Los consejos obreros de Anton Pannekoek. Una utopía concreta de la revolución proletaria.
Por: Lucas Maia.
«Artículo de Lucas Maia donde esboza las convergencias entre la Teoría de los Consejos de Anton Pannekoek y la Teoría Utópica de Ernst Bloch, y también muestra cómo los Consejos Obreros encarnan el concepto de “Utopía Concreta” de Bloch. Publicado originalmente en MAIA, Lucas. Comunismo de Consejos y Autogestión Social. 2ª ed. Río de Janeiro: Rizoma, 2015.»
Traducido al español por el Centro de Estudios Populares Luz y Vida para Colapso y Desvío.
Texto disponible también en: inglés y portugués.
Anton Pannekoek es uno de los principales exponentes del Comunismo de Consejo. El Comunismo de Consejo se consolidó, como hemos visto[1] , en la segunda mitad de la década de 1920. Surgió como expresión teórica del movimiento obrero que se venía produciendo desde la Revolución Rusa de 1905, pero sobre todo en 1917, en la Revolución Alemana de 1918 a 1923, en los intentos de revolución en Italia en 1919, etc. En estas experiencias se desarrolló una forma de lucha obrera que ya se había esbozado en la Comuna de París de 1871: los consejos obreros.
A medida que los trabajadores comienzan a autoorganizarse en consejos obreros, la tendencia es que la lucha sea cada vez más radical. De hecho, cuando se forman, los consejos ya expresan un nivel muy alto de radicalismo revolucionario.[2] Estos surgieron históricamente como una oposición total a las organizaciones que ya habían capitulado completamente al capitalismo: partidos y sindicatos. Estas organizaciones no expresan los intereses de clase del proletariado, sino de otra clase social: la burocracia. La clase burocrática no es la clase propietaria en la sociedad capitalista; la burguesía desempeña este papel. La burocracia es una clase auxiliar de la burguesía. Esto significa que es una clase opuesta al proletariado. Sin embargo, al no ser una clase homogénea, sino una estratificada, existen en su seno estratos próximos al proletariado y otros próximos a la burguesía (VIANA, 2008). Esta peculiaridad le permitió, a partir de sus fracciones más cercanas al proletariado, expresarse como representante de la clase obrera. Esto explica el desarrollo de los partidos “obreros” o de “izquierda” y de los sindicatos.
La historia demuestra que no se puede luchar sin estar organizado. Sin embargo, no cualquier tipo de organización sirve al proletariado. Los partidos y los sindicatos son prueba de ello. Siempre que los trabajadores manifiestan alguna forma de organización que va más allá del estricto control de estas instituciones, éstas hacen todo lo posible para volver a la normalidad y seguir siendo dirigentes de los trabajadores. Así, cada vez que surgieron los consejos, se colocaron en completa oposición a estas instituciones.
Es esta característica la que nos permite explicar el desarrollo del comunismo de consejos. Mientras un grupo de autores expresaba los intereses de la burocracia, hablando en nombre del proletariado (socialdemocracia, bolchevismo y sindicalismo), otros producían su pensamiento desde una perspectiva opuesta, expresando los intereses del proletariado (comunismo consejista, algunos anarquistas). Este debate se desarrolló a lo largo de la revolución alemana de 1918 a 1923, durante la revolución rusa de 1917 a 1921, en la insurrección italiana de 1919 y en todas las demás manifestaciones obreras en Francia, Inglaterra, Holanda, Hungría, etc. durante ese período y continúa hasta nuestros días. Es en este marco en el que debemos entender el pensamiento de Anton Pannekoek.
Enfocaremos nuestro análisis en la obra Los Consejos Obreros. Publicada en 1947, es decir, dos décadas después de todo el debate que tuvo lugar en los años 20 y que continuó en los años 30, es un periodo que permite al autor reflexionar con mayor precisión sobre los acontecimientos, sobre sus implicaciones revolucionarias más profundas, sobre las tendencias que expresaban dichas revoluciones, etc. El análisis de la obra se desarrollará utilizando como hilo conductor la idea de “utopía concreta” tratada por Bloch (2005, 2006).
Utopía y revolución.
La palabra utopía, acuñada por Tomás Moro en su obra Utopía, es comúnmente malinterpretada. En la forma habitual de entenderla, la utopía se considera un sueño de lunáticos, ideas que no se corresponden con la realidad, ideas irrealizables, etc. Utópico sería aquel tipo de pensamiento que imagina un mundo inexistente, que anhela una realidad que nunca llegará a realizarse. En definitiva, un individuo que produce ideas utópicas sería un Don Quijote de la Mancha luchando contra molinos de viento en su eterna búsqueda de la bella Dulcinea del Toboso.
Bloch (2005, 2006), en El principio Esperanza, da otro significado al término. Lo resignifica, otorgándole el estatuto de categoría analítica de lo aún-no-existente. El psicoanálisis hizo una gran contribución a la comprensión de los mecanismos mentales cuando reveló la naturaleza y el contenido del inconsciente. Freud fue el responsable de esta tarea. El inconsciente es fundamentalmente el retorno de elementos de la conciencia que fueron reprimidos a lo largo de la historia vital del individuo. Este proceso de represión está en el origen de las enfermedades psíquicas de nuestra sociedad. El inconsciente, como ha revelado el psicoanálisis desde Freud, regresa de los oscuros sótanos del olvido en forma de sueños, deslices de lengua, chistes, síntomas, etc. En cualquier caso, el inconsciente es siempre el retorno del pasado. Desvelar el inconsciente significa, pues, no demostrar lo nuevo, sino sólo traer a la conciencia elementos ya antiguos, olvidados de otros tiempos.
