Bienvenidos al Andersceno – Jacob Blumenfeld

Bienvenidos al Andersceno

Por: Jacob Blumenfeld
Publicado originalmente en: The Brooklyn Rail.
Traducido por Luz y Vida, corregido por Colapso y Desvío.

Prólogo: Morituri del mundo, uníos
Por Colapso y Desvío

 

Günther Anders fue un filósofo cuya relevancia se hace cada vez mayor en el actual contexto, donde la profundización de la crisis del capital se entrelaza con el colapso ecológico y el genocidio que se presenta de distintas maneras y con diferentes tácticas —como podemos ver con la crisis en territorios sudafricanos, o el exterminio aun en curso contra la población Palestina. Si bien ya hemos hecho referencia en anteriores ocasiones a la importancia de su obra, el artículo de Jacob Blumenfeld nos entrega una interesante reflexión sobre el pensamiento de Anders, así como una revisión particularmente útil de esta para los turbulentos tiempos que corren.

La importancia de la obra de Anders radica no sólo por lo adelantado y esclarecedores que podemos considerar varios de los pasajes que componen su rica obra, sino que por sobre todo lo que esta nos entrega. Una herramienta que nos permite ir más allá de nuestra “ceguera” y dar cuenta de la posibilidad real de la mayor de las calamidades, una posibilidad que nos persigue desde que se presentó por primera vez hace 79 años con la bomba atómica. El esperado punto final a la historia de la humanidad, pero tras el cual no vendrá salvación alguna, un decepcionante apocalipsis sin reino. De ahí proviene el potencial emancipador del pensamiento de Anders, de su notable intento por responder a la necesidad político-existencial que caracteriza nuestra época camino al colapso.

El juego de palabras que Blumenfeld propone puede resultar confuso cuando lo leemos en español. Andersceno… ¿Qué significa? Incluso de partida, y sin haber leído el artículo, se podría pensar que se corresponde con una Escena-Anders, con un aparataje de expresiones, narrativas y lenguajes que se configuran a partir del desarrollo teórico conceptual de Anders. Pero no. Es aún más profundo. Y es que es un guiño a la tipificación utilizada por los grupos científicos de la geología, o, más actualmente y aplicado a este texto, de la ciencia del Cuaternario.

Cuando se ha llegado a un consenso desde las comunidades científicas respecto de alguna clasificación geológica —por ejemplo, pleistoceno, holoceno, etc.—, ha sido tomando en consideración distintos factores que son requisito para poder hablar, propiamente tal, de una era geológica: alteraciones geofísicas que se dan durante una cantidad extendida de años o milenios, modificaciones en la composición bioquímica del suelo y la atmósfera… muchas características que designan una especie de “atmósfera geológica” que es evidentemente distinta de la anterior.

En los últimos años se ha puesto de moda hablar de Antropoceno, pese a que la misma Subcomisión Internacional de Estratigrafía del Cuaternario rechazó no sólo este concepto, sino la era geológica como tal. Se ha puesto de moda porque se ha hecho evidente que hay una intervención humana en los ecosistemas, enraizada en el antropocentrismo legado de una lectura Occidental del lugar que ocupamos en el mundo. Sin embargo, Blumenfeld menciona que seguir refiriéndose al Antropoceno es, de cierta manera, un error. No aclara si prefiere otras conceptualizaciones que juegan con el sufijo —ceno, como el Capitaloceno, el Tecnoceno, o incluso el Piroceno— algo que calzaría de manera prefigurativa con las distintas teorías en torno a la figura mitológica de Prometeo.

Lo que sí aclara es que, en una era de catástrofe que expande el temor y la potencialidad de muerte —en donde, en potencia, todxs somos cadáveres— pensar en soluciones paliativas o disgregadas solo va a profundizar en el problema. Responsabilizar a toda la humanidad de una amenaza nuclear sólo porque somos tan débiles que “no podemos hacer nada para evitarlo”, pese a que no contamos con armas nucleares, es parte de lo que el autor rescata de Anders.

El Antropoceno tenía como punto de partida 1945, con las explosiones de Hiroshima y Nagasaki, y la posterior emanación de Plutonio (en sus distintas variantes atómicas específicas). Que como humanidad hayamos sido tanto víctimas, como débiles ante esta amenaza, ¿nos hace culpables? ¿o lo que nos hace culpables es que sigamos haciendo como que esta posibilidad de crisis no existiera sólo porque es tan intolerable de siquiera imaginar que nos paraliza?
¿Realmente no podemos hacer nada, o el cese de la imaginación es lo que nos paraliza?

