La Izquierda Que Fue – Una reflexión personal[1].
Por: Murray Bookchin
Texto originalmente publicado en Left Green Perspectives (formerly Green Perspectives) A Social Ecology Publication. N° 22 del Mayo de 1991. Disponible en inglés en The Anarchist Library. Traducción al español por Amapola Fuentes para Colapso y Desvió por el natalicio 104 de Bookchin.
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Me gustaría recordar a la Izquierda Que Fue – una idealista, a veces teóricamente coherente izquierda que enfatizaba militantemente su internacionalismo, su racionalismo en su tratamiento de la realidad, su espíritu democrático, y sus vigorosas aspiraciones revolucionarias. Desde un punto de vista retrospectivo de cientos de años, es fácil encontrar muchas falencias en la Izquierda Que Fue: he pasado mucha de mi propia vida criticando las fallas de la Izquierda (como las veía) y muchas de sus premisas, tales como su énfasis en la primacía histórica de los factores económicos (aunque esta falla puede ser exagerada, ignorando su idealismo social), su fijación en el proletariado como una clase “hegemónica”, y su falla al entender los problemas izados por los estatus de jerarquía y dominación.
Pero la Izquierda Que Fue – la Izquierda de los siglos XIX y comienzos del XX – no tenía nuestras devastadoras experiencias con el Bolchevismo y, especialmente, con el Estalinismo para corregir sus debilidades. Se desarrolló en un tiempo de un naciente movimiento de masas de gente trabajadora —el proletariado, particularmente— que no había ganado nada de las revoluciones democráticas del pasado (como sí el campesinado). La Izquierda Que Fue, sin embargo, tenía características que deberían ser consideradas como imperecederas para cualquier movimiento que busca crear un mejor mundo – una rica generosidad de espíritu, un compromiso con un mundo humano, un extraño nivel de independencia política, un vibrante espíritu revolucionario, y una inquebrantable oposición al capitalismo. Estos atributos eran características de la Izquierda Que Fue, y en la cual me refiero no a los Leninistas “vieja escuela” o los Maoístas “nueva izquierda” que siguieron, sino que a las ideas tradicionales subyacentes a la Izquierda como tal. Ellos definieron a la Izquierda y la distinguieron del liberalismo, progresismo, reformismo, y así.
Mi asunto, aquí, es que estos atributos se están desvaneciendo rápidamente de la Izquierda actual. La Izquierda hoy se ha retirado hacia una estridente forma de nacionalismo y estatismo, presumiblemente en los intereses de la “liberación nacional”, un rudimentario nihilismo, presumiblemente bajo la tutela del postmodernismo; y una mentalidad local étnica, presumiblemente en el nombre de la lucha contra la discriminación racial. Nuevas versiones de nacionalismo, una falta de interés por la democracia, y un sectorialismo fragmentario y mentalidad localista abundan. El dogmatismo y la intimidación moral han convertido a este sectorialismo y mentalidad localista en un latigazo, uno que silencia todos los análisis que van más allá de los meros slogans de stickers.
Muchas carreras y reputaciones están siendo hechas por muchos “líderes” en la Izquierda actual a través de estridentes voces más que con puntos de solución claros. Su esloganería no tiene contenido, y su verbosidad ofrece poco entendimiento del hecho de que somos todos, por último, una comunidad de seres humanos, y que podemos trascender los meros reflejos condicionados que socavan nuestro compromiso con el reconocimiento mutuo y la preocupación por los demás así como por el planeta. No estoy hablando de una “unidad” New Age que ignora la clase básica, estatus, y divisiones étnicas en la sociedad actual, divisiones que deben ser resueltas con un cambio social radical. Estoy discutiendo la falla de la Izquierda actual al establecer cualquier afinidad con una Izquierda Que Fue humana, una que celebraba nuestro potencial por crear una humanidad y civilización compartidas.
Me doy cuenta demasiado bien que estos comentarios serán vistos por muchos izquierdistas contemporáneos como insatisfactorios. Pero en la Izquierda Que Fue, la clase trabajadora era al menos vista (aunque sea erróneamente) como la “clase-sin clase”- que es como una clase particular que fue obligada, por tendencias inherentes en el capitalismo, a expresar los intereses universales de la humanidad así como su potencialidad de crear una sociedad racional. Esta noción al menos asumía que habían intereses humanos universales que podían ser sostenidos y realizados bajo el socialismo, comunismo, o anarquismo. La Izquierda actual está “deconstruyendo” esta apelación a la universalidad a un punto en el que niega su validez y opone la razón en sí misma en la base de que es puramente analítica y “sin sentimientos”. Lo que ha sido traído hasta nuestro tiempo desde los sesentas es básicamente un surtido no crítico de intereses reducidos —y, uno está obligado a agregar, seductoras carreras universitarias— que han reducido universales a asuntos particulares. El gran ideal de una humanidad emancipada —ojalá una en armonía con la naturaleza no humana— ha sido erosionada continuamente por reclamos particulares a los roles hegemónicos basados en género, etnia, y otras tendencias.
Estas tendencias amenazan con convertir a la Izquierda de vuelta a un pasado más local, excluyente, e irónicamente, más jerárquico en la medida en que un grupo, ya sea a solas o en relación con otros, afirma sus cualidades superiores para liderar a la sociedad y guiar los movimientos por el cambio social. Lo que muchos Izquierdas actuales están destruyendo es una gran tradición de solidaridad humana y una creencia en el potencial de la humanidad, uno que trasciende nacionalidad, etnia, diferencias de género, y las políticas de superioridad hegemónica.
No puedo pretender lidiar aquí con todos los detalles del idealismo social, humanismo, y manejar por la coherencia teórica que hizo a la Izquierda Que Fue tan diferente del izquierdismo pap [aclaración de traducción: people’s action party] que existe hoy. En vez de eso, me gustaría enfocarme en las tendencias internacionalistas y confederalistas, el espíritu democrático, el antimilitarismo, y el secularismo racional que lo distinguen de los otros movimientos políticos y sociales de nuestro periodo.
