La crisis ecológica y el auge del posfascismo – Antithesi

La crisis ecológica y el auge del posfascismo
Por: Antithesi.

Traducción al español por: Amapola Fuentes (Colapso y Desvío).

Traducción al ingles disponible en Ill Will

Prólogo por Amapola Fuentes

En los últimos días se ha hecho viral en redes sociales el asunto de Taylor Swift y el uso desmedido de su jet privado. Más allá de la cantidad de memes que han aparecido al respecto, hay algo de serio en este hito: Las clases dominantes, por muy adherentes al capitalismo verde, siguen reproduciendo sus lógicas. Y es que esa actualización de lavado verde del régimen económico y de relaciones sociales es precisamente eso: más de lo mismo, asegurándose de mantener sus condiciones de existencia en el planeta.

Dentro de este texto de Antithesi se menciona parte de esta crítica sobre el greenwashing del capitalismo verde: ese seudo desarrollo sustentable no se realiza porque realmente las grandes empresas hayan reflexionado y, de pronto, hayan decidido ser personas conscientes con el ecosistema. Sólo lo hacen porque, ante una inminente y masiva preocupación por el cambio climático, les es más rentable sumarse a dicha preocupación, aunque sea de manera aparente. Que Taylor Swift compre más bonos de carbono, en vez de dejar el privilegio de su jet privado, es reflejo de eso.

A lo largo de este texto aparecerán muchas cosas que son familiares —lamentablemente— para las experiencias actuales de muchos territorios. A quienes vivimos en el territorio dominado por el estado de Chile, el guiño a lo sucedido en Grecia el año recién pasado, en donde ante una ola de incendios, el gobierno no dudó en señalar a inmigrantes pirómanos como responsables de la intencionalidad detrás de esta catástrofe —es tristemente usual que se responsabilice siempre a los sectores marginalizados, precarizados y lanzados a las fronteras de la supervivencia en las sociedades capitalistas, ya que, si no culpan al inmigrante, culpan a la persona en situación de calle, al drogadicto, extendiendo una nueva forma de estigmatizar y criminalizar al que ha sido dejado fuera por no producir plusvalor. Esto es similar a lo ocurrido en los megaincendios en la V región este verano, y discursos de odio xenofóbico como los que se dieron en Grecia también sucedieron acá, alimentando una paranoia colectiva entre las personas de los sectores afectados (Viña del Mar, Villa Alemana, Quilpué…) y los aledaños a estos (Limache y Valparaíso). En este contexto se crearon grupos de vigilancia entre los vecinos para evitar las posibles quemas, pero lo problemático fue la sospecha generalizada hacia cualquier persona desconocida o bien que llevase botellas (que podrían según ellos ser acelerante para iniciar un nuevo foco). Estas formas de paranoia colectiva y conspiracionismo son tierra fértil para el desarrollo de diversas formas de lo que hemos referido en anteriores ocasiones como pasiones de destructividad humana (y en específico una tendencia necrófila) indistintamente de la posición política. Así mismo, es aprovechado por organizaciones fascistas renovadas en el ecologismo reaccionario y el darwinismo social. Ejemplos en nuestro territorio son varios, ya hace unos años el Movimiento Social Patriota (MSP) realizó campañas de reforestación del Panul, ante un discurso que parecía consciente de la crisis ecológica, pero que tampoco cuestionaba los pilares tras la misma. Y es que a nadie le conviene llevar la reflexión más a fondo, porque mientras más nos adentramos en esta problemática, más grande nos pareciera, y más sin salida.

En determinado momento del texto, se menciona la aparición de grupos de corte eco-extremistas, como ITS, que tienen un despliegue que ya en variadas ocasiones hemos puesto en la palestra de la crítica, justamente por adherir a prácticas necrófilas propias del capitalismo. El dar muerte como salida, a partir de una separación entre quienes se discrimina que “deben morir”, desde ciertas improntas, y quienes no lo merecen. Esa administración biopolítica de la muerte no puede ser sino otra cosa que una expresión de un fascismo renovado, que se alimenta y sostiene de tendencias pre-capitalistas para darse una validez teórica y sectaria. Escaso favor realiza un bombazo en el metro a la concientización del estado actual de cosas. Muy por el contrario, alimenta el individualismo liberal al generar nuevos estadios de incertidumbre y hostilidad, y nuevas fronteras inmunitarias que nos distancian de cualquier posibilidad de una comunidad humana que pueda hacerle frente a la crisis que ya está acá.

Cuando, en el año 2000, Paul Crutzen y el ecologista Eugene Stoermer en un artículo publicado en la revista «Newsletter of the International Geosphere-Biosphere Programme», acuñaron el concepto de Antropoceno, tuvieron la lucidez de, desde la ciencia, cerrar las bocas de conservadores de extrema derecha que se encontraban ya en ese entonces negando una crisis ecológica planetaria. Ya que, demostraron con hechos, cómo el ser humano se había convertido desde la década de 1940 en un agente potente de cambios geofísicos – es decir, en la estructura y composición del suelo, modificaciones climáticas, alteraciones en el ecosistema, repercusiones del estilo de vida en flora y fauna que llevó a la actual sexta mega-extinción. Sin embargo, aunque existimos como cuerpo-especie, no es equiparable, por ejemplo, la emisión de dióxido de carbono que un proletario libera a la atmósfera que el jet privado de Taylor Swift. Así como no es equiparable la contaminación a las aguas que realizamos en el día a día, que la que realiza una minera que extrae petróleo en el norte en una hora.

