Texto original en inglés publicado en la web de Heatwave el 1 de abril de 2025. Traducido al español por Amapola Fuentes para Colapsó y Desvío. Disponible en PDF [Aquí]
Nota de CyD: Este texto escrito colectivamente por lxs editores de Heatwave se trata de una suerte de presentación de su proyecto, así como un primer vistazo del tono y contenido que tendrá el primer numero de su revista publicada en junio del 2025.
Como todos los años ahora, el 2025 empezó con fuego. Hubo, por supuesto, la secuencia de incendios forestales que asolaron el sur de California, los más destructivos hasta la fecha y la catástrofe natural más cara de la historia de Estados Unidos.

[Como todos los años ahora, el 2025 empezó con fuego]
Editorial preliminar a Heatwave #1[1]
No es posible hacer un balance de los tiempos sin pasar revista al libro de contabilidad de la catástrofe mundial. Caos, crisis, desestabilización… es difícil encontrar las palabras adecuadas para expresar el carácter arquitectónico de las compensaciones: represalias planetarias aplicadas en formas familiares, pero con tempos imprevisibles y una extraña virulencia. Extraño es quizás lo mejor que podemos hacer por ahora. La tragedia-farsa de este choque de trenes histórico no es nada si no misteriosa. No hay parábolas que satisfagan estos momentos, cuando los escombros se amontonan y se amontonan, un cruel edificio de derrotas, retorciéndose como una abominación eldritch despertada de un antiguo letargo, animada a través de la interacción de las especies, pero totalmente indiferente a ella.
Como todos los años ahora, el 2025 empezó con fuego. Hubo, por supuesto, la secuencia de incendios forestales que asolaron el sur de California, los más destructivos hasta la fecha y la catástrofe natural más cara de la historia de Estados Unidos. El largo siglo de mala gestión por supresión de los incendios se ha deshecho tan claramente que, a estas alturas, sería una aberración que pasara un solo año sin que algún incendio forestal que bate récords devorara franjas insondables de tierra a ritmos asombrosos. La ignición está prácticamente garantizada: el mundo es demasiado caluroso, el agua demasiado escasa, las infraestructuras demasiado descuidadas, la yesca demasiado omnipresente. El fuego en estas regiones siempre ha sido una certeza estadística, como dijo el difunto Mike Davis[2]. Ahora podemos decir lo mismo de la propia catástrofe anual que bate récords. Todo lo que queda por decidir son los patrones de abandono repartidos por los administradores de la propiedad, que previsiblemente cristalizan a lo largo de líneas de clase, raza y nación. Mientras los superricos de Palisades pagaban miles de dólares diarios a equipos privados de bomberos para proteger sus bienes, en otros lugares California desplegaba 800 trabajadores encarcelados, que trabajaban por dólares al día, en múltiples frentes para contener la media docena de incendios invernales. Mientras tanto, los residentes de Altadena, de mayoría no blanca e históricamente un baluarte de la propiedad de viviendas por parte de la población negra, recibieron órdenes de evacuación con retraso, y el incendio de Eaton destruyó posteriormente más de 10.000 estructuras y se cobró al menos 17 víctimas mortales. Casi la mitad de los hogares negros de Altadena resultaron destruidos o dañados. En la ecología desintegradora de la fábrica planetaria, las catástrofes asumen formas definidas como “especies de conflagración” distintas, por retomar a Davis. La filogenia de la reproducción capitalista garantiza el desarrollo desigual del apocalipsis.

[Los incendios de Los Ángeles a principios de año fueron los más destructivos de los que se tiene constancia.]
