El 18 de Octubre: fractura de la relación social capitalista – Fragmento de «Tratado para las juventudes en sublevación».
Por: Colapso y Desvío
(Nueva Icaria – Amapola Fuentes)
EL PROCESO DE REDACCIÓN de este libro comenzó originalmente durante el primer semestre del 2022, y se lanzó por primera vez de manera virtual en nuestro blog ‘Colapso y Desvío’ en el mes de octubre, coincidiendo con el tercer aniversario de la revuelta en Chile. Durante la creación de esa primera versión del texto —de la cual adelantamos que existen diferencias con la versión actual—, presenciamos un intento de reactivación del movimiento estudiantil y su capacidad subversiva en diferentes regiones de Chile que, si bien estuvo sobre todo pensada en las condiciones particulares de cada lugar, estos esfuerzos individuales podían conectar fácilmente entre sí. Observamos este intentó con cierto grado de optimismo, y la redacción del libro obtiene varias reflexiones a partir de lo que derivó este primer optimismo y la vivencia de todo lo que le prosiguió durante ese año.
Ahora, un año después, mientras preparamos una versión corregida del Tratado para su publicación física, somos testigos de lo que parece una pequeña revitalización del movimiento estudiantil —durante finales del mes de Agosto—. Esta incluyó un llamado a repetir la táctica del “salto del torniquete”, esta vez durante el gobierno de Boric, con resultados relativamente exitosos en lo inmediato. Sin embargo, en cuanto a sus efectos a largo plazo y su continuidad (aspectos que ponemos en duda), estos nos son aún desconocidos, al ubicarnos a solo unos pocos días de esta nueva evasión del metro. Lo que podemos afirmar es que la reflexión crítica sobre las formas de acción del movimiento estudiantil y las juventudes en general son en suma necesarias, quizás incluso más que en el pasado, ante el peligro de caer en formas de praxis fetichizadas o de violencia ritualista.
Con propósito de discernir lo que realmente tiene efectividad y lo que no, el ejercicio teórico emprendido en este libro puede considerarse una herramienta para la praxis tanto presente como futura. No se trata tanto de una fórmula preestablecida para la revolución, como podrían estar acostumbrados o incluso preferir ciertos sectores, sino más bien una auténtica herramienta para comprender las reales capacidades de las juventudes en su intento de subvertir el estado actual de las cosas. Esto no es un mero análisis de la revuelta de 2019, sino también una evaluación crítica de las tendencias históricas del proletariado y sobre todo el juvenil contra el sistema capitalista. Que con el cierre de este último periodo de revueltas a nivel global, podemos considerarlo como un tercer y nuevo asalto a la sociedad de clases.
La superación de la forma-sujeto, del trabajo y el Estado en el contexto de la crisis terminal del capitalismo, son las ideas centrales sobre las que parten las tesis de este texto, que si bien con un origen común, terminan por apuntar a distintas posibilidades de emancipación. Independiente de cuál de estas en particular se prefiera, es en la aplicación práctica de estas líneas y puntos, donde se halla todo su contenido subversivo, si es que lo hubiere. Que los procesos de redacción de este texto hayan sido mediados por momentos de movilización del proletariado juvenil, no es un mero detalle anecdótico, sino una manifestación intermitente que continúa el espíritu de la revuelta global: el deseo de revolucionar el mundo y todo lo que lo sustenta. Ahora, quizás y con algo de optimismo, esperamos surja una madurez reflexiva de las experiencias de la resistencia y la lucha, madurez que consideramos condición previa para dar de una vez el salto de fe hacia las tierras desconocidas de la revolución.
Agosto del 2023.
Título 1. El 18 de octubre: fractura de la relación social capitalista.
«Adiós aquí, no importa adónde. Reclutas de
buena voluntad, nuestra filosofía será feroz;
ignorantes por la ciencia, pillos por el bienestar;
que reviente el mundo que avanza. Ésta es la
verdadera marcha.
Vamos, ¡adelante!».
Arthur Rimbaud, Iluminaciones.
LA NECESIDAD DE COMPRENDER las causas del acontecimiento que tuvo lugar desde octubre del 2019 y se sumó a un ciclo de luchas globales que ocurrían paralelamente, no se debe únicamente a raíz de una reivindicación izquierdista de la revuelta, sino que para esclarecer la naturaleza del levantamiento y la escala real que, incluyendo el rol espacio-tiempo que tuvieron las juventudes dentro de esa cristalización de una crisis generalizada. Así como también entender— siendo hasta quizás más importante esto — el proceso de restauración de fuerzas del capitalismo, íntimamente relacionado con el destino de la revuelta y la respuesta inmediata que se tuvo a esta desde los sectores que conforman el macabro cuerpo político defensor del orden “público” —podríamos profundizar en el conflicto entre lo público y lo privado, pero para no perder el hilo, lo dejaremos para otra ocasión—.
Ahora bien, este esfuerzo tiene como primer problema que nos enfrentamos con la mitificación de ciertos momentos concretos de lo que fue la revuelta en la región chilena, como también a sus protagonistas, otorgándole una comprensión irreal y a ratos sobredimensionada. Consideramos que con el paso del tiempo se ha dado una interpretación a los hechos del 18O que tiende a darle más interpretación e inclinación revolucionaria de lo que realmente hubo, sin querer por ello opacar el hito histórico que representó. Así, ocurre comúnmente a la hora de hablar de la evasión del metro, hito que rápidamente generaría una reacción ambivalente entre los “profesionales del espectáculo” (columnistas, periodistas y parlamentarios), muchos de ellxs haciendo uso de manoseados conceptos tan ambiguos como “delincuencia” y “desobediencia civil” para su justificación, o bien, para cuestionarlo.