Lo aún-no-consciente, como componente de la estructura mental, ha sido descuidado por el psicoanálisis. Esto plantea al pensamiento el reto de analizar, comprender y desvelar lo totalmente nuevo, lo todavía no existente. Sin embargo, esto no se presenta inmediatamente, claramente cristalino al pensamiento; aparece como una tendencia, como una dirección, un proyectarse hacia adelante. Desde un punto de vista topológico, podemos decir que lo inconsciente está por debajo de la conciencia, mientras que lo aún no consciente está por encima, más allá de la conciencia actual, pero ya existe como tendencia dentro de ella. Así pues, pensar en el futuro no es una forma de razonar que construye castillos de naipes en el aire; al contrario, es la forma de ver el mundo, la realidad como algo que tiende hacia lo nuevo, como algo que se proyecta a sí mismo. Por lo tanto, el desvelamiento de lo aún no consciente es un proceso de análisis concreto de los caminos que sigue la realidad.
Por Bloch (2005):
Lo aún-no-consciente no es, pues, más que el preconsciente del futuro, la cuna psíquica de lo nuevo. Y sigue siendo preconsciente sobre todo porque contiene un contenido de conciencia que aún no se ha manifestado claramente, que todavía está amaneciendo desde el futuro. Dependiendo del caso, puede tratarse incluso de un contenido que emergerá objetivamente en el mundo. Es el caso de todas las situaciones productivas que están en el origen de cosas que nunca antes habían existido. Este es el espíritu del sueño hacia adelante, este espíritu lleno de lo aún-no-consciente como forma de conciencia de algo que se aproxima. (BLOCH, 2005, p. 117).
Este soñar hacia delante es algo que se repite. Varios pensadores se han dedicado a ello, a construir sociedades ideales, teniendo generalmente como principio rector un profundo sentido de comunidad. Todas estas utopías son expresión de tendencias de su tiempo, es decir, expresan un umbral histórico que cada época se fija. Utopía de Moro, La Ciudad del Sol de Campanella, Icaria de Cabet, etc., las obras de Saint-Simon, Fourier, Owen, etc. se pierden en descripciones ideales de la sociedad futura (BLOCH, 2006; PETIFILS, 1977). Estas utopías son una forma de conciencia anticipatoria, pero lo hacen desde un punto de vista estrictamente abstracto. Por eso Bloch las llama utopías abstractas.
Hasta la obra de Marx, la conciencia anticipatoria permanecía atrapada dentro de límites abstractos, lo que le impedía analizar el proceso de constitución de lo nuevo. La obra de Marx y de algunos de sus seguidores dio un impulso completamente distinto al sentido utópico de la producción intelectual. La descripción detallada del futuro deja paso a la crítica concreta de lo existente. Esta crítica, sin embargo, se lleva a cabo desde un punto de vista revolucionario, es decir, señala los procesos y sujetos que pondrán fin al actual estado de cosas. El criticismo se realiza enunciando las contradicciones inherentes a la sociedad capitalista, lo que permite identificar los procesos mediante los cuales se eliminarán dichas contradicciones. Por lo tanto, la crítica apunta a lo nuevo, el análisis concreto sustituye a las abstracciones utópicas del pensamiento anterior, así como al empirismo superficial que caracteriza a la ciencia. Así: “A partir de Marx se hace explícita la inserción de la intención más audaz en el mundo que acontece, la unidad de la esperanza y la noción de proceso, en suma, el realismo. Por lo tanto, todo lo que se inflama en el sueño hacia adelante queda excluido, así como todo lo que se enmohece en la sobriedad”. (BLOCH, 2006, p. 177) (énfasis en el original).
De esta manera:
El sueño consistente se asocia activamente a lo que históricamente está en marcha y se encuentra en un progreso más o menos detenido. Por lo tanto, es importante para la utopía concreta comprender precisamente el sueño de su objeto, inherente al propio movimiento histórico. Como una utopía mediada por el proceso, es importante destacar las formas y los contenidos que ya se han desarrollado en la sociedad actual (BLOCH, 2006, p. 177).
El marxismo no se limita a la obra inicial de Marx y Engels (marxismo original). Varios otros autores se han propuesto comprender y profundizar el materialismo histórico-dialéctico: Rosa Luxemburg, Korsch, Rühle, Mattick, Bloch, etc. Anton Pannekoek es uno de estos autores que ha buscado a lo largo de su actividad política e intelectual profundizar y llevar hasta sus últimas consecuencias el pensamiento revolucionario de Marx y Engels. Pannekoek tiene una vasta producción que incluye varios libros y decenas de artículos. La obra que analizaremos a partir de ahora es Los Consejos Obreros.
Este es, sin duda alguna, un libro extremadamente complejo y vasto, pero ciertamente está escrito con un lenguaje y un estilo tan claros que cualquier persona con un mínimo nivel de iniciación puede comprenderlo fácilmente. Como dijo Marx en el Prefacio a la primera edición de El Capital “(…) no se puede alegar que este libro [El Capital] sea difícil de entender. Naturalmente, parto del supuesto de que el lector quiere aprender algo nuevo y, por tanto, está deseoso de pensar por sí mismo” (MARX, 1988, p. 4). Así, Los consejos obreros de Anton Pannekoek aporta esta misma afirmación al lector. Quien quiera aprender algo nuevo y tenga ganas de pensar por sí mismo tendrá en esta obra la oportunidad de vislumbrar nuevos caminos.
Los consejos obreros: una utopía concreta de la revolución obrera.
