Ola de locura y muerte: Comentarios a propósito de la situación de Israel-Palestina.

Ola de locura y muerte: Comentarios a propósito de la situación de Israel y Palestina

Por: Nueva Icaria

Escrito el 11 de octubre del 2023, actualizado el 27 de febrero de 2024.

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La reciente radicalización de la masacre promovida por el Estado sionista de Israel sobre la población Palestina, que alcanzó su punto más alto en décadas tras el ataque gestado por Hamás[1], que dio muerte a al menos mil israelíes el sábado 7 de octubre de 2023, junto a la inmediata declaración de guerra del gobierno de Netanyahu, son parte —como también la guerra de Ucrania— de una desenfrenada epidemia de locura social, violencia y muerte que hasta ahora ha caracterizado a la actual fase del capitalismo avanzado. Una [fase] que, como hemos sostenido en anteriores ocasiones, coexiste en perfecta convivencia con las distintas expresiones de violencia terrorista (homicidio-suicida, atentados y secuestros) y la repetición ininterrumpida y cotidiana de los procesos esenciales que sostienen la forma capitalista.

Ejemplo de esto último ha sido la revitalización de las acciones de empresas de armamento en el contexto de la guerra de Ucrania[2] y el —tanto sistemático como actual— exterminio palestino en la Franja de Gaza por el Estado Israelí. Este verdadero Genocidio perpetuado y profundizado en el tiempo,  ha amenazado a extenderse a otros territorios fuera de Palestina, trasladando esta política de muerte al resto de la región de Medio Oriente, avanzando aceleradamente a un escenario de no retorno, de guerra a escala mundial.  El día en que el mundo esté por caerse no habrá lugar alguno donde no se escuchen las carcajadas de los hombres de la bolsa.

Con profundo pesimismo se ha dado la escalada y extensión en el tiempo de esta guerra contra la población civil palestina y árabe, que para el momento en que se redacta este texto (11 de octubre), ya ha superado por bastante las diez mil muertes israelíes y palestinas. Esto no es más que una demostración de la tendencia de la actual fase del capitalismo por arrastrarnos a una crisis civilizatoria en la que se asegurará de extraer hasta el último beneficio, como hace y seguirá haciendo con las guerras en curso. Siendo el caso Palestino, según nuestra perspectiva, la expresión más brutal de administración de la muerte —una necropolítica del Apartheid sionista, en donde las particularidades étnicas y culturales han sido absorbidas por el capitalismo para replicar las relaciones sociales situadas y ponerlas al servicio de su propia estabilidad. En lo que respecta a la comprensión de lo que acá nos aboca, la misma se ve oscurecida —y seguirá estándolo— en tanto se le asimile como un mero «conflicto entre naciones históricamente enemistadas» o una guerra religiosa milenaria (como se esfuerza en sostener la administración del Estado sionista). La propia naturaleza de este Genocidio escapa necesariamente de los límites que enmarcan la cosmovisión burguesa (Weltanschauung), haciendo imposible captar su verdadero carácter mientras no se estallen los artefactos ideológicos que los profesionales del espectáculo (políticos, sociólogos, periodistas) han sostenido a su alrededor.

Cualquier intento de explicar el exterminio y persecución del pueblo palestino que no parta de reconocer su fundamento en “una particular dinámica de acumulación capitalista”[3] estará condenado a ignorar su carácter real. Tal y como hemos expuesto en anteriores oportunidades, el actual periodo, enmarcado por el refinamiento de formas de violencia aparentemente arcaicas y elevadas en su escala por el desarrollo tecnocientífico, tiene más que ver con el proceso de descomposición del capitalismo que simplemente con el carácter religioso y extremista que se le puedan adjudicar a Palestinos o israelíes según a quién se prefiera. Las tácticas de Israel contra el pueblo Palestino son la perfecta re-actualización de las formas de violencia histórica-colonial. Prueba de ello es el despliegue de las más variadas tecnologías de guerra, que se combinan con la política de la burocracia administradora de la población refugiada, los estados de sitio ininterrumpidos y las “tácticas de sitio medieval adaptadas a la red extendida de los campos de refugiados urbanos”[4], mientras tanto los medios de comunicación retransmiten globalmente este verdadero genocidio blanqueado sin el menor ápice de humanidad.