Como relata Julio Cortes en un lúcido artículo al respecto[1]. Gabriel Boric, que en ese momento disfrutaba de aparentar una estética “anticapitalista”, defendía el salto del torniquete en tweets y entrevistas, que hoy causarían burla por lo mal que envejecieron. Pero ¿a qué se debe que la evasión del metro sea hasta cierto grado tan reivindicada en el relato inicial de la revuelta por los partidos de izquierda? Y mucho más importante ¿qué hubo de especial en la evasión del metro para que diese origen a tal acontecimiento, si es que asumimos la premisa de que efectivamente ese fue el punto de origen?
El relato sostenido por la izquierda y sus partidos del orden, que tienen al salto del torniquete como el más grande hito democrático desde la pseudo-vuelta a la democracia, obvian su carácter real y le aíslan históricamente, convirtiéndolo en un simbolismo. Si este se tratará tan sólo de un acto de desobediencia juvenil permitido parcialmente por el rango de acción legal del sistema —cosa que no es así—, no habría significado entonces más que un titular en las noticias del viernes. La efectividad del hito no proviene de su innovación, como una nueva forma de praxis social que no estaba dentro del imaginario del estudiantado —la podemos rastrear desde hace décadas—. Sino porque este hecho atenta, quizás de manera no planeada e intencionada, contra los procesos de valorización del Capital y que a partir suyo se proyecta el abandono colectivo del dinero en pos de la gratuidad global, aunque fuese de manera temporal[2]. A los gritos de: “¡Evadir, no pagar, otra forma de luchar!”, el proletariado juvenil, aunque de manera superficial, dirige su crítica a las formas básicas del capitalismo, de la misma forma a como posteriormente sucedería de manera más intensa en distintas regiones, donde la praxis colectiva adquirió un contenido más situado de las realidades y contradicciones que se materializaron desde el extractivismo del Capital. Aquí, la praxis social amenazaba con las distintas formas de la sociedad espectacular-mercantil (como contra la industrias forestal y minera). De ahí que no sorprendiese la condena mediática, el recrudecimiento de las leyes en su contra y la represión por las fuerzas del orden, especialmente contra estas formas de praxis: sabotajes, evasión, toma de terrenos, etc.
La represión sufrida en los primeros días de las evasiones y protestas (previo al aclamado 18O) a secundarixs —represión que posteriormente se extendería en diferentes grados a todo el cuerpo multiclasista de la revuelta—, es pieza esencial para comprender la transgeneracionalidad de la lucha y su elevación a un plano que resulta muchas veces ambiguo. Si no hubiese existido esa excesiva respuesta por parte del gobierno y la interpretación del cuerpo social como un “enemigo”, la revuelta no habría llegado hasta los grados a los que llegó.
La condena a toda forma de protesta que escape de la ritualística electoral o, como mucho, de una mera campaña de recolección de firmas para detener la extinción de especies o la contaminación por empresas —por dar unos ejemplos—, supone el agotamiento del rango legal de las acciones realmente efectivas contra el orden capitalista. “En otras palabras todo aquello que podría tener la menor eficiencia está prohibido, incluso lo que hace no demasiado tiempo aún se permitía”[3]. El hito democrático que celebró la izquierda chilena se trata por su naturaleza, paradójicamente, de una manifestación “anti-democrática por definición”.
Ahora bien, la efectividad del salto del torniquete no se debe únicamente a su objetivo, sino que en buena parte a causa de su rápida repetición y difusión por los medios de comunicación —formales y no—. A lo que se le sumó el rechazo colectivo a la brutalidad de la respuesta policial en contra de las juventudes movilizadas. De manera casi automática, el acto alcanzó una transgeneracionalidad que acrecentó sus capacidades de replicación y extensión a otros sitios fuera de Santiago, como fue el caso de Valparaíso. En lo que interpretamos, algo que sin duda es rescatable es que tanto esta antesala como la revuelta suspendieron el tiempo histórico y aceleraron los procesos estancados. Todos los actos significaron algo para cada unx de nosotrxs, se abrían nuestros horizontes de posibilidades a un grado del que se llevaba mucho tiempo sin alcanzar. A este primer momento de espontaneidad, le continuó a la brevedad una coordinación autónoma y descentralizada con otras formas de manifestación contra el orden capitalista. Desde fugas masivas de los liceos en apoyo a esos primeros estudiantes que evadieron, como marchas serpenteantes, saqueos y tumultuosos enfrentamientos contra las fuerzas del orden.
La replicación en el tiempo del salto del torniquete, si bien redujo gradualmente su eficacia inicial, fue reemplazada y complementada con otras formas de praxis en toda la región chilena. Como el caso de Antofagasta que, sin tener metro, se sumó a las protestas al día siguiente y se convirtió rápidamente en uno de los principales focos de luchas durante la revuelta. Fue específicamente en su extensión a otros puntos del mapa y la adopción de formas y discursos distintos a los que se dieron originalmente en la capital, lo que aseguró la posibilidad de extender esta primera protesta en una revuelta que continuó en el tiempo y que, de su puesta en marcha, hizo brotar la creatividad colectiva y las “fuerzas de la embriaguez”[4].