Ser utópico, tal y como estamos utilizando el término, es visualizar concretamente qué tendencias están emergiendo en la realidad. Una tendencia es un movimiento hacia el que se dirige cierto proceso. Ser una tendencia no significa necesariamente que vaya a realizarse. Es la propia dinámica la que determinará si se confirmará o no. En el caso de la lucha obrera, es la propia lucha de clases la que determinará si se consolida o no una sociedad radicalmente distinta, una sociedad libre y autogestionada.
Desde un punto de vista formal, la dimensión utópica concreta de la obra de Pannekoek se expresa en el título, en el tiempo verbal que utiliza y en la disposición de los capítulos. Los consejos obreros, cuando están en lucha autogestionaria, expresan un contenido completamente nuevo, es decir, el embrión de la sociedad futura. Comprender esto demuestra cómo Pannekoek analizó la lucha de clases y el movimiento de la realidad. Los consejos obreros son, por tanto, la expresión de la tendencia, desde un punto de vista revolucionario, que pretende construir lo nuevo o lo aún-no-existente, por utilizar el lenguaje de Bloch. Por esta razón, la elección del nombre del libro como “Consejos obreros” demuestra la dimensión utópica concreta de la obra. Cabe destacar el uso de la palabra obrero, que es un concepto típico de la sociedad capitalista. Al mantener esta palabra, Pannekoek acaba cediendo en el plano lógico-formal al léxico de esta sociedad. Esto se explica naturalmente por el hecho de que analizó un tipo específico de organización que vio desarrollarse ante sus ojos en los momentos revolucionarios que vivió. Marx, por ejemplo, al analizar la Comuna de París, tuvo cuidado de utilizar el término “autogobierno de los productores”, precisamente porque el término “obrero” es apropiado para la sociedad capitalista. Una sociedad autogestionada debe acuñar sus propios términos y conceptos. Nosotros, inmersos como estamos en el capitalismo, debemos ser conscientes de criticar el léxico capitalista.
El tiempo verbal elegido para analizar la experiencia de los trabajadores a comienzos del siglo XX, así como la demostración de las dificultades y de todo lo que los trabajadores tendrán que hacer para construir realmente la nueva sociedad, es otra prueba de su carácter utópico concreto. Aunque se discutan hechos, experiencias, victorias, derrotas, procesos, etc. que tuvieron lugar, en su mayor parte, en las décadas de 1910 y 1920, los verbos están constantemente conjugados en futuro, es decir, se utiliza la experiencia pasada para demostrar tendencias, caminos, el camino a seguir (BLOCH, 2005), es decir, hacia dónde se dirige la revolución proletaria.
Desde un punto de vista formal, un último elemento demuestra el carácter utópico concreto de su obra: la disposición de los temas. El libro está dividido en seis partes: 1) La Tarea; 2) La Lucha; 3) El Pensamiento; 4) El Enemigo; 5) La Guerra; 6) La Paz. Las cuatro primeras fueron escritas entre 1941 y 1942, en los primeros años de la Segunda Guerra Mundial. Los dos últimos en 1944, cuando la guerra ya se acercaba a su fin. Los dos últimos, de hecho, representan la respuesta del autor a toda la barbarie que la civilización capitalista ha conseguido producir y cuál debe ser la respuesta de los trabajadores a las guerras capitalistas.
La lógica de las dos primeras partes parece estar invertida, ya que en la primera parte analiza la tarea que tendrán los trabajadores en la reconstrucción de la sociedad tras el derrocamiento del capitalismo, es decir, cuáles serán los dilemas, dificultades, impasses, etc. a los que se enfrentarán los consejos obreros en la reorganización de la sociedad en su conjunto. La segunda parte se refiere a la lucha, es decir, a los primeros momentos del derrocamiento de esta sociedad. Analiza la lucha contra la burguesía, contra el Estado y también contra los partidos y sindicatos, que supuestamente representan a los trabajadores. Desde un punto de vista lógico, nos lleva a entender que primero debe discutirse el proceso de destrucción de esta sociedad: La Lucha, y luego se debe discutir la reconstrucción de la nueva sociedad: La Tarea. Esta forma de pensar es falsa, porque de hecho no hay dos procesos, sino sólo uno: el proceso de destrucción ocurre junto con la reconstrucción. La separación es meramente analítica. Por lo tanto, exponer inmediatamente toda la tarea que los trabajadores tendrán que llevar a cabo es un método de exposición bastante coherente con el propósito de la obra. Todas las demás páginas están dedicadas a las luchas y procesos que destruirán esta sociedad, es decir, son críticas a la sociedad capitalista.
Recordando un análisis que Bloch hace de la obra de Marx para demostrar el carácter utópico concreto de su pensamiento en oposición al pensamiento abstracto-utópico anterior, afirma:
Las utopías abstractas habían dedicado nueve décimas partes de su espacio a la descripción del estado del futuro y sólo una décima parte a la contemplación crítica, a menudo sólo negativa, del presente. (…) Marx invirtió más de nueve décimas partes de sus escritos en el análisis crítico del presente, dejando relativamente poco espacio para la adjetivación del futuro. Por esta razón, Marx dio a su obra, como se ha observado con razón, el nombre de El Capital y no, por ejemplo, Llamamiento al socialismo (BLOCH, 2006, p. 175)
Bloch analiza toda la obra de Marx centrándose en El Capital. Para nosotros, esta interpretación sirve una vez más para demostrar cómo Pannekoek construyó el marco de su libro. Aunque en cada capítulo dedica unas pocas palabras a la organización de la sociedad autogestionada a través de sus consejos obreros, es sin duda en el primero donde hace más hincapié en esta cuestión.
¿Cuáles son esas tareas que deben realizar los trabajadores?
