Utopatías como porvenires de una persistencia revolucionaria: La enfermedad como crisis y apertura.
Por Amapola Fuentes.
Como trabaja Susan Sontag en su texto “La enfermedad y sus metáforas”, las enfermedades, desde una perspectiva histórica, han tenido una fuerte carga a la hora de definir modos de habitar de las subjetividades que “padecen” o que transitan por la experiencia de una enfermedad – a la que, muchas veces olvidamos, todxs estamos expuestxs en tanto seres orgánicos. Esta definición del modo de habitar enfermedades construyó una serie de imaginarios que, de cierta forma, terminaron siendo una carga crónica mucho más potente y negativa que las enfermedades mismas. Los prejuicios e imaginarios que comenzaron a operar y atravesar a los cuerpos enfermos impusieron regímenes de vida basados en el suplicio, el confinamiento, e incluso, de tener que cumplir patrones y estereotipos correspondientes a lo que cada época construyó y definió como “su enfermedad” (en su momento con la tuberculosis, y luego con el VIH). Se hizo hasta una caricaturización de lo que es un cuerpo enfermo, generando el espacio a una nueva narrativa puesta encima de estos cuerpos, que ya cargan no sólo con el peso de una condición biológica/psíquica – con todas las implicancias físicas, emocionales y mentales que esto conlleva-, sino con un estereotipo histórico, un prejuicio, y un imaginario social y cultural al que tenían que responder. Cargar con una situación de corporalidad “disfuncional” para lo que significa un cuerpo sano o “normal” en términos de producción y de imaginarios, significa también el cargar con una impronta política y productiva multidimensional que se impone con la narrativa de los modos de estar-en-enfermedad. “Se atribuye invariablemente la enfermedad a la resignación. Los relatos muestran siempre cómo, a medida que la enfermedad progresa, uno se va resignando”.[1]
Se convierte la condición de enfermedad en una frontera que determina socialmente cuánto puede un cuerpo y cuánto DEBE, a la vez que pone un límite, en casos como las enfermedades virales, a los espacios, generando también una forma de régimen sanitario en torno a lo viral y a las metáforas y narrativas que se producen.
“El contacto con quien sufre una enfermedad supuestamente misteriosa tiene inevitablemente algo de infracción; o peor, algo de violación de un tabú. Los nombres mismos de estas enfermedades tienen algo así como un poder mágico.”[2]
Se construyen tantos registros simbólicos de lo que es una enfermedad, que terminan convirtiéndose en un fantasma de la época, que instaura no sólo un temor individual, sino un régimen sanitario de control – tenemos la experiencia sumamente cercana del contexto pandémico que atravesamos mundialmente a causa del covid-19, en el cual pudimos ver directamente lo que muchos textos sobre biopolítica nos hablaron: lo útil que resulta una enfermedad para someter, administrar y ordenar sociedades enteras a partir del miedo a la enfermedad, el sufrimiento y la muerte.
“El gesto de querer mantener “limpio” y “sano” el entorno, eliminando el moridero, responde a un gesto de exclusión de lo indeseado con fines de mantener un espacio que es percibido como intacto.”[3]
Esa carga sobre el cuerpo, como condena biológica y social, es doble límite, desde lo ya mencionado, hacia lo condenatorio que vuelve al cuerpo enfermo. El mismo imaginario de una enfermedad genera que nos definamos/leamos/limitemos desde el lugar de cuerpo enfermo en espera de una cura es otra carga más. La figura de “paciente” juega tanto con quien recibe tratamiento, como con quien está condenadx a esperar – en la lista de trasplantes, en la atención médica, en la sala de urgencias, en la apertura de las agendas. Se incepciona el límite mental dentro de las personas en situación de enfermedad a causa de toda esta construcción histórica, narrativas, imaginarios, produciendo el límite que muchas veces es más incapacitante que la enfermedad misma, así como los límites sociales, sanitarios, o de la Sociedad construida desde el imaginario del cuerpo sano y productivo y que también repercuten de manera negativa.