Alcanzada cierta madurez, la revuelta, todavía carente de una cabeza y con una composición multiclasista, excedía las categorías clásicas bajo las que se comprendía a los sujetos colectivos de las revoluciones del pasado. Generalizó a lo largo de su cuerpo —o multiplicidad de cuerpos coordinados a un ritmo común— una nueva sensibilidad colectiva que propició imaginar nuevas formas de organización, estética, estrategias, sensibilidades y maneras de habitar/percibir/configurar el mundo en contra, y más allá, de las ruinas.
El empleo del salto del torniquete por la avanzada del reformismo —FA/PC— en la confección de un relato que pasaría luego de un tiempo y de ciertos cambios a establecerse como el oficial, se trata de una captación de este momento inicial de la revuelta. Prueba de ello está en el uso de imágenes de la evasión del metro en Santiago para las campañas del apruebo y hasta en publicidades de diversas empresas. Un relato romántico, que tiene a la juventud como protagonista y que niega —o que es incapaz de caricaturizar a su antojo— las mayores instancias de inteligencia y solidaridad ante la emergencia del movimiento de revuelta, tales como las formas de autoorganización y apoyo mutuo que surgieron de entre las barricadas y la acción directa, a modo de primeros intentos conscientes de superar algunos de los aspectos esenciales del orden capitalista basado en la ley de competitividad y el trabajo asalariado.
Las lecturas de la revuelta que tienen como pieza fetichizada al salto del torniquete, más allá de que logren eludir las desviaciones reformistas que tienen implicada, tendrán como límite la incapacidad de comprender la revuelta fuera de la capital. Aunque sea de forma inconsciente, su insistencia entrevé un análisis que ignora los contextos diversos de las regiones en las que surgió la revuelta de octubre, con hasta mayor fuerza y efectividad que en Santiago. Sus causas, adelantamos, poco tienen que ver con una mera imitación de lo que sucedía en la capital o con una solidaridad militante por la “demanda inicial” del alza de 30 pesos del pasaje del metro.
Cómo se comparte en un reporte del avance de la revuelta en el Norte de Chile por El Sol Ácrata[5], la protesta no necesitó buscar motivos para salir a la calle, porque estos venían saltando a la vista desde hace años. La revuelta en varios sectores tomaba la forma, sobre todo, de un asalto contra la forma de vida capitalista que nos tenía sumidxs en una existencia miserable. Destacamos la experiencia en “zonas de sacrificio” como Calama o Quintero, donde la protesta adquiere un carácter que atenta a los conceptos de “progreso” y “desarrollo” en los que se sostiene la práctica económica capitalista (sobre todo la minera).
La fetichización de formas concretas de praxis, resulta en su repetición artificial, desgastada y vaciada temporalmente de cualquier contenido. Este es el caso, sobre todo, de las distintas formas de acción directa focalizadas al interior de territorios “combativos”, que en cierto punto, su repetición irreflexiva y su incapacidad de extenderse más allá de estos espacios, le redujo a un ritual de violencia autodestructiva, que en último lugar funcionó para justificar las políticas represivas del Estado, y más específicamente, la persecución de manifestantes.
La mera imitación de la acción no replicará el acontecimiento, más que en la forma de una farsa: el movimiento debe de regenerar el potencial subversivo, es decir, entiéndase con esto, encontrar nuevas estrategias y técnicas por las que ocasionar un daño efectivo y duradero al Capital y, sobre todo, ser capaces de replicarlo en gran escala. De ahí que llamar a “volver a saltar el torniquete” o bien a “repetir octubre”, aunque suene poético y sea un gran eslogan representativo de lo sucedido, en lo práctico resulta inútil y se limita a una mera forma de panfletarismo. En el mejor de los casos, “volver a saltar el torniquete” recalca el hecho más como una metáfora que pretende ser un llamado a reactivar las formas de praxis que generaron un movimiento general de las fuerzas colectivas, más no a sobredimensionar el gesto en sí que lo generó.
1.1 Contrainsurgencia, respuesta a la revuelta chilena.
A la revuelta, sobre todo desde el acuerdo del 15N, se la compacta en sus primeros momentos más inofensivos. La evasión es parcialmente admitida como una acción “justa” en cuanto a que a la larga se le separó de su contenido inicial y quedó en segundo lugar frente a los enfrentamientos, sabotajes y demás momentos insurreccionales que hacían peligrar la infraestructura estratégica, comisarías y el normal desplazamiento del trabajo al hogar —y viceversa—. La fetichización de sus protagonistas no es casual en absoluto, sino que es en razón de la reivindicación de su carácter más reaccionario, como punta de lanza del proceso de modernización del Capital desde comienzos de los noventa. El estudiantado, sea secundario o universitario, resulta en la forma-sujeto por excelencia del capitalismo avanzado, como “herederos del movimiento obrero clásico, o incluso configurado a su imagen y semejanza”[6], y replican hasta sus mismos límites y errores. No existe sujeto moderno que más veces avance hacia el mismo callejón sin salida que el movimiento estudiantil, con la propulsión de un programa perfectamente integrable al sistema capitalista, encabezado por lxs que serán el siguiente recambio generacional de la administración del Capital. La naturaleza del movimiento estudiantil chileno es ambivalente: siempre a la cabeza en la disputa por la distribución de los frutos del sistema mercantil, como también de la oposición más radical e insistente al orden espectacular. Cuestión que puede verse perfectamente durante los últimos veinte años, teniendo al 2006 y el 2011 como sus máximos ejemplos.