La primera es, sin lugar a dudas, la reorganización de todo el proceso de trabajo dentro de las fábricas y otros lugares de trabajo. Como auténtico marxista, considera que: “El trabajo en sí mismo no es repulsivo. Es una necesidad impuesta al ser humano por la naturaleza para satisfacer sus necesidades” (PANNEKOEK, 1977, p. 30). Sin embargo, este trabajo se realiza para reproducir el capital y no para satisfacer las necesidades humanas. Así, las fábricas, los medios de transporte, la agricultura, el consumo, etc. están sometidos a la relación-capital. Es por ello que el trabajo se convierte en un deber, en una obligación y, más que eso, se convierte en el medio por el cual los trabajadores son explotados diariamente. Todas las relaciones de trabajo están organizadas con el único objetivo de reproducir el capital, es decir, producir, hacer circular y realizar la plusvalía. “Cada fábrica es una organización minuciosamente adaptada a sus fines, una organización de fuerzas, inertes y vivas, unidas entre sí, de instrumentos y trabajadores” (PANNEKOEK, 1977, p. 25). En vista de ello, afirma que la primera tarea de los trabajadores es “(…) tomar en sus manos los medios de producción. El dominio del capital sobre las máquinas y sobre los medios de producción debe ser arrancado de las manos indignas de quienes así los utilizan” (PANNEKOEK, 1977, p. 34).
A medida que cambian las relaciones sociales, es decir, a medida que los trabajadores toman el control de los medios de producción y dominan las relaciones de producción y el conjunto de las relaciones sociales a través de la generalización del sistema de consejos, las formas de regulación también cambian.[3] Si cambian las formas de propiedad, es decir, se mueven de la propiedad privada-capitalista a una forma de propiedad colectiva-autogestionada, las formas de regulación también cambiarán. Utiliza la palabra ley para designar este conjunto de transformaciones en el ámbito de la regulación, lo que deja lugar a interpretaciones erróneas. Tomar las transformaciones en las formas de regulación como transformaciones en la ley puede llevar a los menos interesados en historizar los conceptos a entender que serán cambios que se producirán como consecuencia de nuevas leyes votadas en el parlamento. Nada más contrario a la interpretación de Pannekoek. Como él mismo afirma “Tal transformación del sistema laboral implica una transformación de la ley. No se trata, por supuesto, de que el Parlamento y el Congreso voten nuevas leyes. Estas transformaciones afectan a los fundamentos mismos de la sociedad (…)” (PANNEKOEK, 1977, p. 36). Así, hablar de transformaciones en las formas de regularización es más apropiado que la palabra ley. Una vez más, Pannekoek da cabida al léxico capitalista, es decir, utiliza conceptos de esta sociedad para expresar relaciones de la nueva sociedad autogestionaria fundada en el sistema de consejos.
Está claro que no se trata de un cambio menor que cualquier organización o institución sea capaz de realizar. Se trata de un cambio global en el modo de producción. Los trabajadores han encontrado, o más bien creado, la organización necesaria para llevar a cabo esta tarea: los consejos obreros. Éstos se basan en la organización por centros de trabajo, el lugar “natura”» del trabajador.
En las fábricas y talleres más pequeños, donde el número de trabajadores es lo suficientemente reducido como para permitir la celebración de asambleas en las que puedan participar todos los trabajadores, éste es el método adecuado para la toma de decisiones. Sin embargo, en las grandes empresas, donde el número de trabajadores es excesivamente grande, las decisiones y discusiones celebradas en asambleas empobrecerían el debate o incluso lo harían imposible. Por lo tanto, se hace necesario crear un consejo. Éste reunirá a los representantes de los trabajadores de las distintas secciones de la fábrica. El consejo es la organización natural desde la que se tomarán todas las decisiones. Un consejo no es una organización separada del grupo de trabajadores de una fábrica determinada; es simplemente la expresión consciente y organizada de los trabajadores de la empresa en cuestión.
“Cuando un ser humano tiene que hacer un trabajo, primero debe concebirlo mentalmente, debe tener un plan o proyecto más o menos claro. Esto es lo que distingue las acciones humanas de los actos puramente instintivos de los animales” (PANNEKOEK, 1977, p. 43). Sin embargo, en una fábrica organizada según los principios capitalistas, a quienes realizan las actividades se les concede el derecho de concebir o planificar la actividad. La jerarquía dentro de la empresa es una clara prueba de ello. En una sociedad autogestionada, en la que los productores son los dueños de la producción, es decir, desarrollan el trabajo en función de intereses y objetivos establecidos por ellos mismos, la división entre concepción y ejecución del proceso de trabajo desaparece. Así pues, los consejos no son un poder sobre los trabajadores, como los jefes, los partidos, los sindicatos o el Estado. Al contrario, son la expresión viva en la que se manifiestan la autonomía, la creatividad y la espontaneidad de los trabajadores. “Todos los miembros del personal participarán por igual en el trabajo de esta organización en la fábrica, en la ejecución diaria y en la regulación general” (PANNEKOEK, 1977, p. 48).
Esta organización que regula y estructura el trabajo dentro de una empresa determinada es el principio según el cual se estructurará la sociedad en su conjunto. La organización social de las compañías en el capitalismo sigue la misma lógica y los mismos principios que la organización del trabajo dentro de una misma compañía. El director general dentro de la compañía corresponde al jefe del Estado en la organización social general, en la sociedad.
Los principios de la clase obrera son contrarios en todos los aspectos. La organización de la producción por los trabajadores se basa en la libre cooperación. Ni amos ni esclavos. El mismo principio preside la integración de todas las empresas en una organización social unificada. También corresponde a los trabajadores construir el mecanismo social correspondiente (PANNEKOEK, 1977, p. 51).