A partir de eso, Jason Moore, en su libro del 2015 “El capitalismo en la trama de la vida” hace la especificación de la era geológica del Capitaloceno: el capitalismo, como modelo reificador que ha reducido toda forma y materia a un objeto con valor de uso, cambio, y exhibición, es el principal responsable de la crisis global. Bajo este prisma, cualquier crítica que se realice, y que se quede anclado en reformismos socialdemócratas para apalear la crisis sin ir a sus cimientos, sólo se está engañando a sí misma. Esto es algo muy tradicional en los gobiernos progresistas actuales, quienes, de partida se posicionan por un medioambientalismo que sigue reproduciendo la falsa dicotomía humanidad/naturaleza, al considerar a la naturaleza un entorno externo, como si fuese un objeto o escenario en el cual nos movemos sin afectar ni ser afectadxs. Las medidas progresistas caen igualmente en un capitalismo verde, principalmente porque los Estado nación son los principales cómplices y beneficiarios del modelo económico capitalista. Lobbys empresariales, familiares que son parte de estas empresas, bonificaciones…

El riesgo del progresismo es que, ante la desilusión de los sectores sociales que siguen desplegando su confianza ciegamente en ellos, terminen provocando un vuelco a esto que en el texto de G. M. Tamás se conceptualiza como posfascismo: Una forma transformada de fascismo que, manteniendo las premisas xenofóbicas y supremacistas, se vuelca hacia conspiraciones (como del “Gran Reemplazo”, que tiene su versión propia, que ha aparecido recientemente al señalar que en Chile la tasa de natalidad está descendiendo a niveles surcoreanos, mientras que el territorio se comienza a llenar de inmigrantes, principalmente venezolanos) que tienden al neomaltusianismo y a la recuperación de tendencias y valores precapitalistas (la patria, la familia, los grandes relatos que se han desmoronado como parte natural del curso de las sociedades occidentalizadas).

Cuando una consigna que se pretende ecologista termina dentro de las tendencias posfascistas, encuentra su muerte. Es por ello que es necesario contar con insumos que nos permitan dar cuenta de lo que Jappe escribiría en La Sociedad autófaga: “ Al contentarnos con querer un capitalismo “de rostro humano” o “ecológico”, perdemos lo mejor de las revueltas iniciadas en mayo del sesenta y ocho: el deseo de criticarlo todo a partir de la vida cotidiana y de la “locura ordinaria” de la sociedad capitalista, que sitúa a todo el mundo ante la absurda alternativa de sacrificar su vida al trabajo.”

Ante esta transformación de las consignas ecológicas a la ecuación neoliberal del posfascismo, es necesario que levantemos esta urgencia, antes de caer en fantasmas que nos devorarán más temprano que tarde —el alzamiento de un postfascismo banalizado, que surge desde la desesperanza por un cataclismo, o el cataclismo mismo.

 

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La crisis ecológica afecta profundamente a las condiciones materiales de la reproducción social, yendo más allá de los «desastres naturales» para abarcar una profundización de las contradicciones inherentes al capitalismo. Esta crisis no sólo se manifiesta en acontecimientos como inundaciones, sequías y pandemias, sino que también desempeña un papel directo a la hora de alimentar conflictos, malestar social y desplazamientos masivos. En lo que sigue, intentamos exponer un argumento exhaustivo sobre la conexión entre la crisis ecológica y el auge de lo que llamamos la corriente posfascismo, una tendencia política e ideológica que está surgiendo en todo el mundo. El posfascismo es la forma política de la conversión de la indignación generalizada de las masas ante las condiciones de la existencia social en nacionalismo, racismo y conflicto etnocultural sin cuestionar en lo más mínimo las formas dominantes del liberalismo autoritario. Por el contrario, sirve de complemento a estas formas, actuando como palanca para normalizar políticas antaño consideradas extremas e inaceptables, al tiempo que crea un falso adversario que las legitima.

 

La forma capitalista del metabolismo entre sociedad y naturaleza.

La forma capitalista del metabolismo entre sociedad y naturaleza se define por la tendencia del capital hacia su propia expansión ininterrumpida e ilimitada como valor autovalorizante. Esta tendencia entra necesariamente en conflicto con las condiciones materiales y temporales naturalmente determinadas de la producción, como los ciclos biológicos de reproducción de animales y plantas. El carácter homogéneo, divisible, móvil y cuantitativamente ilimitado de la forma de valor se opone directamente a la unidad e indivisibilidad de los productos de la naturaleza, con su diversidad cualitativa, su especificidad local y sus límites cuantitativos.