Si el proletariado ha tendido históricamente a una lucha que termina por reducirse a su mero reconocimiento dentro del sistema, la contradicción inmanente del movimiento estudiantil —y las juventudes en general— como su estrato más creativo es corolario de la identidad inestable del proletariado, “caracterizada por una cualidad autocrítica, “tensa” y necesariamente “incómoda”, a la vez sujeto y objeto, mercancía y propietario de la mercancía”[7]. El salto del torniquete, dentro de la narrativa capitalista, puede reconocerse como límite último de cuánto cederían el Capital y sus administradores en la construcción del relato oficial sobre su innegable crisis. Dentro de la nueva narrativa, el rostro mediático del Estallido Social[8], se reduce exclusivamente a inofensivos momentos contra la institucionalidad, o de la que surgiría tras su inicial deslegitimación.
El proceso de reestructuración de la relación social capitalista tuvo lugar gracias a la articulación de un discurso mediador —aun cuando quería parecer disruptivo– que ocurría paralelamente en el parlamento y en la calle. Un discurso fantástico sobre las capacidades de la democracia, el poder constituyente y los cabildos que hizo de preámbulo a lo que posteriormente sería una línea progresiva a la tríada de la muerte de una revuelta que comenzaba tímidamente a pensarse revolución: el acuerdo del 15N, el proceso constituyente y, finalmente, la elección del nuevo gobierno.
La infosfera como hábitat de la economía desmaterializada, o «new economy», fue instrumento para la creación de una nueva narrativa que daba comienzo a un nuevo proceso de modernización y reestructuración, que se centraba sobre todo en la fase inicial de ensoñación de la revuelta. El bombardeo de signos que, a ritmos acelerados y constantes, terminó por enfermar al organismo social, permeando la elaboración del sentido y la construcción de la realidad, hasta que de manera gradual admitió la narrativa del sistema. El resto de “las industrias del espectáculo: televisión, cine, edición”[9], mientras tanto, instauraron un clima generalizado de inseguridad que se ocupó como justificativo para la política represiva y populista de los partidos conservadores, aunque adoptado finalmente por los partidos progresistas, a modo de justificar sus medidas de exterminio y represión contra los residuos insurgentes de la revuelta (comunidades mapuches, secundarios, etc.).
Si en esta narrativa, el proceso constituyente y el actual gobierno son rescatados, el resto de los momentos son criminalizados como insostenibles en un Estado de derecho, véanse: la resistencia territorial en poblaciones marginadas dentro y fuera de Santiago, los enfrentamientos directos con las fuerzas del orden, la quema del metro, y los daños a la pequeña y mediana empresa. Esa narrativa sobre la protesta es hoy el argumento para someter, a través de la fuerza coercitiva, violenta e institucional del Estado —y de privados—, a cualquier intento o ánimo de continuación de la revuelta, reduciendo la práctica política exclusivamente a una institucionalidad que pasó por un proceso de modernización tanto generacional como estética, disolviendo consigo cualquier posibilidad de repetir el 18 de octubre —al menos de la misma forma en la que originalmente ocurrió.
1.2. Las contrariedades de la fantasía.
«La revolución social del siglo XIX no puede sacar su poesía del pasado, sino solamente del porvenir. No puede comenzar su propia tarea antes de despojarse de toda veneración supersticiosa por el pasado.»
Marx, 18 Brumario de bonaparte.
Contrario a lo que se ha escrito muchas veces respecto al 18 de octubre, el momento de mayor importancia que tuvo fue el instante en que se esparció a otras regiones, surgiendo a la brevedad manifestaciones en Iquique, Antofagasta, Valparaíso, Concepción y parte del Wallmapu, en contraposición al mito del salto del torniquete, que reduce la revuelta exclusivamente a Santiago y concentra la insatisfacción que motivó la protesta a su primer momento, con un objetivo quizás más superficial que otros, como era el alza en 30 pesos del pasaje del metro. Las protestas a lo largo de todo el Estado-nación chileno, además de su dificultad, dadas las características geográficas, fueron, como ya se dijo, más que un particular caso de empatía por la lucha que ocurría en la capital (del Capital), sino que se trasladó/elevó el objeto, a la plena manifestación real de la miseria hasta entonces negada, “la ineptitud, ahora comprobada, de la visión económica del mundo al no captar nada de la realidad humana”[10]. El reconocimiento de un malestar incrustado en el corazón de la democracia-dictadura del capital o, más bien, aquel malestar que es la democracia en sí fue manifestado por primera vez a gran escala a varios años de la dictadura cívico-militar, traduciéndose en una indignación y protesta contra la dominación en general, y en específico a un determinado estado de las cosas que se negaba en cuanto malestar.
Así, el avance de la revuelta disipó brevemente la ilusión felicista de estabilidad y progreso económico en la región, que se impuso durante la dictadura, y se continuó eficientemente con la concertación, esa imagen invertida que fundamenta el funcionamiento del Capital y del orden democrático, que, tras de sí, esconde los sollozos de la criatura oprimida[11]. La mentira se miente a sí misma deviniendo verdadera. La perpetuidad del Capital esclarece su verdad vital: su necesidad de ilusiones, de fantasmagorías. La objetivación de aquel gran carnaval de farsas se concreta en la economía reinante, del que su extensión se traduce en dominio fantástico del mundo en cuanto económico. La eliminación de estas ilusiones es condición previa para cualquier proyecto emancipatorio que busque colocar freno a los mecanismos de extinción del capitalismo. La disipación de la bruma en el avance de la protesta, que la consolidaba como revuelta, devino momentáneamente en negación absoluta, entiéndase su devenir-consciente.
