Si nos vamos, nos vamos en llamas – Ignatius

SI NOS VAMOS, NOS VAMOS EN LLAMAS

Sobre el dolor[1] y la guerra social.

 Por: Ignatius

Long Leaf Distro: Diciembre 2024

Edite, reproduzca y arremeta a gusto

longleaf_distro@protonmail.com

 

Título original en inglés: If we go, we go on fire. Disponible en: https://theanarchistlibrary.org/library/ignatius.
Traducción al español y prólogo por Amapola Fuentes para Colapso y Desvío.
Disponible en PDF aquí

Prólogo: Un dolor en común.

Este es un texto breve, y más que solo político, es profundamente emocional. Creo que, desde Colapso y Desvío, nunca habíamos traducido y difundido ningún texto similar. Y es extraño, porque es un texto que nos enfrenta con afecciones, tristezas y padeceres que todxs quienes decidimos tomar una forma de vida revolucionaria y contestataria hemos sentido. Si es algo tan colectivo y tan común, ¿cómo es que no solemos hablar de esto?

El mundo es un territorio hostil, plagado de injusticias, desigualdades de clase, etnia, género, especie. Es un territorio que tiene configurada la violencia ofensiva en las calles, de la mano con distintos dispositivos que operan 24/7 para reprimirnos, y deprimirnos. Y, sin embargo, nos auto-exigimos resistencia y aguante, ocultando las profundas heridas internas que llevamos por soportar lo que es vivir en un régimen terrorífico.

Este texto es una invitación a sacarse la máscara de resiliencia y fortaleza hegemónicas. Invita a encontrar en el dolor no sólo un espacio colectivo, sino un espacio de otra forma de fortaleza. Una que lleva a negar esta sub-vida y tomar cualquier vía para hacer efectiva esa negación, para transmutarla en una praxis radical.

Llevamos décadas aguantando en silencio, llorando en secreto, lidiando con ideas e ideaciones suicidas, que son resultado de un capitalismo que nos va devorando física y emocionalmente en su movimiento autofago. Décadas de ver cómo desde nuestra pasividad somos insuficientes.

Pero no lo somos. Permitámonos el espacio para convertir de nuestro dolor un lugar en común, que trastoque nuestras individualidades, y nos entregue instantes de lúcida compañía desde este desamparo.

 

“Debemos sollozar solos, juntos.

Debemos gemir solos, juntos.

Debemos golpear solos, juntos.

Debemos luchar solos, juntos.

Debemos arder solos, juntos.”

Si nos vamos, nos vamos en llamas nos posiciona desde ese lugar en el que le damos cara a nuestra penumbra, que nunca es sólo nuestra. Y, de alguna manera, cala hondo. Cada párrafo de este texto aunque breve es casi una clarividencia del estado mental, psíquico y afectivo en el que nos encontramos. Puedes leerlo y sentirte plenamente identificadx. Desde ese sentir, ya se hace realidad el enunciado del texto: Nos duele a solas, pero nos encontramos en este dolor.

Esperamos que Si nos vamos, nos vamos en llamas pueda ser un espacio de descanso y de sanación. Una lectura generosa, afectuosa, cálida y tierna en tiempos en donde nada de esto parece encontrarse fácilmente. Bueno, su autorx quiso compartirlo, y nosotrxs con ustedes.

Podemos hacer más que solo sobrevivir cuando aceptamos que no podemos resistir más, no solos.

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1. Salir a respirar

Si te doy el cuchillo

Me tallarías branquias

Para que por fin pueda respirar

En este lodo salobre[2]

 

Es principios de diciembre de 2024. Todo lo que he escrito el último año ha comenzado con las mismas notas contextuales. Nombro el mes actual y afirmo que Israel sigue ejerciendo una violencia genocida contra el pueblo palestino con el apoyo ilimitado de Estados Unidos. Afirmo que la policía sigue asesinando impunemente a jóvenes y ancianos en los jardines de las casas y en las cocinas, en las estaciones de metro y en los complejos de apartamentos. Afirmo que nuestro mundo está dominado y construido sobre los horrores de la antinegritud, el colonialismo, el cisheteropatriarcado y tantos otros pilares de la violencia opresiva.  Afirmo que hay que pagar el alquiler y que hace un frío del carajo. Nada ha cambiado. Todo esto sigue siendo la realidad en la que existimos. Cada pieza que escribo se inspira en algún impulso interno para comunicar algo significativo desde dentro del abismo del deseo -desesperado- de-algo-que-no-sea-lo-que-es al que he llamado hogar desde que tengo uso de razón. Pero esta pieza sale de mis venas con un poco más de dolor personal, por lo que expondré algunos hechos más del momento presente.

