Hiper-colonialismo y semiocapitalismo – Franco Bifo Berardi

Hiper-colonialismo y semiocapitalismo

Por: Franco Bifo Berardi.

Traducido por Luz y Vida (Revisado por Amapola Fuentes)

Publicado en inglés en e-flux.
Descarga en PDF

 

“CALIBÁN —Me enseñaste a hablar, y mi provecho es que sé

maldecir. ¡La peste roja te lleve por enseñarme tu lengua!”

 

—Shakespeare, La Tempestad.

 

Mientras Europa desciende hacia guerra abierta con Rusia, las elecciones en Francia y Alemania no hacen sino acelerar la desintegración de la Unión Europea. Los partidos gobernantes de Francia y Alemania ya no tienen mayorías. En ambos países, en cambio, los que están en ascenso (electoral) son más o menos amigos de Putin; en Francia están los fanáticos de Le Pen, y en Alemania han cobrado protagonismo tanto la Nazi AFD como los obreristas nacionalistas liderados por Sahra Wagenknecht. La longevidad del belicista gobierno alemán sigue sin estar clara mientras hunde a la mayor economía de Europa en una recesión y prepara el frente de una guerra ruso-europea.

En todas partes, la democracia liberal marcha hacia la guerra. En todas partes, el nacionalismo se pudre.

Mientras tanto, Israel, una superpotencia nuclear, continúa su espiral suicida, matando a todos los que se atreven a existir en su línea de visión – principalmente los palestinos, pero ahora también Líbano y Siria. A pesar de la superioridad militar de Israel en Gaza y más allá (debida en gran parte al apoyo de Estados Unidos), las divisiones internas y el aislamiento internacional, que ya son evidentes, no harán sino alimentar una crisis psicótica a medida que continúe el horror del genocidio.

Netanyahu esperaba usar a Hamás para dividir a los palestinos en Gaza y Cisjordania[1]. Incluso antes del 7 de octubre, muchos comentaristas israelíes, como Gideon Levy, se preguntaban si la legitimidad y el futuro de Israel se tambaleaban.[2]

Mientras los palestinos luchan contra la deshumanización y la ocupación, y mientras Ucrania se defiende contra una invasión, hay otra guerra librándose en el centro del imperio que no podemos ignorar. La están librando diferentes segmentos de la estructura de poder blanca, europea y elitista: entre el imperialismo neoliberal y el trumpismo nacionalista. Esto es por lo que Gaza se ha convertido en el símbolo de la tremenda época en la que vivimos: porque el genocidio israelí es el símbolo de la violencia hipercolonialista contemporánea.

Tal vez, emergiendo de esta guerra entre las élites del imperio, se puedan encontrar nuevos conceptos orientadores y novedosos mapas para la deserción. Para ello, primero debemos prestar atención a cómo el colonialismo es diferente hoy que en el pasado.

Reevaluar el colonialismo

Para muchos, Gaza ha sido y sigue siendo el símbolo del retorno del colonialismo, que muchos habían asignado erróneamente al cubo de la basura del siglo XX. Prefijos como «post-» aparte, los movimientos de resistencia de todo el mundo han demostrado durante muchas décadas que los proyectos coloniales nunca terminaron, sólo cambiaron de carácter.

La historia del colonialismo es una historia de depredación de tierras. Históricamente, se centró en lugares ricos en recursos para satisfacer las necesidades de la acumulación de Occidente. Millones de hombres y mujeres fueron explotados y sometidos al dominio colonial o deportados a los territorios de la potencia colonizadora. Es imposible describir la formación del sistema capitalista industrial en Europa sin tener en cuenta que este proceso fue precedido y acompañado por el sometimiento violento de territorios no europeos y la esclavización de millones de personas.