“La sociedad actual es denominada como “sociedad de control y éste se ejerce fluidamente en espacios abiertos, en forma desterritorializada, mediante los psico-fármacos, el consumo televisivo, el marketing, el endeudamiento privado, el consumo, entre otras modalidades. Lo esencial en ellas son las cifras fluctuantes e intercambiables como las que muestran el valor de una moneda en las otras, (…) las fábricas son reemplazadas por las empresas, que son formaciones dúctiles y cambiantes, las máquinas simples por sistemas computariza dos de producción y control. La in-dividualidad es sustituida por “divuales” externos, informatizados e informatizables, que se desplazan en un espacio virtual.”[4]
En el capitalismo mundial integrado, el cuerpo es comprendido como un cuerpo-especie, cuerpo-máquina, un objeto con condición de mercancía cuyo bien más preciado es su fuerza de trabajo para poder mantener un ritmo de nivel de producción en las empresas. Los sujetos son cifras, y su condición para ser una cifra que forma parte de las políticas de cuidado es formar parte del sector funcional de la sociedad: la enfermedad desde el capitalismo, con sus exigencias, es incapacitante, deshumanizante, impide poder seguir en el ritmo de vida del trabajo asalariado, de trabajar para sobrevivir. Es la muerte doblemente condenatoria. Es ahí donde la medicina aparece desde otro lugar, operando como una configuración adoctrinante que se sustenta a sí misma moralmente desde el discurso del cuerpo sano, en desprecio del cuerpo doblemente condenado. “La mirada médica no se limita a intervenir en lo orgánico, sino que se extiende al régimen de vida del sujeto atendido”.[5]
¿Qué se puede pensar del cuerpo cuando existen tantas fronteras que se imponen para instaurar regímenes de modos de habitar en pos de la producción? ¿Se puede pensar en un porvenir para el cuerpo dentro de un discurso médico que no se corresponda con los relatos sanitarios dominantes?
“La conciencia del futuro es un hábito mental, y una corrupción intelectual, tan específica del siglo XX como la conciencia histórica que, como lo señaló Nietzsche, transformó el pensamiento del siglo XIX. Ser capaz de estimar cómo se desenvolverán las cosas en el futuro es un subproducto inevitable de una comprensión más sofisticada (cuantificable, probable) de los procesos, tanto sociales como científicos. La capacidad de proyectar los acontecimientos hacia el futuro con cierta precisión ha ampliado el contenido del poder, porque se convirtió en una vasta fuente de instrucciones sobre cómo proceder con el presente. Pero, en realidad, la mirada al futuro, que antaño estaba vinculada a una representación lineal del progreso, con los nuevos conocimientos de que disponemos, jamás soñados, se ha convertido en la visión de un desastre.”[6]
La estandarización de las ciencias – y de la vida-, la imposición de los estudios cuantitativos, la reducción de la sociedad a cifras, de la mano con la iconografía de las enfermedades, termina de instaurar la sociedad de control disciplinario, enfocada en la administración y distribución de los cuerpos, construyendo nuevos regímenes y espacios de inclusión diferencial a los cuerpos pa(de)cientes. “Solamente se pretende gestionar su agonía y mantener a la gente ocupada mientras se instalan esas nuevas fuerzas que están llamado a nuestras puertas. Se trata de las sociedades de control, que están sustituyendo a las disciplinarias. “Control” es el nombre propuesto por Burroughs para designar al nuevo monstruo que Foucault reconoció como nuestro futuro inmediato.”[7]
Ahora bien, sobre el proceso de medicalización de la vida, Perlongher agregaría: “Como parte de un programa global de “medicalización” de la vida -que, en última instancia, sería en sí misma una “enfermedad” – la medicina confisca y se apropia de la muerte, proveyendo respuestas _tecnocráticas a miedos ancestrales y vendiendo sutilmente cierta ilusión de inmortalidad. La institución médica se coloca, así en situación de legitimar su jurisdicción moral, ello es, la potestad de establecer, en nombre de la salud, las reglas de la existencia. Ya se sienten en lo cotidiano las consecuencias de esa paulatina medicalización.”[8]
Como podemos ver, hay un serio interés histórico, económico y político en la intencionalidad de instaurar regímenes de control a partir de los fantasmas y estigmas de las enfermedades y de la muerte. Regímenes de control psico-farmacológicos, de medicalización de la vida, y de control social. Estrategias de biopoder para poder generar dispositivos de vigilancia operando bajo pretexto de las políticas del cuidado; poder generar fronteras, separaciones y límites, cordones sanitarios, a una ciudad que está siendo administrada con fines de preservar su orden y su utilidad. Porque eso es un cuerpo para el capitalismo: utilidad. Y, por lo mismo… ¿podría pensarse un cuerpo que no responde a las exigencias del sistema como un espacio de subversión? ¿Una disrupción de la frontera? ¿Un exceder el relato del cuerpo-máquina?
Un grupo organizado de Alemania cuyas siglas eran SPK (Sozialistisches Patientenkollektiv) planteaba un discurso en relación a capitalismo y enfermedad, dado que tenían una tendencia de izquierda socialista radical.
