Revueltas sin Revolución

Revueltas sin Revolución.

Por: Adrian Wohlleben.


Originalmente publicado en Ill Will el 14 de noviembre de 2025. [Disponible en inglés en aquí]. Traducción al español por Amapola Fuentes para Colapso y Desvío.

NT: El siguiente artículo se basa en una charla pública impartida el 3 de octubre de 2025 en Montreal, Quebec. Sirvió como evento inaugural de Octobre, un ciclo de un mes de duración dedicado a discutir las perspectivas de la revolución en nuestro presente.

I. La era de las revueltas no ha terminado.

Quienes busquen una ciencia revolucionaria del presente deberían prepararse para la decepción. No existe una sola brújula con la cual navegar nuestros mares tormentosos, ninguna llave maestra ni fórmula mágica capaz de enderezar nuestro rumbo y colocarnos de manera inequívoca en el camino hacia la revolución. La oscuridad de nuestro horizonte es más profunda que cualquier otra que hayamos conocido en nuestras vidas.

Aun así —aunque pueda disculparse a quienes viven en Norteamérica por pensar lo contrario— no hay ausencia de movimiento: cuando ampliamos la mirada y abarcamos nuestra situación global, encontramos oleajes que se agitan y rompen a un ritmo tan vertiginoso que resulta imposible seguirlos todos, incluso para quienes hacemos de ello una práctica.

Solo en los últimos seis meses hemos visto malestar masivo y levantamientos en Turquía, Argentina, Serbia, Kenia, Indonesia, Nepal, Filipinas y Perú. Antes de estos: Bangladesh, Georgia, Nigeria, Bolivia… y esta lista es sin duda incompleta. En cada caso, movilizaciones que reunieron a decenas de miles de personas o más dieron lugar a enfrentamientos cada vez más intensos con las fuerzas del orden en múltiples ciudades, desencadenando crisis de seguridad nacional. Solo este mes, el presidente de Madagascar disolvió el gobierno en respuesta a tres días de protestas mortales lideradas por la “Generación Z” debido a cortes de agua y electricidad, además de corrupción política, enarbolando la misma bandera pirata de One Piece que apareció en Indonesia y Nepal.[1] Mientras escribo esto, un nuevo levantamiento está estallando en Marruecos, donde manifestaciones masivas en once ciudades están transformándose en disturbios y enfrentamientos feroces. A estos deben añadirse secuencias previas que continúan en curso, como la guerra civil en Myanmar, donde los insurgentes siguen avanzando y capturando ciudades enteras al régimen.

En suma, aunque para algunos teóricos la pandemia global de COVID-19 parecía un complot perversamente diseñado para sofocar la ola de revueltas que rodeó el planeta entre 2018 y 2019, como descubrieron los estadounidenses tan pronto como en mayo de 2020, dichos temores resultaron ser infundados. A pesar de una breve desaceleración entre 2021 y 2023, el último año y medio ha confirmado que la nueva “era de disturbios”[2] (como la describió en 2011 el grupo comunista griego Blaumachen) está lejos de haber terminado.

La tarea de la reflexión aquí es doble: situar estas revueltas dentro de las rupturas epocales a las que dan testimonio, e identificar las potencias no desarrolladas que albergan en su interior a partir de las fisuras entre las prácticas que las componen.

II. El orden mundial neoliberal está llegando a su fin, pero aún no ha sido reemplazado por un nuevo régimen. Todas las fuerzas han sido empujadas a un plano estratégico.

Aunque haya un gran caos bajo el cielo, difícilmente pueda decirse que la situación sea excelente.

Estamos viviendo un interregno. Durante casi dos décadas, el orden neoliberal global del capitalismo financiarizado que se instaló en los años ochenta, y que más tarde se propagó por el mundo en los noventa, ha sido aquejado por crisis persistentes y crecientes de rentabilidad. Los partidos políticos, incapaces de asegurar crecimiento económico mediante mecanismos estrictamente de mercado, se encuentran ante una disyuntiva: o ser derrotados en el siguiente ciclo electoral por oponentes que prometerán crecimiento —solo para fracasar igualmente al intentar generarlo—, o asegurar beneficios mediante estrategias extraeconómicas basadas en la guerra, el saqueo, la conquista y la desposesión. Por esta razón, desde la crisis financiera de 2008, el ciclo de acumulación ya no puede operar únicamente a través de sus propias reglas y sistemas inmanentes, jerarquías y valores, pues sus “puntos muertos y callejones sin salida… requieren la intervención de [un] ciclo estratégico, que funciona sobre la base de relaciones de fuerza y de la relación amigo-enemigo no económica.”[3]

Por ejemplo, ¿cuál es el plan de Trump para “reducir los riesgos de la economía estadounidense” mediante la reindustrialización? A través de una combinación de amenazas económicas y militares (aranceles para algunos, invasiones para otros), el objetivo es coercionar a países aliados de Estados Unidos para que inviertan en fábricas dentro del territorio estadounidense. Como explicó el Secretario del Tesoro, Scott Bessent, en una entrevista con Fox News en agosto[4], a cambio de un “alivio de algunos aranceles para aliados extranjeros”, Japón, Corea del Sur, Emiratos Árabes Unidos y varias naciones europeas “invertirán en las empresas e industrias que nosotros indiquemos —en gran medida a discreción del Presidente. Otros países, en esencia, nos están proporcionando un fondo soberano.” Como resumió el corresponsal de Fox News: “Al Presidente le encantan las nuevas fábricas […] Y sí un par de estos países tienen que pagar por el privilegio de ayudarnos, bien.” En otras palabras, el crecimiento y la estabilidad estadounidenses se comprarán directamente mediante intimidación económica y chantaje militar.