En momentos como este, en que podemos dejarnos someter por la “vergüenza prometeica” ante la tekhné bélica colonialista, podemos mutar hacia una existencia antiapocalíptica. Una forma de construir máquinas deseantes que, ante el compartir el temor ante la expansión de la oscuridad, asumamos esa condición, y nos posicionemos. Que el temor nos haga encontrarnos desde el despojo y el sobrevenir de la Nuda vida.

El Andersceno es eso. Anders , y el sufijo ceno (kainos=nuevo). Un juego de palabras que encapsula la inconmensurabilidad del presente.

Una nueva lectura de Anders para tiempos de una crisis que nunca ha dejado de acontecer.

 

Morituri del mundo, uníos.

 

____________________________________________

Tu primer pensamiento al despertar será: “Átomo”. Porque no debes empezar el día con la ilusión de que lo que te rodea es un mundo estable. Ya mañana puede ser “algo que sólo ha sido”: porque nosotros, tú y yo y nuestros semejantes somos “más mortales” y “más temporales” que todos los que, hasta ayer, habían sido considerados mortales. “Más mortales” porque nuestra temporalidad significa no sólo que somos mortales, no sólo que somos “matables”. Esa “costumbre” siempre ha existido. Pero que nosotros, como humanidad, somos “matables”. Y “humanidad» no significa sólo la humanidad de hoy, no sólo la humanidad extendida por las provincias de nuestro globo; sino también la humanidad extendida por las provincias del tiempo. Porque si la humanidad de hoy es asesinada, entonces la que ha sido, muere con ella; y la humanidad por venir también. La humanidad que ha sido porque, donde no hay nadie que recuerde, no quedará nada que recordar; y la humanidad por venir, porque donde no hay un hoy, ningún mañana puede convertirse en un hoy. La puerta que tenemos delante lleva la inscripción: «Nada habrá sido»; y por dentro: «El tiempo fue un episodio». Pero no, como esperaban nuestros antepasados, un episodio entre dos eternidades, sino entre dos nada es; entre la nada de lo que, recordado por nadie, habrá sido como si nunca hubiera sido, y la nada de lo que nunca será. Y como no habrá nadie que distinga una nada de la otra, se fundirán en una sola nada. Esta es, pues, la temporalidad completamente nueva, apocalíptica, nuestra temporalidad, frente a la cual todo lo que habíamos llamado «temporal» se ha convertido en una bagatela. Por lo tanto su primer pensamiento después de despertar sea: “Átomo”.

— Günther Anders, Commandments in the Atomic Age, 1957

 

Günther Anders (Stern) —primer marido de Hannah Arendt; primo segundo de Walter Benjamin; alumno de Husserl y Heidegger; compañero de piso de Marcuse; amigo de Brecht; rival de Adorno; asistente a las conferencias de Kojève en París; cotraductor con Levinas; novelista antifascista; activista contra la bomba atómica; filósofo de la tecnología, del apocalipsis, de lo anticuado del ser humano; compositor, guionista, diseñador de vestuario, judío que dimitió de la comunidad judía, miembro del Tribunal Internacional de Crímenes de Guerra de 1967 (junto a Jean-Paul Sartre y Stokely Carmichael) que condenó la guerra de Vietnam como genocidio, murió sin dinero en Viena, junto al despacho de Freud, en 1992. Vivió 90 años en un mundo que se precipitaba de catástrofe en catástrofe, sobreviviendo a un siglo a caballo entre el abismo insalvable abierto por el singular acontecimiento del 6 de agosto de 1945, cuando la bomba cayó sobre Hiroshima y la humanidad demostró su novedosa capacidad de aniquilación total. Ese día, según Anders, rompió la historia en dos periodos cualitativamente distintos, el tiempo del antes y el tiempo del fin. Sólo ahora, después de que la humanidad haya demostrado su capacidad de destrucción, vivimos realmente en el fin de los tiempos. Pero vivir en el fin de los tiempos no significa experimentar el fin. Debemos luchar, súplica Anders, para que el final de los tiempos sea inacabable. No hay vuelta atrás a un tiempo en el que la posibilidad de destrucción haya sido borrada, olvidada, desmantelada. Porque aunque se desactivarán todas las bombas atómicas del mundo, los planos para fabricarlas no se olvidarán. Son, como las Ideas de Platón, eternas. Todo lo que podemos hacer ahora es retrasar infinitamente, retener permanentemente lo que siempre es posible, lo que siempre puede desencadenarse. Evitar la guerra nuclear, detener el asesinato de la humanidad, es una tarea diaria que debe realizarse de nuevo desde ahora hasta la eternidad. Es como si nuestro asesino estuviera de pie sobre nosotros, arma en mano, esperando en silencio,- para siempre. Bienvenidos al Andesceno.