Judith Butler concibe la revuelta bajo la idea de erigirse y alzarse, el acto con el que se deja de estar boca abajo en el suelo, para sacudirse el polvo y las hojas[12], una forma de personificación colectiva de la rabia e indignación, pero que da un paso más allá de estas, al reconocimiento sistemático de sus causas y la puesta en movimiento en su contra. Pero esta definición de Butler puede resultar problemática, ya que parece reducir la revuelta a una oposición temporal a las formas de dominación que siempre tiende a su fracaso, configurando a este [el fracaso] como la esencia verdadera de toda revuelta. ¿Qué le diferenciaría de una mera protesta? ¿Qué sería una revuelta que triunfe? Más que un destino irremediable, la revuelta, independiente de su resolución, es momento del devenir de la revolución y, si bien su tendencia histórica puede contener al fracaso, esta no niega la posibilidad de su éxito.
Al igual como suele suceder con la idea de la “revolución”, la restricción de estas categorías a una reducida serie de situaciones hace parecer su imposibilidad. La principal diferencia que se hace entre revuelta y revolución suele centrarse, a grandes rasgos, en el fracaso o el triunfo del levantamiento, ignorando el carácter de este y su contenido. La reducción de la revolución a su resultado (triunfo), le condena a sólo ser históricamente una receta para el golpe de Estado exitoso al modo del caso Ruso y Francés. El triunfo de la revuelta no puede ser sino la posibilitación de la revolución[13]. Cuando los caminos se abren y la revolución se acerca no como un destino, sino como realidad. El devenir de la revolución es el comunismo haciéndose a sí mismo sin transición.
El último proceso de revuelta global, por más localizado y superficial que hayan sido algunas de sus expresiones —y que hoy quizás tenga las últimas en Francia y Argentina—, no fue impedimento para que se interconectarán entre unas y otras. La revuelta siempre posee un contenido histórico, a través del que se puede trazar un mapa entre los ecos de cada acción de rebeldía y oposición colectiva. Cada revuelta local dejó una pequeña señal para ubicar a las venideras. Su derrota siempre será parcial; del fracaso y la barbarie se extiende un legado histórico que acumula gradualmente un enorme relato común de experiencias, tácticas y métodos de luchas.
Esparcidas por el mundo y la historia, las revueltas se citan entre sí; localizadas, pero nunca aisladas; interconectadas, pero nunca descontextualizadas. Aunque por sí mismas no fueron más que “pequeños hechos episódicos, ligeras fracturas y fisuras en la dura corteza de la sociedad… [Juntas] bastaron, sin embargo, para poner de manifiesto el abismo que se extendía por debajo. Demostraron que bajo esa superficie, tan sólida en apariencia, existían verdaderos océanos, que sólo necesitaban ponerse en movimiento para hacer saltar en pedazos continentes enteros de duros peñascos”.[14]
Ahora, si tomamos en consideración conceptual lo que Judith Butler desarrolla como “revuelta”, todos estos hitos planetarios, que conforman una constelación mundial en movilización acéfala, descentralizada y desenfocada, contrario a lo que sostiene, no tenían porqué resultar en su fracaso y, así mismo, los procesos presentes y los que vendrán luego no caminarán hacía su derrota irremediable, sino a un horizonte aún desconocido. Por más que de una u otra forma encontraron (y se impusieron) la frontera de las limitaciones de los sistemas políticos tradicionales, en vez de apostar por su destrucción y superación, nada imposibilita a las revueltas venideras hacerse revolución más que convertir las aperturas de sus propias posibilidades en los límites que impiden llegar a la causa originaria de todas las miserias que nos explotan.
a. ¿La muerte de la Revuelta?
La mitificación de la revuelta oscurece la conciencia en cuanto a lo que realmente significó y le eleva en tanto fantasía sobre la que se vuelvan nuestros deseos de lo que pudo haber simbolizado y hasta donde pudo haber llegado. El resultado que tuvo —en cuanto a su lógica institucionalización posterior— lleva a caer a ciertos sectores en la omisión o desentendimiento de sus capacidades reales. Si las revueltas, como postulamos, no son por sí mismas una negación/superación efectiva y permanente al Capital, si pueden desencadenarla.
En razón de esto, la crítica contra los partidos reformistas por responsabilidad en la institucionalización de la protesta, adjudicándoles a estos “la muerte de la revuelta”, es una crítica focalizada y consigo fragmentada. El papel de la burguesía y de los sectores reformistas para cooptar la protesta en su propio beneficio no resulta más que una obviedad. Una vez comienza a dispersarse la nube de polvo y humo que levantó los momentos de insurrección, lo que le sigue es siempre la contrarrevolución, la recreación del dominio de la máquina gubernamental por el ala izquierda de la burguesía, “[…] de la burocracia reformista sobre la autonomía, del socialismo del capital sobre el comunismo de la liberación”.[15]
Contrario a la responsabilización de su fracaso, la salida institucional del conflicto lo aceleró, aun cuando no lo provocara, inhibiendo consigo las potencialidades que se desprendían de él. Así, los procesos institucionales y el gobierno progresista iniciados en el ocaso de la revuelta no son en ningún caso una victoria del sistema sobre nosotrxs ni viceversa (ni siquiera electoralmente hablando), sino que únicamente se trata de un vano intento de recomponer sus piezas momentáneamente hasta que, con un estruendo que revuelva los cielos, vuelva a reventar.