Otros fuegos en otras costas no han resultado menos devastadores. Ucrania ha visto su frente militar retroceder a medida que los avances rusos han recuperado territorio en el este. Aunque el impasse llevó a Zelenskyy a la mesa de negociaciones, las semanas de conversaciones para un alto el fuego han estado plagadas de tensiones y posturas, por no decir otra cosa. Ante las escasas perspectivas del proyecto europeo, la administración Trump ha sugerido combinar los paquetes de ayuda y seguridad de Estados Unidos con un acceso privilegiado a los minerales de tierras raras de Ucrania, así como a sus reservas de petróleo y gas natural, cruciales para cualquier reactivación de la industria manufacturera como parte de las políticas industriales prometidas por Trump, que se controlarían a través de un fondo de inversión conjunto. La guerra civil sudanesa hace estragos y atrae a beligerantes de cadenas de mercancías competidoras, zonas extractivas del interior y poblaciones rurales excedentarias. Acosada por una hambruna generalizada y millones de refugiados internos, la situación es la mayor crisis de este tipo en el mundo. Y tras quince meses de destrozos genocidas, con al menos 50.000 muertos y más de 100.000 desaparecidos, Israel acordó finalmente y a regañadientes un armisticio y un intercambio de prisioneros con Hamás. El retorno a las hostilidades coloniales parecía casi asegurado durante la breve distensión, ya que Israel desobedeció los términos del acuerdo, siguió disparando a los gazatíes, interfirió en los envíos de ayuda, cortó la electricidad e intensificó sus incursiones en Cisjordania, recuperando toda la legitimidad política que pudo entre sus fanáticos colonos. Tras sólo dos meses, el frágil alto el fuego se derrumbó bajo una cascada de misiles y artillería pesada bautizada oficialmente como “Operación Poder y Espada”. En un solo día, el número de muertos aumentó en unos 400 palestinos, la mayoría mujeres y niños, uno de los días más mortíferos desde el diluvio de Al-Aqsa. En el momento de este escrito, cientos de personas más han muerto, más de mil han resultado gravemente heridas y más de 140.000 han sido desplazadas, mientras las FDI reanudan las operaciones terrestres y las evacuaciones forzosas. En respuesta a la continua interrupción de la ayuda humanitaria por parte de Israel durante el alto el fuego, los Houthis ejecutaron más de 190 ataques contra el tráfico marítimo en el Mar Rojo. Estados Unidos respondió atacando Yemen con decenas de ataques aéreos. Para no quedarse atrás, Israel reanudó los bombardeos contra Líbano, alegando que Hezbolá violó su acuerdo de alto el fuego de noviembre de 2024. Mientras tanto, Trump sigue amenazando a los gazatíes con otro tipo de F.I.R.E.: el desarrollo inmobiliario.
Si Palestina es un barómetro de las perspectivas liberadoras en general, resulta revelador que la Guerra de Gaza sea el conflicto más importante desde 1973, cuando la Cuarta Guerra Árabe-Israelí supuso el umbral a partir del cual la estructura global del capitalismo se vería irremediablemente alterada. Obligado a una distensión por los Estados árabes, Israel comenzó a perseguir oficialmente el “proceso de paz”, cuyo fracaso absoluto proyectó una larga sombra sobre el medio siglo posterior. Tras décadas de guerra mediada por actores estatales, la resistencia palestina empezó a adquirir una cualidad más distribuida e insurgente, característica de las Intifadas dirigidas por civiles. Después de que Estados Unidos empezara a apoyar a Israel en esa guerra, la OPEP llevó a cabo su ahora famoso embargo en la primera “crisis del petróleo” de la década de 1970, iniciando una secuencia de crisis energéticas que aceleraron el desmantelamiento de la producción mundial liderada por Estados Unidos.