Para ponerles en contexto, necesitamos explicarles sobre el origen histórico de SPK, y el posicionamiento que tienen respecto al capitalismo, la enfermedad, y las potencias de la enfermedad que estudian y practican, para poder levantar la premisa de “hacer de la enfermedad un arma”, alejándose mil pasos de los estigmas sociales que giran en torno al cuerpo enfermo como cuerpo débil. Por el contrario, para sus autores, la enfermedad es resultado de distintas condiciones económicas, políticas y sociales y, por ende, es la visibilización, la materialización, de un determinado régimen en el que hemos sido cosificados como simple mercancía, pero al mismo tiempo, la enfermedad es la protesta contra esa cosificación y contra ese régimen.
El SPK (Sozialistisches Patientenkollektiv, en esp.: Colectivo Socialista de Pacientes), es un grupo que sigue desarrollándose como colectivo de pacientes y comenzó ya desde la mitad de los años 60 del último siglo en la Policlínica de la Clínica Psiquiátrica de la Universidad de Heidelberg, en Alemania. Se manifestó – después del despido sin previo aviso de “su” médico, Huber W.D. Dr.med., y de la prohibición para los pacientes de entrar en los locales de la Psiquiatría Universitaria – por primera vez en público en la primavera del año 1970. El SPK nunca dejó de existir hasta hoy y sigue desarrollándose progresivamente en el Frente de Pacientes como SPK/PF(H) (PF = Patientenfront, en esp.: frente de pacientes). Mientras tanto, existen también otros colectivos SPK/PF EMF (EMF en esp.: Expansionismo Multifocal, según el principio de expansión del colectivo) en otros países del mundo y desde hace casi 20 años también en Sudamérica. Su texto de agitación “SPK – Hacer de la enfermedad un arma” con un prólogo de Jean-Paul Sartre se publicó por primera vez en el año 1972 y está traducido a las más importantes lenguas del mundo, entre otras también al español. Recientemente, en julio de 2024, fue publicado en Sao Paulo (Brasil) una edición brasileña.
Este colectivo plantea un discurso que deviene en práctica revolucionaria en relación al capitalismo y la enfermedad, planteando un vínculo trascendental que no niega la existencia como tal de las enfermedades en un sentido biológico, sino que apunta a que el modo de reproducción social instalado por el capitalismo, junto con las distintas exigencias del mismo que se imponen desde las alienaciones, son una enfermedad en sí. Así mismo, denuncian que el interés de las comunidades médicas tradicionales se enfoca en “sanar” la enfermedad para que el paciente vuelva a ser insertado en las esferas del trabajo, cayendo en dispositivos de individuación que son propios de la alienación capitalista. A los médicos no les interesa que la enfermedad haga padecer, les interesa poder habilitar nuevamente el espacio a la extracción de tu fuerza de trabajo, y que puedas retomar los quehaceres funcionales que se esperan de la humanidad en el capitalismo. Porque, en caso contrario, pasarías a ser parte de la humanidad residual: esa que ya no puede ser absorbida dentro de la maquinaria biopolítica (= tanatopolítica) del hacer vivir mediante la medicalización de la vida, sino que tiene que ser arrojada al olvido y la muerte.
Los Pacientes del Frente se posicionan fuertemente en confrontación contra la medicina, contra los médicos, las comunidades científicas hegemónicas con sus discursos totalizantes, y sus correligionarios como enemigos de la clase de pacientes, y pacientes somos, en palabras del colectivo, todos en este sistema capitalista destructivo.
En su texto de agitación “SPK – Hacer de la enfermedad un arma” podemos encontrar algunos de estos extractos, que se encuentran en los capítulos que rescatamos para este compilado:
“4) La enfermedad es la única forma bajo la cual la “vida” es posible en el capitalismo.
5) La enfermedad y el capitalismo son idénticos: La extensión y la intensidad de la enfermedad aumentan a medida que se acumula capital muerto – una acumulación que corre pareja con la destrucción del trabajo humano, así llamada destrucción del capital.
6) Las relaciones capitalistas de producción implican la transformación
del trabajo en materia muerta (mercancía, capital). La enfermedad es la expresión de este proceso que se extiende más y más.”[9]
Conociendo ya el tipo de textos y autores que se suelen leer en este territorio respecto a esta intersección de temas, y dentro de las apreciaciones teóricas de esta editorial, en estrecha relación con lo que exponía Deleuze al respecto de la sociedad de control, pero llevando el esqueleto unificador de las enfermedades epocales a otro nivel: SPK lo equipara con el esqueleto económico de la sociedad para posicionarse a favor de la enfermedad como un arma, como una disonancia disruptiva con la corporalidad funcional que se espera desde los regímenes dominantes.