III. Los levantamientos contemporáneos y el neoautoritarismo son igualmente síntomas de este colapso del capitalismo neoliberal.

Es sobre este telón de fondo que debemos situar no sólo la oleada de levantamientos globales iniciada por el movimiento de las plazas y la Primavera Árabe entre 2010 y 2012 —y que sigue cobrando fuerza—, sino también la reacción neoautoritaria a dicha oleada, desde Trump y Bolsonaro hasta Duterte, Orbán y Salvini.[5] Mientras que los levantamientos están impulsados abrumadoramente por jóvenes y trabajadores pobres indignados por la fijación neoextractivista de precios y el acaparamiento de oportunidades por parte de las llamadas élites “corruptas”, lo que deja a muchos miembros de la Generación Z sin otra vía de futuro más que marcharse a trabajar al extranjero, los caudillos neopopulistas de hoy obtienen su apoyo de una pequeña burguesía en proceso de descenso social, ansiosa ante la contracción del crecimiento económico y el declive de los retornos asociados a privilegios sociales largamente sostenidos.

A medida que la crisis del crecimiento empeora, el ciclo estratégico de relaciones de fuerza necesario para apuntalar el mercado comienza a separarse gradualmente, produciendo una desaparición de mediaciones para todas las partes, tanto arriba como abajo: los déficits comerciales se resuelven mediante intimidación, guerra y saqueo desde arriba, mientras que desde abajo incluso tensiones socioeconómicas modestas pasan ahora directamente al malestar masivo y a las revueltas. Estas dinámicas gemelas avanzan a la par, paso a paso. No pasa un solo mes sin que la extrema derecha obtenga avances electorales o proclama en voz alta políticas neogenocidas en un nuevo país; mientras tanto, cada semana estalla una nueva oleada de malestar masivo que incendia comisarías y edificios parlamentarios, bloquea carreteras y autopistas, ocupa plazas, saquea palacios y tiendas, persigue a los gobernantes hasta expulsarlos de sus residencias, y se niega a dispersarse hasta que es derrotada por la fuerza o logra deponer a un jefe de Estado.

IV. El resurgimiento del plano estratégico no es una ruptura con las instituciones liberales, sino que está procediendo a través de sus instituciones.

En este punto deben evitarse dos confusiones. Primero, que el momento actual constituye un abandono total de los órdenes legales y políticos liberal-democráticos que lo precedieron. Muchos liberales han intentado presentar las políticas internas de la administración Trump como una subversión de las normas y políticas democráticas, que por lo tanto deberían ser defendidas. En realidad ocurre lo contrario. Lo que distingue a los “nuevos fascismos” de los del pasado no es su aparición dentro del marco de la democracia liberal —lo cual ya era cierto para sus predecesores del siglo XX—. Más bien (como argumentaron recientemente compañeros en Chile), la diferencia radica en cómo los Estados liberales contemporáneos “fueron capaces de perfeccionar políticas fascistas y permitir que fueran desplegadas incluso dentro de un marco democrático, al punto de haber logrado construir una industria en torno al crimen y la inseguridad como justificaciones para el establecimiento de estas políticas.”[6] Cualquier reconocimiento genuino de este hecho requeriría que las críticas a las tendencias fascistoides de la administración Trump fueran acompañadas por una crítica exhaustiva de la democracia; sin embargo, la izquierda progresista persiste en su equivocada creencia de que existe una oposición total entre democracia y fascismo.

Al mismo tiempo, sin embargo, la dependencia de los fascismos latentes respecto de los marcos legales democráticos preexistentes no debe llevarnos a creer que hoy aún sea posible un retorno a la democracia liberal. Los partidarios de Zohran Mandami que creen haber “dado la vuelta al volante” simplemente están sosteniendo la ficción. En realidad, la dependencia transicional del fascismo respecto de la democracia liberal funciona únicamente como el prerrequisito necesario para pensar las exigencias de lo que viene después.

V. La única certeza compartida por todos concierne a la necesidad de un salto.

El hecho de que vivamos en un interregno entre un orden moribundo y otro todavía no estabilizado significa que la única certeza compartida por todas las partes en contienda es que estamos en medio de una ruptura, que las contradicciones de nuestro presente no pueden resolverse mediante los instrumentos y procedimientos de las instituciones que nos trajeron hasta aquí, aun cuando estas persisten de alguna forma hoy.

Lo que se necesita es un “salto fuera de la situación.”[7] La necesidad de este salto se siente en todas partes, a veces de manera inarticulada, otras veces conscientemente. Es este salto el que ya se está preparando e iniciando caóticamente a nuestro alrededor, y que explica la sorprendente audacia que irrumpe desde todos los rincones de la sociedad, desde los attentats (atentados) gamer, hasta el cinismo brutal del genocidio israelí en Gaza, pasando por los jóvenes y sectores subalternos nepaleses que, en venganza por los 21 manifestantes asesinados por su gobierno el 8 de septiembre, en un solo día incendiaron su Corte Suprema, el parlamento, la casa del primer ministro, la casa del presidente, así como decenas de comisarías, supermercados y la sede de un medio de comunicación, derribando a un gobierno “en menos de 35 horas.”[8] Es este salto, cuyos pre-sísmos ya pueden sentirse en todas partes, el que debe ser pensado, organizado y llevado estratégicamente hacia una ruptura irreversible con el gobierno de la economía.

VI. Las revueltas contemporáneas han producido, en el mejor de los casos, una conciencia del capital, pero no de su superación.

En una condición en la cual las reformas constitucionales sólo pueden ganarse mediante la revuelta, debe repensarse el problema de su relación con la revolución.