“Los elementos determinantes en estas técnicas para dejar fuera de combate al enemigo son: utilizar el bulldozer, destruir casas y ciudades, arrancar los olivos, acribillar las cisternas a tiros, bombardear e interferir en las comunicaciones electrónicas, destrozar las carreteras, destruir los transformadores eléctricos, asolar las pistas de aeropuertos, dejar inutilizables las emisoras de televisión y radio, destruir los ordenadores, saquear los símbolos culturales y político-burocráticos del proto-Estado palestino, saquear el equipo médico. En otras palabras, llevar a cabo una guerra de infraestructura”[5].

Los intentos por victimizar a el gobierno y la burguesía israelí paralelamente a la justificación de sus acciones que son, dentro de un contexto bélico, criminales incluso para los estándares acordados, por ejemplo, bajo herramientas de las burguesías estado-nacionales, tales como el Convenio de Ginebra, e incluso la misma Carta de los Derechos Humanos —herramientas instauradas por una burguesía triunfante de una guerra que derrumbó los cimientos del proyecto del ser humano cosmopolita. Destaca sobre todo la auto-justificación de los colonos israelíes, la cual ha sido varias veces repetida por el mismo Netanyahu, para estos se trataría de una misión sagrada, una verdadera guerra santa en el siglo XXI para la eliminación de la «amenaza árabe», guerra que por su propia naturaleza les permite excusar cada una de sus acciones en un mesianismo psicótico y supremacista, que dice actuar por la salvación de la humanidad mientras amenaza con destruirla, que dice ser víctima mientras es verdugo, como sostiene Bifo: «El gobierno Netanyahu-Smoytrich-Ben Gvir es el cumplimiento de la fusión del sionismo con el trascendentalismo supremacista»[6].

  • Sobre el atentado de Hamás y el sionismo psicótico de Israel.

Luego de los primeros días del atentado de Hamás, se han redactado y compartido cientos de opiniones y análisis de los que lamentamos decir que son realmente pocos los que merezcan ser resaltados o que puedan llegar a una crítica que supere, o más bien, atraviese las obviedades y las lecturas caricaturescas que se le ha dado a este, ya sea para bajarle el hilo o por indiferencia. A nivel general, estos análisis demuestran no solo un obvio desconocimiento de la naturaleza de la situación que sufre Palestina y sus orígenes (que se remontan mucho antes que el 7 de octubre), sino que también caen en la torpe insistencia de ciertos sectores de la izquierda —y ultraizquierda— por apelar a formas históricamente reaccionarias y desgastadas de lucha. Caso sobre todo presente en organizaciones de herencia leninista que, incapaces de ir más allá de los márgenes de la concepción burguesa del Estado-nación, resuelven este aparente conflicto entre naciones afirmando un “nacionalismo positivo” y/o revolucionario en el pueblo Palestino y su derecho de autodeterminación contra su “opuesto”: el sionismo imperialista generalizado a todo habitante judío de Israel.

Pese a que la lucha antiimperialista de Palestina y la solidaridad internacional que esta pueda provocar, esta continúa arraigada a la lógica de las luchas anticapitalistas del siglo XX, en donde el enfoque se halla en la liberación del Estado-nación de su dominación imperialista, es decir se limita únicamente a las formas de dominación concreta en detrimento de las “formas de dominación cada vez más abstractas que caracterizan la actual fase del capitalismo”[7]. Al igual que sucedió con los movimientos de liberación nacional y antifascistas del siglo pasado, el capitalismo y por tanto la lucha contra él, eran comprendidas únicamente respecto a algunos de los aspectos que le componen, más no la totalidad de él. Así, la superación de la sociedad de clases —y lo que a esta lo sostiene: Estado, trabajo y patriarcado—, era dejado de lado por una lucha siempre a medias que tiene por programa la construcción de una “democracia popular” y la defensa de la autodeterminación de los pueblos. Ninguna resolución emancipadora provendrá de la afirmación de un ejército nacional sobre otro, ni mucho menos de la elevación de un sector del mundo no occidental sobre la ruinas de Occidente, lo que en cualquier caso no es más que la afirmación de una forma contrarrevolucionaria sobre otra.