El hecho de que el capital considere cada límite natural socialmente condicionado como una barrera a superar no significa que tal superación sea realmente posible sin alterar los equilibrios ecológicos locales o incluso planetarios. Al contrario, es precisamente aquí donde se origina el potencial tanto de cambios catastróficos en los ecosistemas locales y periféricos como de una perturbación más amplia del equilibrio ecológico planetario. La ruptura del actual equilibrio ecológico planetario (con la aparición del Antropoceno), la acumulación de gases de efecto invernadero, contaminantes y sustancias tóxicas, y la alteración catastrófica potencialmente irreversible del clima -que lleva a la destrucción de los prerrequisitos naturales para la satisfacción de las necesidades sociales humanas- no son resultados inevitables del conflicto entre la sociedad y la naturaleza. Por el contrario, son fenómenos históricos específicos ligados a la prevalencia del modo de producción capitalista.

Los gestores y expertos capitalistas empiezan a discutir la «gestión racional de los recursos naturales» cuando la productividad del capital se ve comprometida por las prácticas despilfarradoras y destructivas inherentes a los procesos de producción de las empresas y Estados que gobiernan. Esto incluye el agotamiento de las tierras cultivadas, la deforestación, la contaminación del agua, el agotamiento de los combustibles fósiles de fácil extracción y de los elementos raros, etc. Cuando la degradación del medio ambiente dificulta la reproducción ampliada del capital, por ejemplo mediante una ralentización de la productividad agrícola o un mayor gasto en la lucha contra las enfermedades relacionadas con la contaminación, aumentando así el valor de la fuerza de trabajo, estos casos de degradación medioambiental son etiquetados por la corriente económica dominante como «externalidades medioambientales» o «fallos del mercado debidos a la falta de derechos de propiedad», entre otros términos. Estas categorías representan, de forma mistificada, la necesidad de trasladar el aumento del coste del capital al proletariado mundial a través de la imposición de impuestos sobre el consumo y la provisión de subsidios a las empresas capitalistas para la adopción de «tecnologías ecológicas» («Green Deal», «energías renovables», «economía circular» y similares), con el fin de «internalizar las economías ambientales externas», según la jerga económica.

 

La naturaleza como categoría social

La naturaleza no está dada inmediatamente: no puede haber un conocimiento no mediado de la naturaleza. Su conocimiento y su concepto están mediados socialmente: la percepción de lo que es natural en cualquier estadio dado del desarrollo social, y el modo en que se relaciona con la humanidad, así como la forma, el contenido, el alcance y la objetividad de este concepto, están todos influidos por las condiciones sociales. Por lo tanto, la proposición de que la naturaleza es una «categoría social» implica, ante todo, que todos los objetos naturales están socialmente mediados por la forma fundamental de objetividad que prevalece en una sociedad concreta, es decir, en el capitalismo, por la forma de valor.[1]

Como ya hemos argumentado, la tendencia del valor autovalorizante hacia la expansión ilimitada convierte a la naturaleza en un mero objeto para la humanidad, una mera cuestión de utilidad, un objeto del que apropiarse libremente sin preocuparse por el despilfarro de sus riquezas y poderes -y mucho menos por su «legado en un estado mejorado a las generaciones venideras «[2]. No existe una regulación racional del metabolismo entre la sociedad y la naturaleza que pueda garantizar la satisfacción de las ricas y diversas necesidades humanas sin el agotamiento de los recursos naturales. Esta es la base de la crisis ecológica a la que nos enfrentamos hoy en día, cuya principal expresión es el catastrófico cambio climático.

Pero aparte de esta concepción abstracta, calculable y formalmente/instrumentalmente racional de la naturaleza que se desprende de la estructura económica del capitalismo, surgió otra concepción de la naturaleza como reacción contra la cosificación del capital y su tendencia a «despojar a los humanos de su esencia humana»: una concepción romántico-irracionalista que atribuye a la naturaleza el significado de un crecimiento orgánico, en contraste con las estructuras artificiales de la civilización humana. Como señala astutamente Georg Lukács: «el concepto de ‘crecimiento orgánico’ como consigna militante contra la cosificación adquirió, a través del romanticismo alemán, la escuela histórica del derecho, Carlyle, Ruskin, etc., una connotación reaccionaria cada vez más clara».[3] A pesar de sus pretensiones, la concepción romántica / organicista de la naturaleza sirve de justificación del orden de cosas imperante. Su rechazo de la cosificación capitalista asume el carácter de una oposición únicamente a los elementos igualitarios, antijerárquicos y antiautoritarios de la modernidad que, por otra parte, son tachados de decadentes, degenerados, «humanistas» o «judeo-comunistas» por la excrecencia fascista de esta corriente.

La invocación de la «sangre y el suelo», la idea de una conexión mística entre un grupo étnico concreto y un paisaje geográfico determinado, la diferenciación entre los «autómatas» y los » con alma», la idea de la naturaleza como un anteproyecto de relaciones sociales ideales basadas en la escasez, la «jerarquía» racial, la competencia y la «selección» son atributos de la forma nacionalista desarrollada de la concepción romántico-irracionalista de la naturaleza. Esta concepción es parte integrante de un programa ideológico para la contención y desviación de las luchas sociales y de clases hacia el conflicto intraproletario a lo largo de líneas nacionales y raciales. Pretende refrendar y consolidar la desigualdad y la jerarquía como el estado natural de las cosas.