Günther Anders fue un escritor prolífico, con docenas de libros, cientos de artículos y muchos discursos, diarios y relatos, y sin embargo su pensamiento apenas ha rozado la superficie de la conciencia pública. Ya se trate de las ramificaciones filosóficas de la tecnología moderna o de las consecuencias morales de la bomba atómica, de la publicación de los diarios de sus viajes a Hiroshima, Nagasaki y Auschwitz o de sus diálogos con Hannah Arendt, de su correspondencia con Claude Eatherly, uno de los pilotos que voló la bomba sobre Hiroshima, o escribiendo una crítica exhaustiva de Heidegger, Anders todavía tiene que unirse al panteón de pensadores judíos alemanes del siglo XX, ahora respetables, como Benjamin, Adorno, Marcuse, Arendt, Strauss, Bloch, etcétera. Como escribió el superviviente de Auschwitz y filósofo de la tortura Jean Améry en un artículo de 1972 titulado Looking Back on the Apocalypse (Una mirada retrospectiva al Apocalipsis):  Günther Anders fue y sigue siendo el crítico más lúcido del mundo tecnológico, cuyo crepúsculo de los ídolos ve en el resplandor de la bomba atómica.»[1] Ahora, en una época en la que el desarrollo tecnológico ha llegado a ser tan avanzado que su dirección es funcionalmente autónoma de los fines humanos, tan dominante y omnipresente en el funcionamiento básico de la sociedad que ha desplazado el juicio humano sobre muchos asuntos morales, intelectuales y biológicos; ahora, cuando los avatares de la tecnología nos venden los medios para protegernos de sus propias armas de alienación masiva, ahora podría ser el momento de volver a leer a Anders.

Cerca de Anders, Adorno parece un optimista. Mientras que para Adorno lo negativo está plagado de atisbos de utopía, para Anders lo más que podemos esperar es miedo – racional, motivador, que guíe la acción y nos oriente en el presente frente a la cancelación del futuro. «Ten el valor de tener miedo», nos dice. «Oblígate a producir esa cantidad de miedo que corresponde a la magnitud del peligro apocalíptico. Porque también el miedo, el miedo sobre todo, pertenece a aquellos sentimientos que no podemos o no queremos realizar»[2]. O mejor dicho: «no temas al miedo, ten el valor de asustarte y de asustar también a los demás. Asusta a tu prójimo como a ti mismo».[3] Mientras Adorno lidiaba con la herida irreparable de Auschwitz, y Arendt trataba de pensar la condición humana en la era atómica, Anders unió Auschwitz e Hiroshima en un único marco de catástrofe que marcó una nueva época en la historia humana, definida por la impotencia de nuestra omnipotencia. Omnipotente porque algunos humanos tienen ahora la capacidad todopoderosa de destruir el mundo con medios tecnológicos, e impotente porque la mayoría de los humanos no tienen poder para hacer nada al respecto. Es dentro de este escenario de lo que Anders llama la «incapacidad de actuar» donde uno debe actuar. ¿Cómo se puede actuar en estas condiciones? Actuar sin actuar, ya que la procedencia de la acción se ha trasladado a las cosas que hacemos y no a quienes las hacen, sólo puede significar una huelga, ya que una huelga es el acto más poderoso de no-acción que tenemos. ¿Puede haber una huelga productiva contra cosas tan destructivas, un gran rechazo contra la fabricación de aquello que puede deshacernos? Esa era la apuesta de Anders. Sabía, sin embargo, que era «posible que nuestros esfuerzos no progresen en absoluto». Pero ni siquiera este fracaso debe intimidarnos; la frustración repetida no refuta la necesidad de repetir el esfuerzo».[4]