En palabras del SPK: La enfermedad como arma de cambio y conocimiento, en lugar de miedo a la enfermedad. Los pacientes de frente toman desde hace más de 50 años la enfermedad colectivamente en sus propias manos. En lugar de terapia, agitación recíproca, colectivización de la enfermedad. Nadie del colectivo toma la enfermedad de los demás por la enfermedad de los demás, sino por la enfermedad de todos.
“De esto se trata cuando uno se pregunta cómo estar a la altura del tiempo. SPK – Hacer de la enfermedad un arma, esto es una primera mirada a un futuro que queda por hacer, un futuro libre de (Endlösungs-) nombres, gobernadores, fábricas de salud, etcétera. Nosotros lo llamamos Utopatía.
Ha muerto el occidente,
la enfermedad sigue haciendo frente.”[10]
Cuando observamos la historia de las patologías desde el prisma biopolítico (= tanatopolítico), no es difícil reconocer los hilos conductores hacia una historia de la patologización instrumental de parte de los regímenes de poder. Una serie de mecanismos, narrativas y herramientas que han sido construidas por la clase médica y sus partidarios para perpetuar un temor a la enfermedad, a la muerte, y recordar a la sociedad la condición de vulnerabilidad e indefensión natural ante la que nos encontramos, para así legitimar las estrategias de control biológico, sanitario y político que pueden imponerla situación, lo amerite y así asegurar no sólo “nuestro bienestar”, sino también asegurar la estabilidad de su modelo.
Por lo demás, así como SPK menciona en sus escritos, ¿de qué bienestar estamos hablando? Del bienestar de ser un cuerpo operativo, productivo para el Capital, dispuesto a que le expropien su fuerza de trabajo y su vida. No podemos olvidar que todas las políticas que gestionan la vida y permiten la muerte de manera indiferente tienen un límite: dejan de funcionar para preservar el bienestar cuando un cuerpo llega a la vejez. En el contexto de nuestro territorio, dominado por el estado de Chile, es un problema político sumamente latente, al respecto de la crisis de las pensiones por jubilación. El bienestar político es gestionado sólo para cuerpos que aún tienen fuerza de trabajo para ser extraída en beneficio de la industria de producción capitalista, por lo que, el imaginario de bienestar está totalmente secuestrado por la función utilitarista que el modelo ha impuesto sobre el cuerpo-especie.
La condición de enfermedad aparece como amenaza en muchos niveles – como miedo a sufrir, miedo a morir, miedo a ser inútil para el sistema y quedar al abandono-, pero, también aparece como disrupción de la idea de que el cuerpo humano es un molde, producción en serie para ser un engranaje.
La enfermedad nos saca dela “normalidad”, nos derrumba incluso la idea de una “normalidad” – entendiendo que donde hay normalidad, hay norma, y esas normas fueron instaladas por alguien bajo sus propios intereses -, nos pone en tensión, y pone en tensión todos los discursos médicos. Deja entrever las matrices de opresión y explotación que mantienen las prácticas médicas de sanitización y control. La enfermedad, más allá de los fantasmas siniestros y los simbolismos históricos, tiene una potencia política disruptiva inmensa por descubrir. Especialmente si la tomamos no desde el sentido de la enfermedad como suplicio, dentro de los paradigmas capacitistas y de rehabilitación que operan hoy en día, sino si, bajo los propios planteamientos del SPK, la tomamos como pathopráctica: una práctica política y revolucionaria que se deriva directamente de la experiencia de la enfermedad. Es una forma de lucha en la que nos apropiamos de la enfermedad, no como una condición a ser curada o eliminada según los cánones médicos tradicionales, sino como una fuerza productiva y subversiva en contra del sistema capitalista y médico.
La enfermedad, saliéndose de las visiones biológicas o del devenir-natural, es vista como un estado de alienación material que refleja las opresiones del sistema capitalista. En lugar de intentar «sanar» en términos convencionales, la pathopráctica invita a los pacientes a abrazar la enfermedad en tanto protesta y usarla como una forma de resistencia y acción contra el sistema, atacando las estructuras de poder que perpetúan la opresión y explotación de los cuerpos y las mentes, es decir, “devolver la enfermedad hacia donde proviene”.
La pathopráctica implica acciones de resistencia concretas que desafían la autoridad médica y capitalista, como la negación de seguir tratamientos que solo buscan devolver a la persona a la productividad capitalista, o la organización colectiva de pacientes para desmantelar la ideología de la salud impuesta. La enfermedad, en este sentido, se convierte en un espacio de lucha política, más que en una patología que debe ser erradicada.