Es importante señalar que la concepción de la naturaleza promovida por el fascismo histórico y el nazismo fue un intento de reconciliar estos dos polos. El conocimiento positivista y el saber tecnológico se combinaron con un poderoso sentimiento de identidad del «Volk» inmortal y de lo «espiritual». La palingenesia de la nación dentro de un nuevo orden mundial vinculó la noción del choque mítico de las culturas aria y no aria —una lucha a muerte por la existencia- con elementos pseudocientíficos de la antropología racial, el darwinismo social y la eugenesia. La reclamación de tierras en el Este era al mismo tiempo un proyecto racial de «vuelta a la tierra» y la realización de una «utopía» tecnocrática (es decir, una distopía) que se pretendía crear «mediante un proceso de destrucción purgativa, la subyugación despiadada y el «reasentamiento» de las razas eslavas autóctonas, la erradicación de su cultura, la aniquilación de judíos, comunistas, prisioneros de guerra y todo lo que oliera a subversivo o disgenérico».[4]

 

La crisis ecológica y el auge de las ideologías reaccionarias

La crisis ecológica descrita en la primera sección de este ensayo es un aspecto clave de esa prolongada crisis de reproducción del capital que forma el sustrato de todo el período histórico desde la «Gran Recesión» de 2008. El estallido de la pandemia del SRAS-CoV-2, una crisis sanitaria mundial que es otra forma de la «policrisis» del capital unitario[5], fue en sí mismo un producto de la manera en que la producción capitalista se relaciona con el mundo no humano, y se produjo en un momento en que incluso las economías más fuertes luchaban por salir de un estancamiento económico prolongado y de unas tasas de crecimiento excesivamente bajas. Las perturbaciones actuales y previstas causadas por el cambio climático se entrecruzan con las catástrofes actuales de pobreza y violencia. Estos problemas se exacerban y amplifican mutuamente, y unos se manifiestan a través de los otros.

Las medidas adoptadas para reforzar la reproducción social y la acumulación capitalistas durante la pandemia y tras el estallido de la «crisis inflacionista» no pudieron revertir los problemas más profundos de la rentabilidad y de la reproducción ampliada del capital a escala mundial. Como resultado, a pesar de toda la cháchara sobre un «aterrizaje suave» de la economía, incluso los economistas de la corriente dominante siguen pronosticando un prolongado período de estancamiento secular (o incluso de «estanflación») para el próximo período. Debido a las precarias o sombrías condiciones de vida en muchas partes del mundo, una vez levantadas las medidas restrictivas del COVID se produjo un importante repunte de los flujos migratorios. Desde Ucrania y Nagorno Karabaj hasta Palestina, Eritrea y el Sahel Occidental, pasando por Haití, Cuba y Venezuela, los desplazamientos humanos han adquirido últimamente proporciones inmensas. En casi todas partes, esto se ha debido a factores como los efectos adversos del cambio climático (sequías, inundaciones e incendios forestales), el estallido de conflictos militares y el creciente empobrecimiento provocado por la pandemia, el aumento de los precios de los alimentos y los efectos de las subidas de los tipos de interés por parte de los bancos centrales del Norte global en los países más pobres del mundo.

Es obvio que la dimensión ecológica de la crisis capitalista exacerba las contradicciones existentes, ya que está directa e indirectamente relacionada con el desplazamiento de enormes cantidades de personas, lo que conduce a un aumento sustancial de los flujos migratorios. Es por esto que, además de los clásicos delirios reaccionarios del darwinismo social que presentan la desigualdad y la «supervivencia del más fuerte» como «hechos de la naturaleza» inevitables e irrevocables (por ejemplo, los delirios que impregnan el negacionismo del COVID y el discurso antivacunación en relación con la supuesta superioridad de la «inmunidad natural»), también han resurgido diversas versiones regurgitadas del neomalthusianismo.

Una versión supuestamente más «sobria» de esta ideología reproduce los puntos principales expuestos por Garrett Hardin en su artículo de 1974 «Lifeboat Εthics», a saber, que la Tierra es como un océano en el que los habitantes de los países ricos flotan en botes salvavidas mientras que las personas desfavorecidas de las regiones más pobres quedan a la deriva. Según Hardin, la capacidad de los botes salvavidas es finita y si las naciones ricas dejan entrar a los pobres en el bote salvavidas, todos están condenados: «Justicia completa, catástrofe completa». Reaccionarios de posizquierda tales como Sahra Wagenknecht, por ejemplo, afirman que los limitados recursos del «Estado del bienestar» deberían asignarse a los ciudadanos de la nación, suscribiendo el discurso de los regímenes de austeridad neoliberales que promueven la imposición social de la escasez a través de medidas de austeridad. La escasez actual, sin embargo, no es «natural», sino que está condicionada social y políticamente por la dinámica interna de la acumulación capitalista.