Internacionalismo, Nacionalismo y Confederalismo
El nacionalismo que permea mucho de la Izquierda de los 80’s y 90’s (a menudo en el nombre de la “liberación nacional”) fue extranjero para los visionarios Izquierdistas del último siglo y la primera parte del presente. Estoy usando la palabra Izquierda, estoy dibujando desde el lenguaje de la Revolución Francesa de 1789-94 para así poder incluir varios tipos de anarquistas así como de socialistas. La Izquierda Que Fue no sólo estableció su pedigree en la Revolución Francesa sino que se definió a sí misma en oposición a los defectos de la revolución, tales como el mensaje Jacobino de “patriotismo” (aunque hasta esta noción “nacionalista” tenía sus raíces en la creencia de que Francia pertenecía a su gente más que al Rey de Francia —que fue obligado a cambiar su título a el Rey de Francia después de 1798 como resultado)—.
Repelidos por las referencias de los revolucionarios Franceses a la patrie, la Izquierda Que Fue generalmente consideraba el nacionalismo como una regresiva, de hecho, como una fuerza divisiva que separaba al humano del humano creando barreras nacionales. La Izquierda Que Fue veía todas las barreras nacionales como el alambre de púas que compartimentaba a los humanos dividiéndolos de acuerdo a lealtades particulares y compromisos que oscurecían la dominación de todas las personas oprimidas por los estratos gobernantes.
Para Marx y Engels, el sometimiento del mundo no tenía país. Sólo tenía su solidaridad internacional para sostenerlos, su unidad como clase que estaba históricamente destinada para remover una sociedad de clases como tal. Por eso la conclusión resonante de El Manifiesto Comunista: “¡Trabajadores del mundo de todos los países, uníos!” Y en el cuerpo de ese trabajo (el cual el anarquista Mikhail Bakunin tradujo al ruso), nos dice: “en las luchas nacionales de los proletarios de diferentes países, [comunistas] apuntan y traen al frente los intereses comunes del proletariado entero, independiente de toda nacionalidad.”
Más lejos, el Manifiesto declara, “los hombres trabajadores no tienen país. No podemos llevarnos de ellos lo que no tiene.” En la medida en que Marx y Engels dieron su apoyo en algunas luchas de liberación nacional, esto fue por sus preocupaciones sobre materias de geopolítica y economía e incluso por razones sentimentales, como en el caso de Irlanda, más que por principios. Apoyaron el movimiento nacional polaco, por ejemplo, principalmente porque querían debilitar al Imperio Ruso, el cual en esos días era el principal poder contrarrevolucionario en el continente Europeo. Y deseaban ver una Alemania unida, discutiendo (muy equivocadamente, en mi opinión) que el estado-nación era necesario para proporcionar el mejor escenario para el desarrollo del capitalismo, el cual consideraban como históricamente progresivo (de nuevo equivocadamente, en mi opinión). Pero nunca dieron sus atribuciones y virtudes al nacionalismo como un fin en sí mismo.
Específicamente, fue Frederick Engels, un popularizador y también un vulgarizador del pensamiento de Marx, el que consideraba al estado-nación como “la constitución política normal de la burguesía Europea” en una carta a Karl Kautsky, apenas un mes antes de que el debilitado físicamente Marx muriera. Lidiando como lo hizo con la lucha de Polonia por la independencia de Rusia, la carta de Engels anticipaba lo que Paul Nettl ha llamado una “estrecha preocupación” con la “resurrección” del país. Esta carta más tarde creó un gran problema de travesuras e el movimiento Marxista: les previó a los autoproclamados partidos Marxistas como el Partido Alemán Socialdemócrata [nota de la traductora: German Social-Democratic Party] una excusa para poyar a su propio país en Agosto de 1914, lo cual posteriormente destruyó el internacionalismo proletario durante la Primer Guerra Mundial.
Pero incluso dentro del movimiento Marxista, Engels y su “estrecha preocupación” con el nacionalismo no fue indiscutido en la era pre-1914. La negación de Rosa Luxemburgo de inclinarse a las tendencias nacionalistas en el Partido Socialista Polaco [nota de la traductora: Polish Socialist Party] fue de sobresaliente importancia en perpetuar el legado internacionalista del socialismo- ella no era menos voz líder en ese partido más que lo era en la German Social-Democratic Party y la Segunda Internacional generalmente. Sus observaciones generales eran consistentemente revolucionarias: la idea socialista de lograr una humanidad común mantenía, era incompatible con un nacionalismo localista. Tan pronto como en 1908, Luxemburgo escribió:
Hablando del derecho de las naciones a su autodeterminación dispensamos la idea de una noción como un todo. Se convierte simplemente en una unidad social y política [para los propósitos de medición]. Pero fue solamente este concepto de las naciones como una de las categorías de la ideología burguesa que la teoría Marxista tacó con más fiereza, señalando bajo slogans como “autodeterminación nacional” o “libertad de los ciudadanos”, “igualdad ante la ley”- acechan todo el tiempo a un retorcido y limitado significado. En una sociedad basada en clases, la nación como un uniforme social-político del todo simplemente no existe. En vez de eso, existe dentro de cada nación clases con intereses antagónicos y “derechos”. Literalmente no hay arena social- desde la relación material más fuerte hasta la más sutilmente moral- en la cual las clases poseyentes y el proletariado autoconsciente puedan tomar una misma posición y figura como una sola y diferenciada nación. [énfasis añadido]
Ella expresó estas lecturas más agudamente con una referencia a los imperios ruso, otomano, austro-húngaro, y otros imperios de la época, y ganó un importante número de apoyos en el movimiento socialista como un todo. Cómo resultó, puedo notar, Luxemburgo era amargamente contrariada en este punto por dos de los más insípidos vulgarizadores de las teorías de Marx- Karl Kautsky del Partido Social-Democrático Alemán y George Plekhanov del Partido Social-democrático Ruso, sin hablar de los activistas como Josef Pilsudski, del Partido Socialist Polaco, que estaba por convertirse en el notorio “hombre fuerte” de Polonia durante el periodo interguerras. Fue Lenin, en particular, quien apoyó las “luchas nacionales” largamente por razones oportunistas y por nociones que derivaban del punto de vista de Engels del estado-nación como históricamente “progresivo”.