Hace tres semanas me comunicaron la muerte de un viejo amigo, la tercera en otros tantos inviernos. Amigo no es exactamente la palabra adecuada, pero es más fácil de decir que la persona-con-la-que-estuve en-la-calle-durante-algunos-años-en-situaciones-increíblemente estresantes-pero-con-la que-nunca-tuve-tiempo-de-salir. Así que, sólo diré amigo. Hacía por lo menos dos años que no pensaba en ellxs y ahora me despierto cada mañana, desde un sofá o una cama diferente, evocando algún recuerdo perdido en el tiempo. Cada recuerdo parece desenterrar alguna pena más profunda, apenas conectada, que había permanecido latente durante mucho tiempo.

Hay poca rima o razón para qué ola viene cuándo, qué pensamiento roba mi atención durante tanto tiempo que me olvido de desayunar, y luego de almorzar, y entonces ya es de noche y no tengo energía para pensar en algo para cenar, así que simplemente me voy a la cama. La sensación de tener hambre es un consuelo comparada con la sensación de pavor de la que me distrae.  Miró fijamente la pared y recuerdo cuando Deandre Ballard fue asesinado por un guardia de seguridad en la puerta de su apartamento universitario y ni siquiera pudimos presionar lo suficiente a la ciudad para que se publicaran las imágenes de vigilancia. Me hice amigo de su tío cuando las protestas se hicieron más pequeñas y el mundo se sentía más nítido y el viento más cortante. Recuerdo que la última vez que le vi nos abrazamos afuera de un Walmart. Me dijo que tenía imágenes de los cerdos dándome una paliza en una manifestación. Me preguntó si creía que podría ayudarme en el juicio. De eso hace ya cuatro años.

Estoy pensando en la última vez que tuve cargos, después de la ya mencionada paliza; en lo asustado que estaba cada vez que entraba en un juzgado; en lo solo que me sentí frente al juez en mi última cita judicial. Solo por no tener compañeros conmigo, pero junto a todos los demás que se enfrentaban solos al juez. Nunca daré por sentado que lo principal que me mantuvo fuera de la cárcel fue que el ayudante del fiscal se ahogó bajo presión justo antes de que lo hiciera mi abogado cuando el juez dijo que había llegado la hora del juicio. Durante los últimos cuatro años ha sido una broma entre mis amigos que creo que «los pantalones son ropa de juzgado». Es más fácil dar importancia a esa broma que admitir que ponerme algo parecido a lo que llevaba en el juzgado me revuelve las tripas cada vez que me miro en el espejo.

Estos pensamientos de dolor agudo dan paso inevitablemente al dolor amplio e impersonal que existe con cualquier intencionalidad/conciencia en este mundo de máquinas de muerte. Cada manifestación de genocidio, cada acto de brutalidad policial, cada desalojo, cada barrido de campamentos, cada persona a la que se le niega la atención médica, cada hora de vida sacrificada para trabajar construye la pena en mi sangre hacia la toxicidad.  Abro la boca para gritar, pero no sale ningún sonido. Intento seguir con mis quehaceres diarios, pero mi cerebro está fundido y me gotea por la nariz. Intento tragarme el dolor hasta que casi me ahoga, amenaza con quemarme por dentro. Tengo miedo. Me revuelvo contra las olas hasta que me agoto y empiezo a ahogarme.

Pero a pesar del miedo y el agotamiento, hay algo poderoso que se encuentra bajo las olas, cuando la boca se llena de arena y el agua se precipita en los pulmones. A través del dolor y la desesperación hay una claridad que abre el dolor insuperable. El dolor no es simplemente algo que nos sucede y que debemos tragar. Ofrece un marco, una lógica contra la lógica que parece cortar el mundo en dos: lo que importa de lo que no, lo que deseamos de lo que se nos impone. El dolor no tiene por qué ser una carga, o al menos no sólo una carga, que debamos soportar.