Da la sensación de que estamos atrapados entre 1973 y 2025, entre el cielo que se derrumba y la tierra que no cede. Como un dios moribundo, el capital apenas puede conservar la carne humana que lo anima. Mientras tanto, las promesas de resucitar el movimiento obrero se revelan como actos vacíos de necromancia. Los restos del crecimiento capitalista son poco más que monumentos ociosos a generaciones muertas. La paz social se ha deshecho. Tan escasas son hoy las perspectivas de retorno de las inversiones, que las cadenas de valor penetran en los huecos más profundos de la tierra, nivelando y reorganizando su superficie, sondeando los insumos más baratos y perturbando todo el metabolismo biogeoquímico. En un movimiento tambaleante y torpe, la fábrica planetaria extiende sus frágiles extremidades, raspa y desgasta la corteza, el agua y el hielo, y el fuego no tarda en llegar. Capitalismo es el nombre de este metabolismo pervertido, imperialismo su arquitectura. La recompensa metabólica adopta la forma de inundaciones e incendios, enjambres y plagas, especies de conflagración presenciadas cada vez con mayor frecuencia.
La depravación de la situación ya debería estar clara. Tras una década de altibajos, la oleada de luchas iniciada tras el colapso del sistema financiero mundial parece haber alcanzado su punto álgido durante el largo 2020. Tras una serie de derrotas mundiales decisivas para la socialdemocracia de imitación, en las que el centro liberal apenas pudo evitar el resurgimiento de la extrema derecha mediante una campaña contra la izquierda, la política de masas volvió a adoptar formas más insurgentes: Irán, Francia, Haití, México, Sudán, Argelia, Hong Kong, Chile, Puerto Rico, Líbano, Irak, Nigeria, Myanmar, Kanaky, Kazajstán, Sri Lanka… la lista continúa. 2018-2022 fue testigo de una secuencia de levantamientos históricos tanto antes como después de la pandemia de COVID-19. En Estados Unidos, la rebelión de George Floyd se convirtió quizá en la mayor y más destructiva de la historia del país, incendiando y arrasando numerosos edificios y expropiando innumerables negocios: un asedio general al régimen de propiedad y a la policía que lo aplica. En Canadá, una cascada de bloqueos portuarios y ferroviarios ejecutados en solidaridad con los defensores de la tierra Wet’suwet’en estranguló las arterias de los flujos mundiales de mercancías, apenas unas semanas antes de que la pandemia generalizara su efecto en todo el planeta.
La COVID-19 arrancó la costra de la «recuperación económica». Una década de crecimiento lento, salarios estancados e inflación de activos, reforzada por una adicción a la flexibilización cuantitativa, mostraba en 2019 claros signos de tensión. La pandemia ofreció un alivio momentáneo a este monstruo senescente, proporcionando una explicación exógena para la recesión y el desempleo. Pero la covid hizo algo más que arrancar la costra de esta herida supurante; sacó a la superficie contradicciones sumergidas durante mucho tiempo. La inflación volvió con una fuerza que no se veía desde la década de 1970. Resulta que llevamos mucho tiempo viviendo en una era de inflación en forma de lo que Paul Mattick llama «competencia por el mantenimiento de los precios», una expresión histórica de la creciente insuficiencia del beneficio social total[3]. El largo interludio de décadas de inflación reprimida y bajos tipos de interés, desde los años ochenta hasta hace unos años, se había sustentado en la integración histórica de segmentos masivos de la población mundial en los circuitos del capital -la antigua URSS y el Bloque del Este, los países en proceso de descolonización y, sobre todo, China-, lo que permitió a los productores mantener unos costes bajos y contener las presiones inflacionistas. Esta solución temporal no puede repetirse. Ahora esas mismas regiones se enfrentan a un crecimiento en declive, y las perspectivas de nuevos territorios industriales son escasas y fugaces. La inflación ha vuelto al escenario histórico, con un primer empujón por la ruptura pandémica de la cadena de suministro mundial, y luego un gran empujón por la invasión rusa de Ucrania. A pesar de mantener persistentemente elevados los tipos de interés, los bancos centrales no han sido capaces de invertir la tendencia.