Es por esto que surge el interés por recuperar y poner a circular estos fragmentos, en tiempos de tempestad y capacitismo, para alentar a la discusión sobre y la acción contra la normalización, el régimen médico, y el cuerpo exhausto. Cuerpos que sienten cansancio como huella de su persistencia, y de su necesidad de escapar de los estándares de normalización que son funcionales a un capitalismo expansivo que está desesperado por extraer mano de obra, a cambio de devorar nuestras vidas. Si la enfermedad es algo común a todo organismo vivo, ¿por qué obligarnos a someternos a un sinfín de píldoras, tratamientos y torturas quirúrgicas sólo para poder extender nuestros años de vida para trabajar y juntar una jubilación menos miserable?
¿Por qué no hablamos de que en ocasiones es el mismo régimen del Capital-trabajo el que nos genera depresión, ansiedad, alteraciones circadianas, úlceras estomacales, hipertensiones arteriales… etc, etc, etc? ¿Por qué no hablamos de un régimen que nos enferma y luego nos empastilla para poder hacernos trabajar enfermxs?
El capitalismo es la enfermedad.
No queremos ser productivos/as.
No queremos sanarnos.
Renegamos de nuestra condición de mercancías.
Contra la fluoxetina para madrugar y trabajar, por las horas de descanso que necesitemos para poder vivir.
Contra la sociedad individualista y egoísta de la competencia neoliberal.
Por la Utopatía de los cuidados y los afectos políticos y revolucionarios.
“Nosotros tenemos para la sociedad conforme a la enfermedad una expresión adecuada: Utopatía. Antes había preguntas sobre nuestros conceptos ya un poco inacostumbrados y quizá incómodos aquí y para ustedes, – utopatía: Esa sería algo así como una realidad nueva que hay que crear, entre nosotros ya realizada y cada vez de nuevo a realizar, mientras que persistan las condiciones iatrocapitalistas fuera. Otros reivindican: Utopía concreta, separada de la enfermedad. Y aquella debe existir en un tiempo cualquiera. Nosotros decimos: La Utopatía la puede usted producir ya aquí y hoy. Si parten ustedes como nosotros del hecho que están enfermos, entonces saben que ustedes dependen de los demás porque la enfermedad es un problema que puede ser resuelto solamente por todos juntos en común (volver enfermedades singulares en la especie del ser humano). Por tanto, le hace mucha falta a usted entenderse y arreglarse en común con los demás, solucionar los problemas en común porque si no ustedes van a palmar. Y eso es un medio segurísimo contra el que uno y otro se den la lata mutuamente, se enemisten, se rompa la comuna, la familia o la relación. Por consiguiente, tienen en la enfermedad y en el hecho que uno se apoye en la enfermedad, la certeza que puedan ser creadas relaciones de conexión entre seres como tú y yo, porque en la enfermedad está presente todo, porque en la enfermedad ustedes se percatan de que dependen de los demás existencialmente, así como los demás de usted mismo, y de todo eso se puede hacer una actividad común. Es decir, en y a través de la enfermedad socialismo cumplido, no en un futuro lejano sino inmediatamente aquí y ahora, en una palabra: Utopatía.”[11]
[1] Sontag, S. (1977) La enfermedad y sus metáforas; El sida y sus metáforas.
[2] Sontag, S. (1977) La enfermedad y sus metáforas; El sida y sus metáforas.
[3] Kottow, A. (2010). El SIDA en la literatura latinoamericana: prácticas discursivas e imaginarios identitarios en Revista Aisthesis N° 74 (p. 251)
[4] Deleuze, G. (s.d) Post-scriptum sobre las sociedades de control. (p. 1)
[5] Perlongher, N. (1988) Los fantasmas del sida. (p. 84)
[6] Sontag, S. (1977) La enfermedad y sus metáforas; El sida y sus metáforas.
[7] Sontag, S. (1977) La enfermedad y sus metáforas; El sida y sus metáforas.
[8] Perlongher, N. (1988) Los fantasmas del sida. (p. 84)
[9] Extraído de
https://spkpfh.de/SPK_Hacer_enfermedad_Parte_II_Tesis_y_
principios.htm#1_11_x_Enfermedad
[10] Extraído de http://spkpfh.de/SPK_Hacer_enfermedad_prologos_Cuba_alienacion.htm#Prologo_para_la_traduccion_inglesa
[11] Extraído de www.spkpfh.de/spanBROSCH.html