La jerarquía, la tiranía, la competencia, etc. sirven para producir y reproducir el capital. Estos principios organizan el lugar de trabajo y la sociedad capitalista en su conjunto. La cooperación, la solidaridad y la búsqueda de la satisfacción de las necesidades vitales de los seres humanos son los principios y fuerzas éticas que guiarán una sociedad autogestionada. Así, si la autogestión es la norma según la cual se producen los bienes materiales necesarios para la humanidad, la forma en que se regula esta producción debe obedecer también a estos principios, generalizándolos a toda la sociedad.
Así, se establecerá todo un sistema de organización social basado o que tenga como principio los consejos. Este sistema de consejos establecerá la forma de autogobierno de la sociedad futura. “Los consejos ‘obreros’ son la forma de autogobierno que sustituirá, en el futuro, a las formas de gobierno del mundo antiguo” (PANNEKOEK, 1977, p. 78).
Comparemos el parlamento con el Sistema de Consejos. El primero se basa en la separación entre “regulación general” y “producción” propiamente dicha. En otras palabras, en el capitalismo, la política es cosa de un pequeño número de expertos (políticos profesionales), mientras que la producción es cosa de la mayoría ignorante de la población. En el Sistema de Consejos, por el contrario, existe una fusión entre “regulación general” y “producción”. Los consejos no son algo separado del grupo de productores; al contrario, son la expresión más genuina del sentimiento general de la clase obrera. Pero los miembros de los consejos tampoco son meros recaderos; toman parte en las decisiones que prevalecen; son los que mejor representan al grupo obrero al que están vinculados. En el Sistema de Consejos no hay separación entre política y economía. Esta separación es el fundamento del sistema parlamentario.
De esta manera,
En la organización de los Consejos, la democracia política desaparece porque desaparece la propia política, dejando espacio a la economía socializada. La vida y el trabajo de los Consejos, formados y constituidos por los trabajadores, órganos de su cooperación, consisten en la gestión práctica de la sociedad, guiada por el conocimiento, el estudio permanente y la atención constante (PANNEKOEK, 1977, p. 83).
El sistema de consejos se presenta como una forma práctica, creada históricamente por los trabajadores, que acabará con la división de clases y, por tanto, con la división social del trabajo. Las actividades no productivas (salud, educación, artes, ciencias, etc.) también deben someterse a los mismos principios de autoorganización. En otras palabras, los que están directamente implicados en estas actividades deben ser ellos mismos los organizadores y ejecutores de las mismas.
Concluye así,
De este modo, la organización de los Consejos teje en la sociedad una red de comunidades diversificadas, que trabajan en colaboración y regulan su vida y su progreso según su libre iniciativa. Y todo lo que se discuta y decida en los Consejos extraerá su verdadero poder del entendimiento, la voluntad y la acción de la Humanidad trabajadora (PANNEKOEK, 1977, p. 86).
El proceso de destrucción del capitalismo es simultáneamente el proceso de construcción de la autogestión social. Para que la nueva sociedad se desarrolle, es necesario un nuevo ser humano. Este nuevo ser humano se construirá a medida que se destruyan gradualmente los males del capitalismo. Esto sólo será posible a medida que los trabajadores tomen el control de la sociedad en su conjunto, inicialmente dominando su proceso de trabajo y después todos los demás servicios y actividades humanas.
La aplicación de la ciencia al desarrollo técnico y de éste al proceso de producción es, en el capitalismo, el resultado de un proceso insano de competencia entre compañías capitalistas y en el que los trabajadores en su conjunto son completamente ajenos. En el Sistema de Consejos, el desarrollo científico y técnico está subordinado a la satisfacción de las necesidades humanas. La belleza del trabajo a desarrollar se manifiesta en la belleza de los productos elaborados.
Para este fin, será necesario que las ciencias naturales dejen de ser monopolio de unos pocos individuos y pasen a formar parte del conjunto de conocimientos que constituyen la conciencia de los trabajadores. Para que éstos puedan tomar las decisiones correctas en sus Consejos y asambleas, necesitarán un conocimiento profundo de las fuerzas de la naturaleza y de los procedimientos técnicos de producción. La ciencia dejará de ser un privilegio y se socializará.
Lo mismo ocurre con las ciencias humanas. Aún no han podido alcanzar su pleno desarrollo porque los supuestos en los que se basan son erróneos: el individuo, la conexión mecánica entre los individuos, las antinomias[4] , etc. Una verdadera ciencia de la sociedad debe producir los conocimientos necesarios para que los seres humanos se conozcan a sí mismos, los mecanismos sociales, etc., que les ayudan en la toma de decisiones. El pensamiento dogmático, mítico y religioso será sustituido por una conciencia teórica del mundo.
El proceso educativo, por tanto, estará sujeto a profundas transformaciones. Desde la infancia hasta la vejez, el ser humano debe encontrar instituciones que le permitan superarse constantemente y profundizar sus conocimientos sobre la naturaleza, la tecnología, el ser humano y la sociedad.
Esta educación cuidadosa de la nueva generación, tanto teórica como práctica, y orientada tanto hacia las ciencias naturales como hacia la conciencia social, será un elemento esencial del nuevo sistema productivo. Sólo de esta manera se asegurará un desarrollo armonioso de la vida social. Y de esta manera el sistema productivo también se desarrollará en formas progresivamente mejores. Mediante el dominio teórico de las ciencias naturales y sociales, y mediante su aplicación práctica en el trabajo y en la vida, los trabajadores harán de la Tierra la morada plena de una humanidad libre (PANNEKOEK, 1977, p. 93/94).