Por muy legítima que sea la consigna de la “liberación revolucionaria”, esta no ocurrirá mientras sea levantada a través de la afirmación y defensa de formas históricamente contrarrevolucionarias, resulta cuanto menos peligroso avalar cualquier forma de praxis contra nuestros enemigos sin siquiera antes comprender el contenido y efectividad de esta práctica.

Esta simplificación de la situación de Palestina lleva a una incomprensión de las distintas formas que toma la lucha de clases racializada en la región, cuando en Israel existe un proletariado multiétnico, profundamente fragmentado que reúne a migrantes árabes de diversos países (como Líbano, Egipto e Irán) y judíos precarizados por la administración de Netanyahu, entre los que existen distintas tensiones que los enfrentan y/o unen en diversas circunstancias. Sobre esta heterogénea composición de la estructura social israelí, la revista Il Lato Cattivo decía que de continuar la escalada de violencia los israelíes habrían de hacerse la siguiente pregunta:

¿Están realmente dispuestos a morir por su patria los jóvenes bobos asquenazíes con doble pasaporte, para quienes Tel Aviv es sólo otra capital del entretenimiento? ¿Los judíos de habla rusa que apenas hablan hebreo, los haredim que chupan subsidios pero están exentos del servicio militar obligatorio, los árabes israelíes todavía son tratados como ciudadanos de segunda clase, dispuestos a morir por Israel? Ésta es la cuestión fundamental que pone de relieve la perspectiva de un conflicto militar a gran escala.[8]

La posibilidad de deserción de la guerra y el genocidio es puesta sobre la mesa pero solo para causar más interrogantes de las que habían en un comienzo, ya que habiendo transcurrido un par de meses desde su texto (octubre del 2023), las contradicciones de la sociedad israelí no han estallado de una manera favorable que conduzca al replanteamiento o a la crítica civil contra el genocidio aun en curso, al menos no dentro del mismo Estado de Israel. Hasta el momento ha sido fuera de Israel, en específico dentro de los países que continúan financiando su capacidad armamentística, como Estados Unidos, donde se ha extendido un rechazo (aunque aún sin la suficiente fuerza) al exterminio de la población Palestina, como lo es el caso del Aaron Bushnell, quién era miembro activo de la Fuerza Aérea de Estados Unidos cuando se “quemó a lo bonzo” frente a la embajada de Israel. ¿Existe aún la posibilidad de un movimiento de deserción al interior de Israel o el supremacismo sionista y psicótico de Netanyahu es compartida por el grueso de la población judía israelí?

Bifo Berardi en un texto aún reciente, sostiene algo que nos parece particularmente interesante y es el cambio de perspectiva que han tenido las ultraderechas del mundo con respecto a los judíos, a propósito del manifiesto del terrorista y supremacista Anders Breivik, en donde le da una vuelta de 180° al antijudaísmo de Hitler, para sostener que: “Los judíos, están de nuestro lado en la guerra final por la defensa de la civilización superior, cuyos enemigos son todos los demás, empezando por los musulmanes y siguiendo por los migrantes de todos los orígenes”[9]. El caso de Breivik, no es único, destaca el apoyo público a Israel que los líderes de la ultraderecha sudamericana han sostenido desde antes del 7 de octubre de 2023, hablamos de Bolsonaro, Milei, Kast y tantos otros. Esto nos lleva a observar con una atención particular el denominado “avance del fascismo”, —o posfascismo según se prefiera— y como este avance va de la mano con el de un sionismo inherentemente supremacista y expansionista que parece tener por proyecto la realización de una guerra santa por el resguardo de Occidente e Israel.

