Entre la nostalgia revolucionaria y la nostalgia reaccionaria: Comentarios sobre el actual proceso de modernización del Capital.
Por: Jesús Díaz Molina y Bastián Venegas Ortiz.
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Prólogo por Colapso y Desvío
En un momento en el que el afán revoltoso —que se exacerbó en el 2018, luego de una seguidilla intermitente pero interrumpida de procesos coyunturales de oleadas de manifestaciones en distintos puntos del globo— se encuentra reducido, han aparecido diversas teorías sobre las causas de este apaciguamiento de fuerzas vitales sociales. Estas teorías siempre se inclinan a una “infantilización” de los sectores sociales, a una reivindicación del reformismo, y a un estado de anhelante espera de que este momentito sea sólo una bajada y una espera, para retomar el ímpetu revolucionario con más fuerzas que antes. A nuestro parecer, uno de los principales errores de esta postura es creer inicialmente que el 18O fue un hito revolucionario. Otro error remarcable y que tenemos que evitar es seguir infantilizando a aquellos mismos sectores que enunciamos querer emancipar, porque ese gesto guarda, en el fondo, la visión de que somos salvadores, replicando los vicios de los antiguos programas marxistas clásicos, en los que la vanguardia tiene que liderar a una masa embrutecida e incapaz de ser consciente de sus condiciones de alienación. Nosotrxs no creemos eso, ni que somos líderes, ni salvadores.
Tampoco podríamos decir que somos “el proletariado”, o “parte de”, porque esas categorías y dispositivos de subjetividades se encuentran, actualmente, totalmente avasallados por condiciones materiales totalmente distintas, más tecnologizadas, más complejizadas. Y a condiciones materiales distintas, subjetividades distintas, y producción de relaciones sociales distinta. Ya no creemos que existan dos clases, una explotadora y una explotada, y la realidad da cuenta de ello de manera más lúcida de la que nosotrxs podemos explicar. Sólo podemos apelar a, mediante una prosa crítica, plasmar esa lucidez de la realidad que parece pasar desapercibida en tiempos en los que los ánimos están totalmente volcados hacia una espera: la espera de la subsunción total al reformismo progresista que se ha instalado con la dictadura capitalista “de izquierda”, o la espera de retomar un proceso que nunca fue revolucionario realmente.
Ante un escenario de espera que se expande e inmoviliza de manera masiva, sólo podemos recuperar pistas de este fracaso, y reciclarlas para nuestra propia espera. A la espera de que si en alguna instancia de lo que queda de nuestras vidas tenemos nuevamente la oportunidad de abolir todo, ahora sí contamos con las herramientas. Y esas herramientas serán resultado nada más y nada menos que de analizar rigurosamente la historia. Nuestra historia, aquella que intentan arrebatarnos y convertirla en institucionalidad, pero que nunca podrán hacerlo del todo. La historia no es nuestra, nosotrxs somos parte de una historia que, antropocéntricamente, lleva siglos en un curso inagotable, en el que abundan más los espacios de desencuentro que los de encuentro y comunidad, pese a nuestras buenas intenciones. Y bien, quizás sea momento de detenernos una vez más, o, más bien, de continuar en este detenimiento, y enfocarnos en distintos puntos e hitos que sostienen este standby. Sea o no sea renovación de fuerzas, si tenemos claro que la crisis planetaria que comenzó su curso hace ya varias décadas, producto de un modo de producción que es simplemente incompatible con toda forma de vida simpoiética, está alcanzando límites cada vez más destructivos, y ante una indiferencia reformista y cómplice, nuestra apuesta siempre será la diferencia revolucionaria. Entendiendo que revolucionario es todo aquello que se niega a perecer a las lógicas que de manera expansiva y espectacular buscan absorberlo todo, generando un espacio de uniformalización planetaria. Ante el Mundo capitalista, nuestra técnica es reventar las fronteras inmunitarias mediante la crítica y la acción colectiva. Nuestro Mundo seguirá siendo su estorbo y su desgracia, porque si en su afán totalizante, un solo fragmento se resista, su misión estará inacabada.
No queremos repetir Octubre.
Queremos revolucionar nuestras vidas.
Título 1. El reformismo nunca ha hecho revoluciones.
“Quienes hacen revoluciones a medias cavan su propia tumba”
Louis de Saint-Just.
«Todo el mundo habla de democracia. ¡Nosotros, no!».
- Scalzone y P. Persichetti, en La Révolution et l’Etat.
