“No tenemos compasión, ni esperamos compasión de ustedes. Cuando llegue nuestro turno, no pondremos excusas para el terror revolucionario”. Karl Marx.
El pasado viernes 6 de diciembre se dio el ajusticiamiento a Brian Thompson, CEO de UnitedHealthCare, la empresa más grande de seguros en Estados Unidos. Una de las empresas que, igualmente, es parte de un holding en el que se encuentran las aseguradoras, Isapres, y centros privados de servicios de distintos lugares del mundo. Banmédica, la Isapre más grande de Chile (con un 21,4% de los cotizantes), por ejemplo, es parte de esta subsidiaria que encuentra su matriz en UnitedHealth Group.
Sin tener más detalles del ajusticiamiento que los mensajes en los cartuchos de las balas (“Deny”, “Defend”, “Depose”), y la mochila del justiciero, que se encontraba performáticamente llena de billetes del juego Monopoly, podemos posicionarnos a favor de prácticas que hacen que el temor a la muerte cambie de bando y de clase. ¿No es acaso la amenaza de muerte la que más millones de dólares mueve al año en la salud privada? ¿No juegan acaso todo el tiempo con nuestras vidas y lucran con el sufrimiento y la enfermedad tan naturales como propias de la especie humana?
No les interesan nuestras vidas, sólo nuestra capacidad de endeudamiento y de pagar en cuotas con intereses absurdos las cifras exorbitantes que cobran a partir de nuestra desesperación.
No nos tienen el mínimo de consideración. Para ellos, no merecemos solidaridad, ni apoyo. Para ellos, merecemos lo peor. Pues bien, que el tablero se iguale.
Frente a este contexto de crisis generalizada donde la violencia capitalista y colonial devora territorios y poblaciones enteras, no continuemos colocando la otra mejilla. Basta de dejarnos asaltar descaradamente. La interminable lista de personas que fallecieron al serles negadas la asistencia medica no son tristes consecuencias de un sistema roto que necesita ser reparado, sino muy al contrario, son el resultado lógico de un mundo determinado por el capital. El exterminio y marginación de la población sobrante, a través de genocidios, represión policial y violencia económica es un momento fundamental que compone las políticas gubernamentales de los Estados del mundo para el correcto funcionamiento de la economía espectacular. Exigir más democracia y más Estado, es colocarnos nosotrxs mismxs la soga al cuello. Nuestra practica en cambio, debe de apuntar contra el capitalismo y sus categorías esenciales (hablamos del Trabajo, el Estado, las relaciones de genero y la democracia), así como también a perseguir a quiénes gestionan este sistema y sostienen una guerra en nuestra contra. Es tomar la contraofensiva.
Denegar, derrocar, defender.
Denegar un sistema que sigue sosteniéndose en base a nuestra explotación.
Derrocar toda forma de opresión que siga alimentándose de nuestro lugar como humanidad residual.
Defender la vida, nuestras vidas, que se encuentran en constante riesgo de aniquilación.
Que el miedo cambie de bando.
Haz que los capitalistas caigan.
«No hay lucha por el comunismo sin un mínimo de pasión, y la identificación de lo que consideramos como un enemigo. Matar no es, obviamente, sinónimo de comunismo: una revolución comunista subvierte más de lo que elimina. (…) Sin embargo, rehusarse a la violencia, y rechazar de antemano cualquier uso de las armas, es renunciar a la revolución (…) Es cierto que nuestro “objetivo” es un sistema social, y no los jefes, ejecutivos, expertos y la policía que pone a su servicio. Un punto fuerte de la socialdemocracia y del estalinismo fue equiparar el capitalismo con la burguesía, los ricos, los grandes señores. Al igual que en el caso del fetichismo de la mercancía, la relación social se presenta entonces como una cosa, encarnada a veces por una persona panzuda y con un puro, vieja caricatura del burgués de hace más de un siglo. (…) El mantenimiento de la agresividad en contra de estos personajes ayuda a desviar las críticas hacia una vía muerta: atacar a la burguesía en cuanto individuos y no por su función.
Si bien nuestro objetivo es el Capital, su fuerza estructurante y también su fuerza de inercia, y no el capitalista; no es menos cierto que las relaciones sociales capitalistas siguen adquiriendo figuras humanas. No ver en el director de una fábrica sino el director de una fábrica es una ilusión óptica. No enfrentarse a él con el pretexto (exacto por cierto) que él mismo no es sino un engranaje en un conjunto que le supera, equivale a ver la sociedad como un todo sin poder abordar una parte de esta totalidad. Despersonalizar la historia, es renunciar a actuar. No detestar [y atacar] a los que nos dominan lleva a la peor de las resignaciones, en el mejor de los casos a la reforma. Quien no conoce o no se atreve a experimentar un rechazo [y un ataque] hacia aquellos que le explotan y le desprecian, no va a cambiar nunca muchas cosas.»(Troploin, Salida de la fábrica)