 

El dolor puede ser un arma que podemos empuñar.

 

2. El dolor como arma (marco)

Poder para los que blanden su dolor

como un cuchillo en la garganta del mundo

 

Como ya he dicho, el dolor ofrece una lógica contra la lógica que parte el mundo en dos. Cuando digo «lógica contra la lógica» me refiero a cómo, fuera de la experiencia del dolor, uno a menudo se aferra a un cierto sentido de preservación del yo como existente en el statu quo. Incluso el autodenominado radical suele elegir un curso de acción (intencionadamente o no) que se reproduce cada día anterior en cada día posterior. Todo permanece y todo sigue igual.

Pero el dolor (especialmente el dolor agudo) ofrece la habilidad de discernir lo que es significativo de lo que siempre ha estado pudriendo lentamente tus sentidos con mayor claridad y rapidez que cualquier otra cosa que haya experimentado. El espectáculo de la forma de la mercancía, antaño tan tentador y cautivador, se convierte en nada más que una luz estroboscópica que acaba con nuestra capacidad de ver en la oscuridad. El trabajo, que antes te producía mucho estrés o angustia, se convierte simplemente en una serie de movimientos repetitivos que realizas sin pensar (si la jodes no importa, que te despidan sería una bendición y ayudarás encantado a tu jefe a morder un bordillo si cree que deberías avanzar más rápido).

Con esta claridad de significado viene la claridad de lo que realmente tenemos que temer. Los grandes temores empiezan a dominar el día a día. «Si le grito a mi jefe me pueden despedir» se sustituye por “Si malgasto mi vida en este trabajo, moriré odiándome a mí mismo”. «Si peleo con este policía seré golpeado, encarcelado o asesinado» se sustituye por »Si paso al lado de este policía el mundo de su violencia continuará, interminable. No puedo vivir así». Las instituciones de nuestro sufrimiento se vuelven menos ofuscadas, sus violencias se sienten y se ven más explícitamente a medida que estos miedos empiezan a cambiar. Cuando nos permitimos cuestionar no sólo lo que es, sino por qué es, resulta imposible no ver el cruel sinsentido de gran parte de nuestro sufrimiento. Es imposible no reconocer que no tiene por qué ser como es.

Junto con ese desplazamiento de los miedos, el dolor tiene una forma de distorsionar el tiempo lineal. Los segundos tardan años en pasar y sientes como si pudieras contar cada célula de tu cuerpo. Los días se miden en latidos y vacíos caídos o evitados por los pelos. Resulta casi imposible determinar el orden de los acontecimientos y el tiempo que transcurre entre ellos. Recuerdos de hace décadas se abren paso en tu cráneo con toda la intensidad de las emociones vividas.  Conduces con el piloto automático hasta la casa en la que hace años que no vive un amigo porque olvidaste que se había ido de la ciudad. Por muy desorientadoras que sean estas experiencias, también obligan a cuestionarse la realidad. Somos forzados a mirar más de cerca todo lo que nos rodea y a cuestionar lo que significa que algo sea «real». Y si lo que es «real» es lo que produjo nuestro dolor y sufrimiento en primer lugar, ¿acaso no podríamos sustituir esa realidad por otra diseñada por nosotros mismos?

Así que, a medida que nos inclinamos hacia el dolor, nuestra disposición a cuestionar la necesidad de esta realidad presente cambia, nuestros miedos cambian y con ellos también pueden hacerlo nuestras prioridades. Cuanto más profundamente estemos dispuestos a encarnar el dolor que experimentamos, cuanto más profundamente cuestionemos las estructuras que nos rodean, más se alejarán nuestros miedos de la autoconservación aguda y se acercarán a lo existencial, y más dispuestos estaremos a vivir realmente de acuerdo con los mundos que afirmamos desear. Nos volvemos dispuestos a arriesgar porque reconocemos que ya hemos perdido mucho, que estamos perdiendo activamente más y más de nosotros mismos cada día que este mundo de muerte sigue existiendo.