En el actual panorama, posterior al triunfo de la contrainsurgencia que terminó por aplacar todo ánimo insurreccional, comenzó a escucharse en algunos persistentes, pero minoritarios grupos de poca relevancia, el llamado a “repetir octubre”. Aquella proclama se demuestra rápidamente en un ridículo panfletismo escasamente reflexionado. Al igual que con el salto al torniquete y su repetición, quienes lo conjuran lo hacen más por una tentadora nostalgia por el desenfreno y lo mitificado, que por un deseo sincero de superación del orden existente. Por el contrario, tal cosa no debería de ser nunca deseable, sobre todo por los sectores presuntamente más radicales de la izquierda. Repetir el 18 de octubre no significa más que repetir el triunfo de la contrarrevolución, asistir nuevamente a la restauración de las fuerzas del capitalismo. Repetir octubre es repetir la derrota, el simulacro de revolución infértil. La dimensión una vez emancipadora de la revuelta hoy se encuentra sepultada varios metros por debajo, si es que llegó a existir aquella dimensión, y lo que resta es una nostalgia conservadora a la que se huye, vistos los fracasos de un gobierno que re-escribe su programa sobre la marcha, y un proceso Constitucional del que ya nadie está pendiente. Si el temprano aborto de los potenciales de la revuelta sepultó momentáneamente el ánimo de superación del estado de las cosas, el nuevo proceso constituyente-gobierno acabará por decepcionar todas las expectativas de transformación social profunda dentro del marco institucional, situación que tampoco vemos con optimismo. Históricamente este doble fracaso siempre ha antecedido a la barbarie, uno del que un futuro triunfo electoral de la nueva derecha es tan solo secundario, un epifenómeno del avance pogresivo de formas represivas superiores. Como sostiene Jean Barrot (Dauve): “el fascismo fue el producto de un doble fracaso: la derrota de los revolucionarios, que fueron aplastados por los socialdemócratas y sus aliados liberales, seguida del fracaso de los liberales y socialdemócratas para gestionar el capital eficazmente”.[1]
El periodo que se dio tras el comienzo de la revuelta trajo consigo una nostalgia conservadora que incluye en su interior tanto a las filas de la reacción organizada, como del movimiento de revuelta (ya disperso). Para los primeros, la resignificación de los últimos 30 años se convierte en su bandera de lucha, y la reaparición de discursos autoritarios que parecían superados, vuelven ahora al interior del aparato democrático. Mientras tanto, en paralelo, la nostalgia revolucionaria, se remite a viejos hitos de movilización multitudinaria y de éxtasis insurreccional —que hoy parecen poco probables de repetir. Por lo mismo las imágenes, eslóganes e himnos de la revuelta parecían devolverse a mucho tiempo atrás, un tiempo previo a la barbarie, un periodo mitificado e irreal. No se cantaba el derecho de vivir en paz solo porque la canción fuera contingente, sino porque permitía bajo formas fetichistas de praxis social y estética parecer ser y creer ser continuación de un proceso interrumpido hace cincuenta años. La revuelta —hoy ninguneada, negada y revisionada por sus propios sepultureros— fue incapaz de crear formas propias que significaran una ruptura y superación con las categorías desgastadas de antaño, de ahí que desde octubre se generalizará una nostalgia —ya presente anteriormente en menor medida— que trajo de vuelta aparatos culturales del pasado, pero descontextualizados, desprovistos de cualquier contenido subversivo y en cambio, devenidos en un imagen inversa de su ser real que permitía su mercantilización en cuanto una estética-chic[2], como también la perpetuación histórica y repetición acrítica de su doble derrota hace 50 años.
Título 2: Del malestar social a la fractura del sistema; ensayos y errores en veinte años de crisis.