Las revueltas están por todas partes, pero —con la posible excepción de la guerra civil en Myanmar (todavía indeterminada)— la gran mayoría, sorprendidas por la facilidad de sus victorias sobre las fuerzas del orden, terminan exigiendo poco más que un regreso negociado al status quo. Este patrón ya estaba notablemente presente en el levantamiento de 2022 en Sri Lanka:

Las luchas a menudo no son derrotadas por el Estado, sino por el shock de su propia victoria. Una vez que han tomado impulso, los movimientos tienden a alcanzar sus objetivos mucho más rápido de lo que cualquiera hubiera esperado. La caída del régimen Rajapaksa ocurrió tan rápido que nadie consideró seriamente qué tendría que seguirle. La ventana que había abierto pronto se cerró. El aire sofocante de la normalidad llenó la habitación.[9]

Una limitación clave de las revueltas contemporáneas reside en el propio marco de la lucha, que tiende a interpretar las carencias de subsistencia como el síntoma de la corrupción, la austeridad y el amiguismo.[10] Este encuadre, que no cuestiona al capitalismo mismo sino sólo su (mala) administración actual, inevitablemente termina en un simple reordenamiento del mazo:

[L]as críticas a la corrupción tergiversan la agencia que el Estado realmente tiene dentro de las crisis económicas y sociales, puesto que presumen que el Estado podría encontrar una salida a la crisis presente, que podría optar por evitar la implementación de la austeridad, si tan solo quisiera. […] Tras la caída del régimen, la gente se enfrenta al hecho de que la lógica estructural de la sociedad capitalista permanece en su sitio. Los gobiernos que la revolución trae consigo a menudo se ven implementando medidas de austeridad similares a aquellas que inicialmente habían provocado las protestas.[11]

Por un lado, podría esperarse que estas fallas contribuyeron a la aparición de una crítica más sistémica del capitalismo, un desarrollo de la “conciencia de clase”, a medida que “la unidad esencial de intereses de la clase dominante” se vuelve evidente para cualquiera que preste atención. Sin embargo, como observa Prasad:

…quizás sea [más] preciso pensar esto como el desarrollo de una conciencia del capital. Para que el levantamiento hubiera ido más lejos, habría tenido que enfrentar la incertidumbre respecto de cómo comería y viviría el país mientras su relación con el mercado global estuviera interrumpida. Después de todo, es solo a través y dentro de las relaciones de la sociedad capitalista que los proletarios pueden reproducirse en absoluto.

En otras palabras, si una revuelta no confronta el problema de una ruptura revolucionaria mientras el orden está suspendido, la lección que se internaliza corre el riesgo de ser la de la ley de hierro de la economía: los participantes se vuelven conscientes del capital como una restricción actual sobre la vida, pero incapaces de imaginar su superación.[12]

VII. Las revueltas han generado formas alternativas de autoorganización y autonomía a través de las cuales podría organizarse una ruptura revolucionaria, pero sin comprenderlas como tales.

En la década de 1950, el filósofo alemán de la tecnología Günther Anders describió lo que llamó una “brecha prometeica” (Promethean gap) que emergía en las sociedades industriales, invirtiendo la relación clásica entre imaginación y acción. Mientras que el utopismo se basaba en la idea de que nuestra imaginación era más grande que lo que existía en el presente, proyectándose más allá de la actualidad, Anders sostiene que en nuestros días ocurre lo contrario: con la invención de la bomba nuclear, surgió una brecha prometeica en la que los actos fácticos ahora exceden la capacidad de sus propios agentes de imaginarlos, pensarlos y sentirlos. Ya no somos capaces de comprender —y mucho menos asumir responsabilidad por— lo que ya estamos haciendo.[13] Nos hemos convertido en “utópicos invertidos”, incapaces de contemplar la escala o las repercusiones de nuestras propias prácticas. Somos más pequeños que nuestros propios actos, los cuales ahora ocultan algo insondable en su interior. La imaginación no sólo fracasa en alcanzar lo que está más allá del presente, sino que incluso queda por debajo de lo real.[14]

Un fenómeno análogo puede darse en las luchas políticas. Incluso cuando persiguen fines reformistas, los participantes a veces logran avances cuyo verdadero radicalismo permanece poco apreciado en su momento, especialmente cuando no puede integrarse en los conceptos y categorías heredados que la propia lucha adopta. Los insurgentes, por tanto, son incapaces de elaborar todas las implicancias de lo que ya están haciendo; tampoco necesariamente notarán cuando ciclos futuros de lucha retomen sus impulsos y los empujen en una dirección nueva. Es en esta brecha entre práctica y reflexión, entre medios y fines, entre los impulsos de un ciclo y los que siguen, donde la teoría puede desempeñar un papel auxiliar, extrayendo el excedente oculto en los pliegues de la historia, su Entwicklungsfähigkeit.[15]

El movimiento de los Gilets Jaunes (chalecos amarillos) fue ejemplar en este sentido. Entre sus muchas características creativas, destacan dos avances. En primer lugar, aunque sus factores catalizadores eran presiones sociales bien conocidas —el aumento del costo de vida, la disminución de la movilidad social, los recortes a los servicios públicos, etc.—, la organización de la revuelta eludía las categorías tradicionales de identificación política e identidad social a favor de un gesto simple y replicable de auto-inclusión: para unirse, bastaba con ponerse el chaleco y salir a hacer algo. Al hacerlo, el movimiento saltaba directamente por encima del problema trotskista de la “convergencia” entre movimientos sociales forjados en separación (estudiantes, trabajadores, migrantes, etc.). Si bien toda lucha política requiere algún método de formalización para demarcar pertenencia, el uso de un objeto cotidiano como un chaleco reflectante o un paraguas para lograrlo aseguraba, en efecto, que la fuerza combativa estaría definida ante todo por sus iniciativas contagiosas que circulaban, y no por la referencia a un grupo social particular autorizado a representarla.

