágrimas.»

Det sjunde inseglet, Ingmar Bergman, 1957.

La inmediatez del fin que toca nuestra puerta con insistencia debe de comprenderse bajo los términos propuestos por Günther Anders: “en los cementerios donde yaceremos nosotros nadie llorará; porque los muertos no pueden llorar a los muertos.”[53] La incapacidad de imaginar un fin que nos involucra a todxs es en buena parte producto de la asincronía entre el ser humano y su mundo tecnificado, la soberanía de la técnica sobre la humanidad no se detiene en la sola obsolescencia humana, sino que, modifica la relación del “hombre” con el mundo, erosionando lentamente las huellas de [su] entendimiento empático[54]. A la humanidad le es oscurecida la conciencia sobre la propia muerte y la del otro, incapaces de dimensionar la gravedad de los monstruos que hoy pueblan la tierra y que amenazan por ponerle fin, tampoco no sabrá ver cuando este les derribe la puerta. La imposibilidad vigente del futuro choca abruptamente con la fantasía de progreso ininterrumpido de la modernidad. Aquellas pasiones de destructividad que se alojan en el carácter de la sociedad, se nutren de la decepción con el presente, el fracaso en el que se vieron sumidos los entusiastas de las cyber-utopías de los tempranos 90s tuvo una repercusión tan grande, que terminó por enterrar el proyecto de la modernidad. El desvanecimiento de las irreales expectativas del progreso tecno-capitalista no dio tiempo a sus fervientes defensores a celebrar su triunfo sobre el bloque competidor. Acabada la modernidad, el Capitalismo daba un paso ulterior hacia el ocaso de la sociedad mundial de la mercancía a la par que la totalidad del mundo se encaminaba hacia una macabra danza de miseria y muerte. “El pasado mañana no era para nosotros ya ningún futuro”[55].

 

La relación entre las pasiones destructivas y el desarrollo de la técnica van más allá de su mero potencial de aniquilación —si es que llegasen a caer en manos de algún sádico-suicida decidido a acabar con la humanidad—, sino en la posibilidad latente dentro del aparato técnico de ser activado sin la voluntad humana, hablamos de la técnica ya no como medio o herramienta a disposición del “hombre”, sino como matriz modeladora del “mundo” en tanto tecnificación de este o como máquina planetaria. El sujeto humano y por tanto sus tendencias destructivas —ya sean en sus versiones sádicas o necrófilas— son  producto parcial de nuestro entorno sensible, donde la comunidad es dispersada en una multitud de cuerpos anónimos deshumanizados producidos en masa, atomizados en finas partículas paranoicas[56], a quiénes el mundo se les presenta en tanto que pseudo mundo aparte, objeto de pura contemplación[57], a medias presente y ausente, o sea, como un fantasma[58].

 

“Parece existir una ley singular del devenir del pensamiento humano según la cual toda invención, ética, técnica, científica, que es primero un medio de liberación y de redescubrimiento del hombre, se convierte, a través de la evolución histórica, en un instrumento que se vuelve contra su propio fin y que convierte en servil al hombre, limitándolo”.

Gilbert Simondon, «El modo de existencia de los objetos técnicos», 1958.

 

 

 

 

 

 

 

 Bibliografía

 

[1] Tiqqun, “Y bien, ¡la guerra!” 1999

Fuente: https://tiqqunim.blogspot.com/2013/01/guerra.html

[2] Franco «Bifo» Berardi, Después del futuro. Desde el futurismo al cyberpunk. El agotamiento de la modernidad, Madrid, Ed. Enclave de Libros, 2014.

[3] La negación del nuevo gobierno a los pilares de su programa en razón, de la adaptación de las políticas gubernamentales a una presunta inestabilidad a escala mundial (las tesis menos aventuradas culpan a la guerra de Ucrania) que amenaza las economías, así como el contexto inmediato posterior a la derrota electoral del plebiscito,  a la minoría al interior del congreso o la seguridad social. Resultan argumentos para la renuncia a las promesas de cambios estructurales (y otras inmediatas), para centrar sus esfuerzos en resolver la situación en la que se está actualmente, aun si eso significará en contradicciones con el programa político, en el apoyo a controvertidos acuerdos comerciales (TPP 11) y a políticas represivas.