Esto se ve más claramente en la vigilia-convertida-en-disturbio. Cuántas veces hemos visto concentraciones, inicialmente pensadas como espacios para llorar a alguien asesinado por la policía, convertirse en el foco de la rebelión. Los gritos de desesperación dirigidos a nadie en particular se convierten en amenazas articuladas contra las manifestaciones físicas de la causa del propio dolor. «Manos arriba, no disparen» se convierte en “Que os jodan, nosotros respondemos disparando”. Cuando uno se da cuenta de que lo único que se espera de él (y de sus seres queridos) es que sufra y muera, de que este mundo está construido intencionadamente sobre ese hecho, el dolor de esa comprensión se manifiesta en ladrillos que golpean los parabrisas de los coches patrulla, bates de béisbol que golpean las ventanas de las cárceles, adoquines que golpean la línea antidisturbios y casquillos que golpean la calle. La lógica de la autoconservación se pone patas arriba. Para muchos, no hay un yo que merezca la pena preservar en un mundo en el que ese yo se define por la capacidad de uno para servir a la máquina del capitalismo racial. Si vivir en el mundo existente es vivir al servicio de esa máquina, entonces el único camino hacia una vida que merezca la pena es destruir ese mundo por cualquier medio necesario o morir en el intento.

Para encarnar plenamente nuestro dolor, debemos estar dispuestos a inclinarnos hacia esta lógica contra la lógica, abrazar el crudo deseo de rechazar todo lo que nos rodea y forzar en las esferas pública y comercial, el sufrimiento que se nos enseña a soportar en privado. Debemos obligar a esas esferas a soportar, colectivamente, el peso del dolor que nos hemos visto obligados a soportar individualmente. Pero, ¿qué hace falta para encarnar plenamente nuestro dolor, en lugar de reprimirlo en un esfuerzo por dar prioridad a nuestro funcionamiento en una sociedad que ya nos estaba matando?

 

3. Dolor y guerra social

 

Hasta aquí todo bien

Hasta aquí todo bien

Hasta aquí todo bien[3]

 

La conclusión lógica del dolor vivido en toda su extensión es la guerra social; el rechazo de lo existente en su totalidad como forma de vida cotidiana. No hay expresión más genuina del dolor que exigir que el mundo que te rodea se derrumbe y tiemble con tu respiración dolorida y tus gritos desesperados, negar la realidad tal y como te dicen que la aceptes y forzar tus propias formas deseadas de relacionarte con el mundo como reemplazo. La guerra social es el dolor, experimentado individualmente, exteriorizado públicamente de tal forma que se hace posible una experiencia colectiva del dolor. La vigilia se convierte en disturbio. Los que gritan de angustia se convierten en los que gritan de rabia. Los que lloran ante el féretro se convierten en los que luchan en la barricada. Aquellos a los que se impone el sufrimiento como consecuencia del funcionamiento del mundo existente devuelven ese sufrimiento a este mundo con fines destructivos.

Pero el dolor agudo sólo puede mantener esa posición durante un tiempo. A medida que las olas de la emoción alcanzan su cresta y vuelven a descender hacia una línea de base preexistente, también puede descender la voluntad de rechazar este mundo. La mayoría de la gente sólo se permite encarnar el dolor cuando las circunstancias le empujan más allá de lo que su racionalidad es capaz de mantener; un padre que pierde a su hijo, un amante que pierde a su pareja, un amigo que pierde a su camarada, por nombrar algunas de esas circunstancias. Para quienes deseamos que la guerra social se expanda, se sostenga y llegue más lejos con cada momento insurreccional, debemos encontrar formas de abrir espacio y cultivar la voluntad de inclinarnos hacia el dolor con intención. Debemos cultivar un antagonismo generalizado.

Para aprovechar más fácilmente nuestro dolor con el fin de infligir golpes significativos a las estructuras que lo causaron, debemos ser capaces de articular las causas de ese dolor y sufrimiento. Debemos ser capaces de nombrar a nuestros enemigos y analizar explícitamente el sufrimiento que nos causan. Articular de forma precisa y significativa cómo experimentamos el mundo y cómo podemos afectarlo es mucho más fácil de decir que de hacer, y requiere una práctica constante.  Requiere estar dispuesto a soportar la incomodidad de la inseguridad y la incertidumbre. Requiere espacio para hablar honesta y abiertamente con otras personas que estén dispuestas a hablar con sinceridad, sin poses ni proyecciones de prepotencia. Debemos darnos mutuamente la confianza para hablar definitivamente sobre cómo experimentamos el mundo individualmente, al tiempo que fomentamos la humildad para reconocer que nuestra experiencia es limitada e inherentemente subjetiva. Debemos hablar con seriedad y definitivamente sobre cómo nos está matando este mundo, pero debemos hacerlo con cuidado.