Esto permitió a los Chalecos Amarillos esquivar con éxito un mecanismo central de gobernanza, que aprovecha nuestro apego a nuestras propias identidades sociales para contener los antagonismos dentro de los límites institucionales (políticas universitarias, disputas laborales, etc.). Desde los frontliners de Hong Kong hasta los actuales “youthquakes”, reunidos bajo el sigilo impersonal de una bandera pirata de un manga[16], las revueltas irrumpen hoy como contagios virales o memes-con-fuerza, invitando a una experimentación más abierta y reduciendo su potencial de cooptación. Sin embargo, incapaces de reconocer la fuerza de su propia innovación, los Chalecos Amarillos recurrieron al imaginario de la Revolución Francesa y a su significante flotante, “le peuple” [el Pueblo], lo que llevó a muchos a confundir su innovación con un resurgente populismo de derecha. Sobre la inapropiable inmanencia del meme, reinscribieron la trascendencia simbólica del mito.[17]

En segundo lugar, mientras muchas revueltas se ven magnetizadas por los símbolos del poder burgués, concentrando sus fuerzas a los pies de instituciones de la clase dominante como tribunales, parlamentos y comisarías, los Chalecos Amarillos establecieron las bases desde las cuales organizaban su lucha, planificaban estrategias y compartían su vida en una proximidad estrecha con su cotidianidad. Como se observó en su momento:

Esta proximidad con la vida cotidiana es la clave del potencial revolucionario del movimiento: cuanto más cercanos estén los bloqueos al hogar de los participantes, más probable es que estos lugares puedan volverse personales e importantes en un millón de otras maneras. Y el hecho de que sea una rotonda la que se ocupa en lugar de un bosque o un valle despoja a estos movimientos de su contenido prefigurativo o utópico. […] Ocupar la rotonda cerca de donde se vive garantiza que la confianza colectiva, la inteligencia táctica y la sensibilidad política compartida que los Chalecos Amarillos cultivan día a día atraviese y contamine las redes, vínculos, amistades y lazos de la vida social en esas mismas áreas.[18]

Sentimientos que permanecen utópicos en una plaza del centro ocupada o en un espacio como la ZAD (donde la mayoría de los participantes no vive), al desplazarse a la rotonda pueden ahora desbordar hacia la vida cotidiana en lugar de permanecer apartados de ella. Y cuando tales bases son atacadas por fuerzas represivas, los recursos de la vida privada pueden reabastecerlas y reconstruirlas, como vimos en Rouen, donde las cabañas improvisadas construidas en la rotonda fueron destruidas y reconstruidas media docena de veces.[19]

La innovación no fue meramente una función de la proximidad con la vida cotidiana; pues, en este caso, ocupar los centros de los pueblos en las zonas rurales también habría podido bastar. Al posicionar su base de operaciones en el umbral entre la economía y la vida cotidiana —en el punto exacto donde los camiones que transportan mercancías por las autopistas debían ingresar a la ciudad—, las rotondas también se posicionaron para funcionar como bloqueos de filtración, otorgando una ventaja logística a los insurgentes. Al bloquear la circulación no en el punto de mayor importancia para el capital, sino en el punto donde el capital entra en el espacio de la vida cotidiana, politizaron la membrana entre la vida y el dinero en términos favorables para ellos, no en el sitio dictado por los símbolos del poder burgués, como hizo Occupy Wall Street. En realidad, “el verdadero horizonte estratégico de los bloqueos del hinterland no es suspender por completo los flujos de la economía, sino producir bases territoriales habitadas que lo devuelvan al mapa de la vida cotidiana, a un nivel en el cual pueda ser aprehendido y decidido.”[20] Esta combinación de una inteligencia logística situada en el umbral de la vida cotidiana, pero federada a nivel nacional mediante “spokescouncils” y asambleas regionales y nacionales[21], ofreció un paradigma original y potente para la autoorganización insurreccional.

Sin embargo, nuevamente, no está claro si los Chalecos Amarillos llegaron alguna vez a apreciar plenamente su acto creativo por lo que realmente fue. En lugar de reconocer que estaban en proceso de reimaginar las propias formas y prácticas mediante las cuales el lema “todo el poder a las comunas” podría adaptarse a nuestros tiempos, un enfoque estrecho en asegurar la renuncia de Macron llevó a muchos a abrazar simplemente una forma distinta de procedimentalismo parlamentario, a saber, la llamada Iniciativa de Referéndum Ciudadano (RIC).[22]

Para Jerôme Baschet, en cambio, la construcción de estos “espacios liberados” —cuando se lleva hasta sus últimas consecuencias— podría haber servido como el fundamento para un ataque más amplio contra la economía, uno que no solo profundizara los “vínculos entre los espacios liberados existentes”, sino que combinara

“…la multiplicación de los espacios liberados con la generalización de los bloqueos. En la medida en que los espacios liberados sean capaces de desplegar sus propios recursos materiales y capacidades técnicas, pueden servir como nodos decisivos sobre cuya base se vuelve posible amplificar las dinámicas de bloqueo en momentos clave, bajo diversas formas. Cuanto más espacio liberado tengamos, más deberíamos poder extender nuestra capacidad de bloqueo. A la inversa, cuanto más generalizados se vuelvan los bloqueos, más promoverán la aparición de nuevos espacios liberados.”[23]

Por supuesto, el peligro sería pensar que lo que se necesita es simplemente una repetición del momento de los Chalecos Amarillos. Este error —que pareció impregnar la extraña burbuja especulativa de este verano en torno a la iniciativa “Bloquearlo todo” del 10 de septiembre en Francia— surge de una tendencia a desconectar el problema de las tácticas y las prácticas del carácter de acontecimiento de su surgimiento.[24] Quienes buscan forzar que la historia se repita solo garantizan la farsa.