[4] El estudio de la “esencia entrópica” capitalista, reconocida inicialmente por Marx, véanse: Karl Marx, Grundrisse; Elementos fundamentales para la crítica de la economía política, 1939. Y Karl Marx, Das Kapital, 1863. Serían continuados y apoyados por economistas no precisamente marxistas, que con planteamientos que derivan explícitamente de las obras señaladas, analizaron el estado y conductas del Capital en su tiempo, como pueden ser Joseph Alois Schumpeter, Capitalismo, Socialismo y Democracia, 1942. Y de forma más reciente: Nouriel Roubini, The Instability of Inequality [La inestabilidad de la inequidad], 2011. “[…] el capitalismo desregulado puede llevar a episodios regulares de sobrecapacidad e infraconsumo, y a la recurrencia de crisis financieras destructivas, alimentadas por burbujas de crédito y auges y ocasos de los precios de los activos”.

[5] Gérard Bensussan et Georges Labica, Dictionnaire critique du marxisme, éd., refondue et augmentée, 1985. Si la crisis hace referencia a la “fase aguda de un proceso que decide la cura, muerte o la sobrevivencia”, la perpetuidad de esta fase implica el espacio conector entre muerte y supervivencia en el que habita el capitalismo, inclinándose periódicamente por una u otra. El control relativo del capitalismo sobre este espacio es lo que se manifiesta como nuestro presente.

[6] Omar Acha [et.al.], La soledad de Marx: estudios filosóficos sobre los Grundrisse, Teoría del Mercado Mundial en los Grundrisse, Ed. RAGIF, 2019, p. 57.

[7] Saito Kohei, Ibíd, p. 32.

[8] Mark Fisher, Realismo capitalista. ¿No hay alternativa?, Buenos Aires, Caja Negra, 2016.

[9] Éric Alliez et Maurizio Lazzarato, Guerras y Capital: una contrahistoria, Ed. Tinta de limón, 2021, p. 18.

[10] Jacques Camatte, La révolte des étudiants Italiens: un autre moment de la crise de la représentation en Invariance Série III # 5-6, 1980.

[11] Mark Downham, “Cyberpunk”, Vague 21, 1988, p. 42.

[12] Tiqqun, Y bien, ¡la guerra!, 1999.

Fuente: https://tiqqunim.blogspot.com/2013/01/guerra.html

[13] Las pasiones tristes, Francois Dubet, ed. siglo xxi, 2020.

[14] Adorno caracteriza lo kitsch como aquello que fue bello en “otros tiempos”, supone una huida del mundo real hacia el cliché o la parodia, que “[…]nunca toma directamente sus vocablos de la realidad del mundo”, sino una versión prefabricada y estereotipada de este. Lo kitsch tiene la función social de engañar a la gente “[…]sobre su verdadera situación. Transfigurar  su existencia hacer que metas que son gratas a cualesquiera poderes se les aparezcan con un resplandor de cuento de hadas”. Hermann Broch, Kitsch, vanguardia y el arte por el arte. Barcelona: Tusquets, 1970. Theodor Adorno, Escritos musicales V. Obra completa, Madrid: ed.Akal. 2011.

[15] Nos referimos a aquel conjunto de actividades practicadas sobre un cadáver reciente para mejorar su aspecto y ser expuesto ante los familiares durante la velación.

[16] Los “milagros económicos” que tuvieron lugar entre acabada la década de los 80s y principios de los 90s en los países —principal pero no exclusivamente del sur global— que superaban su fase pre-democrática e imitaban con optimismo el modelo estadounidense fueron el momento en el que simultáneamente iniciaban y se aceleraban distintos procesos de descomposición del capitalismo interrelacionados, tanto en su plano interior, en la forma de su desencanto y exterior en tanto el aceleramiento de los procesos de extinción planetaria, argumento del que para sostenerlo basta mencionar que la mitad de todo el consumo de combustibles fósiles de la historia de la humanidad se ha realizado a partir de 1990. Véase Barry Saxifrage “Fossil fuel burning leaps to new record, crushing clean energy and climate efforts”, National Observer; 31 de julio de 2019.

[17] Robert Kurz, Razón Sangrienta: 20 Tesis contra la presunta Ilustración y los “valores occidentales”, Ed. papel calco, 2018.

[18] Consejo Nocturno, Un habitar más fuerte que la metrópolis, [pepitas ed.], 2018, p.1.1

[19] Los bagajes aun en boca de ingenuos de las estructuras, banderas, técnicas y estética de las revoluciones de la modernidad.