La revuelta de octubre se enmarca socio-históricamente en un contexto en el que el malestar social y la descomposición de las instituciones democrático-liberales a nivel global se volvían imposibles de negar, sumando a Chile a un proceso histórico de fractura de la forma social capitalista, a la que le siguió su modernización y restauración. Este período, que comenzó entre finales de 2018 y mediados de 2019, se dio paralelamente en países como Ecuador, Perú, Francia y Estados Unidos. Puede comprenderse como una profundización y continuación de las primeras olas de protestas por las manifestaciones periódicas del declive del capitalismo global. Hablamos de una relación no coincidente de las presentes crisis del Capital con las de comienzos de milenio: El Estallido del 2001 en Argentina, el “Mochilazo” en Chile durante el mismo año y la crisis financiera subprime del 2008, reconocida globalmente como de “Los Indignados”, donde el movimiento estudiantil chileno del 2006 y 2011[3] se enmarca en conjunto con la Revuelta en Grecia del 2008, la Primavera Árabe del 2010 y el movimiento Occupy en EEUU en 2011 como manifestaciones locales de la crisis global de las relaciones de producción del capital. Es decir, hablamos de las experimentación de dos décadas de crisis periódicas a nivel global de la que Chile fue parte importante en los enfrentamientos y derrotas del movimiento de protesta, veinte años que no dieron como resultado ninguna clase de aprendizaje práctico a gran escala. No se experimentó la germinación y desarrollo del proletariado internacional, sino su dispersión y reagrupamiento casual; el fracaso en que resultó siempre el re-direccionamiento institucional de su lucha, que sólo terminó por profundizar más aún el proceso de descomposición global de la democracia liberal[4]. Mientras, al contrario del optimismo que mantenían ciertas corrientes de izquierda —que pretenden ser radicales— con respecto a las crisis y revueltas, no se ha conformado aún un Partido de Vanguardia Revolucionaria, ni consejos obreros, ni mucho menos ha triunfado la huelga generalizada. Difícilmente siquiera se podría hablar hoy de un pueblo verdaderamente organizado sin caer en una delirio populista. El entusiasmo en el que se envolvieron las izquierdas a causa de multitudinarias protestas y emotivos discursos, llevó a asumir no solo la posibilidad del derrumbe del neoliberalismo, sino que de verla inevitable. La incapacidad de vislumbrar objetivamente el progreso de la revuelta llevaría a inflar ingenuamente sus capacidades, cuestión que hasta hoy entorpece la tarea de comprender las características principales del fenómeno, como insumos en la construcción de “líneas de fuga” al sistema y hacer que lo que nace de la nada se transformara en todo.
Mientras las minorías revolucionarias vivían en castillos de naipes, las izquierdas que aún mantenían una fe ciega en las capacidades de la democracia, concentraron sus energías en un proceso constitucional que se desplomó con tal fuerza que cesó toda aspiración de cambio. Buena parte de estos “izquierdismos” frente a la larga crisis estructural del sistema productor de mercancías sólo vieron una forma de aprovechamiento del sistema en beneficio de su “sujeto” en particular. Una oportunidad de concebir un capitalismo con “rostro humano”, ecológico, feminista… —y así se podría seguir—, donde se integren formalmente los grupos disidentes del sistema de explotación (mujeres, indígenas, trabajadores sin contrato, etc.). Resultando, más bien, en el retorno a una variante keynesiana del capitalismo, con “un fuerte papel del Estado y una regulación más severa de la banca y de las finanzas”[5], dejando sus categorías esenciales: valor, mercancía, Estado y trabajo, intactas.
De esta manera se podría decir que los “grupos anti”, ya sean “anticapitalistas” o “antifascistas” lo son, solo en en razón de la variante más salvaje y moderna del capitalismo (el neoliberalismo para uno y los símiles modernos del fascismo para otro), siendo su verdadero fin el de un retorno a un estado previo, e idealizado donde el Estado burgués bajo una administración progresista, atendía las consecuencias de la crisis en la pobreza y las distintas capas explotadas. Si bien podrá existir una oposición discursiva al capital y sus expresiones más grotescas, pero en lo sustantivo, en los hechos, incluso en lo programático/ideológico, no existe una oposición a este en todas sus formas, ni mucho menos en sus formas fundacionales. Por más contradictorio que pueda parecer, para el anticapitalismo de izquierda es aceptable e incluso deseable un capitalismo fordista o una derecha no fascista. De lo que parecen no estar al tanto, es que a estas alturas del capitalismo, es imposible colocar marcha atrás a su desarrollo, y lo que resta es detenerlo de una vez o esperar a que nos alcance la catástrofe que significará su derrumbe, mientras tanto: burgueses, obreros y “lumpenproletarios” compiten por apropiarse de las sobras de la sociedad mercantil, antes de que ésta estalle.
Título 3: El catecismo revolucionario o la ideología de la contrarrevolución.
Tras cuatro años de la revuelta, el trabajo de analizarla se ha visto rápidamente convertido en terreno esteril. A causa de las elucubraciones intelectuales y/o militantes para justificar su concepción de la revolución y como se debe de hacer esta. La defensa religiosa de su credo revolucionario, sea este leninista o anarquista, demuestra consigo su incapacidad para no solo comprender el mundo sino que cambiarlo, como dice la máxima de Marx: “Los filósofos se han encargado de interpretar el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”.
De esta forma se tiende a ningunear o inflar a la revuelta dependiendo únicamente de sus intereses particulares por argumentar a favor de cierta forma en concreto, este ha sido sobre todo el trabajo del que se han encargado historiadores, cientistas políticos y periodistas, pero el papel de ciertas organizaciones militantes no ha sido tampoco menor, este es el caso sobre todo de aquellas que adhieren al leninismo, en cualquiera de sus formas: estalinista, trotskista o guevarista. La mayoría de las tesis que surgieron al interior de sus partidos (sean estos legalizados o no), adjudican el fracaso de la revuelta (o estallido si es que se le negase también la categoría de revuelta), a la falta de organización y disciplina propia del espontaneísmo y la ausencia de una vanguardia que dirija a las masas y le eduque. La “ideología leninista” en tanto ideología, no concibe la posibilidad de una renovación —y negación— de las formas revolucionarias actuales con respecto a las del pasado, su teoría de la revolución deviene en tan solo una receta para el “golpe de Estado”, a la que se le escapan los momentos de genialidad del movimiento de revuelta que les convierte fugazmente en una verdadera amenaza para el orden de la sociedad mercantil.