Esto ha dejado a los gobiernos pocas opciones, salvo inducir la recesión, frenando así la inversión, o verse forzados a lidiar con una población cada vez más intranquila que ya no puede permitirse los bienes básicos. Ninguna de las dos opciones puede abordar las causas estructurales de la inflación. Desde principios de 2022, estamos atrapados en una espiral inflacionista de luchas por el precio de los insumos y los bienes de consumo, que oscila entre las revueltas alimentarias de Sri Lanka, Irak, Martinica, Sudán, Ecuador o Perú, por un lado, y las protestas de los agricultores que se han extendido por la Unión Europea, América Latina y la India, por otro. Si algo une a estas luchas es la mera incapacidad de sobrevivir al orden pospandémico, con precios que perjudican la reproducción social de distintos fragmentos de la clase de diferentes maneras: demasiado altos para unos, demasiado bajos para otros. Desafortunadamente, estos conflictos tienden a unificarse sólo en el cuerpo nacional, dada la función de los bancos centrales de mantener los precios a nivel nacional. No es ninguna sorpresa, entonces, que un populismo de derecha retraído y el nacionalismo económico solo hayan ganado impulso en los últimos años, atestiguado en la ola de victorias de extrema derecha en las elecciones parlamentarias y, por supuesto, la amarga re-coronación de Donald Trump.
Los abyectos fracasos de la política industrial de Biden, la tan cacareada “Bidenomics”, sólo pueden entenderse a la tenue luz del declive económico mundial. La retórica centrista de la “economía de la oferta” fue políticamente factible gracias a un año de disturbios y pandemias. Pero fue realmente la sacudida proporcionada por el anterior programa de nacionalismo económico de Trump lo que volvió a poner en la agenda el juego de suma cero de la política industrial contemporánea. Fue Trump quien lanzó las primeras piedras contra China en nombre de una mayor competitividad de la industria manufacturera estadounidense. Fueron los primeros paquetes de ayuda contra la pandemia (dirigidos principalmente a las empresas en dificultades) los que proporcionaron una prueba de concepto para las políticas fiscales y el rol de los bancos centrales en el mantenimiento de la liquidez, ambos defendidos durante mucho tiempo por los neokeynesianos que se congregaron en torno a Biden. La continuidad económica entre Trump y Biden quedó oscurecida al vestir a este último con ropajes verdes, defendidos como históricos por los sospechosos habituales de la izquierda socialdemócrata. Juntas, la Ley de Reducción de la Inflación (IRA, por sus siglas en inglés), la Ley de Inversión en Infraestructuras y Empleo, y la Ley CHIPS y de Ciencia (diseñadas para aumentar la competitividad industrial de Estados Unidos gastando más en infraestructuras y educación, y proporcionando exenciones fiscales para la fabricación en tierra y la inversión en energías renovables) lograron muy poco más allá de rebautizar la guerra comercial en una especie de gesto progresista. En el traspaso de poderes, los tecnócratas de Biden no previeron la amenaza inminente de la inflación que tan pronto daría al traste con sus esperanzas y sueños de una “moderna estrategia industrial estadounidense”. Todos los indicadores macroeconómicos conocidos -inversión en instalaciones y equipos, crecimiento de la productividad, crecimiento del empleo- han permanecido estancados. Tal vez el único logro significativo de Bidenomics haya sido conseguir una producción récord de petróleo y gas bajo el disfraz de la “política industrial verde”.