El recuerdo nostálgico y mitificado de Octubre corroe el cuerpo del movimiento de protesta, como si se tratase de la lepra. Entumece sus miembros hasta suspender por completo su movimiento. La creencia, ya sea absurda o excesivamente optimista, de que la continuación por más tiempo de la revuelta chilena —tal y como está se estaba dando— llevaría al inminente desmantelamiento del Capital o, como mínimo, al de sus expresiones nacionales, no sólo acaba por suspender el avance de cualquier movimiento futuro, sino que de todo aprendizaje que se le pueda ser extraído. No hubo nada de radical en la inocente proclama de: “Chile será la tumba del neoliberalismo”, más que nada porque esta fue la consigna-guía de los ejecutores de un primer momento del proceso de reestructuración y contrainsurgencia de la relación social capitalista, actuales gestores de la administración estatal del proceso de acumulación del Capital. Siempre el anticapitalismo se devela solo de la variante más perniciosa y moderna del Capital.
En cuanto a la responsabilización del estado posterior a la revuelta: el avance de la reacción, la descomposición del tejido social, la persecución política por parte de los aparatos jurídicos y el retroceso de la unidad hacia el regreso de las luchas sectoriales, encuentran a un culpable quizás insospechado para quienes aún mantienen esa manifestación infantil. La protesta, tanto como colectividad como de las particularidades que la conformaron resulta simultáneamente en víctima y verdugo. No tanto por una ausencia de consciencia o de acción, sino más bien por la carencia de formas y medios para que estos se concreten efectivamente. La revuelta no fue capaz de manifestar libremente su potencia, no tanto por el enfrentamiento y persecución de las fuerzas represivas o el gradual desviamiento de la protesta hacia tendencias y consignas reformistas e históricamente desgastadas, sino por la incapacidad del movimiento real de superar sus contradicciones interiores y los obstáculos que interrumpen su paso en el exterior. De forma técnica, fue víctima de los límites propios que se nos imponen por ser hijxs de nuestra época.
El terror es siempre continuación inmediata al fracaso de la revolución, la reacción crece de los errores, las decisiones no tomadas, las divisiones, y de la cobardía. Las revoluciones hechas a medias asisten a sus verdugos, [quienes] no han colocado nunca excusas para someternos a la más franca barbarie. La creciente montaña de muertxs que se asoma en el ininteligible terreno de la historia nos advierte que “ni los muertos estarán seguros ante el enemigo si éste vence. Y es ese enemigo que no ha cesado de vencer”[16].
1.3. Marx-Rimbaud: la dialéctica de la embriaguez.
La Revuelta, para que ocurra como tal, debe de extenderse en su intención más allá de una protesta focalizada contra un malestar en concreto, sino que debe de alcanzar a todo mal en general, o identificar, aunque sea de manera parcializada, aspectos puntuales, difuminados y borrosos de un Mal total, que sería el que sostiene todos los aspectos que movilizan hacia una negación total. Es necesaria una aguda conciencia respecto al mal y el sufrimiento, una sensibilidad romántica respecto a la miseria que aqueja la existencia; el «fastidio universal[17]» como fue llamado por los románticos españoles[18], tenía a la aún inocente juventud como principal víctima del fastidio[19] en razón de la tragedia universal: la existencia.
De ahí podemos decir que la Revuelta tendrá lugar cuando se presente el ánimo de negación absoluta. Rota la temporalidad, no hay espacio para etapas, por lo que la sensibilidad romántica aparece tanto previa a la revuelta, como ya puesta en marcha. La comprensión colectiva de la miseria debe de desencadenar un movimiento de embriaguez, una manifestación radical de la libertad, de la que solo se tiene precedente en las obras de Rimbaud y Lautréamont por un lado, y, nos atrevemos a sostener que de Marx y Bakunin por el otro. No iniciado el movimiento, la sensibilidad romántica queda solo en una contemplación pesimista y suicida de la realidad: siempre se le debe de sumar una dimensión política, entiéndase con esto un paso a la acción, que siempre está latente pero no siempre consciente. Continuando el paralelismo, se puede decir que los románticos necesitan de los surrealistas —como bien comprendieron Debord y la internacional situacionistas— o, como estos últimos expresaron mucho mejor, hace falta unir a Marx con Rimbaud[20].
El dominio sobre estas fuerzas y sensibilidades significará la posibilidad de repetición y fabricación a consciencia de lo que fue en un comienzo tan solo un momento de incertidumbre. Es condición previa para la libre explotación de las potencialidades colectivas, su devenir capaz, la maduración del movimiento de negación del estado de las cosas llevado a sus últimas consecuencias no es más que la revolución puesta en marcha. El ánimo de estas páginas es el de negar cualquier teoría de la revolución que se dé por cierta e invariable, sea bajo la forma del partido militarizado, del sindicato o consejo obrero… las formas históricas de la contrarrevolución. La veneración fetichista hacia las pequeñas y contadas victorias del pasado se enfrenta a la imposibilidad de su repetición, y el sordo intento de su reproducción tomará la forma de grandes fracasos y contrarrevoluciones contrarias a lo que fueron alguna vez aquellos acontecimientos en sí.