El hito de “la toma del Palacio de Invierno” continúa vivo únicamente en la fantasía militante, imponer el viejo esquema leninista de la revolución a los movimientos modernos de revuelta sean en Chile o más actualmente en Francia, no solo es inutil sino que ya ni siquiera es deseable por buena parte de las mismas organizaciones que formalmente la defienden. Como lo han demostrado estas —y en especial las más antiguas— con la facilidad de adaptación en continuar la revuelta a través de formas institucionales, como la Asamblea Constituyente o la convención constitucional (como terminó siendo). Sea de una forma u otra, el fin del leninismo será la mera integración al sistema de las capas que se le oponían y la repartición de las migajas del sistema de valorización en descomposición.
El absurdo del esquema leninista de la revolución, se demuestra cuando aun en el momento de un apoyo más transversal a la revuelta en el 25 de octubre de 2019, con una marcha que congregó a más de 1 millón de personas (según las estimaciones oficiales), la ideación de la toma de poder o bien del palacio de La Moneda (cosa más que posible), no significaría ni en la apuesta más aventurada el derrumbe del gobierno ni mucho menos del capitalismo. Siquiera sostener esta idea habla de una ingenuidad enorme respecto a cómo ha operado y opera el poder en tiempos de extremada digitalización. El poder, el sistema neoliberal en Chile, podrá materializarse en la imagen del ex-presidente Sebastián Piñera y su gobierno, pero no se encuentra a cabalidad ahí. El capitalismo se revela más que la dictadura de una clase social sobre otra, en una compleja relación social, donde la posibilidad de la toma del palacio no habría sido más que un golpe al gobierno como individualidades que operan dentro del entramado de redes que es el poder político-económico en Chile. El neoliberalismo no está arraigado a una persona o grupo de personas, por más que se quiera hacer ver que si, ni siquiera a un lugar en concreto. Habría de tomarse cien palacios de invierno y ejecutar mil familias Romanov para siquiera tocar parte de quienes ostentan el poder en este país.
Mientras tanto los defensores del espontaneísmo repiten el mismo absurdo desde su lado de la vereda, la forma de partido es descartada por resistencias focalizadas en territorios históricamente marginados, como en poblaciones o campamentos, la repetición fetichista de la acción directa y el enfrentamiento dentro de estos sitios, limita así mismo las posibilidades de extender este ánimo fuera estas zonas marginadas por el capital nacional. La revuelta o su ánimo deviene en movimientos carentes no sólo de autoridad sino también de cualquier forma de organización, viviendo únicamente de momentos insurreccionales de embriaguez, que son aplastados con la misma facilidad con la que se apaga una vela. En sus versiones más degradadas se descarta la misma revolución por una guerra suicida sin cuartel, una suerte de ritual de sacrificio revolucionario, donde si es que no se encuentra la muerta será la cárcel. La simple oposición anti-autoritaria o anti-leninista no basta para concebir realmente formas de organización efectivas con las que hacer estallar al capital y el Estado.
Título 4: Contra el Asambleísmo.
Ante un proceso que se erigía contra todo el sistema institucional democrático liberal (las encuestas del momento marcaban un desapego por todo lo que estuviera inmerso ahí, Congreso, Presidente, Partidos, carabineros, etc.) la única respuesta que se dio fue… más institucionalidad. La convención constituyente surgida en el “acuerdo por la paz” del 15 de noviembre, donde el oficialismo y la mayoría de partidos de la oposición —a falta sólo en un principio del PC— se reunieron con el supuesto fin de solucionar los problemas que había visibilizado la revuelta, pero que, como bien sabemos, no se logró, si es que acaso se intentó. Más bien, su éxito fue en no hacer “deseable” el cambio, concretamente en haber fracasado formalmente; a 4 años de la revuelta las situaciones que visibilizó no son las mismas, sino que peores[6]. Existe una incapacidad de parte de los sectores democráticos en comprender el problema a cabalidad, incapacidad que perfectamente puede ser conocida pero a la vez negada, pues aceptar que dentro de los márgenes del liberalismo y el capitalismo no se puede dar solución es aceptar que urge la superación ambos en pos de un mundo más allá del Estado y el mercado. Sumado a que reabre la vieja herida de la izquierda de preguntarse si hay que seguir en la vía democrática o apuntalar a formas revolucionarias, debate cuyo momento culmine se dio en durante la Unidad Popular y su fragmentación interna entre el PC-PR-Allende y el polo revolucionario MIR-PS Altamirano-MAPU-OS.