Los anarquistas eran aún más hostiles que muchos Marxistas socialistas en su oposición al nacionalismo. Los teóricos y activistas anarquistas se oponían a la formación de los estados-naciones en todo lugar del mundo, una perspectiva que los posicionaba políticamente lejos por delante de los Marxistas. Cualquier aprobación del estado nación, mucho menos una entidad centralizada de cualquier tipo corría contraria al antiestatismo anarquista y su compromiso de una concepción universalizada de humanidad.
La perspectiva de Bakunin en el tema del nacionalismo era muy directa. Sin negar el derecho de cada grupo cultural, de hecho las “unidades populares pequeñas, de disfrutar la libertad de ejercer sus propios derechos como comunidad, advirtió:
Deberíamos ubicar a la humana, universal justicia por sobre todos los intereses nacionales. Y deberíamos abandonar el falso principio de la nacionalidad, inventado tardíamente por los déspotas de Francia, Rusia y Prusia para el propósito de quebrar el principio soberano de la libertad… Todo quien sinceramente desea la paz y justicia internacional, debería de una vez por todas renunciar a la gloria, el poder, y la grandeza de la Patria, debería renunciar a cualquier interés vano y egoísta de patriotismo.
En afilada oposición al derecho estatal de preferencia de compra de las funciones sociales de coordinación, los teóricos anarquistas avanzaron en la noción fundamental de confederación, en la cual las comunas o municipalidades en varias regiones podían libremente unirse mediante delegados revocables. Las funciones de estos delegados confederados eran estrictamente administrativas. La formulación de políticas era dejada a las comunas o municipalidades en sí mismas (aunque no había un claro acuerdo entre anarquistas sobre cómo la toma de decisiones iba a funcionar).
No fue el confederalismo —como una alternativa al nacionalismo y estatismo— una construcción puramente teórica. Históricamente, el confederalismo y el estatismo habían estado en conflicto entre ellos por siglos. Este conflicto data del pasado distante, pero erupcionó muy filosamente a lo largo de la era de las revoluciones democrática y proletaria, notablemente en los nuevos Estados Unidos durante 1780, en Francia en 1793 y 1871, el Rusia en 1921, y en los países Mediterráneos, notablemente en Italia y España, en el siglo XIX- y nuevamente en España durante la revolución de 1936.
De hecho, el anarquismo Español, el más largo de los movimientos anarquistas en Europa, categóricamente se opuso al nacionalismo Catalán a pesar del hecho de que su mayor seguimiento desde 1930 fue reclutado desde el proletariado Catalán. Tan intransigentes fueron los intentos anarquistas para fomentar el internacionalismo que clubes fueron formados a lo largo de toda la España anarquista para promover el uso del Esperanto como un medio mundial de comunicación. Aún más éticos que incluso Luxemburgo, los anarquistas generalmente alzaban los llamados “derechos abstractos” que estaban anclados en la universalidad y solidaridad humanas, una visión que se mantuvo opuesta al particularismo institucional e ideológico que dividía a los humanos de los humanos.
El compromiso con la Democracia
La Izquierda Que Fue vio cualquier privación de libre expresión como aborrecible y reaccionaria. Con pocas excepciones (las visiones de Lenin son un caso), la Izquierda completa de los siglos XIX e inicios del XX fue nutrida por los ideales de la “regla popular” y la radicalización de la democracia, a menudo en aguda reacción a la regla autoritaria que marcó la fase Jacobina de la Revolución Francesa. (La palabra democracia, debo señalar, ha variado muchísimo en su significado, yendo desde libre expresión y asambleísmo bajo instituciones republicanas —la visión común socialista— hasta la democracia cara a cara- la visión anarquista.) Incluso Marx y Engels, quienes no eran de ninguna manera demócratas en el sentido de estar comprometidos con la democracia cara a cara, escribieron en El Manifiesto Comunista que “alzar al proletariado a la posición de clase dominante [es] ganar la batalla por la democracia- una clara confesión de que la “democracia burguesa” fue defectuosa en su alcance e ideales. De hecho, se esperaba que la eliminación de las clases y la clase dominada por el proletariado produjeran “una asociación, en la cual el libre desarrollo de cada quien es el libre desarrollo de todos”- una confesión que literalmente se convirtió en un slogan comparable con “¡Trabajadores de Todos Los Países, Uníos!” y que persistió hasta la Izquierda de 1930.
Como Marxista, Luxemburgo nunca se extravió de su visión de 1848. De hecho, su visión de revolución estaba enlazada integralmente con un proletariado que en sus ojos no solo estaba preparado para tomar el poder sino que estaba extremadamente consciente de sus tareas humanistas a través de la experiencia y el dar y recibir del libre debate. Por eso su firme creencia de que la revolución sería el trabajo no de un partido sino que del proletariado en sí mismo. El rol del partido, en efecto, era educar, no dirigir. En su crítica a la Revolución Bolchevique, escrita sólo seis meses de que fuera asesinada en las secuelas del fallido levantamiento Espartaquista de Enero de 1919, Luxemburgo declaró:
La libertad sólo para quienes apoyan al gobierno [Bolchevique], sólo para los miembros de un partido- no importa cuán numeroso puedan ser- no es la libertad en lo absoluto. La libertad es siempre y exclusivamente libertad para aquel que piensa diferente. No por cualquier concepción de “justicia” sino porque todo eso que es instructivo, saludable, y purificante en la libertad política depende en estas características esenciales y su efectividad se desvanece cuando la “libertad” se convierte en un privilegio especial.
A pesar de su apoyo a la Revolución Rusa, Luxemburgo arremetió contra Lenin por este asunto y tempranamente en 1918 en los términos más duros:
Lenin está completamente equivocado en los medios que emplea. Decreto, fuerza dictatorial del capataz de fábrica, penalidades draconianas, regir por el terror, todas esas cosas no son más que paliativos. La única vía del renacer es la escuela de la vida pública como tal, la más ilimitada, la más amplia democracia y opinión pública. Es el reinar por el terror lo que desmoraliza.
Y con cada extraña presencia para ese tiempo en el movimiento revolucionario, ella advirtió que la dictadura proletaria reducida a una mera élite resultaría en una “brutalización de la vida pública”, tal como últimamente ha ocurrido bajo el reinado Estalinista.
Con la represión de la vida política en la tierra en su conjunto, la vida en los Soviets también debe quedar paralizada… la vida se extingue en todas las instituciones públicas, se convierte en una mera apariencia de vida, en la que solo la burocracia permanece como el elemento activo.
