Inventivas entre desertores y disimulares: Sobrevivir a la guerra contra lo vivo- Amapola Fuentes

Este texto ha surgido a raíz de la presentación de Amador Fernández-Savater realizada en espacio.tierra el pasado viernes 6 de junio. Dicha jornada llevó por título “Deserción, conspiración y persistencia: cómo seguir hablando cuando parece no haber salida”. Desde esta conversación entre el filósofo y distintas organizaciones territoriales o situadas en áreas de trabajo de lo colectivo, han aparecido preguntas y reflexiones que es necesario plasmar. [El audio de la presentación esta disponible Aquí]

El fanzine “Deserción & conservación”, de Amador, ya hacía presagiar algo: se suele asociar que la idea de desertar es un privilegio. Algo que se puede hacer desde ciertos lugares que ocupamos, y que podemos des-ocupar, para okupar otros. Esto guarda relación, quizás, con lo que entendemos por desertar, y es que esto requeriría un juego del lenguaje para llegar a un consenso. Cuando escuchamos “desertar” a la primera, tendemos a asociarlo a fenómenos sociales como deserción escolar o universitaria, o deserción de algún trabajo. Formas materiales de hacer abandono de un lugar, con su institucionalización, y con las exigencias subjetivas que demandan dichos espacios.

Pero desertar no se refiere solo a eso. No, al menos, en los contextos en los que estamos hablando. Desertar como huida de lo establecido no remite solamente este hacer abandono, sino también a este hartazgo, a este momento en donde nadie sabe para dónde va la micro. Este momento en donde pareciera que estamos haciendo abandono, inconsciinemtenete, de nuestras posibilidades revolucionarias, gracias a, por ejemplo, que siga habiendo militarización en el Wallmapu, siga el genocidio en Palestina, se siga aprisionando a mujeres madres pobres por microtraficantes. Hacemos abandono de nuestro posicionarnos activamente cuando siguen en curso catástrofes y calamidades que parecían impensadas para el proyecto de ser humano occidental, que ya venía en ruinas desde la 2 Guerra mundial (¿o será, quizás, que siempre fue una construcción frágil, a medio hacer, con trozos de ideas y especulaciones sin terminar, e ilusiones que se han ido desvaneciendo con el pasar de los hitos histórico-temporales?).

Desertar no es solo esta huida y abandono, es también apelar a una forma de viveza. No deserto para arrojarme a la muerte. Deserto de este camino que se impone como forma social en la relación capitalista. Deserto de un montón de roles e imaginarios que operan de manera automática, desde que nacemos, en un mundo-técnica en el que pareciera que no podemos cambiar nada, ni siquiera el más pequeño engranaje. Deserto desde una impotencia. Un drenaje de fuerzas. Los cuerpos no lo podemos todos. Basta de esa exigencia de sobreproductividad capitalista que incluso en los entornos ultrarevolucionarios se ha visto (una marcha más, una militancia más).

Un cuerpo se agota, y al desertar, se entrega a la incertidumbre de necesitar pausarse. Restarse del tiempo-norma. Y hoy en día, en nuestro territorio, así como muchos que pasaron por recientes revueltas y posteriores pandemias que reforzaron la seguridad, y modificaron nuestras formas de vida, vivimos un repliegue y una contrainsurgencia que, de a ratos, pareciera una derrota. Pero no lo es. Desde lo subterráneo siempre se estan urdiendo nuevas estrategias. Asumir, incluso, que las estrategias que teníamos fueron insuficientes.

No deseamos desertar, se nos ha emplazado a ello porque todos los grandes relatos en los que la humanidad occidental y occidentalizada se han sostenido han sido despedazados, y se ha desvelado que la maquinaria capitalista es quien produce todos estos eslóganes capacitistas del “yes we can”, “just do it”, “si podemos”. No, no siempre podemos, no siempre vamos a poder. Y el fracaso también tiene una potencia revolucionaria, porque implica volcarse hacia adentro, ahí donde la demanda es estar todo el tiempo hacia afuera. Afuera, en el trabajo, comprando, estudiando, organizándose. Te cambia la brújula, te devuelve a ese momento de repliegue absoluto. El repliegue a la singularidad, pero una singularidad que necesita el encuentro con otras singularidades para construir amistades, complicidades, y cuidados.