No es de extrañar, entonces, que Trump volviera a la presidencia principalmente como resultado de la baja participación electoral. Habiendo recibido aproximadamente el mismo número de votos que en las elecciones de 2020, Trump obtuvo poco apoyo o atractivo nuevo. 2024 fue, en todo caso, un referéndum sobre los fracasos del Partido Demócrata, otro clavo final en el ataúd del liberalismo estadounidense. Por supuesto, las perspectivas bajo Trump no son mejores. La política industrial de hoy no puede conjurar el retorno del crecimiento económico, al menos no en ausencia de una guerra mundial a gran escala y la destrucción generalizada de plantas y equipos. Aunque sin duda estas son posibilidades, no presentan un camino claro hacia adelante para ningún gobierno. Las amenazas de apoderarse del Canal de Panamá o de expandir la soberanía estadounidense sobre Groenlandia parecen más grandilocuentes que inminentes. El control sobre las rutas comerciales y las reservas extractivas -especialmente a medida que el cambio climático abre el Ártico como corredor estratégico para ambas- son sin duda asuntos de importancia en el drama imperial de suma cero, pero insuflar vida a la retórica expansionista también contradice el objetivo declarado de Trump de reducir el gasto militar y negociar el control de armamentos. El regreso de las guerras comerciales, el nacionalismo y las posturas militares beligerantes proporcionan pistas sobre la creciente debilidad de la administración estatal: la disminución de la capacidad de los gobiernos para funcionar como la forma política de la relación de clase, o incluso como el «comité para la gestión de los asuntos comunes de la burguesía en su conjunto», como dijo Marx. A corto plazo, la política industrial tendrá que superar la inflación intratable y otras barreras a la inversión. Los elevados tipos de interés que mantienen los bancos centrales amenazan con otra crisis de la deuda que devastará a los países de renta baja. También disuaden del endeudamiento necesario para la inversión en instalaciones y equipos que la política industrial pretende ostensiblemente promover. Otras opciones para promover la fabricación, como los tan discutidos aranceles, amenazan con exacerbar la inflación en los precios de los productos básicos. Las vacilaciones de Trump sobre estas cuestiones han hundido los mercados mundiales de renta variable y han agitado el espectro de la estanflación. Los primeros meses de la segunda administración Trump han demostrado este doble atolladero, una clara representación de la época. El Estado no puede hacer mucho más que dispensar violencia para gestionar el declive. Sin duda, días felices.

[Estamos viviendo en la larga sombra de la derrota, la resaca del largo 2020.]
El caos y el revanchismo parecen estar a la orden del día. Vivimos en la larga sombra de la derrota, la resaca del largo 2020. No está claro qué nos depararán los próximos ciclos de lucha. Nos gustaría poder prometer que la muerte del liberalismo se convertirá en la muerte real de la política: el fin de la separación entre las esferas política y económica. Rosa Luxemburg articuló con la mayor claridad que la unidad de ambas encuentra una expresión antagónica en una crisis revolucionaria, cuando la antinomia entre la lucha interna y la lucha contra queda suspendida en el surgimiento de un programa comunista.[4] Aunque ciertamente está en marcha algún tipo de colapso, no ha ido acompañado del desarrollo generalizado de formas organizativas, estratégicas o tácticas que presenten tal resolución. En su lugar, nos quedamos con un equilibrio de fuerzas, siempre contendientes y cambiantes.
La revolución no es un acertijo organizativo, sino un problema ecosistémico. Muchos proyectos hacen sus quemas ante la perspectiva comunista. Algunos ofrecen ideologías y formas organizativas del pasado como soluciones globales para el presente: sindicatos, autonomismo, partidos políticos, republicanismo, células guerrilleras, etc.[5] Otros se regodean en la atomización como algo a valorar, grupúsculos y cultos puritanos de todo tipo, cada uno compitiendo por el manto del idealismo radical. Aunque el pasado está ciertamente cerrado, la niebla aún no se ha disipado para revelar los horizontes del mañana. Los parpadeantes espasmos del cansado leviatán saturan toda perspectiva. Es difícil discernir cualquier dirección en el crepúsculo. Todo lo que hay ahora disponible es el conocimiento de la ecología, las condiciones de toda actividad futura. La incertidumbre está dada, la indagación es necesaria. Ola de calor es nuestra humilde ofrenda a este ecosistema.

[Si bien es cierto que el pasado está cerrado, la niebla aún no se ha disipado para revelar los horizontes del mañana.]
