Sobre la autora: Actualmente estoy terminando mi tesis en la Universitat Oberta de Catalunya, Barcelona. Mi tesis se preocupa por la ideología fascista y su relación con el sistema productivo capitalista. Estoy centrada en el fenómeno del fascismo tardío contemporáneo y su relación con el nuevo sistema productivo basado en la nueva ciencia desarrollada en plena guerra fría, la cibernética. Mi militancia y mi convicción política pretende el desarrollo de una tesis que ilumine el presente y que sirva de herramienta a mi clase. Mi gran preocupación es el pesimismo y la fatalidad en la imaginación comunista.
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Decía Henri Lefebvre que la idea de Grecia encarna la fuente del potencial humano (Lefebvre, 1995). No puedo afirmar si es la idea de Grecia la que encarna ese supuesto potencial humano, pero que la imaginación occidental lleva desde sus inicios en un diálogo secular con la Antigua Grecia es un hecho. No hay más que pensar en cómo protegemos el ideal que encarna lo que un día se vino a llamar democracia. Me pregunto si no tendrá que ver con nuestra limitación en la imaginación del futuro que hoy padecemos que hayamos hecho de Grecia nuestro hogar al que siempre podamos volver cuando todo parece incomprensible.
Si hay un mito griego que podemos rescatar hoy en día es el mito de Prometeo. Prometeo era un Titán que desafió al dios Zeus, el más poderoso, otorgándole el fuego a la humanidad; es decir, el progreso humano. Zeus desconfiaba de la capacidad humana para gestionar por sí misma el fuego, por lo que el titán fue castigado por su desafío, siendo encadenado a una roca. Haremos un spoiler para decir que Prometeo será liberado; no es el final del titán. Pero, ¿cuál era realmente el desafío de Prometeo a Zeus? El titán guardaba un secreto.
Al entregar a la humanidad el dominio del fuego, Prometeo estaba entregando el dominio de la técnica sobre la naturaleza. El ser humano ya no sería un esclavo de las inclemencias naturales. La incerteza. Por primera vez, el ser humano podía erigirse por encima de la naturaleza, haciendo de ella su sierva. Pero, como hemos dicho, el titán guardaba un secreto. Prometeo, en griego antiguo, significa previsión. El titán siempre tenía puesta su mirada al futuro y es por esto por lo que la ciencia y la técnica nunca mirarán al presente, a las necesidades, sino que, preocupadas por el progreso, el mismo puede perder su orientación.
El mito de Prometeo influyó en una de las obras del siglo XIX más importantes, Frankenstein de Mary Shelley, y con ella nació todo un movimiento artístico que conoceremos como Romanticismo. El Romanticismo miraba con desconfianza el progreso técnico y se levantó contra toda una tendencia social que comprendía la vida y la historia como determinada, mecánica. El movimiento Romántico se preguntaba no sobre el progreso sino sobre la dirección que tomaba. Se dice que era un movimiento pesimista, sin embargo, a principios del siglo XX comenzó una de las guerras más sangrientas que conocemos hasta la fecha, la Primera Guerra Mundial. Quizás, Prometeo no se encierra sólo en la dación del Fuego sino también en la confianza ciega del titán en la naturaleza humana.
El título original de la obra de Frankenstein es ‘Frankenstein o el moderno Prometeo’. Hoy vamos a presentar al Post-moderno Prometeo, Norbert Wiener, padre de la cibernética. La cibernética nació en medio de la guerra fría, en un mundo devastado tras la Segunda Guerra Mundial, donde Europa se había enfrentado de forma encarnizada al fascismo y a gobiernos autoritarios. Toda Europa estaba sumida en una depresión económica y social y, el mundo, estaba dividido en bloques. La cibernética no es hija de la guerra, pero no puede explicarse sin ella.
La cibernética es una nueva ciencia que comprende como sinónimos el funcionamiento del organismo humano y el de la máquina. Esta ciencia estudia los mecanismos de control y comunicación humana y animal replicándose en lo que Weiner definía ‘autómatas’. En otras palabras, la cibernética es el mundo que hoy conocemos, es internet, pero también el diseño de nuestras ciudades y de nuestra forma de comprender el mundo. Es nuestro sistema de producción económica, social y cultural. Si pudiéramos definir de alguna forma a uno de los padres del mundo de hoy, Weiner sería como un científico romántico. Fue la viva encarnación de Victor Frankenstein.