 

Muchos han subrayado esta lógica, que Cedric Robinson llamó «capitalismo racial». En su obra Black Marxism, demuestra el papel clave de la racialización en la acumulación de capital en el continente europeo y más allá. Además, como han señalado muchos estudiosos del anticolonialismo, quizá el más famoso sea Aimé Césaire, el fascismo europeo fue en algunos aspectos la aplicación de las prácticas de gobierno colonial a la metrópoli – en el caso nazi contra las poblaciones judía, comunista, queer y romaní.[3]

Este hecho es tan evidente que incluso alguien como Zbigniew Brzeziński, que fue asesor de seguridad nacional de Jimmy Carter, tuvo que admitir en 2016:

Las masacres periódicas de sus antepasados no tan lejanos por parte de colonos y buscadores de riqueza asociados procedentes en gran parte de Europa occidental (países que hoy en día son, todavía tentativamente al menos, los más abiertos a la cohabitación multiétnica) dieron lugar en los últimos dos siglos más o menos a la matanza de los pueblos colonizados a una escala comparable a los crímenes nazis de la Segunda Guerra Mundial: involucrando literalmente a cientos de miles e incluso millones de víctimas. … Tan chocante como la magnitud de estas atrocidades es la rapidez con que Occidente las olvidó.[4]

De hecho, la memoria histórica es muy selectiva, especialmente cuando se trata de los crímenes de la civilización europea. En particular, la memoria del exterminio de los pueblos no europeos no recibe una atención especial y no forma parte de la memoria colectiva dominante, a diferencia de la Shoah.[5]

Los británicos, belgas, franceses, italianos y otros también exterminaron poblaciones enteras como parte de un proyecto más amplio para imponer la dominación económica y política europea. Sin embargo, no se les invoca con tanta frecuencia fuera de los círculos de la izquierda o del mundo académico; para quienes controlan la atención de la corriente dominante, parece que sólo Hitler merece ser execrado para siempre – quizá porque la mayoría de sus víctimas no tenían la piel negra. Incluso se celebra una caricatura de quienes llevaron a cabo el genocidio de los pueblos indígenas de Norteamérica en un culto heroico diseñado por Hollywood.

Es bien sabido que el colonialismo desencadenó efectos materiales irreversibles en el planeta -por ejemplo, lo que Andreas Malm denomina «capitalismo fósil»-; sin embargo, el colonialismo también afectó tremendamente a las esferas social y psicológica, como atendió con más fuerza quizá Frantz Fanon. En última instancia, los movimientos anticolonialistas del siglo XX fallaron en transformar la soberanía política en autonomía económica, cultural y militar – en gran parte debido a las intervenciones neocoloniales y contrainsurgentes de las potencias coloniales.[6] Hoy en día, el colonialismo continúa a buen ritmo, aunque con nuevas técnicas y modalidades, que podríamos denominar «desterritorializadas», independientemente de la soberanía formal de la que disfrutan (por así decirlo) los países del Sur Global.

 

Hipercolonialismo: La extracción de recursos cognitivos.

Desde la «desterritorialización» del capitalismo global – en otras palabras, su globalización y financiarización – la relación entre el Norte Global y el Sur ha entrado en una fase de «hipercolonización». Utilizo este término para referirme con mayor precisión a estas nuevas modalidades de agresión y gobernanza coloniales. Su aparición no señala el fin de las «viejas» técnicas – ya sea el extractivismo o el robo abierto- sino que indica el surgimiento de nuevas formas de extracción digital de trabajadores que permanecen físicamente en el Sur Global pero producen valor de forma desterritorializada, fragmentada y técnicamente coordinada.

Hoy en día, la extracción de valor del Sur Global tiene lugar en parte en la esfera semiótica: la captura digital de mano de obra muy barata, esencialmente esclavitud digital, en sectores como la logística e incluso la agricultura. Estos son algunos de los modos de explotación hipercolonial integrados en los circuitos de lo que desde hace muchos años vengo denominando semiocapitalismo.

Aunque algunos siguen pensando erróneamente en la esclavitud como un fenómeno precapitalista por su papel decisivo en la llamada «acumulación primitiva» de capital, ahora está más que claro que la esclavitud continúa de forma extendida y omnipresente gracias a las modalidades digitales de gobernanza y coordinación desterritorializada.

La cadena de montaje global se ha reestructurado de forma geográficamente dislocada: los trabajadores que dirigen la red global viven en lugares separados por miles de kilómetros, y es en parte debido a esta fragmentación que son incapaces de poner en marcha un proceso de organización y autonomía.