La misión de cualquier movimiento emancipador será el de romper con la tradición y evadir el ánimo recurrente a repetir los viejos triunfos. Todo lo que se consideró en su momento una fortaleza hoy es incongruente con las condiciones sociales generales presentes y con las posibilidades que de ellas se desprenden. Si podemos dar por cierto algo, mediante el estudio y la aplicación de la práctica revolucionaria a través de tres siglos de luchas e innumerables derrotas, es que no hay forma concreta ni fórmula universalizable y replicable para realizar la revolución. En cambio, nos enfrentamos a una multiplicidad que, a través del avance de la propia negación radical de sus condiciones de existencia, va construyendo el camino de su conquista de la vida como comunidad. La crítica radical acá toma la necesaria función de obligar a hacer desprender a los vivos de los cadáveres que arrastran. “Quien va hacia adelante aferrado al pasado, arrastra consigo las cadenas del presidiario”[21]. Bien quisiéramos detenernos y darles entierro, pero la fatiga no nos perdonará el más ínfimo descanso en nuestra marcha.
“La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. […] La revolución social del siglo XIX no puede sacar su poesía del pasado, sino solamente del porvenir. No puede comenzar su propia tarea antes de despojarse de toda veneración supersticiosa por el pasado. Las anteriores revoluciones necesitaban remontarse a los recuerdos de la historia universal para aturdirse acerca de su propio contenido. La revolución del siglo XIX debe dejar que los muertos entierren a sus muertos, para cobrar conciencia de su propio contenido”[22].
Una vez aligerado el peso sobre nuestras espaldas, será menester encontrar un camino propio a partir del impredecible movimiento de la revolución en curso. Para su éxito, de alguna u otra forma a través de una dinámica de repliegue y despliegue, resistencia y enfrentamiento, se desprenden producto del roce y del desgaste nuevas formas, signos y tácticas, con las que significar una línea de fuga[23] donde se rasgue el cielo y se exceda el telos de la historia. La revolución, para ser tal deberá de ser intempestiva, fuera de tiempo y ajena a cualquier narrativa histórica. “La revolución no tiene al comunismo como proyecto y resultado, sino como su contenido mismo”[24], la abolición a través de formas concretas de praxis de la sociedad de clases y todo lo que le sostenga. La revolución será una ruptura radical e inmediata[25], que abruptamente y sin aviso alcance un punto de irreversibilidad: un no retorno, al estado de las cosas anterior, que se buscó abolir [Aufheben]. En palabras de Marx:
“El comunismo no es para nosotros un estado de cosas [Zustand] que debe ser instaurado, un Ideal hacia el cual deberá dirigirse la realidad. Llamamos comunismo al movimiento real que supera el estado de cosas actual. Las condiciones de ese movimiento deben juzgarse según la propia realidad efectiva. Resultan de las premisas actualmente existentes”[26].
A consideración de cualquier práctica futura de ánimo subversivo, la revuelta en Chile, y, así como las diversas revueltas globales que le precedieron y siguieron hasta nuestros días, más allá del hecho espontáneo que le dio inicio, comparten su calidad de revuelta en tanto que durante lapsos de corto periodo el curso cotidiano de las cosas, del flujo de las mercancías y los flâneur benjaminianos fue interrumpido surgiendo un ánimo insurreccional, que reavivó constantemente las fuerzas de la embriaguez. Los momentos más insurreccionales de la revuelta pueden ser comprendidos como destellos de un proceso dinámico de imposible predicción a largo plazo, con el potencial de formar una situación en que desde la destrucción del mundo del capital surja un nuevo espíritu de creación[27].
Su propagación a distintos territorios de manera simultánea, acéfala, lúdica y temeraria es como la de un incendio que consume frenéticamente las miserias cotidianas, una fiesta de embriaguez, una manifestación de libertad espiritual. La destrucción es un momento de la creación, como la insurrección social lo es, en cuanto momento de la revolución, el acto de liberación, el desencadenamiento radical de las potencialidades son el dominio de las “fuerzas de la embriaguez para la revolución”[28].
Como creía Benjamin, en todo acto revolucionario vive un componente de ebriedad, que no es más que en una dialéctica de la naturaleza de la ebriedad, en que convergen “la preparación metódica y disciplinaria de la revolución”[29], con la fiesta de la insurrección, en que los ritmos y sensibilidades se alinean entre sí y forman un “movimiento armónico de innumerables cuerpos que sintonizan su paso respirando juntos”[30] a la par, como único cuerpo orgánico vivo y multiforme. Aquella dialéctica que materializa un impulso hacía lo Utópico que lo atrae a lo posible, una sensibilidad prometeica, que arroja tras de sí destellos de un nuevo mundo, que a modo de cometa ilumina fugazmente el cielo, nuestro cielo, el cielo de la comunidad planetaria en revuelta.
“¡La pasión por la destrucción también es una pasión creativa!”[31]
Notas al pie de pagina:
[1] Julio Cortes, La dialéctica en suspenso. Revolución y contrarrevolución en Chile, a tres años del «Estallido Social», 2022.
[2] Un panfleto en circulación desde el 2018, comprendía al torniquete como “el símbolo de la miseria de este sistema capitalista”, que contenía “el verdadero espíritu de esta falsa comunidad, es la imagen que resume toda nuestra no-vida: pagar para vivir, vivir para pagar”. Comunidad de Lucha N°3, Salto del torniquete de la no vida, marzo del 2018.
[3] Anselm Jappe, Crédito o Muerte, Ed. Pepitas de calabaza, p. 74.