La deserción, como tal, no es EL camino. Es NUESTRO camino, y existen múltiples tipos de deserción que se dan simultáneamente y que se relacionan con las imágenes/imaginarios/identidades que sostienen lo que creemos ser. Desertar de los dispositivos identitarios hegemónicos, por ejemplo. Desertar del deseo logocéntrico de saberlo todo. “Saber-hacer con el no -saber y con el no-poder”, en la fórmula de Amador. Esto es lo que denomina el Ocaso del paradigma del control. La obsolescencia de la estadística, en un mundo en que las subjetividades y los simbolismos están en una fluidez tán rápida como el scrolling como práctica cotidiana de narcótico y des-individualización. Nos llenamos de información que nos traspasa y en donde nada queda. Somos transparencias.

Desertar es la palanca del freno de emergencia, cuando se convierte en conspiración, silencio, pasividad y disimulo como estrategias políticas. Todas estas son estrategias que en más de una ocasion hemos tenido que decidir, a la fuerza, o por supervivencia, utilizar.  En una época de contrainsurgencia, y de fortalecimiento de discursos primitivos asociados a los movimientos neoreaccionarios de derecha (agenda securitaria, nacionalismo exacerbado, protección de la propiedad privada, retorno a los “valores tradicionales” – que, justamente, chocan con nuestra deserción de las identidades hegemónicas), ¿de qué otras formas podemos prevalecer si no es a través del disfraz? Las derechas actuales se han apropiado de algunas de las premisas estáticas de las sociedades a lo largo de la historia, y nosotrxs tenemos que adaptarnos a “captar” la fluidez, para pasar de la deserción a la irrupción.

Una de las dimensiones más rescatables de la instancia es la insistencia por recalcar que desertar no es sinónimo de renunciar, ni de derrota, ni de resignarse. Es entender que no entendemos qué está pasando. O, a veces, lo entendemos demasiado bien, y eso causa dolor. Dolores psíquicos. De ahí, el retiro del orden dominante, que no necesariamente significa una huelga individual que sólo significaría el auto-exterminio.
Ante este giro autoritario, el despliegue siempre ha sido acciones  -> perdemos -> repensamos -> transversalizamos. Saber hacer en situaciones de no hacer. Pese a la inquietud y la desesperación.

La desilusión lleva al desencanto. En uno de nuestros libros hablábamos sobre las estéticas que surgen desde el desencanto con el presente. En otro de mis artículos hablaba sobre las an-estéticas del desencanto. Pero lejos de los academicismos, el desencanto ha llevado a que la contrainsurgencia y el repliegue signifiquen el estar procesando un duelo que de a ratos se vuelve melancolía crónica. Ahí hay un peligro, que es el de la inacción, y el retorno al camino capitalista. Al camino de la política tradicional, del estado. Incluso, retornar a formas neorreaccionarias, como ha sucedido con el punk, con ejemplos como Johnny Rotten, que señaló hace algunos años que el punk era ser anti-sistema, y como, en el imaginario colectivo, la democracia y el progresismo son de izquierda, ser de derecha hoy en día es el uevo punk. Igualmente, Luis Gribaldo, ex-guitarrista de Flema, subió un video elogiando a Milei, llamándolo anarquista, e insultando a quienes critican su gobierno. Si, la desilusión y la pérdida de las utopías de las izquierdas clásicas nos deja en una deriva. No estamos acostumbradxs a las derivas. Somos occidentalizadxs, tenemos la costumbre de saber dónde ir, hacia qué dirección, activar en Google maps.

Pero, en un momento del capitalismo en el que la fluidez está tan trastocada, es inubicable saber hacia dónde ir, y por lo mismo, no hay fórmulas. Lo que hay son llamados de alerta, lecturas de situaciones, y, sobre todo, la urgencia por conspirar desde otras brújulas y complicidades. ¿Seremos capaces de hacer esto? Esa es una inquietud importante. ¿Seremos capaces de redireccionarnos luego del repliegue, o de entender la deserción desde una dimensión mucho más amplia, incluso como un ejercicio inventivo y mimético?