VIII. En sus impulsos prácticos, la lucha contra ICE apunta hacia una superación de las separaciones que obstaculizaron el levantamiento por George Floyd en 2020.

La capacidad ofensiva del levantamiento por George Floyd en 2020 se vio obstaculizada por una separación entre su impulso de placemaking (creación de lugares) y su inteligencia logística. Las ocupaciones que sitiaron frontalmente los centros de poder (“disturbio político”) nunca lograron combinar de manera significativa sus fuerzas con las caravanas de saqueo que inundaron malls y distritos comerciales en maniobras de ataque y retirada (“disturbio de vitrinas”).[25] Como resultado, la conciencia logística/infrastructural tendió a permanecer relativamente despolitizada, meramente una colección de técnicas, mientras que la conciencia política quedó pegada a edificios evacuados con un valor mayormente simbólico.[26] Con la construcción de centros de defensa, combinada con otras prácticas de rastreo autónomo, acecho y disrupción, la lucha actual contra ICE ha iniciado una repolitización de la inteligencia infrastructural, junto con una inversión de su orientación “cinegética” (de presa a depredador). Este hecho, combinado con la tendencia notable a re-situar lo político nuevamente en los espacios de la vida cotidiana, apunta a una superación de los límites de 2020 —independiente de si sus agentes lo han tematizado de ese modo o no.

Tras la invasión de ciudades estadounidenses como DC, Chicago y Portland por fuerzas federales, el magnetismo simbólico que inicialmente tenían sitios de poder como el Centro de Detención de ICE en Broadview, IL ha dado paso a un ethos difuso de autoorganización barrial, incluso atravesando barreras de clase y raza que antes parecían improbables. El centro de gravedad se ha desplazado lejos de la trituradora de carne que implica la guerra de asedio alrededor de las fortalezas enemigas y ha regresado a los espacios de la vida cotidiana, un hecho que debe celebrarse. Los residentes inundan sus cuadras cuando escuchan el llamado del mockingbird hecho con bocinas y silbatos; caravanas de vehículos privados acechan y perturban a los agentes de ICE arriba y abajo por los bulevares locales; mientras vecinas y vecinos se organizan alrededor de escuelas, lugares de trabajo y vendedores ambulantes. Los consejos de defensa barrial han brotado por todo Chicago, así como en otras partes del país, con activistas instalando “centros de defensa” en estacionamientos de Home Depot y otros lugares frecuentados por trabajadores jornaleros. Según una reciente guía de instrucciones (how-to), estos centros funcionan como espacios de encuentro que exceden las afinidades de la subcultura política o del entorno laboral, “ofreciendo a personas indignadas relaciones arraigadas en un lugar que dan dirección a su rabia.”[27]

A medida que el nexo de la vida cotidiana y la reproducción social se vuelve cada vez más politizado, la inteligencia logística usualmente reservada para el saqueo de vitrinas y la práctica de romper y agarrar (smash and grabs) comienza a generalizarse, desespecializarse y volverse accesible para cualquiera dispuesto a unirse a un hilo de señales local y comenzar a patrullar. Prácticas de vigilancia colectiva desde abajo, combinadas con un conjunto concreto de tareas —prevenir arrestos, asegurar pasajes seguros, hostigar y expulsar a hostiles— están logrando poco a poco lo que dos décadas de movimientos sociales consistentemente no han podido hacer: reintroducir la participación colectiva en el espacio metropolitano sobre una base partidista y no económica.

Las estrategias políticas solo son tan coherentes como las verdades sobre las que descansan. Este reconocimiento llevó a las y los participantes del levantamiento de Hong Kong de 2019 a darle un valor central a la verificación y el chequeo de información. Estas prácticas han encontrado una nueva expresión en las luchas anti-ICE actuales, que combinan el intercambio de conocimientos infraestructurales con un ethos colectivo de presencia ante la propia situación. En ciudades de todo Estados Unidos, una nueva forma de empirismo político explora la vida cotidiana en busca de señales del enemigo. Para intervenir y prevenir secuestros, las redes de respuesta rápida dependen de inteligencia de vigilancia obtenida por activistas que patrullan zonas en automóvil o a pie, o bien de reportes publicados en redes sociales. Esta inteligencia se filtra luego a través de grandes hilos de Signal que comparan descripciones de vehículos y placas, extraen números VIN y comparten detalles de ubicación en tiempo real. Si bien el uso del protocolo SALUTE[28] asegura que la información sea completa y operativa, en estas prácticas está en juego algo más que una mera circulación de datos verificables. Junto a la producción de esta inteligencia logística, se está forjando una nueva sensibilidad política. La experiencia individual atomizada de la ciudad da paso a un poder de atención colectiva, expresado tanto en un rastreo y perfilamiento continuos del enemigo como en una sensibilidad hacia los ritmos, flujos y relaciones cualitativas que pueblan los lugares que habitamos. Cómo observa la misma guía de instrucciones (how-to), los centros de defensa “tendrán éxito o fracasarán en función de si están o no atentos a las necesidades del área circundante.”[29] A través de este aprendizaje de los signos, la lucha anti-ICE está colaborando en el alumbramiento de un mundo en común.