Pero todo esto no ocurrirá de golpe, como un acto único y repentino, ni será unánime y sin resistencia. Los trabajadores, defendiendo sus intereses privados, que son al mismo tiempo los intereses generales de toda la humanidad, encontrarán muchos oponentes y defensores acérrimos de esta sociedad. Por lo tanto, tendrán que controlar sus propias luchas.
La autogestión de las luchas como condición de la autogestión social
Las clases dominantes, es decir, la burguesía, la burocracia, la intelectualidad, etc., nunca se cansan de afirmar la incompetencia, la incapacidad y la ignorancia de los trabajadores. Esto tiene una razón de ser, no es algo gratuito ni carente de finalidad. En todas las sociedades de clases, las clases dominantes afirman y reafirman la inferioridad de las clases explotadas. Para que éstas sigan siendo explotadas, deben creerse verdaderamente incapaces, inferiores e ignorantes.
Una condición para que los trabajadores conquisten verdaderamente su libertad es su autoactividad como clase para sí mismos. Ninguna otra clase tiene interés en que esto ocurra. La clase dominante (burguesía), las clases auxiliares de la burguesía (burocracia e intelectualidad) y otras clases superiores (terratenientes, por ejemplo) insisten con todo el poder que tienen en la incapacidad de los trabajadores. Los trabajadores, a su vez, deben, con todas las armas a su disposición, demostrar su capacidad de autoorganización.
Pannekoek (1977) es enfático en este tema. Tanto los partidos como los sindicatos, independientemente de su orientación, representan en realidad intereses que no son los de la clase obrera. Según el análisis de Pannekoek, estas organizaciones representan una expresión del “viejo movimiento obrero”. Este movimiento no era aún capaz de actuar por sí solo. Los sindicatos son el tipo de organización que necesita un proletariado disperso, incipiente, que vive en condiciones abyectas, las del comienzo de la producción capitalista.
En ese momento, la codicia capitalista no encontró resistencia para la satisfacción de sus intereses. El proletariado fue brutalmente degradado, explotado hasta el punto de que ya no era capaz de reproducirse como trabajador perdido en el hambre, en condiciones de vida terribles, en largas jornadas de trabajo. El sindicato fue creado como una forma para que los trabajadores pusieran un cierto freno al ritmo de la explotación capitalista. Y el sindicato lo hizo con cierta eficacia. Con la transición del pequeño al gran capital, es decir, del capitalismo “libremente competitivo” a los oligopolios, también evolucionaron los sindicatos. Pasaron de ser pequeñas organizaciones obreras a enormes instituciones burocráticas, a las que Pannekoek (1977) llama “parlamentos obreros”, porque tenían todas las características que definen a un parlamento: burocracia independiente con intereses propios, disputas electorales por el poder, competencia entre facciones políticas, transformación de los miembros en votantes, etc. Con el desarrollo del capitalismo, los sindicatos se convirtieron en instituciones totalmente capituladas. Esto quiere decir que ya no representan los intereses de los trabajadores, ni siquiera cuando convocan huelgas, inician campañas salariales, etc. Según Pannekoek (1977), los sindicatos son la organización que negocia el valor de la fuerza de trabajo, estableciendo, junto con los empresarios y el Estado, las condiciones mínimas de vida de los trabajadores para que puedan seguir siendo vendedores de su fuerza de trabajo.
Lo que se ha dicho sobre los sindicatos también se aplica a los partidos políticos. Estos se desarrollaron en un momento de decadencia de la lucha obrera, alrededor de los años 1870 y 1880. El primer partido importante que se reivindicó como representante de los trabajadores fue el Partido Socialdemócrata Alemán. Surgió de la fusión entre lassalleanos y “marxistas”[5] y se convirtió en uno de los partidos más grandes de toda Europa, especialmente en Alemania. Los partidos políticos[6] surgieron, pues, como una organización burocrática, una institución más que pretendía someter a la clase obrera en su conjunto. Tras los acontecimientos de 1917 y la creación del Partido Comunista Ruso, se desarrolló una nueva corriente de partidos, los partidos leninistas o bolcheviques. Con el desarrollo de la Unión Soviética, este tipo de partidos fue el que más creció en todo el mundo.
¿Qué les queda a los trabajadores, si quienes dicen representarlos son en realidad instituciones típicamente capitalistas? La autogestión social no se construye reproduciendo la burocracia, la sumisión y la explotación. Sólo los trabajadores, actuando por sí mismos, pueden crear las condiciones para su emancipación. Pannekoek (1977) llama a este proceso “acción directa”. Comienza a desarrollarse desde el momento en que los trabajadores actúan independientemente de los sindicatos, iniciando las llamadas “huelgas salvajes”. “Una huelga salvaje (ilegal o no oficial) es una huelga en oposición a las huelgas decididas por los sindicatos de conformidad con los reglamentos y las leyes” (PANNEKOEK, 1977, p. 103). Estas huelgas salvajes son el embrión del espíritu de autonomía necesario para la lucha revolucionaria del proletariado. Así, podemos decir que la acción directa significa que los trabajadores: “(…) tendrán el control completo de su propia lucha” (PANNEKOEK, 1977, p. 104).