Una ideología poblacionista reaccionaria más descarada es la llamada teoría del «Gran Reemplazo», muy popular entre la extrema derecha, la «alt-right» y los nazis declarados. De acuerdo con esta teoría de la conspiración, las «élites globalistas» están reemplazando demográfica y culturalmente a las poblaciones blancas por personas no blancas y especialmente musulmanas a través de la migración masiva, el crecimiento demográfico diferencial y la caída de la tasa de natalidad de los europeos y estadounidenses blancos. Este descenso de la natalidad se atribuye a la «ideología de género», las vacunaciones masivas, las «enfermedades fabricadas» (el COVID se ha presentado como tal), los chemtrails, la legalización del aborto, el control mental y la manipulación de los medios de comunicación, los «xenoestrógenos» contenidos en la soja modificada genéticamente y otros OMG, …y todo el disparate continúa sin cesar. La teoría de la conspiración del «Gran Reemplazo» comparte con los discursos neomalthusianistas más «respetables» el desdén por la reproducción excesiva de los pobres, que se presenta como una amenaza para los «miembros más laboriosos y dignos» de la sociedad[6].

El manifiesto titulado «El Gran Reemplazo», publicado en línea por el autodenominado «Ecofascista Etno-nacionalista» que asesinó a 51 fieles musulmanes en Nueva Zelanda el 15 de marzo de 2019, lamenta la disminución de la tasa de fertilidad de las «naciones blancas» en comparación con las «razas» no blancas. Como escribió el asesino en su despotricar nocivo: «el medio ambiente está siendo destruido por la sobrepoblación [sic], los europeos somos uno de los grupos que no estamos sobrepoblando el mundo. Los invasores son los que están sobrepoblando el mundo. Matemos a los invasores, matemos la superpoblación y así salvaremos el medio ambiente». Llama la atención que el cambio climático esté directamente relacionado con la inmigración y la natalidad. En respuesta a la pregunta «¿Por qué centrarse en la inmigración y la natalidad cuando el cambio climático es un tema tan importante?» escribe «Porque son los mismos temas».

 

Negacionismo del cambio climático

La perversa conexión entre el cambio climático y el «gran reemplazo» puede atribuirse a un sentimiento compartido de crisis catastrófica no localizable. Sin embargo, el enfoque estándar de la emergente corriente de extrema derecha -cuya composición procede tanto de la derecha como de la izquierda- es el negacionismo del cambio climático. Hay varias formas de negacionismo: negacionismo de la tendencia («no hay aumento de la temperatura»), negacionismo de la atribución («está causado por los ciclos del sol y no por los humanos»), negacionismo del impacto («no hará ningún daño, al contrario, ayudará al crecimiento de los bosques»), negacionismo de la acción («no podemos / no necesitamos hacer nada») y negacionismo de la urgencia («todavía tenemos mucho tiempo para responder»). La razón por la que el negacionismo del cambio climático prevalece dentro de esta corriente es el hecho de que resulta difícil echar la culpa a los inmigrantes y descubrir causas locales nacionalistas de un fenómeno global que es una expresión de la estructura y la lógica transnacionales de la producción capitalista, que está inextricablemente vinculada a los combustibles fósiles como su fuente de energía más importante.

La negación del cambio climático asegura que el capitalismo como modo de producción permanezca inmune a las críticas, suprimiendo así la necesidad de transformar sus relaciones de producción. En su lugar, sus cataclísmicos resultados sociales y sufrimientos -experimentados principalmente por las poblaciones más pobres (hambrunas, enfermedades, luchas civiles, etc.)- se atribuyen a su propia ineptitud. Por si fuera poco, en lugar de abordar sus causas, se adoptan medidas de seguridad asesinas en el contexto de la gestión militarizada de las consecuencias de la crisis climática. Como observan Sam Moore y Alex Roberts en The Rise of Ecofascism, «el negacionismo intenta traspasar los límites medioambientales, externalizando los riesgos a otros. La securitización convierte este riesgo en un control rentable. Más que dos tendencias separadas, se alinean cada vez más como dos facetas de la gobernanza de la naturaleza y la sociedad: una produce y desplaza el riesgo, la otra lo capitaliza».[7] Un ejemplo paradigmático es la política de la administración Trump, que por un lado niega la existencia del cambio climático y por otro promueve la ampliación del muro en la frontera de Estados Unidos con México, que sirve para impedir la afluencia de migrantes creada por la crisis climática.

 

Ecología reaccionaria y teorías de la conspiración

No es sorprendente que las fuerzas de extrema derecha a la vanguardia de la negación del cambio climático expresen simultáneamente un discurso localista y nacionalista a favor de la protección del medio ambiente, e incluso hayan intentado implicarse en protestas contra la instalación de turbinas eólicas y otras luchas medioambientales locales. Este tipo de ambientalismo no ataca la explotación capitalista de la naturaleza, sino que desplaza la cuestión hacia la defensa del «suelo nativo» y el paisaje, y de la cultura y el modo de vida nacionales «tradicionales». CasaPound en Italia, la Alternativa Patriótica en Gran Bretaña y Amanecer Dorado (GD) en Grecia trataron la destrucción de los entornos locales (por ejemplo, las montañas de Mani, en el caso de los cuadros locales de GD, una parte del sur del Peloponeso) como una violación escandalosa de los límites naturales, al tiempo que defendían la condición estructural de las emisiones de carbono (por ejemplo, la minería y la quema de lignito para la generación de electricidad en el norte de Grecia).