[20] La figura del “desencantado” se asimila en cierta medida a la del “arrepentido”, referida usualmente a aquellxs empleadores, trabajadorxs, gerentes y estratos medios que formaban parte de empresas, aparatos e instituciones contaminantes, de vigilancia o paramilitares, que en un cargo de conciencia por las actividades realizadas y la responsabilidad que les correspondía por sus cargos, deciden convertirse en informantes y/o activistas que revelan los detalles de estas actividades al público. Si bien ambos sujetos son similares y confieren importancia a la conciencia, el sujeto arrepentido no es siempre un sujeto desencantado, bajo los términos en los que es definido en este texto, aún cuando en ciertos casos pueda llegar a serlo. Sobre todo, porque sus funciones  e intenciones hacia el capitalismo pueden variar y distanciarse, independiente de que les origine una cuestión común.

[21] Saito Kohei, La naturaleza contra el capital, Ed. Bellaterra, 2022, p. 32.

[22] Robert Kurz, Ibíd.

[23] Karl Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política. Borrador 1857-1858, Volumen 1, Ed. Siglo Veintiuno, 2009.

[24] Omar Acha [et.al.], La soledad de Marx: estudios filosóficos sobre los Grundrisse, Teoría del Mercado Mundial en los Grundrisse, , Ed. RAGIF, 2019, p. 127.

[25] “A modo de definición preliminar podemos decir que con economía digital, nos referimos a aquellos negocios que dependen cada vez más de la tecnología de información, datos e Internet para sus modelos de negocios. Esta es un área que atraviesa los sectores tradicionales —incluyendo el sector manufacturero, servicios, transporte, minería y telecomunicaciones—, y de hecho hoy se está volviendo esencial para gran parte de la economía.” Nick Srnicek, Capitalismo de Plataformas, Buenos Aires, Ed. Caja Negra, 2018.

[26] Véase: Evgeny Morozov, Los nuevos ropajes del capitalismo, 2019.

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/tecnologia/los-nuevos-ropajes-del-capitalismo-parte-i

[27] Tomando como ejemplo la infraestructura tecnológica de compañías como Google y Facebook, como sus mecanismos ocultos de extracción de datos, que terminan en su uso para el control y predicción del comportamiento de sus usuarios, Zuboff además crítica la comercialización de esta información a aparatos de seguridad del Estado. Lo que evidencia no solo la vigilancia constante de la población por sus gobiernos, sino que la vigilancia ocurre más allá de las fronteras del Estado-nación.

[28] En el caso de Zuboff, apunta su moderación a través de la creación de nuevas leyes e instituciones que respalden la libertad de expresión, el derecho a la intimidad en internet y la aplicación sanciones contra las empresas y los Estados por el incumplimiento al derecho de privacidad y a no ser vigilado.

[29] Karl Marx, Grundrisse; Elementos fundamentales para la crítica de la economía política, 1939.

[30] “Recobrar un sentido de la moderación, tanto individual como colectiva, es por ello la clave del renacimiento —en realidad de la supervivencia— del liberalismo en sí mismo.” Francis Fukuyama, El liberalismo y sus desencantados, Ed. Deusto, 2022.

[31] Grupo Krisis, Manifiesto contra el trabajo, ed. Virus, 2018.

[32] Robert Kurz, Ibíd.

[33] Deleuze y Guattari, ¿Qué es la filosofía?, ed. Anagrama, 2006.

[34]  Ver Frederic Jameson, El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado, ed. Paidós, 1989.

[35] Cedric Durand, Tecno-Feudalismo, crítica de la economía digital, 2021. El retorno de figuras centrales del feudalismo, como la dependencia y la conquista de territorios por señores feudales que compiten entre sí, en los tiempos tecno digitales nos remiten a una supuesta superación del modelo capitalista como se ha entendido, para pasar un tecno-feudalismo digital no mucho mejor.

[36]  David Graeber, Trabajos de mierda, Ed. Ariel, 2018.

[37] Frantz Fanon, Piel negra, máscaras blancas, ed. Falansterio, 2016, p. 147. El hombre blanco civilizado según Fanon, proyecta en el negro su temor a lo biológico, lo sexual, del cual el blanco carece. El peligro de un dimensión sexual a la que no puede acceder y el negro en su sola existencia la representa. Así el primero conserva irracionalmente esa nostalgia por la potencia sexual perdida.

[38] Bifo Berardi, Futurabilidad: La era de la impotencia y el horizonte de la posibilidad, ed. Caja Negra, 2019, p. 19.