Pese a que resulte paradójico por el recuerdo de los crímenes del nazismo, el sionismo y el fascismo han gozado de una relación particular desde la concepción de ambas ideologías (a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX). Relación que es personificada en las figuras de Vladimir Jabotinsky, líder sionista de la corriente revisionista (ala derecha del sionismo) y fundador de la Legión Judía que combatio junto al Reino Unido durante la Primera Guerra Mundial para expulsar de Israel al Imperio Otomano. Y de Abraham Stern líder de la organización paramilitar sionista Irgun y posteriormente líder y fundador del grupo terrorista israelí Lehi, con la que intentó un fallido acercamiento a la Italia fascista de Mussolini y la Alemania Nazi de Hitler, a quiénes consideró aliados frente a Reino Unido, como enemigo común. Tanto Jabotinsky como Stern fueron actores fundamentales para lograr la ocupación colonial israelí en Palestina y para la expulsión de estos últimos durante el Nakba (1948). Las ideas promovidas por ambos fueron continuadas tras sus muertes por los movimientos que encabezaron, siendo responsables de la asimilación de un programa expansionista y etno-nacionalista que justificaría la masacre y expulsión palestina por el presunto “derecho divino” del pueblo judío a ocupar el territorio. Durante este proceso de expulsión en masa, las organizaciones paramilitares Irgún y Lehi masacraron el pueblo de Deir Yassin, asesinando a más de 100 aldeanos palestinos.

Como movimiento reaccionario el sionismo durante el siglo XX sirvió en contener y finalmente borrar al proletariado judío disidente en Europa, el apoyo de Reino Unido y el resto de Occidente (así como también de la URSS) en la fundación de Israel y el proceso de ocupación judía que este dio comienzo, tiene su fundamento en esta cuestión. La migración de millones de judíos desde Europa a Israel y la creación por parte del sionismo de un otro amenazante: véase los árabes en general y palestinos en particular, tuvo como función solucionar la cuestión judía en occidente, homogeneizando a los judíos en tanto se ocultaban sus diferencias de clase y consigo, también su condición como proletarios.

“El sionismo pretende hablar en nombre de todos los judíos, porque desea silenciarnos. El sionismo reivindica Palestina como patria, porque desea desarraigarnos. El sionismo afirma ser la única defensa posible contra un nuevo holocausto, porque desea dominarnos.

En realidad, las acciones del Estado israelí nos han hecho más vulnerables como judíos, como demuestra el aumento de los ataques antijudíos. Y en un giro revelador, los miembros de la congregación de una sinagoga fuertemente antisionista de Stoke Newington han declarado que los militantes sionistas son probablemente responsables de una oleada de amenazas y ataques contra ellos”[10].

Mientras sobre Hamás, pese a ser quizás el actor político más importante en el territorio, en ningún caso podemos asumir, —para no caer en generalizaciones apresuradas y en estigmas—, representan los intereses del pueblo palestino ni encabezan una lucha en su favor, sino más bien son la cara de una lumpen-burguesía local en crisis. Tal y como lo menciona el grupo Barbaria, no fue hace mucho que las manifestaciones eran en contra de la administración del régimen de Hamás[11] por lo que adjudicarles un rol revolucionario y/o de vanguardia —en la retórica leninista— resulta absurdo.

“El proletariado en Gaza que hace unos meses estaba protestando en contra del régimen de Hamás, contra los cortes de luz, la carestía de alimentos y la represión feroz del gobierno, no comparte los mismos intereses que el aparato subordinado al régimen de los Ayatollahs, ni que las “valientes” milicias que utilizan a la población civil de ambos bandos como escudos humanos.”[12]

Con respecto a las motivaciones del atentado del 7 de octubre estas se ven contextualizadas a partir de los históricos “Acuerdos de Abraham” que con mediación de Estados Unidos buscaba la normalización definitiva de las relaciones económicas y diplomáticas entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Sudán, entre otros países de la región del Medio Oriente y el norte de África, a cambio del reconocimiento de la soberanía de Israel. Más allá de esto caeríamos en especulaciones, pero lo cierto es que el efecto de este atentado supuso la justificación necesaria para la política de exterminio de Netanyahu, así como una manera de asegurar su poder durante un periodo de críticas respecto a su administración y una reciente acusación de corrupción tras un total de seis veces electo en el cargo (tres de ellas consecutivas).

Ahora bien, respecto a los métodos empleados por Hamás, la condena a la violencia ciega y la explotación de “las pasiones de destructividad”[13] en el contexto de la lucha revolucionaria —o que se piensa así— es correcta, siempre que no resulte en una “crítica moral a la violencia”, ni un pacifismo vano, sino más bien en el reconocimiento de su verdadero carácter en este contexto: uno profundamente reaccionario. Consigo, creemos necesario explicar que si Hamás no representa los intereses del proletariado palestino —aun con sus propias contradicciones internas e impasses—, esto no significa reducir a Palestina a una víctima inofensiva que necesita ser defendida, ya que este relato negaría las expresiones tanto actuales como históricas del pueblo palestino por luchar por sí mismos a punta de piedras, molotovs, sabotajes y okupaciones contra los colonos y el ejército israelí, como también contra la administración de Hamás y Fatah.