Abordar la crisis climática global exigiría una transformación radical de la producción en general y de la producción energética en particular. Por el contrario, el «capitalismo verde» y el desarrollo de la «producción de energías renovables» no constituyen una solución al problema de la catástrofe medioambiental, y crean aún más daños de otras maneras. Según el Banco Mundial, el aumento de la extracción de materiales que sería necesario para construir suficientes instalaciones solares y eólicas para producir una producción anual de unos 7 teravatios de electricidad en 2050, con el fin de alimentar aproximadamente la mitad de la economía mundial, es tremendo: 17 millones de toneladas de cobre, 20 millones de toneladas de plomo, 25 millones de toneladas de zinc, 81 millones de toneladas de aluminio y nada menos que 2.400 millones de toneladas de hierro[8]. La transición a las energías renovables requerirá un aumento masivo respecto a los niveles de extracción actuales. La demanda de neodimio -un elemento esencial en las turbinas eólicas- tendrá que aumentar un 35% para alcanzar el objetivo de cero emisiones, mientras que la demanda de indio, esencial para la tecnología solar, se triplicará, y se prevé que la demanda de litio, necesario para el almacenamiento de energía, se incremente 27 veces. Si examinamos sólo el litio, las fugas químicas de las minas de litio han envenenado ríos desde Chile hasta Argentina, desde Nevada hasta el Tíbet, acabando con ecosistemas enteros de agua dulce[9]. Y estas cifras sólo cubrirían la energía necesaria para la producción capitalista existente. En otras palabras, a menos que se produzca una transformación radical de la reproducción social, la llamada «energía limpia» puede llegar a ser tan destructiva como los combustibles fósiles[10].

Sin embargo, las críticas procedentes de las fuerzas reaccionarias no se centran en el modo de producción capitalista y en la dinámica de la acumulación capitalista, sino que promueven una narrativa nacionalista-populista según la cual «la gente corriente» se ve amenazada por las «élites» cosmopolitas y liberales -los llamados «globalistas»- que explotan la «mentira del cambio climático» para promover sus intereses a su costa, destruyendo el medio ambiente, el modo de vida y la economía locales para lograr la gobernanza global (el «Nuevo Orden Mundial»)[11] y/o promover «una industria mundial multimillonaria»[12]. Por supuesto, el cambio climático está siendo explotado por las corporaciones capitalistas de todo el mundo para obtener beneficios. Sin embargo, el hecho de que sectores del capital puedan obtener beneficios de esta explotación no significa, por supuesto, que «el clima sea un engaño, del mismo modo que el hecho de que Pfizer reporte enormes beneficios no convierte a COVID en un engaño». Habría que haber renunciado a toda capacidad de pensamiento crítico para llegar a tales conclusiones, ya que delatan una grave falta de comprensión sobre cómo funcionan la mercantilización y la rentabilidad capitalistas[13].

El pensamiento conspirativo no se limita a desviar el descontento de las relaciones sociales capitalistas. También es instrumentalizado por los gobiernos para culpar de sus fracasos a los chivos expiatorios más convenientes, dirigiendo la ira contra los sectores más débiles y marginados de la población. En el caso de Grecia, las teorías conspirativas generalizadas de que los incendios forestales son provocados por pirómanos como parte de un plan maestro para despoblar zonas enteras, cambiar el uso del suelo, instalar turbinas eólicas o, en otra versión, por agentes secretos de Turquía o elementos sospechosos que conspiran contra el país, se han convertido en parte del discurso oficial del Estado griego. Mitsotakis, el actual primer ministro de Grecia, no dudó en repetir y promover la narrativa racista conspirativa de que los inmigrantes/refugiados eran los responsables del desastre sin precedentes de los incendios de Evros de agosto de 2023, a pesar de que las declaraciones oficiales del servicio de bomberos atribuían el fuego a un rayo en el contexto de un fenómeno de tormenta seca. Al mismo tiempo, dio cobertura política a las milicias fascistas que operaban en la frontera deteniendo ilegalmente, torturando y robando a inmigrantes y refugiados, presentando los pogromos racistas como actos de «justicia vigilante» contra los (inexistentes) pirómanos, mientras pasaba completamente por alto el hecho de que estas milicias se formaron en plena cooperación con las autoridades locales, los guardias fronterizos y la policía.

Otra práctica negacionista de la que se apropió e instrumentalizó el gobierno griego consistió en acusar a científicos e instituciones de servir a la agenda política de un nefasto enemigo de la nación (en algunos casos este enemigo se identifica con las élites globalistas, en otros con los izquierdistas traidores que sirven a los intereses de países enemigos). En primer lugar, el Ministerio de Medio Ambiente atacó al programa europeo de observación de la Tierra Copernicus (el componente de observación de la Tierra del programa espacial de la Unión Europea al que más tarde se pidió oficialmente ayuda para las inundaciones), alegando que su evaluación de la vasta zona destruida por los incendios era inexacta porque las imágenes de satélite tienen «baja resolución». Los diputados de Nueva Democracia atacaron entonces al Observatorio Nacional de Atenas, afirmando que estaba haciendo propaganda y juegos políticos por los datos que publicaba sobre los megaincendios y el enorme aumento de la superficie quemada. Es evidente que, para encubrir la total inadecuación e incompetencia de las infraestructuras y servicios estatales a la hora de hacer frente a las catástrofes provocadas por el calor y la sequía sin precedentes y las inundaciones extremas que vuelven con una frecuencia sin precedentes debido al cambio climático, las autoridades estatales no dudarán en utilizar cualquier medio, incluidos los métodos y el lenguaje de la extrema derecha fascista[14].