Lo cierto es que quienes constituyeron la revuelta de octubre, tanto en su dimensión positiva como en la más reaccionaria y legitimadora del orden existente, se encuentran igualmente paralizados, si no es en la nostalgia por momentos de exceso y rebeldía, es en el absurdo democractico-constitucional. El virulento germen del asambleísmo que se incrustó progresivamente en buena parte del sector movilizado desde hace más de una década (ya presente con los pingüinos), creó una aspiración irreal hacia las posibilidades de transformación del orden social capitalista que permitiría un presunto cambio en la Constitución, la cual tal y como parece no ocurrirá, tras ya fracasado un primer proceso y simbólicamente deslegitimado un segundo. En respuesta, la mayoría de las organizaciones tradicionales de la “izquierda revolucionaria” de añeja herencia leninista (donde incluimos a: miristas, rodriguistas, trotskistas y estalinistas), coinciden —de cierta manera ironica— con movimientos sociales de un difuso discurso “antipartidista” y antifascista pero de una ideología y praxis social profundamente socialdemócratas. Sin lograr conformar parte de la gestión del Estado, ni de los procesos Constitucionales anteriores y dejando de lado las diferencias discursivas, se congregan bajo el estandarte de un delirio democrático que se cree capaz de esta vez de sí influir y “humanizar” el orden económico[7] a través de una “Asamblea Constituyente”, en que participe el pueblo —como imaginario populista— de maneras directas y sin intervención de los partidos políticos institucionales, ni de sus “comisiones de expertos”.
A esto se suma un escaso análisis del contexto y la realidad material, donde a nivel nacional atravesamos momentos en el que la mayoría de la gente está desafectada del proceso político, mientras quienes no lo están sostienen discursos de odio. La hegemonía política actual recae en el Partido Republicano (lo cual proyecta un escenario no muy favorable hacía el futuro), por lo que no solo es ridículo pensar que la Asamblea Constituyente, en un hito hiper-democrático, permitiría la superación de las formas más salvajes de neoliberalismo en razón de la creación de una sociedad más igualitaria, sino que también es una torpe jugada estratégica, seguir en la misma institucionalidad, que sabemos que ganará el Partido Republicano, es legitimar a este mismo. Se trata de una ingenua perspectiva —presente aún entre quiénes se hacen llamar comunistas— de sostener las formas esenciales de la sociedad de clases, pero en una forma más humana, más soportable… como si tal cosa fuese posible. “Los pro-revolucionarios son llamados utópicos por aquellos que no se atreven a mirar a la realidad a la cara, y que se aferran a ilusiones en nombre del «realismo»”[8].
Título 5. La lógica demente del capital: El ascenso de la Neorreacción.
Las continuas derrotas electorales del progresismos y la rápida difusión de discursos de odio, con amplia llegada entre las capas medias y bajas de la sociedad, que se han traducido en el avance de una derecha dura con aspiraciones reales a gobernar, llevan a sostener erróneamente al respecto que es el resultado de una suerte de “engaño” a las masas explotadas para servir contra sus propios intereses. Se trataría de miles de pobres “desclasados” que a causa de su ignorancia y susceptibilidad al espectáculo mediático de des-información, se encuentran conducidos a votar por x en vez de y. Con tal tesis, los que la sostienen se ubican así mismos en el papel de “salvadores”, responsables de rasgar los velos ideológicos detrás de los que se esconde la desnuda verdad. El triunfo sobre las masas de cierta forma de demencia[9] conservadora que denominamos como “neorreaccionaria” (al que su manifestación excede los triunfos electorales), no se debe a la personalidad envolvente de sus dirigentes, ni por sus mecanismos propagandísticos de fake news, sino a la estructura psicológica de sus filas, la cual no puede describirse como un simple “ofuscamiento” de su conciencia, sino la defensa consciente de los agentes represivos clásicos del capitalismo (familia, religión, Estado). Que su propaganda o sus discursos tuvieran mayor o menor éxito, dependía de si existía una predisposición en las masas para ello.