Quizás uno de los aspectos más nocivos de la mala comprensión de este conflicto, es que se niegue la capacidad del proletariado de la región para actuar autónomamente sin necesidad de ser dirigidos por organizaciones paramilitares abocadas al culto a la muerte. Así como, que estas expresiones de lucha sean también en contra de las lógicas autoritarias y patriarcales de la sociedad árabe, cuestión que ha tenido ejemplos claros en las anteriores intifadas:

“Las etapas iniciales de la Intifada habían incluido un elemento de rebelión contra la institución de la familia patriarcal. Las mujeres palestinas se habían negado a la invisibilidad social y se habían enfrentado a los militares. En Ramallah, un grupo de niñas apedrearon a sus padres cuando intentaban impedir que se amotinaran. Para Hamás, un Estado palestino por definición tenía que ser un Estado musulmán, lo que implicaba la imposición de la ley Sharia para restaurar las mismas formas de «control social de baja intensidad» que la Intifada había puesto en duda”[14].

Todo esto pese a que la posibilidad de una nueva intifada o revuelta del proletariado árabe que rompa con los límites del marco nacionalista de lucha sean continuamente obstaculizadas por las estrategias y ofensivas militares israelíes contra la población palestina y árabe. Estrategia que puede comprenderse como la concreción de un genocidio técnico y militarmente perfeccionado en comparación a los del siglo XX pero que continua en profunda relación con estos, que hasta ahora no ha tenido la más mínima oposición o crítica por parte de Occidente. La dificultad principal de pensar en una oposición efectiva a las fuerzas coloniales israelíes es su enorme capacidad armamentística, la cual no es comparable a la fuerza de las organizaciones para-militares existentes —hasta el momento— en territorio palestino (siendo Hamás la más conocida). Por tanto ¿Cómo sería posible una nueva intifada? cuando a la entidad sionista le es permitida el uso de fosforo blanco y demás armas prohibidas internacionalmente, o cuando el asesinato a distancia le es facilitado por drones pagados con los impuestos de los ciudadanos de los países occidentales.

Cualquier papel del proletariado sería inevitablemente mínimo si se entendiera por oposición necesariamente a una guerra de ejércitos nacionales (como es el caso de quiénes exigen a los países de Medio Oriente que se involucren militarmente) o bien cualquier forma de organización militar informal que pueda surgir dentro del territorio. El proletariado sólo es capaz de enfrentarse efectivamente a la burguesía (y sus ejércitos) en el plano económico, allí radica históricamente su fuerza[15]. Los ejércitos y en particular el israelí, dependen fatalmente de la economía nacional, así como del financiamiento internacional que entregan los países aliados. Es a raíz de esto que el ejército resulta vulnerable sobre todas las cosas a los sabotajes hacia la producción armamentística, así como al transporte de armas, alimentos y de refuerzos a sus frentes. «La contrarrevolución militar debe ser atacada en sus retaguardias económicas»[16]. Si bien, no puede negarse la posibilidad del enfrentamiento directo y otras formas de oposición que surjan o bien que ya existan, la única forma realista por la que el proletariado puede ganar es en su propio territorio: la producción y sobre todo las condiciones que permiten esta. Esto aplica tanto al actual escenario que enfrenta Medio Oriente en general (y Palestina en particular), como también a la Guerra Civil Global que mantienen los Estados contra el proletariado en todos los territorios.

El financiamiento a Israel lleva necesariamente a que estas formas de oposición al capital se tengan que llevar a cabo fuera de los márgenes nacionales, y es que Occidente, pero principalmente Estados Unidos es financiador n°1 de este genocidio. Las acciones de solidaridad hacia Palestina que se proponen para el desfinanciamiento de Israel sólo pueden lograrse en tanto se dejen de pensar como peticiones hacia los Estados-nación o las Empresas multinacionales y se piensen más bien como acciones de presión y sabotaje que se enmarcan en una lucha interconectada en todo el mundo, y que pueden tomar diversas formas dependiendo el marco de posibilidades que entregan nuestros contextos locales.