Frankenstein estaba obsesionado con encontrar el elixir de la vida pero, tras vislumbrar cómo un relámpago podría reducir un árbol a restos perdió la fe en la ciencia. Este reconocimiento de vulnerabilidad de lo natural convenció a Victor de que podía crear vida de materia inanimada. Una vida sin la vulnerabilidad natural. Wiener también compartía esta convicción. Nuestro Prometeo era un pesimista romántico. Como él mismo expuso en 1947:
“Hemos modificado tan radicalmente nuestro ambiente que ahora debemos cambiar nosotros mismos para poder existir en ese nuevo medio. (…) Tengamos el coraje de encarar el final definitivo de nuestra civilización, como tenemos el valor de considerar la certidumbre de nuestra propia muerte. La simple fe en el progreso no es convicción que corresponde a la fuerza, sino a la complacencia y, de ahí, a la debilidad”. (Wiener, 1947/1985)
Wiener afirma que su visión de futuro no la determina la guerra que vivía en el presente sino la evidencia de que la tierra, la vida, está sometidas a la ley de la entropía. No podemos olvidar que Einstein cambió por completo la cosmovisión del mundo con su Ley de la relatividad. Las leyes físicas determinaban que nuestro planeta se dirigía hacia la muerte térmica, por lo que el fin de la existencia humana tenía una fecha. Wiener no vivía en 1947 sino en la previsión del futuro de miles de millones de años.
Un siglo antes de la preocupación de Wiener, Engels le escribía una carta a Marx en 1869 sobre la teoría de la entropía:
“Solo estoy esperando que los sacerdotes se apoderen de esta teoría como la última palabra del materialismo. No puedo pensar en nada más estúpido. Puesto que, según esta teoría, en el mundo existente cada vez más calor debe convertirse en otra fuerza, entonces el estado caliente original a partir del cual se produce el enfriamiento resulta naturalmente inexplicable de manera absoluta, incluso contradictorio y, por tanto, presupone un Dios. Estos señores preferirían construirse un mundo que empieza en el sinsentido y termina en el sinsentido, antes que ver en estas consecuencias sin sentido la prueba de que su llamada ley de la naturaleza les es todavía conocida a medias’.
Weiner era un pesimista convencido. Pero su pesimismo no giraba en torno a una supuesta congelación planetaria sino a la naturaleza humana. Para Weiner, el desarrollo de la cibernética dejaba a los fundadores de la nueva ciencia en una posición moral que no era cómoda: “Hemos contribuido al arranque de una nueva ciencia que, como he dicho, abarca progresos técnicos con grandes posibilidades para bien o para mal. Lo único que podemos hacer es entregarla al mundo que nos rodea, sabiendo que es el mundo de Belsen e Hiroshima” (Wiener, 1947/1985). Los compañeros de Weiner presentaban una esperanza en que la cibernética pudiese ayudar a una mejor comprensión del hombre y de la sociedad, ya que podía contribuir a acabar con el trabajo esclavo, la prevención de desastres y la concentración de poder: “Escribo estas líneas en 1947, y me veo obligado a decir que no abrigo muchas esperanzas”. (Wiener, 1947/1985)
Sin embargo, cuatro años después de la publicación de su primer libro: “Cybernetics: Or Control and Communication in the Animal and the Machine”, nos encontramos un Weiner más optimista. En 1952 aparece su libro: “Cybernetics and Society” y en el mismo parece haber encontrado un faro:
“Una tesis de este capítulo es que esa aspiración de los fascistas por un Estado según el modelo de las hormigas proviene de un profundo desconocimiento tanto de la naturaleza de ese insecto como de la del hombre. (…) deseo demostrar que el ser humano, capaz de un amplio aprendizaje y estudio, que puede ocupar casi la mitad de su vida, está equipado físicamente para sus capacidades como lo está la hormiga. La variedad y la posibilidad son inherentes al sensorio humano y, de hecho, la clave de los más nobles vuelos del espíritu, pues ambas pertenecen a la estructura misma del organismo del hombre”. (Weiner, 1952/1988)
Wiener afirma que las hormigas y el mundo animal, en general, presentan una rigidez mecánica que limita su inteligencia, mientras que el ser humano, gracias a su fluidez, presenta una capacidad de expansión intelectual casi indefinida. Si el Weiner de 1947 no guarda esperanzas en la naturaleza humana, el Weiner de 1952 se encuentra entusiasmado. Para Wiener, quien reduce a la existencia humana a funciones individuales permanentes y restringe a la persona de manera perpetua condena a la especie a marchar a menos de ‘media velocidad’. Restringe el progreso. Por eso, la cibernética considera la estructura de la máquina o de un organismo vivo no como el producto de hoy, sino como todo lo que puede esperarse. Por eso, si se construyese una máquina que imitase la fisiología humana, su capacidad intelectual equivaldría a la del hombre, liberando así su potencial gracias al fin del trabajo mecánico y esclavo.