Para referirnos a la estructura psicológica de las masas receptivas a un discurso reaccionario, no se aplica la clásica fórmula bíblica que parafrasea Marx en El Capital, con la que se suele explicar la ideología: “Padre perdónalos, porque no saben lo que hacen”, sino que por el contrario, estas lo saben perfectamente. No basta con revelarles la verdad, el engaño no acaba rasgando un velo. Zizek a partir de la Crítica de la razón cínica de Sloterdijk, definiría al individuo como cínico, en tanto este “está al tanto de la distancia entre la máscara ideológica y la realidad social, pero pese a ello insiste en la máscara” “[…] La máscara no encubre el estado real de las cosas; la distorsión ideológica está inscrita en su esencia misma”[10]. La paradoja no está en una mentira que se crea verdad, sino en que esto deja de importar. Independiente de que se sepa falso, se seguirá actuando como que no, la “fantasía ideológica” dice Zizek: está en que se siga haciendo.[11] Algo de cierto dice el autor esloveno: la clase obrera efectivamente puede desear su propia represión a sabiendas, así como las masas llegaron a desear alguna vez el fascismo en Italia o en Alemania. Pero esto no solo es en razón de ser determinado por un contexto coyuntural, como se trataría según quienes hablan de una suerte de un “voto castigo”; ni tampoco de la evolución de la ideología a partir de una forma básica propia de la modernidad a una más actual (como sostiene Zizek que cree haber descubierto una nueva fórmula), sino que más bien, es el resultado lógico de los mecanismos de represión (social y psicológica) inherentes del capitalismo y sus categorías básicas —comenzando por la familia como herramienta histórica de represión psicológica— sobre la “producción deseante”, hasta desfigurarla y producir “las formas más represivas y más mortíferas de la reproducción social»[12]. La identificación del individuo —perteneciente a las capas bajas o medias de la sociedad— con la figura de la autoridad (de la que sufre también su represión) sea esta el Estado, la nación o empresa, en ausencia de una conciencia por formas de comunidad humana no jerárquicas y libres, deviene en forma de ejecutor de la lógica del capital y su completa identificación con el poder[13], en el deseo de ejercerlo así como le fue ejercido —y sigue siendo ejercido contra ellos. “Todo lo que pueden pensar, imaginar, querer o hacer se muestra ya bajo la forma de la mercancía, del dinero, del poder estatal, del derecho”[14] y de la nación.
Derrumbada ya la tesis de las masas ingenuas, lo que definimos como neorreaccionarios y que distinguimos de un supuesto retorno del fascismo histórico —aunque sí se componga por grupos que le actualizan bajo nuevas formas—, se distancia también de lo que podemos considerar la derecha clásica, pero que se hace de un punto de encuentro con la figura de Kast y el Partido Republicano, como un reordenamiento de la derecha chilena (UDI-RN) que se ve obligada a ser capitaneada por el Partido de Kast, tras su triunfo en el actual proceso constituyente y siendo Kast la única carta viable de la derecha a ganar en las siguientes elecciones. La actual ola neorreacionaria que envuelve tanto a Chile como Argentina o Brasil, aparece bajo una apariencia distinta al de las derechas, no tiene la necesidad de definirse siquiera como tal. La retórica populista que le caracteriza, el contexto nacional une a una pequeña burguesía urbana resentida aún por el 18-O; a jóvenes libertarios de clase media que quieren retornar a una fantasía masculina de poder; a pseudo intelectuales de derecha alternativa o posfascistas renovados; importantes gremios de transporte; terratenientes pinochetistas y clase media rural anti-indigenista (Apra-Chile); pequeñas y delirantes organizaciones patriotas (MSP, Capitalismo revolucionario); partidos de todo un poco (PDG) y; hasta rojipardos duguinistas (Praxis Patria).
Su discurso —diferenciándolos de la derecha clásica— no se sostiene en base a argumentos, ni siquiera en unos mal elaborados, ni tampoco en un programa político concreto —de ahí que puedan converger contradictoriamente los delirios neoliberales y el neofascismo—, sino más bien en un llamado a un objetivo ambiguo, sin especificar los medios por los que alcanzarlo, pero identificando a los miembros de un grupo en específico (casta política, inmigrantes, indígenas, disidencias sexuales, comunistas, etc.) como partícipes de una peligrosa conspiración que atenta contra sus valores y obstaculiza sus metas. Contrario a lo que se podría pensar, en la vaciedad de su discurso es donde se halla su mayor fuerza, así como alguna vez también lo fue del fascismo, guardando las distancias. No se le puede abordar en el terreno intelectual, los argumentos no le son efectivos ya que carecen a conciencia de cualquiera. Todo intercambio verbal es beneficioso para ellos, cualquier debate es contraproducente. Se les debe de estudiar, comprender sus formas y causas, pero sobre todo enfrentar de manera efectiva dentro de los espacios que amenazan con su irrupción. Es necesario el estudio metódico del enemigo político y de clase, caracterizándolo en la especificidad del objeto, si recaemos en el clásico discurso antifascista del siglo pasado no daremos cabida a esto, pues no hablamos del mismo monstruo. Ya decía Gramsci en su mítica frase “el viejo mundo se muere, el nuevo tarda en aparecer, y en el claroscuro aparecen los monstruos”, pero tal vez le faltó agregar que mientras sigamos en aquel claroscuro, mientras el capitalismo aún se mantenga con vida y un mundo post capitalista no sea construído, no solo aparecerán los viejos monstruos de antaño, ya cansados y ridiculizados, si no que aparecerán nuevos monstruos, vigorosos, excitados a mantener el claroscuro.