Para los anarquistas, la democracia tenía un significado menos formal y más sustantivo. Bakunin, que presumiblemente contrastaba sus visiones con la concepción abstracta de ciudadano de Rousseau, declaró:
No, tengo en mente sólo la libertad digna de ese nombre, libertad consistiendo en el completo desarrollo de todos los poderes materiales, intelectuales, y morales latentes en cada hombre; una libertad que no reconoce otras restricciones más que aquellas que son trazadas por las leyes de nuestra propia naturaleza, la cual, propiamente hablando, es equivalente a decir que no hay restricciones en lo absoluto, ya que estas leyes no son impuestas sobre nosotros por algún legislador parados por sobre nosotros o junto a nosotros. Esas leyes son inmanentes, inherentes en nosotros; constituyen la misma base de nuestro ser, material así como intelectual y moral; y en vez de encontrar en ellos un límite a nuestra libertad deberíamos considerarlos como sus condiciones reales y su razón efectiva.
La libertad de Bakunin, en efecto, es el cumplimiento de la potencialidad humana y la tendencia inmanente de alcanzar la realización en una sociedad anarquista. De acuerdo a esto, esta “libertad”… lejos de encontrarse a sí misma comprobada por la libertad de los otros, es, por el contrario, confirmada por ella. Aún más lejos: “Nosotros entendemos la libertad desde el punto de vista positivo, el desarrollo, tan completo cómo es posible, de todas las facultad que un hombre posee dentro de sí mismo, y desde el punto de vista negativo, la independencia de la voluntad de uno de la libertad de otros.”
Antimilitarismo y Revolución
La Izquierda Que Fue tenía a muchos pacifistas, pero sus tendencias más radicales evitaban la no violencia y se comprometían a sí mismos al antimilitarismo más que al pacifismo como un asunto social así como combativo. En su punto de vista, el militarismo implicaba una sociedad reglamentada, una subordinación de los derechos democráticos en situaciones de crisis tales como la guerra o, para este asunto, la revolución. El militarismo inculca obediencia en las masas y las condiciona a los imperativos de una sociedad de mando.
Pero lo que la Izquierda Que Fue demandaba no era la imagen simbólica del “rifle roto” —tan en boga en estos días en las boutiques pacifistas— sino que el entrenamiento y armamento del pueblo para fines revolucionarios, solamente en la forma de milicias democráticas. Una resolución con coautoría de Luxemburgo y Lenin (un evento extraño) y adoptado por la Segunda Internacional en 1906 que declaró que se “ve en la organización democrática del ejército, en la milicia popular en vez del ejército permanente, una garantía esencial para la prevención de las guerras agresivas, y para facilitar la remoción de las diferencias entre las naciones.”
Esto no era simplemente una resolución antiguerra, aunque la oposición a la guerra que se acercaba rápidamente fue el foco principal de la declaración. El armamento del pueblo era un principio básico de la Izquierda Que Fue, y las demandas piadosas por el control de armas aún hoy por los izquierdistas hubiera sido totalmente extraña para el pensamiento de la Izquierda Que Fue. Tan recientemente como en 1930, el concepto de “pueblo en armas” seguía siendo un principio básico de los movimientos socialistas independientes, por no hablar del anarquismo, alrededor del mundo, incluyendo aquellos de los Estados Unidos, como yo mismo tan bien recuerdo. La noción de educar a las masas en la dependencia a la policía y las armas para la seguridad pública, mucho menos que para poner la otra mejilla ante la violencia, podría haber sido considerada como atroz.
No es sorprendente que los anarquistas revolucionarios fueran aún menos ambiguos que los socialistas. A diferencia de la milicia controlada por el Estado que la II Internacional estaba dispuesta a aceptar en la resolución de 1906 citada anteriormente, los anarquistas buscaban el armamento directo de las masas. En España, se suministraron armas a los militantes anarquistas desde el mismo inicio del movimiento. Los obreros y campesinos dependían de sí mismos, no de la generosidad de las instituciones estatistas, para obtener los medios para la insurrección. Al igual que su noción de democracia significaba democracia directa, su noción de antimilitarismo significaba que tenían que contrarrestar el monopolio de la violencia del Estado con un movimiento popular armado, no simplemente con una milicia subvencionada por el Estado.
Secularismo y Racionalismo
Queda por agregar que los anarquistas y un gran número de los socialistas revolucionarios de la Izquierda Que Fue no sólo intentaron hablar en los intereses generales de la humanidad, sino que abjuraron cualquier conjunto de ideas y prejuicios que negaron a la humanidad su lugar naturista en el esquema de cosas. Ellos consideraron la adoración de deidades como una forma de subyugación a las creaciones humanas, como en enmascaramiento de la realidad por la ilusión, y como una manipulación de los temores humanos, la alienación y la anomia por parte de élites calculadas en nombre de un orden social opresivo. Generalmente, la Izquierda Que Fue reclamaba audazmente la herencia racionalista de la Ilustración y la Revolución Francesa, por mucho que esto cargará a los marxistas con ideas mecanicistas. Pero también, las formas orgánicas de la razón, prestadas por Hegel, competían con el mecanicismo y el empirismo convencional. Donde las nociones intuitivas compitieron con las materialistas entre los anarquistas, atrajeron a un cuerpo considerable de artistas a los movimientos anarquistas del pasado, o a las ideas anarquistas. Adicionalmente, el racionalismo no desplazó a los enfoques emotivos que fomentaron un socialismo altamente moral que a menudo era indistinguible de las perspectivas libertarias. Pero casi cada intento aparte desde ciertas excepciones individuales fue realizado para posicionar los enfoques mecanicistas, orgánicos, y emotivos a la realidad en un marco de trabajo racional- notablemente, para lograr un enfoque coherente con el análisis social y el cambio.
Que este esfuerzo llevará a tendencias dispares en la Izquierda Que Fue no debería sorprendernos. Pero la noción de una sociedad racional lograda por los medios tanto racionales como morales y los sentimientos idealistas formó una perspectiva unificada para la Izquierda Que Fue. Pocos izquierdistas habían aceptado la noción de William Blake de razón como “entrometida” o las visiones postmodernas de coherencia como “totalitaria”.