Se preguntaba Wiener: ¿Qué es lo que diferencia al ser humano de los insectos? Él tenía la respuesta: el lenguaje. Wiener entendía el lenguaje humano como el sistema de interconexión social más complejo de la naturaleza. En la interconexión en una colonia de hormigas o en una colmena de abejas, la cooperación entre sus miembros se produce de forma instintiva a través del sentido del olfato. El matemático comprendía la cooperación entre los insectos como procesos simples de reconocimiento olfativo, de forma que una hormiga distingue a su congénere de colonia, del que no pertenece a esta, a través del reconocimiento de su olor, es decir, por operaciones externas. Los medios de comunicación de los insectos presentan una rigidez marcada por el sistema hormonal interno ¿Qué diferencia existe entre la forma de comunicación humana a la de las hormigas? Que los insectos están determinados a colaborar por mera predestinación genética y adaptativa a su entorno, pero el ser humano, según Weiner, gracias a su plasticidad y su capacidad de aprendizaje nunca será un animal ‘acabado’, siempre tendrá opción a elegir. Es decir, parece que Weiner defiende, en último sentido, el libre albedrío.
En los seres humanos, el sistema de interconexión presenta una complejidad que, a Weiner, le parecía fascinante. El ser humano, se comunica con el otro a través de sistemas complejos y de señales múltiples. Un sistema tan complejo como nuestro sistema sináptico. El ser humano es capaz de captar una multiplicidad de señales y será la atención y la habilidad de descodificación del mensaje lo que permite la comprensión. Pero, y esto será esencial, tanto la atención como la decodificación estará determinada por lo que para los participantes en una interacción comunicativa les parezca importante. El rasgo de subjetividad de lo que es o no importante, determinará, en último punto, el desenlace comunicativo; “la habilidad que tenga para elegir los momentos de mi particular atención activa, es en sí un lenguaje tan bañado en posibilidades como la gama de impresiones que los dos somos capaces de abarcar” (Wiener, 1985, p. 207).
Esta comprensión de cómo funciona la interconexión humana será esencial. La base de una comunicación efectiva, es decir, que el mensaje que se emita pueda ser comprendido por el que lo recibe, dependerá tanto de la atención como de la regulación de significados. En otras palabras, que tanto para el emisor como para el receptor, los conceptos tengan un sentido común. La preocupación de la cibernética hasta 1947 era la predicción estadística. Sin embargo, a partir de 1952, sería la semántica. Si se conseguía establecer un sistema de información que tomase en bruto los datos y pudiese regular el sentido de la información, sin que por ello se pierda sus aspectos esenciales, entonces, se conseguiría una máquina con la capacidad comunicativa de un ser humano. Una máquina que no emite y recibe señales, sino que las comprende y que, por ello, aprende. Un autómata.
A partir de ese momento, el Victor Frankenstein posmoderno encontró su máxima preocupación en la reducción de ruido. En un sistema de comunicación normal, el emisor, con un mundo simbólico en su cabeza, traduce sus símbolos a palabras que el receptor debe entender si comparten el mismo idioma. En ese circuito comunicativo, cada uno de los que participan tienen su propio mundo simbólico, a lo que hay que sumar todo el ruido que interviene en una conversación; el ladrido de un perro, una ventisca, una distracción. La obsesión de Weiner era la comprensión exacta, y para ello, hay que hacer renuncias. En concreto, si queremos una comprensión exacta, deberemos de perder todos los significados en la aceptación de un sentido único.