Quiero intentarlo, y leer a Anders en un nuevo contexto, no la guerra atómica, sino el peligroso cambio climático o, lo que se ha dado en llamar -incorrectamente- el Antropoceno. ¿Qué ocurre si cambiamos la palabra «átomo» por «clima» en sus textos? ¿Cómo se ve el «fin de los tiempos o tiempo del fin» cuando no es (sólo) la bomba, sino las pandemias, la escasez de agua, la deforestación y el calentamiento global lo que plantea las principales amenazas para una civilización humana floreciente? ¿Cómo debemos leer La obsolescencia del hombre hoy, casi setenta años después del primer volumen, en que los avances tecnológicos actuales han eclipsado lo que Anders ya pensaba entonces que era un signo de dominación total? ¿Seguimos experimentando la vergüenza prometeica, o ahora nos hemos vuelto desvergonzados? La reflexión de Anders sobre la inauguración atómica de una verdadera era apocalíptica, la que dejaba a la humanidad perpetuamente al borde de la extinción, estaba ligada a un contexto específico de Guerra Fría en el que la destrucción mutua asegurada mantenía el apocalipsis permanentemente a las puertas. La amenaza atómica no ha desaparecido en absoluto -quizá esté más cerca que nunca lo estuvo, dado el número de Estados nucleares en guerra-, pero ahora estamos tan acostumbrados a ella que no se percibe realmente como una preocupación en la conciencia cotidiana. Lo que ha cambiado desde los tiempos de Anders no es sólo el aumento de la cantidad de amenazas planetarias, sino también la nueva calidad de las mismas. Vivimos no en un mundo postapocalíptico, sino en uno poliapocalíptico, en el que la catástrofe ya no adopta la forma de un acontecimiento singular en el tiempo, sino la del propio desarrollo del tiempo. El lento avance del calor, de la sequía, de la pérdida de especies, de las plagas, de las tormentas, de las inundaciones, de la contaminación atmosférica y de la degradación del suelo se ve salpicado periódicamente por interrupciones extremas que nos recuerdan la pendiente descendente en la que nos encontramos. Veamos si Anders puede ayudarnos a navegar por esta pista de desesperación.

 

Año Cero, 1945

Como la datación del Antropoceno para muchos, 1945 es la espiga dorada de Anders que demarca una nueva época histórica para la humanidad. Pero el Andersceno no es una era geológica marcada por el impacto de la humanidad sobre el planeta como una fuerza natural, sino que nombra el comienzo de una época en la que los humanos pueden acabar con el mundo. Los precursores del apocalipsis antes de 1945 eran en realidad mentirosos, adivinos o estafadores. El mundo antes de 1945 era incapaz de ofrecer la redención en forma de revelación apocalíptica. Sólo desde el 6 de agosto de 1945 el apocalipsis se ha convertido en una opción real para la humanidad, pero se trata de un apocalipsis sin reino[5], es decir, sin ninguna cualidad redentora. No hay utopía al final de éste, es simplemente el fin. Esto es lo que la bomba anunció al mundo en 1945, no sólo muerte y tormenta infernal llovidas desde lo alto, sino una nueva escala temporal de la humanidad: «Ese día nos convertimos, al menos ‘modo negativo’, en omnipotentes; pero como, por otra parte, podemos ser aniquilados en cualquier momento, también nos convertimos en totalmente impotentes»[6]. Mientras que los científicos del clima ven el período de posguerra como la Gran Aceleración (que marca un aumento espectacular de la actividad humana en muchos indicadores sociales y ecológicos), desde una perspectiva andersiana, debemos entender este periodo como la Brecha Prometeica, definida por nuestra incapacidad fundamental para comprender la escala de nuestras acciones.

 

La brecha prometeica.

La brecha prometeica (o desfase, discrepancia, pendiente) consiste en la separación entre nuestra praxis y nuestra capacidad de representarla o comprenderla[7]. Es, en definitiva:

el efecto de la brecha cada vez mayor entre nuestras dos facultades; entre nuestra acción y nuestra imaginación; del hecho de que somos incapaces de concebir lo que podemos construir; de reproducir mentalmente lo que podemos producir; de realizar la realidad que podemos hacer realidad. En el transcurso de la era técnica, la relación clásica entre imaginación y acción se ha invertido[8].

Lo que hace que el cambio climático sea tan inquietante es que «somos incapaces de imaginarnos la inmensidad de una catástrofe semejante», ya que «lo que tenemos que visualizar hoy no es el no-ser de algo particular dentro de un marco, cuya existencia puede darse por sentada, sino la inexistencia de este marco mismo «[9]. Para Anders, éste era el marco conceptual de la acción humana, que no puede dar sentido a un acto que hace que la propia actividad carezca de significado. Para nosotros, este sería el marco del Holoceno, el periodo de estabilidad climática general en el que evolucionó la civilización. Para imaginar la inmensidad de nuestra catástrofe no hace falta imaginar un holocausto nuclear, sino comprender qué aspecto tendrá exactamente el mundo en el futuro. Lo único que creíamos constante estos últimos milenios entre las variables de los asuntos humanos se ha convertido ahora en lo más caótico de todo, desbaratando las coordenadas sobre las que puede planificarse un futuro.