La formación de plataformas digitales ha creado sujetos productivos que no existían antes de la década de 1980: una fuerza de trabajo digital que no puede ser reconocida como sujeto social debido a la precariedad y fragmentación de su composición interna. El capitalismo de plataformas crea dos niveles de sujeción y empleo. Una pequeña minoría de la mano de obra participa en el diseño y la comercialización de los llamados productos «inmateriales», ganando salarios elevados e identificándose con la empresa y sus valores nominalmente liberales. Simultáneamente, una mano de obra mucho más numerosa y geográficamente dispersa realiza tareas de mantenimiento, etiquetado y otras tareas de limpieza para plataformas en línea por salarios muy bajos, y no tiene sindicatos ni representación política. A menudo, estos trabajadores son contratados por subcontratistas y están casi totalmente desconectados de la empresa que explota su fuerza de trabajo. En casos extremos, puede que ni siquiera se consideren trabajadores, ya que sus magros salarios se pagan de formas progresivamente más invisibles. Entre los años 90 y la primera década del nuevo siglo tomó forma esta nueva mano de obra digital, en condiciones que hacen casi imposible la autonomía y la solidaridad. Tal vez el ejemplo emblemático de esta mano de obra sean los trabajadores del «mercado de crowdsourcing» Mechanical Turk de Amazon, documentados en la película Cleaners (2019), de Hans Block y Moritz Riesewick, que narra condiciones de aguda explotación material y psicológica.

Ha habido intentos aislados de trabajadores digitales de organizar sindicatos o desafiar a sus empresas. Pienso, por ejemplo, en los ocho mil trabajadores de Google que se levantaron contra la subordinación de su empleador al complejo militar-industrial estadounidense.[7] Esta y otras manifestaciones similares de solidaridad se han producido allí donde la mano de obra digital está reunida en gran número y gana salarios elevados.

En su libro Los ahogados y los salvados, el escritor italojudío Primo Levi escribe que, cuando estuvo internado en un campo de concentración, esperaba que hubiera solidaridad entre sus compañeros, pero tuvo que reconocer que eran «mil mónadas selladas, y entre ellas una desesperada lucha oculta y continua».[8] Describe este espacio como «la zona gris» porque el binario víctima/perpetrador era inaplicable, ya que la ley y la moral estaban ausentes. Bajo condiciones de violencia extrema y terror permanente, los implicados se ven obligados a pensar constantemente en su propia supervivencia y no consiguen crear lazos de solidaridad con otros explotados. Como en los campos de exterminio, como en las plantaciones de algodón de los estados esclavistas de EEUU, el circuito esclavista inmaterial y material que la globalización digital ha contribuido a crear parece frustrar las condiciones para la solidaridad.

Esto es lo que quiero señalar con la palabra “hipercolonialismo”. Es una función dependiente del semiocapitalismo: la extracción violenta de recursos mentales y de atención en condiciones de desterritorialización.

 

Hipercolonialismo y migración: El genocidio en expansión

Pero el hipercolonialismo no sólo es evidente en la extracción de trabajo cognitivo. Quizá sea más visible en el control extremadamente violento de los flujos de inmigración – ya sea en el Mediterráneo o a lo largo de la frontera entre Estados Unidos-México. Esto también está íntimamente relacionado con los cambios en el modo de producción capitalista global y racializado provocados por el semiocapitalismo, que ha alterado las condiciones para la circulación global de la información y la riqueza.

Los pueblos del Norte Global, cada vez más infértiles, senescentes, económicamente en declive y culturalmente deprimidos, ven a las masas migrantes como un peligro. Temen que los pobres de la tierra llevarán su miseria a las metrópolis ricas. Los migrantes son presentados como la causa de las desgracias que sufre la minoría privilegiada. Una clase de políticos especializados en sembrar el odio racial engaña a los viejos blancos haciéndoles creer que si alguien pudiera acabar con esa inquietante masa de jóvenes que presionan a las puertas de la fortaleza, si alguien pudiera destruirlos, aniquilarlos, entonces volverían los buenos tiempos. América volvería a ser grande y la moribunda patria blanca recuperaría su juventud.