¿Qué le preocupaba a Weiner en realidad? ¿Era la semántica su máxima preocupación? ¿Es compatible la firme creencia de que lo que distingue al ser humano del insecto es su capacidad de elección con la preocupación de su sistema de comunicación que regule y homogenice significados? Las investigaciones de Weiner y sus compañeros estaban siendo utilizadas para la guerra. El matemático encontró en la sociedad americana y europea una desconfianza creciente hacia sus hallazgos y señaló que la investigación estaba siendo cooptada por el gobierno de Estados Unidos, consiguiendo que los grandes laboratorios giraran sus investigaciones en torno a la seguridad nacional. Wiener trató de defender a la ciencia como impersonal y trajo consigo al espíritu de Spinoza y al que, seguidamente, guió a Einstein.
“El demonio contra el que lucha el investigador es el de la confusión, no el de la malicia deliberada. (…) He dicho que la ciencia es imposible sin fe. No quiero decir con ello que aquella de la que depende la ciencia sea religiosa por su naturaleza o implique aceptar cualquiera de los dogmas de las religiones corrientes; pero, si no se cree que la Naturaleza está sometida a leyes, no puede haber ciencia. (…) La ciencia es un modo de vivir que puede florecer sólo cuando los hombres gozan de libertad para tener una fe. Aquella que seguimos por órdenes impuestas desde afuera no es tal; una comunidad que depende de esa pseudofé está condenada a arruinarse a la larga, debido a la parálisis que produce en ella la falta de una ciencia de sano desarrollo.” (Wiener, 1954/1988)
Nuestro Prometeo, sintiendo la impotencia de que su ciencia ya no tenía una mirada clara en el futuro, creía que la única forma de que la propia ciencia y, por tanto, el progreso, pudiera desarrollarse libremente sólo sería posible en sociedades sanas, es decir, en sociedades administradas y guiadas por la fe en el progreso y la ciencia, siendo la propia ciencia el espíritu que ilumine las sombras del potencial humano. Por ello, dirigió su atención a la semántica, al control y organización humanas. Si se lograba una sociedad controlada, administrada, la misma podría dirigirse hacia un progreso que la propia humanidad desconocía. Su monstruo fue la sociedad administrada que hoy conocemos; la viva encarnación del miedo a la libertad humana.
Volvamos a Grecia. Zeus, para castigar a la humanidad por el desafío de Prometeo, creó a la mujer. Si, hay misoginia. Ella era Pandora. Llevaba en sus manos una jarra donde estaban todos los males de la humanidad. Pandora liberó la jarra dejando encerrada la esperanza. Me gusta pensar que Pandora encerró la esperanza para que la humanidad se pase toda la vida buscándola. Lo que acredita este pesimismo que hemos relatado y que parece el fin de la historia humana es en realidad la promesa de que todo lo que suceda podrá ser administrado. Es la administración de la historia como la providencia. El materialismo histórico debe poner fin a la historia, no suprimirla. Recuperar la esperanza frente al miedo y la desilusión de quien contempla a la decadencia humana es el firme convencimiento de mantenerse. Frente a la decadencia, una promesa de presencia. La dimensión temporal de la esperanza es el futuro si ella se mantiene anticipando lo que hoy nos falta. La esperanza depende de que el futuro no se cierre sobre sí mismo. Es por esto que es un buen momento para dejar de dialogar con las tragedias griegas.
Bibliografía:
Norbert Wiener (1985), ““Cybernetics: Or Control and Communication in the Animal and the Machine”:
https://archive.org/details/cibernetica.-norbert-wiener-1985
Norbert Wiener (1988) “Cybernetics and Society”: https://archive.org/details/wiener-norbert.-cibernetica-y-sociedad-ocr-1988/
Mary Shelley (2011) “Frankenstein o el moderno prometeo”. Alianza editorial
Henri Lefebvre (1995) “La vida cotidiana en el mundo moderno”: https://comunistasesotericos.noblogs.org/files/2020/03/La-vida-cotidiana-en-el-mundo-moderno.pdf
Geörgy Lukàcs (2024), ‘Sobre el fascismo’. Editorial Las cuarenta. [Cita de Engels: p. 184]