La Izquierda Que Fue se dividió por la cuestión de si podría haber una evolución pacífica, reformista, del capitalismo al socialismo o si una ruptura insurreccional con el sistema capitalista era inevitable. La cautela de la izquierda Que Fue en torno a las reformas puede ser mejor vista quizás en el hecho de que años atrás, serios debates se dieron entre los izquierdistas de Occidente de todo tipo sobre si debiesen pelear por la jornada de ocho horas, la cual muchos pensaban que haría al capitalismo más sabroso para la clase trabajadora. En la Rusia Zarista, la Izquierda seriamente debatían sobre si sus organizaciones debían tratar de aliviar las condiciones de hambruna entre el campesinado, y que no sea que sus esfuerzos caritativos desvíen el hambre del campesinado lejos del Zarismo.
Pero sin importar lo serias que eran estas diferencias, los intentos de reformar para su propio bien nunca fueron parte de la ideología izquierdista. La Izquierda revolucionaria-que realmente definía a los movimientos socialista y anarquista como Izquierda- ciertamente no quería mejorar el sistema capitalista, mucho menos darle un “rostro humano”. “Capitalismo con un rostro humano” Era una expresión que habrían considerado como una contradicción. La Izquierda Que Fue esperaba derrocar el capitalismo e iniciar un sistema social radicalmente nuevo, no racionalizar el orden existente y hacerlo aceptable para las masas.
Participar en luchas por reformas era visto como una manera de educar a las masas, no una manera de repartir caridad o mejorar su lote material. Las demandas por reformas siempre fueron permeadas por el mensaje más amplio de que la reconstrucción social fundamental era necesaria. La lucha por las jornadas de ocho horas diarias, hace años, y las huelgas por mejores condiciones de vida, sin hablar de las mejoras legislativas para el pueblo trabajador, eran vistos como medios de movilizar a los oprimidos, para comprometerse en las luchas, y para revelar los límites —y el básico irracionalismo— del capitalismo, no simplemente, ni siquiera significativamente, como un medio para mejorar la vida bajo el capitalismo. No fue sino hasta un día después de que las reformas fueron defendidas por los autoproclamados partidos izquierdistas, candidatos, diputados, y devotas humanos de la clase trabajadora, los pobres, y los viejos como técnicas para “humanizar” el capitalismo o representar candidatos de izquierda más populares y elegibles para oficios públicos.
Pedir por mejores condiciones de trabajo y para vivir era visto como una forma de desafiar directamente el “sistema de salario” y la soberanía del capital Incluso los así llamados socialistas “evolutivos” o “reformistas” que esperaban pasar desde el capitalismo hasta el socialismo eran revolucionarios en el sentido de que el capitalismo tenía que ser reemplazado por un radicalmente nuevo orden social. Sus conflictos con los socialistas revolucionarios y anarquistas en La Izquierda Que Fue se centraban en si el capitalismo podía ser reemplazado por cambios poco a poco, o si podía dársele un “rostro humano”. La Primera Guerra Mundial y particularmente las revoluciones que le siguieron dejaron al socialismo reformista en escombros- pero también produjeron una Izquierda que salía radicalmente en muchos de los principios básicos de la Izquierda Que Fue.
La Primera Guerra Mundial y el Bolchevismo
El estallido de la Primera Guerra Mundial, la revolución Bolchevique de 1917, y el asesinato de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht en el levantamiento de la Liga Espartaquista en Enero de 1919 (un dibujo de sangre socialista que se produjo con el asentimiento indirecto de la oficial German Social Democrats) abrió una mayor brecha en la historia de la Izquierda en general.
En el estallido de la guerra, casi todos los partidos socialistas de la Europa en guerra sucumbieron al nacionalismo, y sus fracciones parlamentarias votaron para dar créditos de guerra a sus respectivos estados capitalistas. Tampoco las actitudes de ciertos principales anarquistas, incluyendo a Kropotkin, resultaron ser más honorables que las de los “social patriotas”, para usar el epíteto de Lenin para los líderes socialistas alemanes y franceses que apoyaron a uno u otro bando en la guerra.
Analizar las razones de por qué esta ruptura fue abierta en la Izquierda Que Fue requeriría un estudio en sí mismo. Pero la toma de poder Bolchevique en noviembre de 1917 no cerró esa brecha. Muy por el contrario —la ensanchó, no solo por las inevitables polarizaciones del Bolchevismo contra la Socialdemocracia sino por los elementos autoritarios que siempre formaron parte del altamente conspirativo movimiento revolucionario Ruso. Lenin nunca vio la “democracia burguesa” como nada más que un instrumento que podía ser usado o desechado como lo requiriera la conveniencia. Muchas demandas fueron ubicadas en el largo régimen Bolchevique que fue formado en Noviembre (inicialmente incluía a Revolucionarios de Izquierda Social también [nota de la traductora: Left Social Revolutionaries]: el avance del ejército Alemán en el frente este, la increíblemente salvaje guerra civil que siguió a la Revolución, el aislamiento de los Bolcheviques de los trabajadores a principios de la década de 1020, y el intento de los guerreros de Kronstadt de recuperar una democracia soviética que había sido borrada por el partido burocrático Bolchevique. Estas demandas se combinaron para sacar las peores características de las visiones centralistas de Lenin y sus visiones oportunistas de la democracia. Al comienzo de los años 20, todos los afiliados a la Internacional Comunista fueron “Bolchevizados” por Zinoviev y sus sucesores Estalinistas, hasta que el compromiso del socialismo con la democracia fue marginalizado y en gran parte se desvaneció en los Partidos Comunistas del mundo.
No es menos importante socavar que en la Izquierda Que Fue había muchos mitos, popularizados por Lenin, de que el capitalismo fue entrado en una única, y de hecho etapa “final” de su desarrollo, un estado marcado por el “imperialismo” y las “luchas por la liberación nacional” mundial. Aquí, de nuevo, la posición de Lenin es demasiado compleja para ser tratada rápidamente: pero lo que es importante es que el internacionalismo tradicional que había marcado a la Izquierda Que Fue dio camino cada vez más a un énfasis en las luchas de “liberación nacional”, en parte por el propósito de debilitar al imperialismo Occidental, y en parte para fomentar el desarrollo económico en los países colonizados, de este modo el conflicto de clase interno dentro de estos países ocuparía el primer lugar en sus agendas nacionales.