[39] Marc Augé, Los no lugares: espacios del anonimato. Una antropología de la sobremodernidad, Gedisa, 1993. La percepción de desorientación frente a un entorno ajeno, del que es imposible reconocer específicamente donde se está, es propia del concepto de no-lugar de Augé. Zonas genéricas sin identidad, ni atributos destacables pensadas para ser “espacios de paso” —ya que sus dimensiones, formas y ambiente imposibilitan lo contrario—, donde no sucede nada y bien pueden estar situadas en cualquier tiempo y lugar, sin haber ningún signo que identifique su ubicación (bien se puede estar en Italia, EEUU o Chile, pero no habrá diferencia en nuestra relación reificada con el espacio y los cuerpos anónimos que están de paso junto a nosotros). Se trata, por ejemplo, de grandes cadenas de café como Starbucks, estaciones de metro o estaciones de servicio repartidas en la carretera.

[40] Bifo Berardi, Ibíd, p.34.

[41] Achille Mbembe, Necropolítica, Ed. Melusina, 2011. Nos referimos a las “formas contemporáneas de subyugación de la vida al poder de la muerte”, del que hace Mbembe el locus postcolonial.

[42] Filippo Tommaso Marinetti, Manifiesto Futurista, 1909. El odio hacia el “amor tiránico”, los sentimientos y la fragilidad que entorpecen la marcha del hombre y le impide salir de sí mismo, se resumen en el desprecio a  la mujer y lo que representa su figura, la que reconocen como un ser inferior en cuerpo y espíritu, que no puede nunca ser más que un mediocre sujeto legislable. La misoginia, el odio a la “vida carnal” y la exaltación del hombre a categorías idílicas son características comunes que acompañan a los sujetos necrófilos y sádicos asexuales que defienden con fervor el poder de dar muerte, imbuidos en un sentimiento patriarcal.

[43] Éric Alliez et Maurizio Lazzarato, Ibíd, p. 14.

[44] Erich Fromm, Anatomía de la destructividad humana, editorial siglo xxi, 1973.

[45] Pier Paolo Passolini, La rabbia, 1963.

[46] Robert Kurz, La pulsión de muerte de la competencia. Asesinos furiosos y suicidas como sujetos de la crisis, Pimienta Negra, 2002.

[47] Franco Bifo Berardi, Respirare: caos y poesía, Ed. Prometeo libros, 2020.

[48] La asimilación del culto de la guerra al de la técnica, fue adelantado por los futuristas y la exaltación de las propiedades de la máquina, de la humillante calidad con la que fueron fabricadas, de su velocidad y potencia casi divinas, en contraste a los cuerpos orgánicos, que se reconocen como simples, groseros u obsoletos. La insoportable sensación de inferioridad frente al producto fabricado, así como la envidia de sus capacidades impulsarían esas pasiones del hombre que lo tienen hoy frente a este precipicio de infamia y muerte.

[49] Achille Mbembe, Ídem.

[50] Así mismo, las nuevas guerras del capital (tanto dentro como fuera de las fronteras del estado-nación), son encaradas como si fueran “un vasto proyecto de ingeniería cuyos procesos esenciales son precisamente calculados como la fuerza requerida como un tensor de dique o un puente.” Las guerras son un proceso técnico, que forma parte y es extensión de los procesos económicos capitalistas por otros medios. La guerra es la forma más elevada que adquiere el derecho soberano de matar, así como la fuerza constitutiva del capital y por la que establece su soberanía. Barry Watts, The Foundations of US Air Doctrine, Maxwell Air Force Base, 1984; Achille Mbembe, Necropolítica, Ed. Melusina; Maurizio Lazzarato, Éric Alliez, Guerra y Capital: Una contrahistoria, Ed. Traficante de sueños, 2022.

[51] Sayak Valencia, Capitalismo gore, Ed. Melusina, 2010, p. 35.

[52] Sayak Valencia, Ibíd, p. 205 “Denominamos necroempoderamiento a los procesos que transforman contextos y/o situaciones de vulnerabilidad y/o subalternidad en posibilidad de acción y autopoder, pero que los reconfiguran desde prácticas distópicas y autoafirmación perversa lograda por medio de prácticas violentas”.

[53] Fuente: https://rebelion.org/estado-de-excepcion-y-defensa-legitima/

[54] Bifo Berardi, La fenomenología del fin, Ed. Caja Negra, 2017, p.24.

[55] Günther Anders, La obsolescencia del hombre (Vol. 1): sobre el alma en la época de la segunda revolución industrial, Editorial Pre-Textos. 2011, p..270.

[56] Comité Invisible, La insurrección que viene, [pepitas ed.], 2020, p.15.

[57] Guy Debord, La Sociedad del Espectáculo, 1967.

[58] Günther Anders, La obsolescencia del hombre, Ibid, p.118

Autor: colapsoydesvio

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