La amenaza que esta politización de la vida cotidiana, orientada logísticamente, representa para la legitimidad de las fuerzas de gobierno es considerable. Sin duda por esta razón la administración Trump ha intentado anticiparse a la resistencia frente a su propia ofensiva otorgándole una identidad y un relato predigeridos. En lugar de reconocer la lucha por lo que es —una circulación memética de prácticas difusas de subversión accesibles para todas las personas, independientemente de sus ideologías políticas o identidades sociales—, las fuerzas dominantes proyectan el mito de una organización jerárquica (“Antifa”) financiada por élites liberales y organizada militarmente en “células” que reciben órdenes de autoridades centralizadas. El objetivo de esta narrativa caricaturesca y transparentemente falsa no es convencer a nadie de su verdad literal (de la cual no posee ninguna), sino ocultar la evidencia sensible que se vuelve más contundente cada día: la dicotomía ciudadano/no-ciudadano es una herramienta intolerable de apartheid violento.

¿Qué otras potencialidades podría albergar en su interior esta nueva ola de contestación, aún invisibles para sus propias y propios participantes? ¿Qué podría lograr una red difusa de consejos barriales impulsados por una inteligencia logística colectiva y una capacidad altamente móvil de disrupción e intervención si se ampliara incluso tres pasos más? Para prevenir arrestos de manera efectiva y proteger a vecinas y vecinos, podrían ser necesarias formas más ambiciosas de bloqueo logístico. ¿Qué se necesitaría para comenzar a organizar acciones coordinadas a lo largo de ciudades enteras, o para establecer bloqueos-filtro que aseguren control comunitario sobre zonas o barrios? ¿Qué otras ambiciones podrían alcanzar estas técnicas de poder popular si, y cuando, ICE se retire de estas ciudades?

IX. El fin de la mediación podría significar el fin de la izquierda. Un nuevo subsuelo revolucionario podría tomar forma en su estela.

A medida que las fuerzas en disputa compiten por moldear la dirección que tomará el salto más allá de la democracia liberal, las mediaciones seguirán disolviéndose. Como vector principal del “poder blando”, el papel de la izquierda en contener la energía rebelde mediante la promesa de reconocimiento estatal y reformas podría dejar de funcionar. Mientras la derecha continúa su ataque frontal a las bases de la cultura izquierdista —despidiendo profesores, criminalizando activistas y estudiantes, y recortando fondos a las ONG de derechos migrantes y LGBTQ—, emerge una oportunidad para reinventar de nuevo el subsuelo político. Aquí el caso de Sudán puede ser instructivo. Como escribe Prasad:

Después de un levantamiento en 2013, proliferaron comités de resistencia que se propusieron la tarea de prepararse para la próxima ola de luchas. Específicamente, esto significaba: mantener centros sociales barriales; construir la infraestructura y acumular materiales que creían necesarios; desarrollar redes de camaradas y simpatizantes a nivel urbano y nacional; y poner a prueba la capacidad de estas redes mediante campañas coordinadas. Cuando la revolución llegó, a finales de 2018, estos grupos fueron capaces de actuar como vectores de intensificación. Los comités de resistencia también pudieron sostener la revolución en su siguiente fase, después de que el presidente Al-Bashir fuera obligado a dimitir.[30]

Las tareas exactas que debe asumir hoy un subsuelo posizquierdista aún están por esclarecerse. Si la reacción pública a Luigi Mangione ha demostrado algo, es que no necesita trazar sus coordenadas políticas a partir de la clásica guerra cultural izquierda/derecha. Es posible que un movimiento amplio, combativo y audaz, capaz de extraer de la historia reciente sus huecos, resucitar sus intuiciones con tacto y perseguir sus conclusiones con implacabilidad, resuene mucho más allá de los compartimentos culturales de la ultraizquierda, alcanzando una amplia recepción en un tiempo de profunda incertidumbre.

Hace más de un siglo, Kropotkin propuso la siguiente corrección:

“Aun así”, suelen advertirnos nuestros amigos, “¡cuidado con no ir demasiado lejos! La humanidad no puede cambiarse en un día, así que no os apresuréis demasiado con vuestros planes de expropiación y anarquía, o correréis el riesgo de no lograr ningún resultado permanente”. Ahora bien, lo que tememos respecto a la expropiación es exactamente lo contrario. Tememos no ir lo suficientemente lejos, realizar una expropiación en una escala demasiado pequeña como para ser duradera. No querríamos que el impulso revolucionario se viera detenido en mitad de su curso, agotándose en medias tintas que no contentarían a nadie y que, al producir una tremenda confusión en la sociedad y detener sus actividades habituales, no tendrían poder vital alguno —solo esparcirían un descontento general y prepararían inevitablemente el camino para el triunfo de la reacción.[31]

Si, y cuando, la marea vuelva a girar a su favor —si las comisarías vuelven a arder y los políticos se esconden en búnkeres o huyen en helicópteros—, los insurgentes no deben ser sorprendidos desprevenidos. No deben permitir que la comuna sea reemplazada por el parlamento virtual de los servidores de Discord; deben aprovechar la oportunidad para impulsar experimentos presenciales, amplios y concretos de compartición comunista que atraigan a tantas personas participantes como sea posible.

Aunque nada de lo actualmente imaginable resulta suficiente, la historia contiene surcos que todavía podrían sorprendernos.


[1] A medida que el meme de la bandera de One Piece circula, adquiere accesorios locales. En Madagascar, por ejemplo, el sombrero de paja es reemplazado por el satroka, un sombrero tipo bucket tradicionalmente usado por el grupo étnico Betsileo. Aun así, es significativo que la identidad nacional cabalgue como un accesorio sobre el símbolo o sigilo contagioso, y no a la inversa. Véase Monica Mark, “‘Gen Z’ protesters in Madagascar call for general strike,” Financial Times, 9 de octubre de 2025. (online)

[2] Blaumachen, “The Transitional Phase of the Crisis: the Era of Riots,” 2011 (online)

[3] Maurizio Lazzarato, “The United States and ‘Fascistic Capitalism,’” traducido por Eric Aldieri, Ill Will, 7 de octubre, 2025 (online).