Cuanto más capaces seamos de articular las causas de nuestro sufrimiento y el dolor que se deriva de ellas, mejor preparados estaremos para actuar contra las máquinas de la muerte. Nos hacemos más conscientes de su presencia en nuestra vida cotidiana y de cómo ésta sirve para reproducirlas. Nos volvemos más conscientes de qué acciones pueden realmente socavar las máquinas y su reproducción, tanto en el contexto de actos clandestinos como, lo que es más importante, como posicionamientos cotidianos. Nuestro dolor se convierte en un recurso al que recurrir, para recordarnos a nosotros mismos por qué decimos «que se joda la policía» siempre y dondequiera que la policía haga acto de presencia. Nos recordamos a nosotros mismos que vivir atados a una lógica de autoconservación es vivir en la muerte, que para vivir de verdad debemos luchar por la vida y no por la mera supervivencia.

Al ayudarnos unos a otros a expresar nuestro sufrimiento, nos ayudamos mutuamente a actuar. Y al ayudarnos unos a otros a actuar, ayudamos a demostrar a quienes nos rodean que es posible algo diferente, algo distinto de lo que existe actualmente. Cuando nos afligimos descaradamente, plena, públicamente, sin reservas, invitamos a los demás a hacer lo mismo. Cada acto de resistencia siembra las semillas de su propia replicación. Cuando resistimos como parte de la vida cotidiana, sembramos la reproducción de una vida cotidiana de resistencia.

Un amigo me contó una vez el impacto de ver por primera vez una piedra lanzada contra la ventana de una cárcel. Me contaron cómo eso les abrió el lenguaje para expresarse de una forma a la que antes no tenían acceso. Al ver a otra persona expresar su dolor y su deseo de forma sucinta a través del largo arco de una piedra, adquirieron la capacidad de expresar con más seriedad su propio deseo. La guerra social se extiende y, a medida que se extiende, abrimos la posibilidad de vernos unos a otros en serio, de encontrarnos de verdad.

 

4. Encuéntrame en el huracán

 

Quiero despertar mañana

sin recordar que alguna vez exististe

Quiero despertar mañana

 

Al final, cada uno de nosotros está solo en este mundo. Siempre habrá una brecha entre cómo experimentamos los matices y complejidades de nuestro sufrimiento y nuestra capacidad para expresar ese sufrimiento a los demás y ser comprendidos por ellos. Nos sentimos aislados. Nos arañamos la garganta para hacer ruido y arañamos los oídos de los demás para que nos escuchen mientras nos escondemos detrás de metáforas y eufemismos por miedo a exponer nuestras propias inseguridades. En un mundo tan cruel, construido tan intencionadamente sobre el sufrimiento de los vulnerables y marginados, la decisión lógica es separarnos y disociarnos, endurecernos ante cualquier cosa que pueda hacernos vulnerables.

Pero sufrir, abierta y voluntariamente, es rechazar este juego, este espectáculo, esta coreografía sin alma. Es hacerse vulnerable contra toda lógica de autoconservación. Es gritar, no para que te escuchen, sino porque deseas hacer temblar el suelo bajo tus pies. Es arañar, no para  reconocimiento, sino para extraer sangre de un mundo que te ha dejado maltrecho y ensangrentado. Es vivir, tal como eres, sin máscaras ni ofuscaciones sobre lo jodido que es existir así. Es abrir las fauces de las máquinas de la muerte y, con puños, piedras, sangre y lágrimas, exigir nada menos que una vida digna de ser vivida para ti y para todos los que te rodean.

Si realmente queremos encontrarnos unos a otros de un modo que ofrezca la posibilidad de un mundo más allá de este mundo de muerte y sólo muerte, si deseamos vivir realmente más allá de la supervivencia, debemos encontrarnos unos a otros en serio. Debemos encontrarnos tal y como somos. Debemos encontrar la manera de encarnar plenamente el dolor que llevamos dentro y, al hacerlo, animar a los demás a hacer lo mismo. Debemos llevarnos unos a otros y dejarnos llevar a nuestra vez. Encontrarnos unos a otros es romper esta dicotomía de “solos” y “juntos”, convertir estas palabras en sinónimos, reconocer que siempre somos ambos.