Estas huelgas pueden evolucionar hasta convertirse en “huelgas de ocupación de fábricas”, es decir, aquellas en las que los trabajadores, cuando dejan de trabajar, en lugar de dispersarse por las calles y sus casas, ocupan las fábricas en las que trabajan. Los empresarios y los abogados argumentan que esto es una expropiación y, por tanto, ilegal, ya que quita a los propietarios el certificado de propiedad, el derecho a utilizar la fábrica como sus derechos de propiedad les permiten. Aunque este argumento puede ser cierto desde un punto de vista jurídico, lo cierto es que en la práctica los trabajadores suelen utilizar este método de lucha, argumentando que en realidad no están expropiando, sino simplemente suprimiendo temporalmente el derecho a la propiedad. Las huelgas de ocupación son importantes para la conciencia de la lucha para demostrar que, de hecho, “(…) las fábricas pertenecen a los trabajadores, juntas forman una unidad armoniosa y que la lucha por la libertad se llevará a cabo hasta el final en y a través de las fábricas” (PANNEKOEK, 1977, p. 113).
Pannekoek (1977) asocia la crisis económica del capitalismo con el auge de las luchas obreras. Cada período de prosperidad en la producción capitalista corresponde a un declive del espíritu revolucionario. Por el contrario, cuando el capitalismo da señales de dificultad, las revueltas y las revoluciones suponen una amenaza para el orden existente. Como toda clase en ascenso que aspira a un nuevo modo de producción, el proletariado también crea sus propias características. A diferencia de las revoluciones pasadas, la esencia y el propósito de la revolución proletaria es la eliminación de las clases sociales. Esto se puede inferir analizando los sentimientos, prácticas, etc. que se desarrollan en momentos de ascenso de la lucha proletaria.
Pannekoek considera que: “para los trabajadores, el fuerte sentimiento comunitario que surge de su lucha por el Poder y la Libertad es al mismo tiempo la base de la nueva sociedad” (PANNEKOEK, 1977, p. 137). En otras palabras, existe una correspondencia completa entre medios y fines. Los trabajadores saben que no pueden luchar individualmente, por eso se asocian, crean comités de huelga, que pueden convertirse en consejos, desarrollan relaciones igualitarias en las organizaciones que crean, etc. Así, al ser una necesidad luchar contra el capital, la organización y la solidaridad se convierten en la naturaleza misma de la sociedad que se quiere crear.
Naturalmente, el proletariado no desarrollará tal conciencia permaneciendo en la ignorancia que le impone el capitalismo. La revolución proletaria es ante todo una “revolución del espíritu” (PANNEKOEK, 1977). Pero este avance de la conciencia no es el resultado de más años de escuela, más horas escuchando la radio o viendo la televisión, no resulta de leer periódicos producidos por la prensa burguesa, etc. Todos estos medios están adaptados a la reproducción de la ideología capitalista. La verdadera y única manera para que el proletariado haga avanzar su conciencia es a través de la autoeducación.
Para entender mejor lo que esto significa, veamos cómo Pannekoek aborda la cuestión:
La acción estalla espontáneamente, impuesta por el capitalismo a los trabajadores que no la quieren. No es tanto el resultado como el punto de partida de su desarrollo espiritual. Una vez comenzada la lucha, los trabajadores deben seguir atacando y defendiéndose; deben utilizar sus fuerzas al máximo (…). Comienza un período de intensos esfuerzos intelectuales (PANNEKOEK, 1977, p. 140).
Es la propia dinámica del capital la que impulsa al proletariado a moverse. Sin embargo, esto no significa ninguna pasividad, porque este es solo el punto de partida, todo lo demás está aún por construir y depende solo de la autoactividad de la clase. Así, a medida que se desarrolla la lucha, la conciencia del proletariado también evoluciona hacia puntos de vista cada vez más radicales. Es la conciencia de sí mismo como clase la que permitirá al proletariado destruir el capitalismo y construir su libertad. “La autoemancipación de las masas trabajadoras presupone la emancipación del pensamiento, la autoeducación” (PANNEKOEK, 1977, p. 141). La autoeducación es, por tanto, el proceso mediante el cual los trabajadores en el proceso de lucha se educan a sí mismos y aprenden a aprender a luchar en el proceso mismo de la lucha.
Así pues, el proletariado debe luchar de forma autónoma. Esto significa superar sus burocracias sindicales y partidarias. Ganará autonomía en la medida en que se esfuerce por defender sus propios intereses, tanto inmediatos (salarios, mejores condiciones de trabajo, etc.) como a largo plazo (destrucción del poder capitalista en el lugar de trabajo, destrucción del Estado, generalización del sistema de consejos, etc.). Esta lucha implicará una intensa actividad intelectual, ya que la revolución proletaria debe ser ante todo una “revolución del espíritu”, como afirma Pannekoek (1977). Finalmente, podemos decir que la generalización del sistema de consejos o la instauración de la Autogestión Social es el resultado de toda una época de lucha entre la clase capitalista y el proletariado, cuyo resultado, si es positivo, se resuelve del lado de este último. La construcción de esta nueva sociedad es simultáneamente la construcción de un nuevo ser humano, que es, en última instancia, el gran objetivo de la revolución obrera.
Consideraciones finales: Método dialéctico y Utopía concreta en Los consejos obreros
Es necesaria una última palabra sobre el método. Pannekoek (1977) no construye todo este marco teórico recurriendo a abstracciones metafísicas, es decir, sin correspondencia con la realidad. No lo hace al estilo de los filósofos, es decir, recurriendo al método especulativo, según el cual las teorías se elaboran recurriendo a especulaciones mentales. El edificio teórico que construyó no es producto de una conciencia que se pierde en ensoñaciones idealistas.
Por otra parte, no es producto de una mera descripción de datos empíricos que se pueden observar experimentalmente, como es la moda en la ciencia. El método científico exige, por excelencia, la descripción empírica y el análisis. Esto implica que sólo aquello a lo que se puede acceder a través de la experiencia constituye el objeto del análisis científico. De esta manera, la ciencia logra describir y analizar aquello que se presenta directamente a la conciencia, o mejor dicho, la conciencia se limita a aquello que se le presenta directamente, principalmente a través de los sentidos. El espíritu científico es incapaz de pensar, explicar, analizar lo completamente nuevo, de comprender o incluso concebir lo aún no existente. En definitiva, de comprender la realidad como una totalidad, que está plagada de procesos de tendencia.