 

Utopistas invertidos

Para Anders, la brecha no está entre nuestras grandiosas visiones de lo que queremos hacer y nuestras míseras capacidades para llevarlas a cabo, sino más bien al contrario. «Somos más pequeños que nosotros mismos», escribe, «incapaces de realizar mentalmente las realidades que nosotros mismos hemos producido. Por eso podríamos llamarnos ‘utopistas invertidos’: mientras que los utopistas ordinarios son incapaces de producir realmente lo que son capaces de visualizar, nosotros somos incapaces de visualizar lo que realmente estamos produciendo».[10] Este utopismo invertido del presente «define la situación moral del hombre actual. El dualismo al que estamos condenados es… el de nuestra capacidad de producir frente a nuestro poder de imaginar «[11]. Es realmente difícil para nosotros darnos cuenta de lo que hemos hecho y estamos haciendo a la vida en este planeta, incluso a nosotros mismos y a las generaciones futuras. Nuestros modelos morales y mentales no pueden calcular esta escala de la acción humana. La brecha prometeica está entre nosotros y lo que hemos hecho, el retraso prometeico está entre lo que estamos haciendo y lo que creemos que estamos haciendo. Es decir: tardamos en comprender no lo que haremos, sino lo que hemos hecho. En el presente, la inmensidad del cambio climático antropogénico capta a la perfección este dilema, en el que luchamos por asumir lo que ya se ha producido; para Anders, sin embargo, fue la tecnología moderna la que planteó este problema, ante el que sólo cabe sentir vergüenza, vergüenza prometeica, de no ser tan perfectos como ella.

 

Vergüenza prometeica

La brecha entre nuestras acciones y nuestra imaginación produce un sentimiento de vergüenza cuando se trata de nuestros productos. Es la vergüenza de no estar fabricados como nuestros productos, la vergüenza de haber nacido, no de estar hechos; de ser mortales, únicos, individuales; la vergüenza de no ser inmortales a través de la producción del mismo producto; la vergüenza de no estar a la altura de las máquinas, de no estar tan reificados como ellas, de no estar tan alienados como ellas; de haber creado un mundo que no entendemos, con el que no nos identificamos, que no controlamos, que no reconocemos y al que, sin embargo, queremos unirnos desesperadamente[12]. Este es un mundo de productos en serie y aparatos técnicos que nos vigilan, no con gracia amorosa, sino con lástima por no ser como ellos. La vergüenza prometeica para Anders es nuestra sensación ante los productos de que nuestros cuerpos no son tan fuertes, ni tan bellos, ni tan reparables como ellos; vergüenza ante nuestras mentes por no ser tan inteligentes como ellos, vergüenza ante nuestras palabras por ser confusas, vergüenza ante nuestros pensamientos por ser imprecisos, vergüenza ante nuestros torsos, piernas, brazos y muslos por envejecer, debilitarse, necesitar constantemente cuidados, sustento, reparación. Nuestros productos son más perfectos de lo que nunca seremos y, al mismo tiempo, más peligrosos de lo que podemos imaginar. Es una doble vergüenza: vergüenza de no ser nuestros propios productos, y vergüenza de sentir vergüenza ante ellos.

 

Iconomanía

Un mecanismo de afrontamiento para nuestra vergüenza prometeica de haber nacido y no haber sido creados puede verse en nuestra adicción a las imágenes, lo que Anders llama iconomanía.[13] La adicción de vernos a nosotros mismos y a otros, de ver a estrellas de Hollywood, por siempre jóvenes, en la misma imagen, una y otra vez, no es simplemente un medio de identificación con la representación sobre la realidad, sino que es un proceso ritual de superación de la mortalidad en sí misma. Mirar imágenes de nosotros mismos, ya en los años 50 para Anders, era una forma de inmortalizarnos, de escapar de nuestros defectos individuales y vivir en el momento estático de la vida eterna capturada en la imagen que teníamos delante. Mientras que para André Bazin las fotografías son momificaciones, para Anders significan vida eterna: y sin embargo es una vida de nosotros mismos como ya muertos, como los productos que pretendemos imitar. No es exagerado decir que la iconomanía actual ha superado la imaginación más salvaje de Anders, convirtiéndose no sólo en un mecanismo para hacer frente a la vergüenza prometeica, sino en nuestro modo básico de relacionarnos con el mundo. La imagen ya no nos concede un refugio temporal del plano mortal, sino que nos aferra al suelo de la realidad preajustando nuestro comportamiento a su posible captura.