[4] Walter Benjamin, El surrealismo. La última instantánea de la inteligencia europea, 1929.
[5] El sol ácrata, Año VIII/Segunda época/N°5/ octubre de 2019. Véase
[6] Círculo de Comunistas Esotéricos, “Un largo octubre: Notas y apuntes sobre lo que abre y cierra octubre de 2019 en Chile”.
[7] M. Bolt & D. Routhier, La teoría crítica como teoría radical de la crisis: Kurz, Krisis y Exit! sobre la teoría del valor, la crisis y la quiebra del capitalismo [Critical Theory as Radical Crisis Theory: Kurz, Krisis, and Exit! on Value Theory, the Crisis, and the Breakdown of Capitalism], 2019. Fuente: necplusultra.noblogs.org.
[8] Dentro de esta narrativa fantástica se dota a la juventud del honorable papel de ayudar “a despertar” al resto de personas de diversas edades, sectores sociales y organizaciones civiles que salieron a la calle. La juventud o bien el estudiantado cumple un papel similar al de una “vanguardia”, donde está siendo inherentemente revolucionaria y con un nivel superior de consciencia educa a la población a través del ejemplo, creemos necesario distanciarnos de cualquier intento de concentrar en la juventud el rol revolucionario porque resulta en una reducción idealista y absurda. Todo esto en la misma línea de la odiosa cita de Salvador Allende “Es una contradicción hasta biológica ser joven y no ser revolucionario” repetida hasta el hartazgo por quiénes hoy gobiernan y ayer se vestían con camisetas del Che o del mismo Allende.
[9] Guy Debord, Comentarios sobre la sociedad del espectáculo, Ed. Anagrama, 2006.
[10] Tiqqun, Órgano consciente del Partido Imaginario. Ejercicios de Metafísica Crítica, 1999.
[11] K. Marx, Introducción para la crítica de la filosofía del derecho de Hegel, Ed. Pre-textos, 2014.
[12] Judith Butler, Revuelta, 2017.
[13] Julio Cortes sostiene una postura similar: “No se trata de “revuelta o revolución”, sino de profundizar y conectar todas las revueltas transformándolas en una gran revolución”. Julio Cortés, La dialéctica en suspenso. Revolución y contrarrevolución en Chile, a tres años del «estallido social», 2022.
[14] Karl Marx, Discurso pronunciado en la fiesta de aniversario del People’s Paper, 1856.
[15] Marcello Tarì, Un comunismo más fuerte que la metrópoli, Traficantes de Sueños ed, 2016, p. 172
[16] Walter Benjamin, Sobre el concepto de la historia [ber den Begriff der Geschichte], 1942.
[17] El espíritu del movimiento romántico puede verse concentrado en el concepto de fastidio universal, que tiene equivalentes en el francés “Mal du siècle” y en el alemán “Weltschmerz”. Su primer uso en el francés, en la obra de Étienne Pivert de Senancour, Obermann publicada en 1804, da un entendimiento general de su sentido:
«Ce mot d’ennui, pris dans l’acceptation änder la plus générale et la plus philosophique, est le trait distinctif et le mal d’Obermann: ç’a été en partie le mal du siècle»
[18] El alma del romanticismo es contradictoria por esencia, contiene las emociones y dolores más antagónicos, lo que también se expresó en la política, que tenía a un liberalismo exaltado por un lado y a un conservadurismo nostálgico por el otro. La añoranza por la recuperación de lo que se perdió y la exaltación revolucionaria de las posibilidades del futuro. Rosalía de Castro; José de Espronceda; y Gustavo Adolfo Bécquer son magno ejemplo.
[19] Estanislao de Cosca Vayo, “Voyleano, o la exaltación de las pasiones”, 1827. “…en la inocente juventud, la sensibilidad crea en nuestros corazones una enfermedad más peligrosa que la misma fiebre”.
[20] Second Surrealist Manifesto, 1929.
[21] Henry Miller, Sexus, 1949. p.277 (tr. cast. Seix Barral, 1984).
[22] Karl Marx, El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, 1852.
[23] Felix Guattari, Líneas de Fuga, Ed. Cactus, 1979.
[24] Théorie Communiste, Hablemos de comunización en el presente, 2011. A propósito de nuestra comprensión de la revolución y su contenido, puede ser considerada estrechamente relacionada, el aporte de la heterogénea teoría de la comunización, véanse los aportes de EndNotes, Théorie Communiste y Troploin al respecto.
[25] Léase la aclaración de Dauvé: “Para adelantarnos a la crítica fácil, debemos añadir que obviamente la comunización no es instantánea: sus efectos tomarán tiempo, por lo menos una generación. Pero sí será inmediata: sucederá sin la mediación de un “periodo de transición” que no sería ni capitalista ni no-capitalista. El proceso de vivir sin valor, trabajo y trabajo asalariado ha de empezar en los primeros días de insurrección, para luego extenderse y profundizarse”. Gilles Dauvé, Capitalismo y comunismo, Ed. Lazo, 2020. p. 67.
[26] Karl Marx y Friedrich Engels, Die deutsche Ideologie, 1932.
[27] Werner Sombart, Krieg und Kapitalismus, 1913.
[28] Walter Benjamin, El surrealismo. La última instantánea de la inteligencia europea, 1929.
[29] Ibíd.
[30] Franco Bifo Berardi, Respirare: Caos y Poesía, 2020.
[31] Mikhail Bakunin, 1842.