Los Bolcheviques no abandonaron la retórica del internacionalismo, para estar seguros, más que lo hicieron los Social Demócratas. Pero las luchas de “liberación nacional” (las cuales el Bolchevismo honró en gran medida en la ruptura en casa, luego de que tomaran el poder en la recientemente formada Unión Soviética), fomentó acríticamente un compromiso de la Izquierda con la formación de los nuevos estados-naciones. El Nacionalismo en gran medida vino al primer plano de la teoría y práctica socialistas. No es sorpresa que el primer “Comisario de Asuntos Nacionales [nota de la traductora: el nombre original en el texto es “People’s Commissar of Nationalities] fue Joseph Stalin, quien luego fomentó este asunto internacional en el Marxismo-Leninismo y que durante y después de la Segunda Guerra Mundial le dio una cualidad distintivamente “patriótica” en la URSS. Expresiones clamando que la Unión Soviética era la “madre patria de la clase trabajadora” eran omnipresentes entre los Comunistas del periodo entreguerras, y sus partidos fueron modelados a partir del partido Bolchevique centralizado para permitir la descarada injerencia de Stalin en sus asuntos.
Para 1936, la política de la Internacional Comunista (o lo que quedaba de ella) se había alejado bruscamente de los ideales que una vez guiaron a la Izquierda Que Fue. Luxemburgo, honrada más como una mártir que como una teórica, fue desacreditada cabalmente por el Estalinismo o totalmente ignorada. La Segunda Internacional era esencialmente moribunda. El idealismo empezó a dar paso al oportunismo crudamente amoral y a un antimilitarismo que era enfatizado, rechazado, o modificado para calzar con las políticas extranjeras del régimen Estalinista.
Sin embargo, había oposición- en 1939- a esta degeneración de las ideas que definían a la Izquierda Que Fue- oposición de las tendencias de izquierda en ciertos partidos socialistas, de los anarquistas, y de los grupos comunistas disidentes. La Izquierda Que Fue no desapareció sin furiosos debates sobre estos ideales y sin intentos para mantener sus premisas históricas. Sus ideales se mantuvieron en la coma de la agenda revolucionaria durante todo el periodo entreguerras, no sólo como una fuente de polémicas sino como parte de una confrontación armada en la Revolución Española de 1936. Los partidos izquierdistas y los grupos aún agonizaban sobre asuntos como el internacionalismo, la democracia, el antimilitarismo, la revolución y su relación con el estado —agonías que llevaron a furiosos conflictos internos e interpartidos. Estos asuntos quedaron marcados en toda la era antes de que comenzarán a desvanecerse– y su desvanecimiento alteró la misma definición del izquierdismo.
La Izquierda y la “Guerra Fría”
La “Guerra Fría” invadió la agenda humanista de la Izquierda Que Fue al convertir a la mayoría de las organizaciones de izquierda en partisanos de Occidente o de Oriente e introduciendo un dudoso “antiimperialismo” en lo que se convirtió la política de la Guerra Fría. La “liberación Nacional” se convirtió en la pieza central virtual de la “Nueva Izquierda” y de la envejecida “Vieja Izquierda”, al menos sus diversas versiones estalinistas, maoístas y castristas.
Debería ser comprendido- como esta Izquierda no lo hizo- que el imperialismo no es inherente al capitalismo. Como un medio de explotación y homogeneización cultural, y como una fuente de tributo, existió desde las eras antigua, medieval y tempranamente moderna. En los tiempos antiguos la hegemonía imperial de Babilonia fue seguida por la de Roma y el Sacro Imperio Romano medieval. De hecho, a lo largo de la historia ha habido expansionistas y explotadores estados “sub-imperialistas” en África, India, Asia, y en tiempos modernos, que eran más precapitalistas que capitalistas de carácter. Si “la guerra es la salud del estado”, la guerra usualmente ha significado expansionismo (léase: imperialismo) entre los estados más dominantes del mundo e incluso entre sus estados clientes.
En la parte temprana del siglo XX, los muchos escritos sobre imperialismo de J. X. Hobson, Rudolf Hilferding y Lenin, entre otros, no descubrieron el concepto de imperialismo. Ellos simplemente agregaron nuevas, y únicamente capitalistas características a las tempranas caracterizaciones del imperialismo, tales como la “exportación de capital” y el impacto del capitalismo en el desarrollo económico de los países colonizados. Pero lo que el capitalismo también exportó con una venganza, en suma con el capital en sí mismo, fue el nacionalismo (no sólo demandas por la autonomía cultural) y el nacionalismo en la forma de estados-naciones centralizados. De hecho, los estados-naciones centralizados han sido exportados a pueblos que quizás más razonablemente se hubieran volcado a formas confederales de lucha y reconstrucción social al afirmar su singularidad cultural y el derecho a la autogestión. Déjenme enfatizar que mis críticas al nacionalismo y estalinismo no están realizadas para rechazar las aspiraciones genuinas de los grupos culturales por su libre expresión y autogobierno. Este es particularmente el caso donde los intentos están hechos para subvertir su unicidad cultural y sus derechos de autonomía. El asunto por el cual estoy preocupado es cómo su autonomía cultural es expresada y las estructuras institucionales que establecen para manejarse a sí mismos como una entidad cultural única. La integridad cultural del pueblo no tiene que ser encarnada en la forma de un estado-nación. Debería, en mi visión, ser expresada en formas que mantengan los valores culturales de las tradiciones y prácticas en instituciones confederadas de autogestión. Fueron objetivos como estos en particular los que fueron planteados y apreciados por la gran mayoría de anarquistas y socialistas libertarios, incluso ciertos Marxistas, en la Izquierda Que Fue.