 

Reificación insuficiente

El problema no es que la división del trabajo en la sociedad capitalista nos reifique, haciéndonos semejantes a las cosas. Más bien, es lo contrario, somos insuficientemente semejantes a las cosas:

No se puede interpretar adecuadamente el fenómeno dándole la etiqueta marxiana de «reificación», ya que este término designa exclusivamente el hecho de que el hombre se reduce a una cosa-función. Lo que subrayamos, sin embargo, es el hecho de que las cualidades y funciones arrebatadas al hombre por su cosificación se convierten ahora en cualidades y funciones de los propios productos, que se transforman en pseudopersonas, ya que, por su mera existencia, actúan.[14]

Oponerse a la ingeniería de nuestros cuerpos para que se parezcan más a nuestros productos no significa naturalizar algún estado «sin arreglar[15]» del ser humano. Se trata más bien del intento muy moderno de escapar a nuestra vulnerable interdependencia mutua, de evitar la fragilidad de la búsqueda de reconocimiento de nosotros mismos sellando los poros de la identidad ante cualquier disturbio. La vergüenza prometeica en tiempos de cambio climático tiene una función similar: la vergüenza no por lo que «nosotros» hemos hecho -porque no lo hemos hecho en absoluto- sino por el hecho de que no podemos hacer nada al respecto, de que somos tan poderosos en la destrucción y, sin embargo, tan débiles en la creación. Nos avergonzamos ante el planeta por no ser capaces de actuar a su escala; nos avergonzamos ante el futuro por no estar a la altura de sus exigencias. Por eso la geoingeniería es lógicamente inevitable: es el único intento de estar a la altura del desastre superándolo, el intento prometeico de volver a poner el clima en su lugar como bajo nuestro control, de demostrarle que somos dueños de nuestro destino. El hecho de que la geoingeniería sea en sí misma imprevisible y peligrosa será irrelevante para la sensación de actuar. Porque «en el mismo momento en que nos hemos hecho capaces de la acción más monstruosa, la destrucción del mundo, las ‘acciones’ parecen haber desaparecido».[16] La vergüenza prometeica ante nuestras acciones monstruosas y productos perfectos converge en la acción suprahumana de geoingeniería del clima para prevenir el aumento de la temperatura global mientras mantenemos nuestro modo de vida basado en los combustibles fósiles. Al igual que el principio de las armas atómicas para Anders, el principio de la geoingeniería es puro nihilismo: «Destruyamos lo que destruyamos, todo nos da igual».[17] Contra este nihilismo de la imaginación, que no puede prever una alternativa al presente más allá de una aceleración de lo mismo, Anders nos implora que cerremos la brecha prometeica ampliando nuestra fantasía:

 

Tu tarea consiste en salvar el abismo que existe entre tus dos facultades: tu facultad de hacer cosas y tu facultad de imaginar cosas; en nivelar la pendiente que separa a ambas: en otras palabras: tienes que ensanchar violentamente la estrecha capacidad de tu imaginación (y la aún más estrecha de tus sentimientos) hasta que la imaginación y el sentimiento sean capaces de captar y darse cuenta de la enormidad de tus actos; hasta que seas capaz de captarlos y concebirlos, de aceptarlos o rechazarlos; en resumen: tu tarea es: ensanchar tu fantasía moral.[18]

 

Antiapocalíticos

Anders cree que, por primera vez en el mundo, el anti-apocalipticismo es posible: «Puesto que creemos en la posibilidad del Fin de los Tiempos, somos apocalípticos, pero como luchamos contra este Apocalipsis creado por el hombre, somos —y esto nunca había existido antes— ‘anti-apocalípticos'»[19]. ¿Cuál es el desastre creado por el hombre contra el que luchamos ahora? Es el calentamiento global del planeta, junto con la cascada social y ecológica de crisis entrelazadas provocadas por determinados seres humanos con fines particulares, que continúan hasta nuestros días. Mientras que los movimientos milenaristas del pasado trataron de acelerar el apocalipsis, en vano, ahora es realmente posible, y de hecho, el curso normal de las cosas si los movimientos no se levantan para detenerlo. Mientras que para Anders «las acciones y los acontecimientos políticos tienen lugar dentro de la situación atómica», para nosotros es la situación climática en la que tienen lugar las acciones políticas.[20] «Lo que combatimos no es tal o cual enemigo», proclama, «sino la situación atómica como tal», o, diríamos, la situación climática como tal.[21] En esta situación, «las distancias son abolidas… todo el mundo está al alcance mortal de todos los demás».[22] Estar a la altura de las nuevas condiciones espaciales de nuestra vulnerabilidad colectiva significa remodelar nuestros límites morales de quién está incluido en nuestra comunidad de intereses:

Si no queremos quedarnos a la zaga de los efectos de nuestros productos -hacerlo sería no sólo una vergüenza mortal, sino una muerte vergonzosa-, tenemos que intentar ampliar nuestro horizonte de responsabilidad hasta igualarlo a ese horizonte dentro del cual podemos destruir a todo el mundo y ser destruidos por todo el mundo; en resumen, hasta hacerlo global. Cualquier distinción entre cercanos y lejanos, vecinos y extranjeros, ha perdido validez; hoy todos somos «proximi «[23].

No sólo están siendo abolidas las fronteras espaciales, sino también las temporales. Para Anders, la presencia de la bomba aniquila la distinción entre generaciones presentes y futuras, «ya que los actos cometidos hoy (las explosiones de prueba, por ejemplo) afectan a las generaciones futuras de forma tan perniciosa como a la nuestra». Esto significa que «el futuro ya ha comenzado», ya que «al prender fuego a nuestra casa, no podemos evitar que las llamas salten a las ciudades del futuro, y las casas aún no construidas de las generaciones que aún no han nacido se reducirán a cenizas junto con nuestra casa».[24] Para Anders, este fuego era nuclear, artificial, provocado al pulsar una serie de botones; mientras que para nosotros, es salvaje, «natural», un síntoma de una atmósfera sobrecargada de carbono bombeado durante generaciones por el trabajo de la industria y el desarrollo de la tierra. Salvaguardar el futuro para Anders significaba prevenir un acto; salvaguardar el futuro para nosotros significa actuar para prevenir. Puesto que la acción ha escapado al control humano y ha pasado a manos de las cosas, ya no existe una máxima universal de la voluntad. Más bien, sólo hay una máxima universal de las cosas: “ten y usa sólo aquellas cosas, cuyas máximas inherentes podrían convertirse en tus propias máximas y, por lo tanto, en las máximas de una ley general”.[25] Este principio de Anders va dirigido contra las armas nucleares, pero podemos extenderlo a lo que Marx llama las fuerzas destructivas de la maquinaria y el dinero, aquello que ya no tiene ninguna función progresiva en el desarrollo de las necesidades humanas.

 

Ceguera apocalíptica

Ante la realidad de la amenaza, ¿qué hacen los políticos y los burócratas? Lo envían a comisión, creando un campo especial en el que se puede resolver la cuestión de «ser o no ser». Para Anders, esto es una «prueba fatal de ceguera moral», ya que enfrentarse a la realidad de nuestra condición es tarea de todos, no de los especialistas en el campo de los riesgos planetarios y las policrisis.[26] Evitar esta ceguera no significa sucumbir a la parálisis, el doomerismo o el fatalismo, sino tener la integridad moral para enfrentarse a la crisis con lo que ésta requiere: transformación social.

 

Morituri del mundo, uníos

Para Anders, el llamamiento de Marx a la unidad de los trabajadores del mundo no tiene el mismo valor en tiempos de catástrofe universal, puesto que lo que nos define ahora ya no son nuestras capacidades productivas comunes, sino nuestra condición común de vulnerabilidad. Sin embargo, nuestra condición de estar siempre «a punto de morir», morituri, tampoco conduce a ninguna unidad social o política.[27] Por eso Anders llama a una «huelga de producto», una huelga contra la producción de un producto concreto -armas nucleares-, en línea con lo que hicieron los trabajadores alemanes en 1917-18 cuando se negaron a producir armamento para la guerra. ¿Es posible unir a los trabajadores morituri en torno a la no producción de algo? Tal vez para algunos, pero el verdadero reto no es sólo cerrar un tipo de producto destructivo, sino la remodelación de la sociedad en torno a nuevas relaciones energéticas, lo que requerirá crear nuevos modos de producción y planificación, y no sólo detener los antiguos.