 

Post-fascismo

Este enfoque autoritario puede permitir que el saqueo de la naturaleza continúe sin trabas, trasladando los costes y riesgos de la crisis climática a los sectores más débiles del proletariado mundial. Ante el creciente antagonismo y el endurecimiento del autoritarismo estatal contra cualquier reivindicación, es probable que una parte significativa de la población proletaria «interna» se alinee con el autoritarismo gobernante y acepte como estrategia de supervivencia una «solución» autoritaria a toda cuestión social, incluida la cuestión del cambio climático, mediante una profundización de las divisiones en el seno del proletariado.

La expresión política de esta tendencia puede verse en la aparición, en todo el mundo, de una nueva corriente de extrema derecha que o bien ha tomado el poder (Argentina, Hungría, Italia) o bien alterna con fuerzas neoliberales autoritarias (que incluyen a los llamados partidos de izquierda y socialdemócratas que se han transformado en neoliberales en los últimos 35 años). En ambos casos, se ha normalizado la deshumanización de los inmigrantes indocumentados y de los ciudadanos marginados (romaníes, drogadictos y personas sin hogar). La máscara de un supuesto carácter «antisistémico» permite a la nueva corriente de extrema derecha movilizar en masa a los sectores más reaccionarios y desafectos de la clase obrera y la pequeña burguesía a favor de la restauración de la homogeneidad nacional y la estabilidad social, es decir, la restauración violenta de la unidad del circuito de reproducción del capital social nacional[15]. Siguiendo al marxista húngaro Gaspar Miklos Tamás, llamamos a esta corriente posfascista[16], que se refiere a una forma de política que combina elementos del neoliberalismo, el nacionalismo, el individualismo libertario y la democracia moderna, al tiempo que excluye formal o informalmente de la ciudadanía a la población excedente consolidada, es decir, la población que ni siquiera puede vender su fuerza de trabajo para su explotación, que constituye la mayoría de la población de los países más pobres y una parte significativa de la población de los países desarrollados, que sobrevive gracias a la ayuda «humanitaria» y a la economía «informal».

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Hasta ahora, hemos esbozado una imagen aproximada de la sombría situación a la que nos enfrentamos. Nuestra crítica de la corriente y el régimen posfascistas que han surgido y se han consolidado en los últimos 15 años, en un periodo de «policrisis» capitalista prolongada, de la que la crisis climática es una de las formas más fundamentales, es un complemento necesario para la crítica de la gestión «normal» de la crisis ecológica dentro de la coyuntura actual, a través de la estrategia del llamado «desarrollo sostenible», «economía circular», «Green Deal» y similares. Los dos polos del Estado «normativo» («arco democrático») y del Estado «prerrogativa» (posfascistas de todos los colores) no se excluyen mutuamente, sino que se refuerzan recíprocamente. Cualquier intento de sostener una crítica social debe volverse simultáneamente contra ambos polos. El «estado de necesidad» que establece la crisis capitalista y sobre todo su forma ecológica es una acumulación de desastres y ruinas. Sin embargo, la destrucción del equilibrio ecológico planetario sigue siendo hoy «un aspecto concreto de la crítica de la economía política”[17]. «Se puede predecir la entropía, pero no el surgimiento de algo nuevo. El papel de la imaginación teórica sigue siendo el de discernir, en un presente aplastado por la probabilidad del peor de los escenarios, las diversas posibilidades que, sin embargo, permanecen abiertas”[18]. Por lo que a nosotros respecta, seguimos viendo las posibilidades que pueden abrir las luchas sociales y de clase contra el mundo del capital que rechazan necesariamente todo lo relacionado con el Estado y el nacionalismo.

 

 

 

[1] Ciertamente, ni el contenido de nuestro conocimiento de la naturaleza ni su existencia material se agotan en la forma social de su mediación, ya que el material del concepto conserva un resto que se resiste a la asimilación completa al concepto. «La naturaleza es una categoría social. Es decir, lo que pasa por naturaleza en una etapa determinada de la evolución social, la constitución de la relación entre esta naturaleza y el hombre y la forma en que tiene lugar la confrontación del hombre y la naturaleza, en suma, lo que la naturaleza significa en su forma y su contenido, su alcance y su objetividad, todo ello está socialmente condicionado.» G. Lukács, Historia y conciencia de clase, Estudios de dialéctica marxista, MIT Press, 1971, 234.

[2] K. Marx, El Capital Vol. III, Penguin, 1981, 911.

[3] G. Lukács, Historia y conciencia de clase, 136, 214.

[4] Roger Griffin, Modernism and Fascism, Palgrave, 2007, 324-326.

[5] Según Adam Tooze, que popularizó el término, la «policrisis» es un predicamento histórico de múltiples crisis, cuyas causas y procesos están inextricablemente unidos para crear efectos compuestos. A nuestro entender, la «policrisis» es la aparición multivalente de la crisis de reproducción del capital.