[4] Entrevista citada en Vasudha Mukherjee, “Trump convierte las inversiones de aliados en un ‘fondo soberano’ estadounidense de 10 billones de dólares,” Business Standard, 14 de agosto de 2025. (online).

[5] Que la era de las revueltas haya irrumpido primero en la escena, y que solo después haya sido complementada por un esfuerzo fascistizante para reimponer un orden centrado en Estados Unidos, tanto en el plano doméstico como internacional, no debería confundirnos. El balance del ciclo 2008-2013 realizado por el Comité Invisible concluía con estas palabras: “Nada garantiza que la opción fascista no vaya a preferirse a la revolución.”

Comité Invisible, A nuestros amigos, traducción de Robert Hurley, Semiotext(e), 2014 (disponible en línea aquí).

[6] Nueva Icaria, “Nuevos fascismos y la reconfiguración de la contrarrevolución global” (online)

[7] Lazzarato, “‘Fascistic Capitalism.’”

[8] Pranaya Rana, “The Week after Revolution,” Kalam Weekly (Substack), 19 de septiembre, 2025 (online).

[9] S. Prasad, “Paper Planes,” 31 de agosto, 2022 (online).

[10] Phil Neel distingue entre las luchas por los “términos de subsistencia” económicos/ecológicos y aquellas por la autoritaria “imposición de esos términos” (“Theory of the Party,” Ill Will, 6 de septiembre de 2025; online). La tendencia global reciente ha sido que los movimientos sociales masivos y no violentos, que exigen términos de subsistencia reformados, sean catapultados hacia la militancia cuando las fuerzas del orden sobrerreaccionan y abren fuego, desplazando así el marco de la lucha de la primera categoría a la segunda, de la austeridad a la autoridad. Estados Unidos es una excepción a este patrón: aunque las medidas de austeridad proveen presiones de fondo, en las últimas décadas las luchas por cuestiones económicas casi nunca escalan hacia disturbios combativos masivos, los cuales solo se catalizan mediante formas autoritarias de aplicación. Aunque es improbable que aquí estalle una revuelta por recortes a los cupones de alimentos, por la precariedad habitacional o por la negación del acceso a la salud per se, las redes activistas forjadas a través de luchas por la subsistencia sí contribuyen, ocasionalmente, a profundizar episodios de agitación masiva antiautoritaria, como ocurrió cuando la infraestructura del sindicato de arrendatarios de Los Ángeles se utilizó para establecer centros de defensa anti-ICE tras los disturbios de junio de 2025.

[11] Prasad, “Paper Planes.”

[12] En este caso, la insuficiencia de la imaginación es una función de los experimentos prácticos que no se llevaron a cabo cuando deberían haberse realizado. La Tesis VII explora el escenario inverso, en el que sí se emprendieron experimentos cuya potencia pasó desapercibida.

[13] Günther Anders, “Theses for the Atomic Age,” The Massachusetts Review, Vol. 3, No. 3 (Primavera, 1962),

[14] Por ejemplo, referirse a las bombas nucleares como “armas” y debatir su uso táctico equivale a compararlas con una herramienta, un medio para algún fin; sin embargo, el uso de tales bombas amenaza con destruir el propio mundo en el que cualquiera de estos “fines” podría alcanzarse. Su uso, por tanto, anula toda relación medios-fines, volviendo impertinente cualquier consideración táctica. Aun así, esta actitud instrumental sigue siendo la única manera en que la imaginación es capaz de pensarlas, pese a ser un error categorial. Véase Günther Anders, “Commandments in the Atomic Age”, en Burning Conscience, Monthly Review Press, 1962, pp. 15-17.

[15] Gilbert Simondon sostenía que la “artificialidad” de nuestra relación con los objetos técnicos solo podía corregirse en la medida en que aprendiéramos a concebir su evolución de manera genética, es decir, desacoplándola de los fines humanos proyectados sobre ellos y comprendiendo, en cambio, el desarrollo de sus elementos, conjuntos y medios asociados en sus propios términos. De forma análoga, cuando estudiamos la evolución, mutación y circulación de impulsos prácticos y gestos a lo largo de diversas secuencias de lucha, puede ser útil suspender metodológicamente la referencia a los fines que los participantes de estas luchas se fijan para sí mismos, e intentar considerar su evolución de un ciclo a otro en sus propios términos. Algunos han expresado preocupación de que este enfoque en la circulación y evolución de las prácticas corra el riesgo de sucumbir a lo que Kiersten Solt llama el nihilismo de la técnica. En realidad, me parece que los pro-revolucionarios aún no piensan lo suficientemente técnicamente. Demasiados continúan cosificando un concepto abstracto e histórico de la acción política, según el cual los métodos de lucha fluyen inmediatamente de los fines perseguidos o podrían simplemente adoptarse voluntarísticamente por puro decreto. En la práctica, la actualidad precede a la posibilidad: todas las luchas basan su experiencia de lo políticamente posible en un reservorio de impulsos previamente en circulación, innovando dentro de los límites establecidos allí. Es este menú o repertorio existente —lo que podríamos llamar el filum táctico— el que delimita los contornos de lo imaginable. Y, lejos de adelantarse a él, nuestra imaginación a menudo queda por debajo. En consecuencia, en lugar de proyectar valores éticos y políticos por delante de la realidad y tratar la práctica como un simple medio para realizarlos, nuestro análisis de la práctica puede utilizarse para abrir nuestra imaginación, volviendo a hacer posible lo actual. Esto requiere trazar la evolución de los impulsos prácticos a través de las secuencias de lucha en busca de fisuras, avances y momentos en que se superan límites.