Lo que ocurrió en vez de eso es que la exportación del estado-nación envenenó no solo a la Izquierda moderna sino que a la condición humana en sí misma. En años recientes, la “Balcanización” y la mentalidad localista se han convertido en fenómenos viciosos de proporciones desastrosas. La reciente y muy descrita ruptura del imperio Ruso resulto en sangrientas luchas nacionales y aspiraciones de formación de estado que están enfrentando a comunidades culturalmente dispares unas con otras en formas que amenazan con regresar a la barbarie. Los ideales internacionalistas que la Izquierda Que Fue promovió, particularmente en el antiguo “bloque socialista”, han sido reemplazados por una horrible mentalidad localista- dirigida en contra los Judíos generalmente y en gran parte de Europa contra “los trabajadores extranjeros” de todas partes del mundo. En el Próximo oriente, África, Asia, y América Latina, los pueblos colonizados o anteriormente colonizados desarrollaron apetitos imperiales para sí mismos, así que muchos de los que ahora pasan por anteriormente colonizados que han sido liberados de los poderes imperialistas Euro-Americanos ahora están persiguiendo aspiraciones brutalmente imperialistas para sí mismos.
Para el surgimiento de una auténtica Izquierda lo que es desastroso aquí es que los izquierdistas en los Estados Unidos y Europa a menudo toleran un comportamiento espantoso por parte de las antiguas colonias, en nombre del “socialismo,” “antimperialismo,” y, por supuesto “la liberación nacional”. La Izquierda actual no es menos víctima de la “Guerra Fría” que los pueblos colonizados que fueron peones en ellas .Los izquierdistas se han deshecho de los ideales de la Izquierda Que Fue, y al hacerlo, han llegado a aceptar un tipo de estado de cliente de sí mismos— primero, en 1930 como partidarios de “la patria de los trabajadores” en el Este, y más recientemente como partidarios de antiguas colonias empeñadas en sus propias aventuras imperialistas.
Lo que importa no es si tales izquierdistas en Europa o Estados Unidos apoyan o no a las naciones-estado “liberadas” que están recién emergiendo, sub-imperialistas, o imperialistas. Si los izquierdistas occidentales “apoyan” a estos estados-naciones y sus esfuerzos significan tanto para esos estados como los excrementos de gaviotas en la costa del océano. Lo que realmente importa- y lo que es la tragedia más seria- es que estos izquierdistas raramente se preguntan si los pueblos que ellos apoyan aceptan regímenes estatistas o las asociaciones confederales, si oprimen a otras culturas o si oprimen a su propia población o a otras, y mucho menos si ellos mismos deberían apoyar a un estado-nación en absoluto.
De hecho, muchos izquierdistas cayeron en el hábito de oponerse al imperialismo de las superpotencias en una mera reacción a los bandos que estaban alineados en la “Guerra Fría”. Esta mentalidad de “Guerra Fría” persiste incluso después de que la “Guerra Fría” haya terminado. Más que nunca, los izquierdistas hoy están obligados a preguntar si sus preocupaciones “antimperialistas” y “de liberación nacional” ayudan a fomentar la emergencia de más estados-naciones y más rivalidades étnicas y “subimperialista”. Tienen que preguntarse ¿qué carácter está tomando el antiimperialismo hoy? ¿Es validar rivalidades étnicas, la emergencia de tiranías nacionales, ambiciones sub-imperialistas, y una rapaz colección de regímenes militares?
Claramente, la mentalidad localista es un producto del nuevo nacionalismo y estatismo “antimperialistas” que han sido nutridos por la “Guerra Fría” y la reducción de izquierdistas engañosos a secuaces de viejos conflictos de tipo estalinista y maoísta vestidos con el atuendo de la “liberación nacional”. La mentalidad localista puede también funcionar internamente, en parte como una extensión de la “Guerra Fría” a las esferas domésticas de la vida. Voceros autoproclamados de grupos étnicos que literalmente enfrentan un grupo racial contra otro, deshumanizando (por la razón que sea) a uno para enaltecer al otro; portavoces de grupos de género que se asemejan a estos grupos étnicos excluyentes en oposición con sus contrapartes sexuales; voceros de grupos religiosos que hacen lo mismo con respecto a otros grupos religiosos- todo refleja desarrollos atávicos que no habrían tenido lugar en la Izquierda Que Fue. Que los derechos de estratos étnicos, de género y similares de una determinada población hayan sido queridos y que las distinciones culturales deben ser apreciadas no está en cuestión aquí. Pero aparte de las demandas justificadas de todos estos grupos, sus objetivos deberían ser pensados dentro de un marco de referencia orientado al humano, no dentro de uno excluyente o enfocado en la mentalidad localista. Si una auténtica Izquierda va a emerger una vez más, el muto de un grupo “hegemónico” de personas oprimidas, las cuales buscan reorganizar las relaciones humanas en una nueva pirámide jerárquica, debe ser reemplazada por el objetivo de lograr una ética de la complementariedad en la cual las diferencias enriquezcan al conjunto. En la antigüedad, los esclavos de Sicilia que se rebelaron y obligaron a todos los hombres libres a pelear como gladiadores en los anfiteatros de la isla no se comportaron de manera diferente de sus amos. Reprodujeron lo que aún era una cultura esclava, reemplazando un tipo de esclavo por otro.
Además, si ha de haber una izquierda que en algún sentido se parezca a la izquierda que fue, no puede ser meramente “de centro izquierda”. El liberalismo —con su menú de pequeñas reformas que ocultan la irracionalidad de la sociedad imperante y la hacen socialmente más aceptable— es un campo en sí mismo. El liberalismo no tiene una “izquierda” que pueda considerarse su pariente o su vecino crítico. La izquierda tiene que crear su propio espacio, uno que se oponga revolucionariamente a la sociedad imperante, no uno que participe como socio “de izquierdas” en su funcionamiento.
¿Habrá una Izquierda hoy?
Ciertamente La Izquierda Que Fue peleó contra innumerables irracionalidades en el orden social existente, tales como largas y debilitantes horas de trabajo, hambre desesperante, y pobreza extrema. Lo hizo porque la perpetuación de esas irracionalidades habría desmoralizado completamente las fuerzas peleando para el cambio social básico. A menudo planteaba demandas aparentemente “reformistas”, pero lo hacía para revelar el fracaso del orden social existente para satisfacer las necesidades más elementales del pueblo negado. En las peleas por esas “reformas”, de todas formas, la preocupación de la Izquierda Que Fue estaba explícita e inquebrantablemente enfocada en la necesidad de cambiar todo el orden social, no en hacerlo menos irracional y más agradable. Hoy, la Izquierda Que Fue habría peleado también con desesperación contra las fuerzas que están agotando la capa de ozono, destruyendo los bosques, y proliferando las plantas de energía nuclear con tal de preservar la vida en sí misma en este planeta.