En la última década, la línea que divide el Norte del Sur, que va desde la frontera México-Texas hasta el mar Mediterráneo y los bosques de Europa central y oriental, se ha convertido en el campo de batalla de una guerra infame – el corazón negro del genocidio mundial. Es una guerra genocida contra personas desarmadas, agotadas por el hambre y la fatiga, asaltadas por policías armados, perros, fascistas sádicos y, sobre todo, por las fuerzas de la naturaleza sobrealimentadas por el cambio climático: los ríos, los mares, el desierto.

A pesar de los brillantes anuncios de mercancías que estimulan a los idiotas consumistas, a pesar de la propaganda neoliberal, la lógica del semiocapital continúa. Como el Norte Global se infiltra en el Sur a través de los innumerables tentáculos de la red, las poblaciones presionan para acceder a territorios donde el clima aún es tolerable, donde hay agua, donde la guerra aún no ha llegado con toda su fuerza destructiva. Pero estas poblaciones son repelidas por la policía armada y el genocidio.

En el Norte Global, una parte significativa de la población blanca (si no la mayoría) ha decidido atrincherarse en la fortaleza y utilizar cualquier medio para repeler la oleada migratoria – ya sea parlamentario o extrajudicial. Los colonialistas de ayer, que cruzaban los mares para invadir tierras extranjeras, gritan ahora “invasión” al ver a millones de personas presionando contra las fronteras de la fortaleza.

 

Las omisiones del marxismo

En los primeros trabajos de Marx y Engels, el papel del colonialismo apenas se aborda, aparte de unos pocos pasajes. En el Manifiesto Comunista de 1848, por ejemplo, el imperialismo Occidental se considera esencialmente como una fuerza progresiva que lleva a las sociedades subdesarrolladas a un nivel de civilización burguesa, allanando el camino para la formación de un proletariado mundial. En El Capital, sin embargo, Marx demuestra una conciencia aguda, aunque no plenamente desarrollada, de la relación entre la colonización, la trata de esclavos y los orígenes del capitalismo industrial. En el primer volumen, el capítulo sobre la “acumulación primitiva” está dedicado a analizar esos procesos. La subyugación colonial, la deportación de esclavos y la explotación del trabajo infantil se tratan en este capítulo, aunque brevemente. (Marx también dedica atención a Irlanda a lo largo de El Capital.) Como reza el famoso primer párrafo del capítulo:

Hemos visto cómo el dinero se transforma en capital; cómo a través del capital se obtiene plusvalía, y de la plusvalía más capital. Pero la acumulación de capital presupone la plusvalía; la plusvalía presupone la producción capitalista; la producción capitalista presupone la preexistencia de masas considerables de capital y de fuerza de trabajo en manos de los productores de mercancías. Todo el movimiento, por tanto, parece girar en un círculo vicioso, del que sólo podemos salir suponiendo una acumulación primitiva (acumulación previa de Adam Smith) que precede a la acumulación capitalista; una acumulación que no es el resultado del modo de producción capitalista, sino su punto de partida.

En el capítulo titulado “Génesis del capitalista industrial”, Marx examina la colonización de la India: “Entre 1769 y 1770 los ingleses crearon una hambruna comprando todo el arroz y negándose a venderlo de nuevo, salvo a precios fabulosos”. Y: “Mientras que en Inglaterra la industria del algodón introdujo la esclavitud infantil, en Estados Unidos dio el impulso para la transformación de la esclavitud anterior, más o menos patriarcal, en un sistema de explotación comercial. De hecho, la esclavitud velada de los asalariados en Europa necesitaba como pedestal la esclavitud sin matices del Nuevo Mundo.”

Aparte de algunas excepciones, en gran parte de la teoría marxista ortodoxa la cuestión del colonialismo seguía estando mal entendida desde una perspectiva estratégica. Un cierto grado de eurocentrismo es constitutivo de este punto de vista marxista. Incluso en los escritos de Lenin, incluido El imperialismo, fase superior del capitalismo (1916), la cuestión no se desarrolla plenamente. Hubo que esperar hasta la década de 1960 para que el tema del colonialismo pasara al primer plano de los movimientos obreros internacionalistas. Aún así, no se definió plenamente una perspectiva estratégica, salvo en obras señeras como “Cómo Europa subdesarrolló África” (1972) de Walter Rodney.