Heatwave comienza con el gambito de que el comunismo sigue siendo una posibilidad clara, aunque sus contornos sean informes y sus perspectivas sombrías. La frecuencia y la repetición de los grandes conflictos actuales son modulaciones de una cadencia que comenzó en 2005, cuando las irrupciones sociales empezaron a extenderse desde las banlieues francesas, el Zócalo de Oaxaca y los Suea Daeng (Camisas Rojas) de Tailandia hasta los disturbios de Exarcheia, la ocupación de la plaza Tahrir y el movimiento de los indignados. El movimiento de las plazas se aglutinó entre 2011 y 2013, cuando los administradores del Estado tradujeron la crisis financiera en austeridad pública y endeudamiento, tanto en los países de renta alta como en los de renta baja, iniciando un ciclo de creciente antagonismo contra determinadas instituciones estatales que establecen los términos de la reproducción social: la policía, las autoridades de transporte, las agencias tributarias, los departamentos de energía. Los conflictos por la supervivencia se desarrollaron en las esferas de la circulación y la reproducción. La ola 2018-2022 de este largo ciclo resultó especialmente incendiaria en este sentido. Para algunos, el resplandor de las llamas sugería una luz guía para abandonar el escenario por completo, así que cuando los fuegos se extinguieron, cundió la desesperación. En esos momentos en que vislumbramos el horizonte lejano, su resplandor distante puede engañarnos haciéndonos creer que hemos entrado en un momento de ruptura.[6]
Es un trago amargo, pero ni siquiera nos hemos acercado. En cambio, lo que vislumbramos es la seguridad de las inevitables llamaradas que vendrán, la certeza de la lucha, si no otra cosa. Los ciclos de lucha tienen la costumbre de reorganizar la baraja, suspender el tiempo y el espacio y proporcionar una verdad práctica a la hipótesis comunista: la muerte real del capital no es un hecho, sino una cuestión de fuerza. Si una lección se ha filtrado a través de las grietas y fisuras de estos momentos, es que todo límite es también una condición de posibilidad. Leer las señales -los fracasos, las limitaciones, las victorias parciales, las tragedias- es nuestra única guía de la geografía del conflicto. La hipótesis comunista no puede validarse con antelación a la práctica, sino que debe construirse in situ, cuando los contornos partidistas empiezan a tomar forma y hay que elegir. Es decir, las lecciones del pasado sólo pueden verificarse en el destrozo revolucionario del mundo. ¿Qué lecciones podemos suponer hoy entonces? ¿Cómo derivarlas y difundirlas? Nuestra respuesta es insuficiente, pero necesaria. La correspondencia es una forma de indagación y preparación partidista elemental en nuestros tiempos turbulentos, pero decididamente no revolucionarios.

[Todo límite es también una condición de posibilidad]
Heatwave es un proyecto multimedia dedicado a compartir experiencias y elaborar estrategias conjuntas en nuestros esfuerzos por liberarnos de la prisión infernal del capital. Mientras el mundo arde y el horizonte político se vuelve cada vez más sombrío, buscamos conectar a camaradas de todo el planeta y contribuir a construir algo lo suficientemente poderoso como para incinerar esa prisión. De sus cenizas surge una visión: un mundo basado en el principio clásico “de cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad”: una vida digna en un planeta próspero.
La mayoría de nuestros miembros actuales residen en Estados Unidos, pero nuestro objetivo es convertirnos en una publicación internacional que examine las luchas a escala mundial. En 2025 lanzaremos nuestro sitio web, una revista impresa trimestral, un canal de vídeo y redes sociales. El sitio web ofrecerá avances de cada nuevo número de la revista, información sobre cómo solicitar ejemplares impresos, versiones digitales gratuitas de números anteriores y fanzines imprimibles para textos más extensos. Los vídeos ofrecerán presentaciones alternativas del material escrito. Nuestro contenido abarcará una amplia gama de temas y géneros, como reportajes sobre acontecimientos recientes, reflexiones y análisis teóricos, entrevistas con compañeros implicados en proyectos inspiradores, reseñas de libros y películas, obras de arte originales y literatura.