Título 6. “Comprender la derrota/ Volverse hacía dentro/ a donde nace la montaña”[15].
La continuación de la lucha bajo el marco del interés: la incorporación de reformas en el sistema y de reivindicaciones inherentes a la lógica mercantil, que son incapaces de asestar un golpe real al orden capitalista, sólo podrá resultar en la legitimación de políticas autoritarias y represivas, ya en el corazón de la democracia liberal —y puestas en marchas por administraciones progresista. Formas que no sólo no son incoherentes con el “Estado de Derecho”, sino que resultan indistintas de este, como diría Dauve: no es Fascismo o Democracia sino Fascismo y Democracia. Las manifestaciones visibles del colapso del Capital —proceso de descomposición que lleva décadas—, constituyen no sólo períodos de inestabilidad económica y desencantamiento con el orden, sino que reacciones violentas a gran escala, donde se presumen las reapariciones de figuras anticuadas de formas de barbarie y así mismo su incorporación, defensa y propagación por los aparatos del Estado y privados. Las filas de lo que fue alguna vez un movimiento de revuelta está hoy paralizado, se siente espectador pasivo de un escenario de violencia y formas reaparecidas de belicismo, moral sexual represiva, discursos chovinistas, delirios golpista y de terrorismo de Estado. Aquí es donde, en paralelo, algunas minorías “radicalizadas” caen en la misantropía de acciones individuales de violencia directa contra la población, que contribuyen al revisionismo del 18 de octubre como “estallido delictual” o bien la separación malintencionada de las “causas justas” de octubre de los hechos de violencia como cuestiones completamente separadas, condenando transversalmente el último.
Más que repetir octubre —como se defiende por cierta “ultraizquierda”[16]—, la solución parece más cercana a escapar de él y del periodo que dio inicio. Cualquier respuesta que se ubique dentro del marco fetichista de la nostalgia insurreccional y del delirio democrático no podrá ser más que una broma de mal gusto. Ya sea que se trate de un nuevo octubre o una Asamblea Constituyente, ninguno es más que un eslógan rimbombante detrás del que se esconde no solo una izquierda infértil y carente de programa político —cosa que parece más que obvia, sino algo más profundo: la comprensión de que el problema nunca fue que la democracia fuese “burguesa” o “fallida”, ni mucho menos porque hiciese falta más democracia, más bien era la democracia en sí el problema, como la forma más adecuada a la sociedad capitalista, la estructura básica que le sostiene. La preferencia de la democracia liberal sobre el “fascismo”, bajo la lógica del mal menor sólo es el apoyo a un capitalismo más moderno y prolijo, frente a uno anticuado con formas militaristas y represivas retornadas a la fuerza pero distintas. La lucha contra el “fascismo” no puede tener éxito más que en una lucha contra el capitalismo, el Estado y la democracia; en caso contrario se acabará reforzando lo que se quería combatir.
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¿Y qué queda para quiénes desean la revolución? Solo la más sincera y crítica reflexión práctica e intelectual que permita dar cabida a una forma de re-organización y lucha capaz de dar pie a un movimiento que responda y conecte a las posibilidades reales de cambio actuales, en pos de construir un camino hacia el derrumbe de este mundo invertido y el recogimiento de uno nuevo. Abandonar a la derrota apenas la comprendamos, abandonar la insignia del error apenas la hayamos asimilado, abandonar el pasado nostálgico y construir futuros con la memoria en nuestras manos.
No basta con comprender nuestra derrota, debemos de burlarla. Construir nuevos caminos a partir de los interrumpidos, continuar luchando una y otra vez. Rearticularnos en torno a la defensa y contraofensiva, engañar al avasallador avance de la reacción.
“la revolución es la única forma de guerra en la que la victoria final es la consecuencia de una serie de derrotas”.
Los incontrolados; Crónicas de una España salvaje (1976-1981)
[1] Fascismo y Antifascismo, Jean Barrot (Gilles Dauvé), 1979, p. 2. El colectivo francés Troploin fundado por Karl Nesic y el mismo Dauvé, diría que: “el fascismo no aplastó el levantamiento proletario; sólo vino a confirmar su derrota.” Troploin, El timón y los remos, Klinamen Ed, 2012, p. 28.