Durante esos años, el movimiento anticolonial transformó las relaciones de poder mundiales. Sin embargo, incluso después de conseguir la soberanía nacional, los pueblos colonizados de todo el mundo fueron incapaces de emanciparse de la sumisión económica a la que les habían obligado cinco siglos de explotación y devastación sistemáticas. Quizá sólo el maoísmo situó la cuestión colonial en el centro de la estrategia revolucionaria. Pero, ¿podemos considerar realmente a Mao Zedong como un pensador marxista? ¿O deberíamos considerarlo más bien como el precursor de una visión no eurocéntrica que iba más allá de los límites de la teoría marxista?

Todas estas cuestiones sobre la relación entre capitalismo global e imperialismo han vuelto hoy con una urgencia brutal, pero la capacidad de pensar en términos internacionalistas parece haber decaído. Hoy, el pensamiento colectivo retrocede horrorizado ante la idea de que la guerra nuclear vuelva a ser posible, de que el genocidio no tenga fin. Tras la liquidación del internacionalismo obrero, sólo el capital ha permanecido capaz de ofrecer una visión global, no hecha de conceptos, sino de algoritmos financieros y abstracciones.

A pesar de la descolonización formal de los años 50 y 60, a pesar de todo lo que se habla de poscolonialismo en la academia, los pueblos colonizados están hoy más oprimidos que nunca. Pero la forma general del colonialismo ha cambiado profundamente, en paralelo con los cambiantes procesos de valorización capitalista. De hecho, parte del lenguaje y los ideales de las revueltas del pasado contra las fuerzas coloniales han sido adoptados por movimientos de carácter nacionalista -por ejemplo, el movimiento etnonacionalista de derechas Hindutva, liderado por Narendra Modi- y han desencadenado una explosión de conflictos caóticos.

Es urgente considerar las nuevas modalidades y formas de colonialismo en el siglo XXI. Sólo entonces podremos entender cómo se están desarrollando estos conflictos caóticos. Sólo entonces podremos imaginar cómo podría desarrollarse nuestra deserción.

 

Notas.

[1] Esto es bien conocido en el propio Israel. Véase, por ejemplo, Tal Schneider, «For years, Netanyahu Propped Up Hamas. Now It’s Blown Up in Our Faces», Times of Israel, 8 de octubre de 2023. Disponible en https://www.timesofisrael.com/for-years-netanyahu-propped-up-hamas-now-its-blown-up-in-our-faces/

[2] Gideon Levy, «Para los israelíes, el futuro es imposible de ver», Middle East Eye, 23 de mayo de 2022. Disponible en https://www.middleeasteye.net/opinion/israel-future-impossible-to-see

[3] Véase también Alberto Toscano, «The Long Shadow of Racial Fascism», Boston Review, 28 de octubre de 2020. Disponible en https://www.bostonreview.net/articles/long-shadow-racial-fascism/ ; y el segundo capítulo de su Late Fascism: Race, Capitalism and the Politics of Crisis (Verso, 2023), extraído en e-flux journal, nº 139. Disponible en https://www.e-flux.com/journal/139/559366/racial-fascism/

[4] Zbigniew Brzezinski, “Toward a Global Realignment,” The American Interest 11, no. 6 (julio-agosto del. 2016). Disponible en https://www.the-american-interest.com/2016/04/17/toward-a-global-realignment/

[5] Véase «Three Genocides», de Eyal Weizman, London Review of Books 46, nº 8 (abril de 2024). Disponible en https://www.lrb.co.uk/the-paper/v46/n08/eyal-weizman/diary

 

[6] Véase Adom Getachew, Worldmaking after Empire: The Rise and Fall of Self-Determination (Princeton University Press, 2019).

 

[7] Scott Shane and Daisuke Wakabayashi, “‘The Business of War’: Google Employees Protest Work for the Pentagon,” New York Times, 4 de abril de 2018. Disponible en https://www.nytimes.com/2018/04/04/technology/google-letter-ceo-pentagon-project.html

[8] Primo Levi, The Drowned and the Saved (Simon and Schuster, 1988).

 

Autor: colapsoydesvio

ig: https://www.instagram.com/colapsoydesvio/