Muchxs desertamos, por ejemplo, del rol de ciudadano, en el campo de la vía electoral, y vivimos lo que en el fanzine aparece como la “traición”, la debilidad, el fallo andante, en donde familiares y cercanxs te tientan, a veces desde moralismos, a volver a la “normalidad”. La normalidad, que implica norma y, a su vez, autoritarismo. Huímos del autoritarismo como huímos de los deber-ser.

Occidente siempre operó desde la lógica de la Voluntad. La voluntad de Dios, la voluntad del Leviatán… la voluntad de este o aquel Estado… Desertar es dar un paso al lado de la voluntad y descubrir la sensibilidad. Lo que es, para cada quien, el sentimiento de estar vivx, en un momento de guerra contra lo vivo. No olvidemos que el capitalismo es una maquinaria mortuoria, productora de muertes, de humanidad residual, de cadáveres que quedan en una fosa común oculta bajo nuevas tecnologías y el humo de bombas de gas sarín.

Desertores del Ejército sionista de ocupación en Palestina son ejemplo claro de esto. De abandonar la identidad impuesta, de corromperla, disolver el rol de la guerra contra lo vivo, aún a riesgo del castigo. No podemos ser indiferentes de que desertar, a buenas y a primera, implica el riesgo del recrudecimiento de un sistema que aún sostiene la sanción y la tortura como mecanismos de imponer poder.

“Los medios de comunicación israelíes informan de un notable aumento del número de reservistas que se niegan a presentarse al servicio militar, lo que apunta a un rápido descenso del apoyo a una guerra que, según los críticos -incluso dentro del Ejército-, ya no está motivada por los intereses de seguridad de Israel y la liberación de los rehenes retenidos en Gaza. (…) Los que ignoran las convocatorias o deciden abandonar el cuerpo de reserva son conocidos como «refuseniks», considerados por el Estado como desertores y susceptibles de ser castigados.”[1]

Ayer, 9 de junio de 2025, lxs 11 integrantes de la Flotilla de la Libertad “Madleen”, que iban rumbo a Gaza con ayuda humanitaria urgente (suplementos médicos y para infancias/lactancias) fueron acechados por las IDF, bombardeados con elementos químicos, hasta el punto del secuestro y la tortura psicológica. Todo esto son crímenes de guerra que se suman a todos los que llevan cometiendo desde ese 7 de octubre en que, nuevamente, el ideario de la democracia se vino abajo. La “única democracia de Medio oriente”, jactándose de su occidentalización, operando como criminales genocidas, como supremacistas. Ahora, quienes fueron secuestradxs se encuentran incomunicadxs, bajo supuestas promesas de “devolución” que vienen de la voz de la serpiente más farsante que pisa la tierra, y que ha aniquilado a todo un pueblo, desplazando a quienes aún no convierte en cadáveres, para apropiarse de sus tierras. Si no fuesen activistas famosxs, sabemos que ahora serían otros cadáveres más en la lista de miles de asesinadxs en la “guerra”. Ayer, 9 de junio de 2025, se ha agudizado la protesta en EE.UU por las medidas anti-inmigración impuestas por Trump, que han conducido a persecuciones, torturas, secuestros, y retornos humillantes a los países de origen (en el mejor de los casos, ya que en otros, simplemente los envían de vuelta a cualquier país). Estas medidas, parte de la agenda MAGA, han llevado a las personas a generar grandes manifestaciones, acciones desde la guerrilla urbana espontánea, y acciones de sabotaje en contra de la policía, de la propiedad privada, en contra, en resumen, de simbolismos de todo aquello que es ajeno, que es parte de esa política tradicional de la que se decide, transitoriamente, en el lapsus tiempo-protesta, desertar del orden capitalista. Desertar de permanecer en la sombra del inmigrante ilegal y levantarse como, a fin de cuentas, un revolucionario. Renegar de la identidad que impone el camino hegemónico, del “que debe ser deportado”, y convertirse, en el desvío y la deriva, en quien se pone en pie ante la represión policial demandando su derecho a existir. Nuevamente, y reiterativamente, desertar de la guerra contra lo vivo, venga de donde venga.