[16] Al adoptar la “Jolly Roger” como su estandarte global, la ola de levantamientos de 2025 convirtió el término “Gen Z” de una designación demográfica banal en el símbolo de un despojo compartido. A través de su circulación viral desde Indonesia y Nepal hasta Madagascar, Marruecos y Perú, la bandera pirata “Gen Z” atestigua hoy una tensión familiar entre el Estado y el capital: con todos los buenos empleos locales acaparados por nepo babies, tienes que viajar al extranjero para ganar dinero; sin embargo, a medida que el orden neoliberal se desmorona, los Estados están cerrando sus fronteras. El resultado es una experiencia contradictoria: los trabajadores están desarraigados y, a la vez, encerrados, con su único acceso restante al mundo siendo en línea. La comunidad virtual de libertad pirata es precisamente el reflejo negativo de esta condición económica sin salida. Por supuesto, esta condición no se limita en absoluto a las personas jóvenes. El énfasis en la “juventud” parece tener más que ver con una virtud paradójicamente negativa: no tener las manos sucias. Ser joven significa no estar aún en el poder, no estar aún manejando un negocio turbio, no estar aún implicado en redes de reparto de poder locales y globales, no estar aún corrupto. Es esta negatividad —y no el predicado positivo de la edad— lo que ha permitido que una fuerza de combate se aglutine en torno al marcador “Gen Z”.

[17] Para una lectura opuesta que afirme el uso del mito por parte de los Chalecos Amarillos, véase “Epistemology of the Heart,” en Liaisons Vol. 2: Horizons, PM Press, 2022 (online). Sin embargo, como los propios autores reconocen: “El problema es que, mientras el cumplimiento del mito contribuye a la fuerza de la lucha, la tradición de los derrotados debe permanecer derrotada para seguir siendo una tradición” (375). Aquí, como siempre, la afirmación del mito demuestra ser inseparable de un culto a la muerte ejemplar, una religio mortis. El comunismo, en mi opinión, debe ser una apuesta por la vida terrenal, no por la eternidad.

[18] Adrian Wohllbeben and Paul Torino, “Memes with Force. Lessons from the Yellow Vests,” Mute, 26 de febrero, 2019 (online).

[19] Adrian Wohlleben, “The Counterrevolution is Failing,” Commune, 16 de febrero, 2019 (online).

[20] Adrian Wohlleben, “Memes without End,” Ill Will, 17 de mayo, 2021 (online). Reimpreso en The George Floyd Uprising, ed. Vortex Collective, PM Press, 2023, 224-47.

[21] Anonymous, “Learning to Build Together: the Yellow Vests,” Ill Will, 9 de mayo, 2019 (online).

[22] “Référendum d’initiative Citoyenne” (RIC) se refiere a una propuesta de “enmienda constitucional en Francia que permitiría la consulta de la ciudadanía mediante referéndum respecto de la proposición o derogación de leyes, la revocación de mandatos de políticos y la enmienda constitucional.” Wikipedia (online).

[23] Jérôme Baschet y ACTA, “History Is No Longer on Our Side: An Interview with Jérôme Baschet,” Mute, 23 de enero, 2020 (online)

[24] Temps Critiques, “On the 10th of September,” Ill Will, 10 de septiembre, 2025 (online).

[25] Este argumento se explora más a fondo en Wohlleben, “Memes without End.”

[26] La lección que debe extraerse de secuencias como Kazajistán en 2022, o Nepal este verano, no es que los pasillos del poder deban ser ignorados o dejados en paz, sino que no hay nada que hacer con ellos salvo arrasarlos implacablemente hasta los cimientos. Desde este punto de vista, incluso la pool party en Sri Lanka duró un poco demasiado y restó fuerza a las festividades que deberían haber ocurrido en las calles, los barrios y las estaciones de servicio de todo el país. Mientras que los manifestantes nepaleses redujeron a cenizas los símbolos físicos del poder burgués, aún no han construido bases de poder popular independiente en proximidad con las zonas habitadas, sino que más bien se retiraron a foros virtuales en canales de Discord, donde planearon que sus políticos escogidos fueran colocados en posiciones de poder. A pesar de la ferocidad de su asalto, el concepto parlamentario de la política salió ileso.

[27] Lake Effect Collective, “Defend our Neighbors, Defend Ourselves! Community Self-Defense from Los Angeles to Chicago,” 4 (online). Aunque el texto oscila entre una postura “proactiva” de intervención autónoma (4) y una política de aliados limitada al “apoyo y facilitación” de lo que hacen los llamados “locales” (ubicando así a los autores como extraterrestres) (5), ofrece un sólido conjunto de herramientas prácticas para individuos y colectivos que buscan involucrarse en el momento presente.

[28] SALUTE es un dispositivo mnemotécnico que significa: size/strength (S) —tamaño/fuerza—, actions/activity (A) —acciones/actividad—, location & direction (L) —ubicación y dirección—, uniform/clothes (U) —uniforme/ropa—, time and date of observation (T) —hora y fecha de la observación—, equipment/weapons (E) —equipo/armas—. Este marco se utiliza para garantizar que se entregue información detallada y completa al reportar una observación.

[29] Lake Effect Collective, “Community Self-Defense,” 9.

[30] Prasad, “Paper Planes.” Con la diferencia de que, mientras que el movimiento neoconsejista de Sudán fue finalmente derrotado por su incapacidad para defenderse, un levantamiento estadounidense, en cambio, tendrá que desplegar toda su inventiva simplemente para impedir la guerra de disparos que acecha bajo la superficie, de modo que los experimentos de autonomía colectiva puedan florecer y fortalecerse mientras tanto.

[31] Peter Kropotkin, The Conquest of Bread and Other Writings, Cambridge University Press, 48.

Autor: colapsoydesvio

ig: https://www.instagram.com/colapsoydesvio/

Deja una respuesta