[2] Es cosa de mencionar alguna de las figuras del movimiento obrero del siglo pasado como Victor Jara, Allende o Clotario Blest que hoy reviven bajo la forma-mártir, trastornada y carente de su contexto de origen, usados por la más extensa variedad de partidos políticos y organizaciones para justificar sus políticas socialdemócratas bajo pastiche de estéticas pseudo-revolucionarias, entre las que mencionamos al PS; FA; PC; PC(AP); MIR; entre otros.
[3] La ola de protestas iniciadas en el 2001 dejó una década completa de movilizaciones estudiantiles, que con todas sus contradicciones terminaría por engendrar tras el 2011 a la nueva clase política (Jackson, Vallejos, Boric, etc.) que hoy gobierna cómodamente junto a la concertación.
[4] Democracia por llamar de alguna manera a la forma de duopolio que durante cuatro períodos se turno la administración del Estado entre la Concertación y la derecha (UDI-RN-Evópoli).
[5] Anselm Jappe, Las aventuras de la mercancía, pepitas de calabaza. Ed, 2016.
[6] Basta con mencionar que se ha vuelto a proponer en los últimos meses el alza al pasaje del metro.
[7] “Con todo, cuando la «gente común» pide más democracia, lo que está realmente haciendo es reconocer en la práctica la enajenación cotidiana de la que es parte, la falta intolerable de control y decisión sobre sus vidas. Y todo aquello lo reviste con la imagen mistificada y mitificada de la democracia, la cual en su expresión supuestamente auténtica garantizaría la posibilidad de expresar sus opiniones y definir el curso de su vida en base al intercambio libre de las mismas”. Redes por la Autonomía Proletaria (RAP), Sobre las protestas estudiantiles, 2011.
[8] Sander, Crisis del Valor, originalmente publicado en Kosmoprolet e Internationalist Perspective (IP), 2009.
[9] Durante el texto usamos la expresión demencia en el mismo sentido que la de Bifo Berardi: “[la] separación del cerebro automatizado del cuerpo viviente, y consiguiente demencia del cuerpo social sin cerebro”.Franco Bifo Berardi, La segunda venida, 2021.
[10] Slavoj Zizek, El Sublime Objeto de la Ideología, Siglo veintiuno Ed, 1989, pp.56-57.
[11] Ibid, p. 61. “[…] aun cuando no tomemos las cosas en serio, aun cuando mantengamos una distancia irónica, aun así lo hacemos.”
[12] Gilles Deleuze y Félix Guattari, El Anti-edipo, 1972.
[13] Wilhelm Reich, Psicología de masas del Fascismo, Ayuso Ed, 1933. “El psicoanálisis entiende por «identificación» el hecho de que una persona sienta formar una unidad con otra, que tome de ésta cualidades y actitudes que anteriormente no tenía, y que pueda ponerse con la imaginación en el lugar del otro; este proceso tiene por fundamento una transformación efectiva de la persona que se identifica, «recogiendo para sí misma» las cualidades del modelo.”
[14] Anselm Jappe, Las aventuras de la mercancía, Pepitas de calabaza Ed. 2016. p.144. NT de Jappe: “Con todo, hay que señalar que la lógica del valor —como ya hemos dicho— no ocupa todo el espacio de la vida; no podría hacerlo jamás. Incluso en los individuos más socializados por la mercancía queda siempre una parte no formada por ella, por más que la mercancía trate de corroer esos espacios con la «colonización» de la vida cotidiana y de las estructuras psíquicas. En cualquier caso, los pensamientos y los deseos no formados por la mercancía no constituyen un sector no alienado que simplemente pudieran movilizarse contra su lógica; en efecto, a menudo se encuentran en una posición subordinada y dependiente en relación a la lógica dominante.”
[15] Río Mataquito, Asamblea Internacional del Fuego, 2016.
[16] De manera absurda, grupos como el Movimiento Juvenil Lautaro —y algunos otros pocos que también poseen una fijación obsesiva por la ambigüedad de “lo popular”— han llegado a decir con su característico vocabulario y valiéndose del más que ridículo concepto de “octubrismo” que este estaría creciendo a contrapelo de los desesperados intentos del gobierno de Boric por hacerlo desaparecer. El relato fantástico del Gigante (Popular) dormido es el ejemplo más grande de la nostalgia por los momentos insurreccionales de la revuelta que corta de raíz cualquier ánimo serio de continuar avanzando tras 4 años del acontecimiento. Esperar el despertar del “pueblo” es un símil del determinismo leninista por la revolución, una que sigue sin llegar y que este tipo de organizaciones suelen volver a invocar al menos una vez al mes (¿Julio mes de la revolución?). Cualquier lectura que parta de tal base está condenada a no ser más sólida que castillos hechos de naipes.