  • Particularidades y Resistencias.

Mientras tanto el resto de los análisis, algo más lúcidos que han resistido caer en el mero culto a la lucha armada o al nacionalismo, terminan de mala manera en una simplificación, en una lectura colonialista, y así, distanciados de su solución —que, en realidad, tampoco nos compete a nosotros ofrecer, estando a miles de kilómetros de distancia, de historia, cultura y cosmotécnicas. Si bien reconociendo en los nacionalismos y las formas terroristas de lucha un cáncer, su alternativa cae en una idea abstracta de solidaridad proletaria: la unión de la clases obreras palestina y judía en contra de la gran burguesía colonial israelí y de los intereses estadounidenses en la región, ignorando las condiciones dispares entre el proletariado árabe y judío que han truncado hasta ahora los intentos por generalizar en actos esta solidaridad. Cuando, por el contrario, se ha tendido históricamente más a la alianza entre las burguesías árabe y judía en detrimento del proletariado radicalizado de Medio Oriente, que en la solidaridad obrera de la región.

Obviando, a su vez, que parte importante del conflicto histórico reside en que la inclusión forzada por parte de Inglaterra del pueblo judío mediante la creación de Israel significó la intervención e intromisión de una cosmovisión, principios, y formas de vida y producción de relaciones sociales totalmente dispares entre sí, que chocaban mediante esta convivencia obligada, que terminó en escenarios de guerra que se convirtieron en expansiones genocidas por parte del Estado israelí.

Consigo, no basta con solo condenar el nacionalismo y ciertas formas de violencia que se reducen a un culto a la muerte, sino plantear y encontrar medios concretos de superación de las contradicciones de la lucha defensiva y de contra-ataque del proletariado global, a través de los cuales se puedan acceder a nuevas sensibilidades, como formas de luchar, habitar y gozar. Esta tarea no es reducida a el proletariado Palestino, ni ninguno en particular, sino que se extiende más allá de cualquier frontera, como expresión planetaria. La experiencia del pueblo Palestino se entrelaza a la de lxs Kurdos, el proletariado racializado en Europa y el pueblo Mapuche en Chile[17] como expresiones contemporáneas de resistencia y contraataque a la ocupación e intentos de exterminio por el capital colonial. Comprendiendo las particularidades propias de cada expresión local de revuelta, estas se interconectan al superar las distintas contradicciones internas que les separan a priori. La revolución como hecho es inherentemente global pero siempre comprendiendo las particularidades que la renuevan y enriquecen en un proceso dialéctico, y generando estrategias propias de cada territorio.

No hay en este instante fórmulas universales para la emancipación, porque el capitalismo logra, como simbiosis caníbal, adaptarse a todas las codificaciones de relaciones sociales situadas. Cada estrategia surgirá desde sus propias aperturas revolucionarias. En esta ocasión, con la distancia que tenemos hacia el habitus palestino, no podemos replicar el gesto colonialista de decirles cómo deberían hacer las cosas. Pero podemos aportar encontrando nuestras propias formas de emancipación que se alcen, interconectadas a las suyas, un proceso que estará necesariamente antecedido de la ruptura con las formas reaccionarias que en este texto insistimos en condenar. Ante nuestra impotencia con el sufrimiento de un proletariado heterogéneo en Medio Oriente y el aceleramiento de los procesos entrópicos del capital —que encuentra sus expresiones particulares en distintos conflictos contemporáneos—, necesitamos encontrar aquellas “aperturas” desde donde pensar la revolución.

Notas al pie de pagina:

[1] De manera irónica Hamás tiene sus orígenes al igual que los grupos islamistas durante la década de los 80s en el contexto de la primera Intifada. La financiación por EEUU y de Israel que les vendió armas ocurre como un intento de crear un contrapeso a la radicalización del proletariado árabe y judío en la región. Respecto al islamismo de estos grupos (que no son iguales entre sí) compartimos la definición de Andrew Rigby: “El islamismo es un movimiento político modernista que, sin embargo, se remonta a formas precapitalistas. Así, al igual que el fascismo, es capaz de posicionarse tanto contra el comunismo como contra el capitalismo (su oposición política al capitalismo es en realidad una oposición moral a la «usura»: el interés). Al igual que las formas de antisemitismo y antiamericanismo, es un pseudoanticapitalismo”.