De la misma manera, sin embargo, la Izquierda Que Fue reconoció que hay muchos problemas que no pueden ser resueltos dentro del marco de referencia del capitalismo. Mantuvo, por “irrealista que parezca”, su posición revolucionaria en lugar de ganarse el favor del público al entregar su identidad a programas oportunistas. En cualquier momento dado, la historia no siempre presenta a la Izquierda con alternativas claras o inmediatamente “efectivos” cursos de acción. En agosto de 1914, por ejemplo, no existían fuerzas que pudieran haber prevenido el estallido de la Primera Guerra Mundial, ni siquiera en la Social Democracia que se había comprometido a su misma en oposición con la guerra. La Izquierda tuvo que vivir una vida ineficaz y frustrante, a menudo escondida, en medio del efluvio de patriotismo popular que envolvió a gran parte de Europa, incluida la mayoría de los trabajadores del propio movimiento socialista. Similarmente, en 1938, no había ya ninguna posibilidad de que la Revolución Española pudiera ser rescatada de los ataques militares fascistas y de la insidiosa contrarrevolución estalinista, a pesar de las valientes luchas que continuaron durante la mayor parte del año posterior.
Lamentablemente, hay algunas situaciones imposibles en las cuales una auténtica Izquierda solo puede tomar una postura moral, sin ninguna esperanza de intervenir exitosamente. En esos casos, la Izquierda sólo puede tratar de educar pacientemente a aquellos que están dispuestos a escuchar, para hacer avanzar sus ideas hacia individuos racionales, por pequeño que sea su número, y de actuar como una fuerza ética en oposición al “arte de lo posible”, para usar una famosa definición liberal de política. Un caso reciente respecto a esto fue un eslogan admirable que fue levantado en el nacimiento de la guerra del Golfo, llamada “Ninguno de Los Lados Tiene La Razón”- un eslogan que obviamente no resonaba con la actitud nacionalista de la gran mayoría del pueblo Americano, ni tampoco uno que sea políticamente efectivo. De hecho, elegir bando en la guerra del Golfo habría sido para confundir el chauvinismo nacional Americano con la democracia, por un lado, o para confundir la indiferencia al totalitarismo del Sadam Hussein con el “antimperialismo”, por el otro. Esta posición eminentemente moral trata de avanzar en una mirada humanista frente a la repugnante realidad política y económica que marcó a ambos bandos en el conflicto.
Pretender que una auténtica Izquierda puede siempre ofrecer una solución práctica a cada problema en la sociedad es quimérico. Ofrecer “males menores” como una solución a cada mall que esta sociedad genera llevará al peor de todos los males posibles- la disolución de la Izquierda en un pantano liberal de compromisos y humillaciones sin fin. En medio de todas sus luchas en apoyo a cuestiones concretas, una auténtica Izquierda avanza el mensaje de que la sociedad actual debe ser demolida y reemplazada por una que sea racional. Ese fue el caso con socialistas como Eugene V. Debs y de anarquistas como Emma Goldmann y Alexander Berkman en la Izquierda Que Fue. Dicho sin rodeos: Lo que esta sociedad usualmente hace no debería disuadir a los Izquierdistas de probar la lógica de los acontecimientos desde un punto de vista racional o de pronosticar lo que la sociedad debería hacer. Cualquier intento de adaptar el “debería” racional por el “es” irracional deja vacante ese espacio en el espectro político que debería ser ocupado por una Izquierda basada en la razón, la libertad y el humanismo ecológico. La necesidad de mantener firmemente los principales compromisos que mínimamente describen a la Izquierda puede no siempre ser populares, pero la alternativa a las irracionalidades monstruosas que permean a la sociedad actual debe siempre mantenerse abierta, fomentando y desarrollando si alguna vez vamos a lograr una sociedad libre.
Bien puede ser que en el futuro previsible una auténtica Izquierda tenga pocas, si es que no ninguna, perspectivas de ganar una gran cantidad de seguidores. Pero si renuncia a sus principios más básicos que la definen- internacionalismo, democracia, antimilitarismo, revolución, secularismo, y racionalismo- así como a otros, como el confederalismo, la palabra Izquierda no tendrá ningún significado en nuestro vocabulario político. Uno podría llamarse a sí mismo un liberal, un socialdemócrata, o un Verde “realo” [nota de la traductora: Realo se refiere a un miembro de la German Green Party, o Partido Verde Alemán], o un reformista. Esa es una elección que cada individuo es libre de tomar, de acuerdo con sus convicciones sociales y políticas. Pero para aquellos que se llaman a sí mismos izquierdistas, debería haber un claro entendimiento de que el uso del término Izquierda involucra la aceptación de los principios fundamentales que literalmente definen y justifican el uso de la palabra. Esto significa que ciertas ideas como el nacionalismo, la mentalidad localista, el autoritarismo- y ciertamente, para los anarquistas de todo tipo, cualquier compromiso con un estado-nación- y símbolos como el rifle roto del pacifismo son totalmente ajenos a los principios que definen a la Izquierda. Tales ideas, introducidas en la política, no tienen lugar en cualquier política que puede ser auténticamente caracterizada como izquierdista. Si no existe tal política, se debe permitir que el término Izquierda perezca con honor.
Pero si la Izquierda estuviera por desaparecer finalmente a causa de la fusión de las perspectivas reformistas, liberales, nacionalistas y localistas, no solo perdería la sociedad moderna el “principio de esperanza”, para usar la expresión de Ernst Bloch, un principio perdurable que ha guiado todos los movimientos revolucionarios del pasado; la Izquierda cesaría de ser la conciencia de la sociedad. Tampoco podría promover la creencia de que la sociedad actual es totalmente irracional y debe ser reemplazada por una que esté guiada por la razón, éticas ecológicas, y una preocupación genuina por el bienestar humano. Por mi parte, ese no es un mundo en el cual quisiera vivir.
[1] Aclaración de la traducción: El documento original está titulado como The Left That Was, que puede ser traducido tanto como La Izquierda Que Fue, así como La Izquierda Que Había/Hubo.