Nuevamente, también, contemplar que la violencia institucional opera de la misma manera en todas partes, en pos de defender esa Voluntad de Occidente materializada en el Estado burgués: reprimir, encarcelar, disparar (como ocurrió hoy, que dispararon a la periodista Lauren Tomasi mientras mostraba en vivo las manifestaciones en el programa 9News. Esto no puede evitar recordarnos a Francisca Sandoval, periodista chilena que fue asesinada en la protesta del 1 de mayo del 2022, por las fuerzas policiales). La policía es la misma en todos lados, es una institución transversal cuyo rol es claro: atentar en nuestra contra, y persistir (como antónimo de desertar) en este camino.

Convivimos a diario con todas estas contradicciones que nos abruman y, de a ratos, nos dejan en blanco. Convivimos entre la desesperación por el no poder hacer nada (ante la violencia de las IDF resguardadas por EE.UU) y la esperanza por ver como otros pueblos vuelven a levantarse desde el descontento y la ira, movilizadxs por la potencia vitalista de defender el derecho a su propia existencia, amenazada hoy en día por ICE. Contradicción es identidad, Capitalismo es contradicción, nos movemos entre estas posibilidades que siempre implican un grado de estrategia de la deserción. Y que implican, también, el exponerse a sí mismo, tanto a unx mismx, como a lxs demás,

Replegarse hacia adentro no es sólo un ejercicio de sensibilidad, emocionalidad, y de destitución. Implica reconocer el riesgo al que está expuesto nuestro cuerpo. Por eso, de pronto, optar por la careta por el “pareciera que”, es una forma de resistencia, siempre que ese “parece que estoy dentro del camino del capitalismo” no signifique convertirse en, por ejemplo, un genocida. Pero si un trabajador, o un funcionario que parasita al Estado. Incluso un estudiante que desiste de desistir del sistema escolar. Desistir o no desistir, de la forma que sea, es un ejercicio que es propio, y que tiene la potencia de ser revolucionario cuando es acompañado de estas formas de estrategia, que son las que nos permiten, finalmente, comprender que no estamos en un punto sin salida en donde todo está perdido, aunque eso sea lo que nos quieran hacer creer todo el tiempo.

Siempre podemos realizar pequeñas instancias de deriva, de desvío – a propósito, del nombre de este proyecto, que tiene que ver precisamente con la táctica del desvío. De caminar diferente, de contemplar desde otros paradigmas. Comprender que desde estos desencantos y ansiedades hay imágenes y simbolismos, antaño revolucionarios, que fueron brújula y hoy han perdido significante, y nos genera malestar. Tenemos que poner el ojo, y todos los sentidos, en el malestar. Pensar desde/en el malestar. ¿No es, acaso eso, una forma de cuidado tan necesario para salir del individualismo neoliberal?

“No entendemos, pero entendemos”, dice Amador, luego de hacer el guiño a un desertor clásico, llamado Sócrates. y, efectivamente, en el buen chileno, necesitamos tenerla clara. Inventarnos, como ejercicio destructivo y catalizador. Sino, no tendremos donde aterrizar. Estamos armando la pista de aterrizaje en el camino en el que nos desviamos hacia las distintas formas de deserción.

PD: A propósito de que se reseña a Bifo con “no es depresión, sino deserción”, pueden ser ambas, y tampoco tiene nada de malo. Permitámonos comprender que hay enfermedades, en un sistema enfermo, y que también nos enferma.


[1] https://www.france24.com/es/medio-oriente/20250417-el-descontento-crece-en-el-ej%C3%A9rcito-israel%C3%AD-nunca-volver%C3%A9-a-servir-bajo-este-gobierno

Autor: colapsoydesvio

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