*

Esto sólo ha sido un breve esbozo del pensamiento de Anders, y espero que más gente retome donde él lo dejó y continúe su pensamiento en nuestro contexto actual. Anders es uno de esos filósofos especiales que esperamos que se equivoquen. Él también lo sabía: «He publicado aquelas palabras para prevenirlos de que se vuelva verdad…. No hay nada más espantoso que tener razón «[28]. Quizá se equivocó sobre la bomba atómica, pero puede que siga teniendo razón sobre los desastres que se avecinan. ¿Cómo afrontar este reto? En una autoentrevista realizada en 1986, Anders explicó por qué no era pacifista:

Para mí la paz no es un medio, sino un fin; y no es un medio porque la paz es el fin. No soporto sentarme aquí y ver cómo nosotros, amenazados de muerte por los violentos, nosotros y nuestros descendientes, nos cruzamos de brazos y no nos atrevemos a usar la violencia contra la violencia con la que nos amenazan. Puesto que las palabras de Hölderlin, que tanto gustan citar los predicadores dominicales, en el sentido de que allí donde se cierne el peligro no puede estar lejos la salvación, son sencillamente falsas (ya que todo el mundo sabe que en Auschwitz e Hiroshima no vino nada a salvarlos), nuestra tarea es intervenir para la salvación: aniquilar el peligro poniendo en peligro a los aniquiladores.[29]

 

Esto es lo que significa luchar en el Andersceno.

 

 

Notas.

[1]Jean Améry, «Rückblick auf die Apokalypse», Die Zeit, 1972, https://www.zeit.de/1972/27/rueckblick-auf-die-apokalypse.

[2] Günther Anders, «Mandamientos en la era atómica», 14, en: La conciencia en llamas: The case of the Hiroshima pilot, Claude Eatherly, told in his letters to Gunther Anders, with a postscript for American readers by Anders, Monthly Review, 1962, 11-20.

[3] Günther Anders, «Tesis para la era atómica», The Massachusetts Review, 3(3), 1962, 493-505, §13

[4] «Tesis para la era atómica», §14.

[5] https://www.e-flux.com/journal/97/251199/apocalypse-without-kingdom/

[6] Anders, “Tesis para la era Atomica”, §1.

[7] Prometeo viene de Prometeo, el titán que robó el fuego a los dioses y se lo dio a la humanidad. Este fuego representa, sobre todo, el poder tecnológico, utilizado para someter la tierra y crear la civilización. Las consecuencias morales de este poder, según Anders, están ahora más allá de nuestra propia comprensión, por lo que exige repensar el marco básico que subyace a la propia acción humana.

[8]Anders, «Mandamientos en la era atómica», 12.

[9] Anders, “Tesis para la era Atómica”, §18.

[10] Anders, «Tesis para la era atómica», §9.

[11] Anders, «Tesis para la era atómica», §10.

[12] Véase el capítulo «Über Prometheische Scham», en Günther Anders, Die Antiquerheit des Menschen, Bd. 1 (Beck, 2018 [1956)) traducido como «Sobre la vergüenza prometeica» en Christopher John Müller, Prometheanism (Rowan and Littlefield, 2016), 23-95.

[13] Consulta la sección 9 de Anders “On Promethean Shame”, en Müller, Prometheanism.

[14] Anders, «Tesis para la era atómica», §20.

[15] El inglés original en esta parte dice “unfixed”, que puede referirse tanto a sin arreglar, como sin fijar.

[16] Anders, «Tesis para la era atómica», §19.

[17] Anders, «Tesis para la era atómica», §21.

[18] Anders, «Tesis para la era atómica», §13

[19] Anders, «Tesis para la era atómica», §2.

[20] Anders, «Tesis para la era atómica», §3.

[21] Anders, «Tesis para la era atómica», §4.

[22] Anders, «Tesis para la era atómica», §6.

[23] Anders, «Tesis para la era atómica», §6.

[24] Anders, «Tesis para la era atómica», §7.

[25] Anders, «Tesis para la era atómica», §21.

[26] Anders, «Tesis para la era atómica», §17.

[27] Véase Günther Anders, Die atomare Drohung. Radikale Überlegungen zum atomaren Zeitalter (Beck, 2003 [1972].

[28] Anders, «Tesis para la era atómica», 505.

[29] «Estado de excepción y autodefensa: una entrevista imaginaria con Gunther Anders», 1986. https://libcom.org/article/state-emergency-and-self-defense-imaginary-interview-gunther-anders.

Autor: colapsoydesvio

ig: https://www.instagram.com/colapsoydesvio/