Debemos sollozar solos, juntos.

Debemos gemir solos, juntos.

Debemos golpear solos, juntos.

Debemos luchar solos, juntos.

Debemos arder solos, juntos.

 

Cuando resistes a las máquinas de la muerte, por muy altas que sean las sombras que te rodean y por muy lejos que te sientas de los demás, puede que estés solo, pero también estás con todos los que resistimos. Cuando levantas un ladrillo contra la policía en la revuelta o en la barricada o solo en un callejón, lo haces con todos aquellos que conocen el sabor de la violencia estatal y que se niegan a aceptar su supuesta permanencia. Cuando golpeas la forma mercancía, mediante el robo o el sabotaje o la negativa a trabajar, lo haces con todos aquellos que se negaron a ser lubricantes para los engranajes de ese proyecto ecocida y genocida. Cada acción que emprendes para articular y luchar por el mundo que deseas se realiza en concierto con todos los que desean algo similar. Están solos, y están juntos.

 

Incluso cuando te sientas débil, cuando el dolor vuelva a ser una carga en lugar de un arma y todo parezca demasiado y los muros se cierren por todos lados, cuando vivir para ver salir el próximo sol parezca tan improbable como darse cuenta de los mundos que guardamos en el corazón, puede que estés solo, pero también estás con todos los que nos sentamos despiertos sin saber si veremos amanecer. Y si decides abandonar el mundo, en silencio o en llamas, lo harás solo, pero junto a todos aquellos que se enfrentaron a este mundo infernal y lo rechazaron con todo su ser. Ninguno de nosotros sale vivo de este mundo, y puede haber una profunda (aunque final) recuperación de poder al dictar los términos de tu salida. Pero que sepas que, egoístamente, espero que te quedes por aquí un poco más.

No voy a venderte una visión de esperanza ni a afirmar que si aguantas unos cuantos años, o meses, o minutos más, el final de tu sufrimiento está en el horizonte. No deseo venderte nada ni dictarte cómo debes o no relacionarte con tu vida. Pero sí te diré que aquí todavía hay un sentido para ser encontrado si lo quieres, aunque tienes que quererlo, y que aquí también hay belleza.

No voy a venderte una visión de esperanza ni a afirmar que si aguantas unos cuantos años, o meses, o minutos más, el final de tu sufrimiento está en el horizonte. No deseo venderte nada ni dictarte cómo debes o no relacionarte con tu vida. Pero sí te diré que aquí todavía hay un sentido para ser encontrado si lo quieres, aunque tienes que quererlo, y que aquí también hay belleza.  Es hermoso luchar por una vida que merezca la pena vivir, aunque la lógica y la racionalidad de la crueldad de este mundo intenten arrebatarnos esa lucha a golpes. Es hermoso rechazar un mundo construido sobre el sufrimiento de tantos, construido sobre tu propio sufrimiento. Es hermoso ayudar a otros a esgrimir su dolor, a articular su deseo, a encontrar su voluntad de luchar. El significado es tuyo para hacer.

Estés donde estés, seas quien seas, que sepas que si te mueves con intención y deseo por el fin de este mundo de máquinas de muerte, yo me muevo contigo. Por cada golpe que asestes contra las instituciones de nuestro sufrimiento, yo te aclamo. Por cada golpe que sufras, cada vez que tu cabeza choque contra el hormigón y te hagan probar tu propia sangre, me enfurezco contigo. Y cuando empuño mi dolor como un arma, como un cuchillo en la garganta de este mundo infernal, lo hago llevándote en mi corazón. Quizá nunca nos veamos, quizá nunca nos conozcamos, pero luchamos juntos aunque luchemos solos.

 

Tenlo presente.

[1] Nota de la traducción al español: En el inglés, el título enuncia “grief”, que puede traducirse como dolor, duelo, o pena. Para que se tengan en consideración estas acepciones.

[2] Nota de la traducción al español: Este fragmento de poema está extraído del texto Dispatches from Triangulum: Reflections on a year of revolt, loss, growth, and care from the Triangle region of North Carolina, por Ignatius. Disponible aquí.

[3] Nota de la traducción al español: Esta es la traducción de la popular frase en inglés “so far so good”.

Autor: colapsoydesvio

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