[6] R. Malthus, An Essay on the Principle of Population, ESP, 1998 [1798], 27.

[7] Sam Moore & Alex Roberts, The Rise of Ecofascism. Climate Change and the Far Right, Polity, 2022, 44.

[8] “The Growing Role of Minerals and Metals for a Low Carbon Future,” World Bank, 2017. En línea en https://documents1.worldbank.org/curated/en/207371500386458722/pdf/117581-WP-P159838-PUBLIC-ClimateSmartMiningJuly.pdf

[9] Amit Katwala, “The Spiraling Environmental Cost of our Lithium Battery Addiction,” Wired, May 8 2018. En línea en https://www.wired.co.uk/article/lithium-batteries-environment-impact

[10] Jason Hickel, “The Limits of Clean Energy,” Foreign Policy, 6.0.2019. En línea en https://foreignpolicy.com/2019/09/06/the-path-to-clean-energy-will-be-very-dirty-climate-change-renewables/

[11] Ya en 2003, el senador republicano por Oklahoma James Inhofe afirmó que los partidarios del Protocolo de Kioto para la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero pretenden una gobernanza mundial. Véase en https://web.archive.org/web/20070328212952/http://inhofe.senate.gov/pressreleases/climate.htm

[12] Martin Durkin, The Great Global Warming Swindle documentary. En línea en https://web.archive.org/web/20070308093308/http://www.washtimes.com/world/20070306-122226-6282r.htm

[13] El hecho de que una parte no insignificante de la izquierda y de los medios anarquistas también suscriban un anticapitalismo/antiimperialismo populista superficial y/o una crítica neorromántica de la ciencia y la tecnología ha llevado en algunos casos a la adopción de narrativas reaccionarias muy próximas a las seguidas por la extrema derecha. En este contexto, incluso han surgido grupos ecofascistas del entorno anarquista individualista (ITS).

[14] Esta insuficiencia se debe a la elección deliberada durante muchos años de infrafinanciar servicios públicos esenciales como la silvicultura y la protección contra las inundaciones.

[15] Es importante señalar que esta corriente como movimiento social se proyecta como imparcial, más allá de la división entre izquierda y derecha. Por supuesto, las cuestiones que ha planteado hasta ahora forman parte claramente de esquemas reaccionarios y de extrema derecha preexistentes, como atacar a la «izquierda despierta» y a los «defensores de los derechos», cultivar el miedo ante una supuesta «invasión» de inmigrantes y un inminente «bloqueo climático», crear pánico moral contra las vacunas que alterarán «el cuerpo y el ADN de nuestros hijos», etc. Sin embargo, en el contexto de su supuesto carácter antisistémico, es importante que esta corriente se presente como una ruptura con la política dominante y afirme que constituye algo que trasciende la oposición tradicional entre izquierda y derecha. De ahí que la participación de algunos destacados «progresistas», izquierdistas y antiautoritarios autoidentificados sea tan crucial para su constitución.

[16] G. M. Tamás, «On Post-Fascism», Boston Review (en línea en https://www.bostonreview.net/articles/g-m-tamas-post-fascism/). Aparte de sus importantes diferencias, el elemento común básico entre el fascismo y el posfascismo, que en este último caso justifica el segundo compuesto del término, es la forma dual del Estado. Por un lado, está el «Estado normativo» (Normenstaat), en el que se mantiene el Estado de Derecho para quienes pertenecen a la comunidad política; por otro lado, está el «Estado prerrogativo» (Maßnahmenstaat), en el que el trato a los excluidos de la comunidad política pasa a ser arbitrario y al margen de la ley (Sobre este punto, véase Ernst Fraenkel, The Dual State, A Contribution to the Theory of Dictatorship, Oxford University Press, 1941). En el mundo actual, los excluidos de las garantías del Estado de derecho son principalmente los inmigrantes y refugiados que son excedentes de la producción capitalista, pero la línea divisoria que determina qué parte de la población está bajo la jurisdicción del «Estado normativo» y cuál está bajo la jurisdicción del «estado de prerrogativa» siempre se puede mover para incluir partes del proletariado local. Se necesita precaución aquí, ya que la retórica de extrema derecha del «tecnofascismo», el «apartheid sanitario», el «alarmismo climático es fascismo» ”, etc., intenta realizar comparaciones inapropiadas e inválidas entre exclusiones reales (refugiados de Asia y África, palestinos en Gaza o judíos en la Europa nazi) y exclusiones inexistentes (antivacunas, “cristianos blancos”, etc.). Con valor propagandístico para atraer seguidores, esta táctica sirve a un objetivo más fundamental de los posfascistas: relativizar y deslegitimar los conceptos mismos de “apartheid”, “Holocausto”, “fascismo”, etc.

[17] Internacional Situacionista, The Real Split in the International, Pluto Press, 2003, 24.

[18] Jaime Semprun and René Riesel, “Catastrophism, Disaster Management and Sustainable Submission,” 2008. En línea en https://libcom.org/article/catastrophism-disaster-management-and-sustainable-submission-rene-riesel-and-jaime-semprun

Autor: colapsoydesvio

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