Aunque no escasean los medios de comunicación de izquierdas, la mayoría de las publicaciones en lengua inglesa sólo ofrecen críticas parciales y un reformismo tibio, o regurgitan debates entre sectas del siglo XX cuyos fundamentos materiales desaparecieron hace décadas. Buscamos ofrecer más rigor y profundidad que el blog o podcast radical medio, pero evitando el estilo turgente de las polémicas comunistas tradicionales y las revistas académicas. Políticamente, nuestro objetivo es equilibrar la inclusión con la coherencia mediante la publicación de artículos de un amplio espectro de colaboradores de todo el mundo, junto con prólogos editoriales que aporten nuestra propia perspectiva.
El nombre de “Heatwave” hace eco al de una vieja revista situacionista (“la revista más incandescente de Gran Bretaña [«Britain’s most incandescent journal»] de 1966), pero con una urgencia añadida en una época en la que cada verano es el más caluroso jamás registrado. Mientras que la certeza estadística de la catástrofe es ineludible, «revuelta» da nombre a muchas especies de conflagración, incluida esa peculiar variedad que llamamos comunismo.
-Los editores, marzo de 2025
Notas:
[1] El primer número de la revista Heatwave se publicará en junio de 2025. Para dar a los lectores una idea de lo que está por venir, publicamos en línea esta versión preliminar del editorial. Todos los editoriales son redactados colectivamente por los editores.
[2] Mike Davis, «The Case for Letting Malibu Burn,» Longreads, 4 de diciembre, 2018.
[3] Paul Mattick, Jr., The Return of Inflation: Money and Capital in the 21st Century (Reaktion Books, 2024).
[4] Rosa Luxemburg, The Mass Strike, the Political Party, and the Trade Unions (1906).
[5] Aquí queremos enfatizar dos problemas: la nostalgia por ideologías y formas organizativas del pasado que pueden ser inapropiadas o imposibles de revivir en masa en las condiciones actuales, y la tendencia a fetichizar formas particulares excluyendo otras, en lugar de fomentar un ecosistema diverso de formas que podría facilitar el desencadenamiento mundial de medidas comunistas (centradas en la expropiación) necesarias para socavar el capitalismo y sus corolarios (el Estado, el género, la raza, las especies). Sobre este último punto, las observaciones de Neel en “The Knife at Your Throat” (Brooklyn Rail, octubre de 2022) son instructivas: «Por sí solas, tanto la ilegalidad como las diversas formas de organización autoconscientemente política -que van desde actividades “autónomas” como la ayuda mutua a los proyectos institucionales del sindicalismo formal o la defensa de políticas- tienden a permanecer segregadas entre sí y de la población en general, con cada forma idealizada por alguna facción política dentro de la amplia pero superficial “izquierda”…. Si adoptamos una visión más amplia… el potencial para construir el poder comunista es tan visible en el creciente interés popular por la sindicalización como en las redes de saqueo semi-improvisadas y semi-organizadas que se desarrollaron a través del levantamiento de George Floyd …. Sólo se convierte en algo más cuando se derriban los muros que dividen los diversos canales de subsistencia».
[6] Para un buen análisis de este ciclo de luchas, véase “The Holding Pattern” (Endnotes 3, 2013), que se centra en la ola de 2011-2013 conocida como “el movimiento de las plazas” y sus orígenes en el crack financiero de 2008 (y las propias causas más profundas del crack), y “Adelante bárbaros” (blog Endnotes, 2020), sobre la primera mitad de la ola más incendiaria que hemos venido llamando “el largo 2020”, caracterizada por “no movimientos” de «revolucionarios sin revolución” (términos acuñados originalmente por Asef Bayat en referencia a la Primavera Árabe). Para aclarar la relación entre estas dos oleadas a la luz de los acontecimientos posteriores, véase «Neither Prophets nor Orphans:An Interview with Endnotes«, blog de Chuang, febrero de 2025. Véase también la crítica de Jasper Bernes a un popular relato leninista-reformista de las supuestas lecciones de este ciclo, «»What Was To Be Done? Protest and Revolution in the 2010s«, Brooklyn Rail, junio de 2024.