El problema del método se plantea entonces de la siguiente manera: ¿Cómo podemos analizar la realidad sin perdernos en especulaciones abstractas o sin resignarnos a la mera descripción y análisis de lo que meramente existe? Este es uno de los puntos fundamentales en los que el marxismo supera tanto la especulación filosófica (idealismo) como el análisis empírico (materialismo mecanicista o vulgar, según la expresión de Marx). Lo Concreto es precisamente el concepto que permite analizar mejor la realidad, ya que es su expresión. Lo Concreto, según Marx, es la “síntesis de múltiples determinaciones”, lo que significa que no es conveniente utilizar la idea de causalidad para explicarlo, ya que esta se refiere a una única causa para los fenómenos, lo que invariablemente conduce al determinismo (ambiental, tecnológico, sociológico, biológico, etc.).
Todo fenómeno es, pues, el resultado de un complejo de procesos que se determinan entre sí. Para comprender y explicar la realidad es necesario reconstruir este Concreto en el pensamiento, ya que la realidad social no es susceptible de experimentación. Marx llama a este recurso heurístico abstracción. Así, se parte de lo concreto-dado, es decir, de lo que aparece inmediatamente en la experiencia, y se lo reconstituye en el pensamiento, encontrando así las determinaciones que lo explican, produciendo lo concreto-pensado. El punto de partida y el punto final de la investigación es lo Concreto, pero al principio es dado (inexplicado) y al final es pensado (explicado).
Debería notarse que lo Concreto y lo empírico no deben confundirse. Este último es el producto de la descripción y análisis de datos accesibles a la experiencia. Por el contrario, lo Concreto es el resultado de la elaboración conceptual de los elementos y procesos que constituyen la realidad social. Lo empírico se resigna a expresar sólo algunos elementos de la realidad de manera muy parcial. Lo Concreto, a su vez, permite articular en un todo conceptual amplio los procesos que explican la vida social en su conjunto.
Además de la abstracción, la categoría de totalidad también forma parte del ámbito del materialismo histórico-dialéctico. Así, al abstraer la realidad, es decir, elaborarla conceptualmente en el pensamiento desde una perspectiva totalizadora en la que la realidad es vista como un conjunto de procesos que se determinan mutuamente, el método dialéctico va más allá del análisis empírico, ya que no aísla aspectos de la realidad. Además, el materialismo histórico-dialéctico no es sólo un análisis frío, neutral y desinteresado de la realidad, ya que esto es imposible; es sobre todo una teoría revolucionaria, es decir, pretende contribuir al proceso de transformación social.
Esto implica que el método dialéctico requiere la perspectiva del proletariado. El materialismo histórico-dialéctico es un análisis de la tendencia, ya que la revolución proletaria es una tendencia que existe en la sociedad capitalista. Como la tendencia es algo que constituye la realidad, también debe componer las posibilidades de análisis de la realidad, de lo contrario se corre el riesgo de no comprender nada. Así, se ve claramente que la utopía concreta requiere del materialismo histórico-dialéctico y ésta es la condición necesaria para su elaboración.[7]
Referencias.
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Notas.
[1] Ver: Council Communism (MAIA, 2008).
[2] 2 Jensen (2001) analiza el desarrollo de la lucha obrera de la siguiente manera. Históricamente, la lucha obrera pasa por las siguientes etapas: espontánea, autónoma y autogestionada. Las luchas espontáneas son las que se dan en el día a día de la vida del capitalismo; son luchas cotidianas expresadas en desinterés por el trabajo, ausentismo, sabotajes, etc. Es una lucha que no se expresa colectivamente, ni es autoconsciente. La segunda etapa ya está marcada por un cierto grado de organización; los trabajadores ya han superado sus burocracias sindicales y partidarias; ya se están produciendo huelgas; ya aparecen panfletos y piquetes, etc. Sin embargo, en esta etapa, la lucha aún no ha adquirido un carácter revolucionario, ya que se mantiene en el nivel de reivindicaciones planteadas por el capitalismo, como mejores salarios, mejores condiciones de trabajo, reivindicaciones de vivienda, tierra, etc. La tercera etapa es aquella en la que la lucha ha adquirido una intencionalidad conscientemente revolucionaria; Es decir, además de negar el capitalismo, ya se están afirmando los supuestos de la sociedad futura. En otras palabras, la etapa de autogestión requiere una conciencia revolucionaria. De hecho, hasta el día de hoy, la forma que históricamente ha encontrado la clase obrera en su conjunto para expresar su conciencia y práctica revolucionarias han sido los consejos obreros.
[3] Para una discusión sobre el concepto de formas de regularización, véase Viana (2007).
[4] Para una crítica de las ciencias (humanas y naturales), teniendo en cuenta la división social del trabajo y cómo éstas expresan el punto de vista burgués, véase el estudio clásico de Lukács (2003), Historia y conciencia de clase.
[5] Este partido, así como estos marxistas, fueron criticados por Marx (2002).
[6] Para una discusión sobre el concepto, la historia y la función de los partidos políticos, véase Viana (2003), Pannekoek (1977, 1975) entre muchos otros.
[7] Para una discusión en profundidad del materialismo histórico-dialéctico, véase Marx (1982, 1985, s.f.), Korsch (1977), Viana (2001, 2007), Bloch (2005, 2006), Pannekoek (2004), etc.