[2] “Las (empresas) europeas Saab, Thales, Leonardo y BAE junto a las norteamericanas Northrop, Raytheon y Lockheed Martin, que cotizan en la bolsa, han revalorizado sus acciones entre un 15% y 70% gracias a la atmósfera belicista en Europa y el envío de pertrechos a Ucrania”. Fuente: interferencia.cl

[3] Fuente: Sobre la guerra Israel — Hamás en una perspectiva crítico-radical. Por: Pablo Jiménez Cea. necplusultra

[4] Achille Mbembe, Necropolítica  Ed Melusina, 2011.

[5] Ibid.

[6] F. Bifo Berardi, Supremacismo, sionismo y deserción de lo femenino, Lobo Suelto.

[7] An interview with Moishe Postone: That Capital has limits does not mean that it will collapse,  A. Hamza & F. Ruda, Crisis Critique, Vol 3, 2016.

[8] Il Lato Cattivo, Il punto d’esplosione delle contraddizioni israeliane, Dieci tesi sugli sconvolgimenti in corso in Medio Oriente, 2023: https://illatocattivo.blogspot.com/2023/10/il-punto-desplosione-delle.html

[9] F. Bifo Berardi, Ibid.

[10] ZIONISM AGAINST JEWS. JEWS AGAINST ZIONISM. Fuente: http://troploin0.free.fr/biblio/zajaz/.

[11] Así mismo, han ocurrido tras el atentado y consiguiente recrudecimiento del conflicto varias manifestaciones de palestinos contra el presidente Mahmoud Abbas, cuyo gobierno ha colaborado en varias ocasiones con Israel en la represión contra el propio pueblo Palestino. La presidencia de Abbas desde el 2014 fue reconocida por Hamas (al menos temporalmente), luego de que el mismo Abbas (del partido Fatah) y el jefe de Hamás, Khaled Mashaal, se reunieran para lograr la unidad entre sus facciones.

[12] Fuente: Contra el nacionalismo palestino e israelí, Barbaria, 2023.

[13] Erich Fromm, Anatomía de la destructividad humana, Siglo veintiuno editores, 2015. Ahondamos en este concepto en nuestro libro ¿Pasó de moda la locura? Publicado en Editorial Adynata.

[14] Aufheben, Behind the 21st century intifada, 2002. Traducción disponible en Colapso y Desvío.

[15] Debemos de tomar en cuenta que la descentralización social del trabajo y el desarrollo técnico de la producción tienen por resultado en el desplazamiento del trabajador con respecto a las fábricas y la producción de valor, mientras estas tareas pasan a realizarse de manera automatizada por máquinas, el ser humano es empleado en trabajos de mayor especialización que asisten a la producción (pero que no producen valor) o bien son expulsado de los circuitos de valorización. En cualquiera de ambos casos, la fuerza del proletariado (su papel en la producción) se ve afectado, pero las formas radicales por las que ha actuado este durante los periodos de revuelta, véase: la destrucción de maquinaria, la interrupción de la circulación y de las condiciones mínimas necesarias para la producción nos muestran el camino a seguir para la lucha contra el capital. De llevarse a cabo de la manera que describimos en el texto la lucha económica contra los ejércitos, será relevante el grado de automatización de la industria militar y el uso de las IA en esta.

[16] Les Amis de 4 Millions de Jeunes Travailleurs, Un mundo sin dinero, 1976.

[17] Relación que parte en la inspiración del actual proceso de persecución del pueblo mapuche y ocupación militar del Wallmapu por el Estado Chileno en las tácticas y métodos que tienen como “referente y modelo a las normas del Derecho Penal que ha implementado el Estado Sionista de Israel, que en la actualidad ha llevado a un Estado en guerra permanente basado en la ocupación, lo que ha traído actos de genocidio por el sionismo y digna resistencia del heroico pueblo palestino”. Mensaje de Héctor Llaitul desde la prisión: “Wallmapu y Palestina. Ocupación y despojo”.

Autor: colapsoydesvio

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