Movimiento eterno, crisis perpetua: Desentrañando el colapso del Capital. [Parte 1]
Por: Amapola Fuentes y Nueva Icaria.
NT: A partir de la reciente publicación de nuestros dos libros, “Tratado para las juventudes en sublevación” y “¿Pasó de moda la locura?”, consideramos necesario responder a algunas cuestiones que quedaron en el aire, o que salieron a lo largo de los diálogos luego de las presentaciones, y que, por distintas razones no pudimos profundizar en su momento. Así mismo, hacía falta un texto breve que sirva de introducción a los planteamientos de CyD en su estado de maduración actual (a ya casi dos años de su nacimiento). El presente artículo —originalmente escrito a modo de apuntes para las presentaciones de estos libros en Santiago, Valparaíso y Antofagasta—, es publicado a modo de un intento inicial para responder a estas cuestiones. Para facilitar su lectura hemos decidido dividirlo en tres partes, en esta primera nos referiremos a la cuestión del caída tendencial de la tasa de ganancia, la fase de subsunción formal y real, etc.
Dejamos a disposición nuestro correo para cualquier consulta o colaboración: colapsoydesvio@gmail.com
- El capitalismo como un enorme cadáver en descomposición
“Facilis descensus Averni”[1].
Virgilio, Eneida (Libro VI. 124-155).
La base sobre la que se sostienen los postulados de este ensayo —así como el del resto de investigaciones realizadas en Colapso y Desvío— es el estudio de la crisis inmanente del capital, indisociable de sus fundamentos, y que es parte en todo momento de su despliegue. Esta crisis debe entenderse como su larga crisis terminal —que engloba a su vez una serie discontinua de crisis disgregadas y que parecen fragmentadas, pero que además de tener una matriz en común, son cada vez más profundas, y que tiene como fundamento los principios mismos del capital: su movimiento eterno de valorización y la necesidad imposiblemente infinita de acumulación; movimiento que se ve atascado por el desequilibrio entre trabajo abstracto, valorización del valor y la racionalización/optimización productiva[2].
La incapacidad por contener el desarrollo de las fuerzas productivas —con las que quienes sostienen este régimen han nutrido su reproducción durante todos estos años— tiene por efectos la reducción de la producción de valor, la sobreacumulación de mercancías y la precarización generalizada de la sociedad (o la imposibilidad por reproducir la vida), enfrentando al capital con sus propios límites absolutos[3]. Esta contradicción que acompaña al capitalismo desde su génesis y lo compone molecularmente, estando presente en sus formas más básicas —es decir, en la doble naturaleza de las mercancías (valor de uso y valor de cambio[4]) y del trabajo (abstracto y concreto)[5].
No obstante, es a partir de esta contradicción interna y estructural del capital que surge la posibilidad de su superación (c.f. “El valor conduce a su propia abolición como consecuencia precisamente de sus éxitos”[6]). En caso contrario, de no ser el capitalismo contradictorio no habría espacio para su crítica, sino “¿cómo alguien puede analizar la posibilidad de la crítica si, al mismo tiempo, argumenta que el pensamiento es socialmente modelado?”[7]. Así, el capitalismo, como lo comprendemos, es movido por una lógica ciega, autotélica y falsamente autopoiética que entraña una predisposición objetiva hacia la crisis, la destrucción acelerada de la naturaleza y el derrumbe civilizatorio. El capitalismo, al tenerse como fin a sí mismo y su preservación, es indulgente e indiferente a todos los procesos de devastación que se relacionan con su teleología, llevando así a momentos inminentes en los que su propio movimiento causal de existencia es su propio verdugo y destructor.
Si bien las crisis siempre han estado presentes en el capitalismo a modo de una suerte de combustible para su constante reinvención, sostenemos que esta capacidad fue progresivamente disuelta, tras alcanzada la actual fase de acumulación del capitalismo, que comparte aparición con la transición generalizada de la subsunción formal a la real y su posterior profundización[8], que ubicamos durante los procesos de industrialización tardía (en el caso europeo se da sobre todo en la Italia de Mussolini e inmediatamente posterior) y, consigo, en el auge económico de la posguerra, que no fue más que la revitalización del capitalismo tras algunas de sus crisis más profundas. Aunque, esta no se expresaría como tal (como crisis) hasta mediados de la década de los sesenta durante las revueltas globales que tuvieron lugar hasta finales de la década siguiente, coincidiendo con el fin del movimiento del ’77 en Italia y el de algunas otras experiencias que finalizaron durante esos años (como en Japón y Polonia).
La cimentación de la fase real de la subsunción y, consigo, la disolución de los últimos gérmenes insurreccionales del periodo antes mencionado, —que coincide con una aparente recuperación de la tasa de ganancia del capital— es el producto específico del desenvolvimiento de las contradicciones del capital y de su reestructuración consiguiente. Esta fue una dinámica con la que se aniquiló las condiciones que hicieron posible las luchas revolucionarias de ese entonces en la manera concreta en que se dieron (véase la afirmación de la clase, ya sea para su reivindicación como para su destrucción). Los esfuerzos actuales por retomar la fidelidad a un programa político invariable o a un sujeto revolucionario transhistórico, son cuanto menos absurdos al ignorar —pareciera a propósito— la transformación radical de la sociedad capitalista. “[…] así como la explotación capitalista varía de una coyuntura histórica a otra, también debe variar la forma y el contenido correspondientes de la lucha para abolir esta explotación”[9]. Así, la entrada a un momento particular del colapso progresivo del capitalismo y las situaciones que de este derivan crean nuevas condiciones por la que su superación pueda darse. Condiciones que ya observamos y que niegan desde ya la presunta inmortalidad del sistema capitalista, como también los determinismos históricos de las ortodoxias revolucionarias.
Hablar del mundo actual como de un cadáver en descomposición no es un fácil recurso retórico. Es una imagen, pero de las que ayudan a imaginar con precisión: reteniéndola en la mente, uno distingue mejor lo que tiene ante los ojos y toda clase de fenómenos, incluso aquellos que son bastante desconcertantes, se vuelven inteligibles[10].
2. Colapso y autodestrucción: La Tendencia Entrópica del Capitalismo.
Y quien llega a ser señor de una ciudad acostumbrada a vivir libre y no la destruye debe esperar ser destruido por ella, pues ésta conserva siempre como refugio en sus rebeliones el nombre de la libertad y sus viejas costumbres, las que ni con el tiempo ni con los parabienes se olvidarán jamás. Y hágase lo que se haga o se intente remediar, a menos de echar o dispersar a sus habitantes, éstos no olvidarán ni ese nombre ni esas costumbres […]
Maquiavelo, El Príncipe.
El desarrollo del modo de producción capitalista tiende a una contradicción intrínseca, en tanto este desarrollo conlleva un avance destructivo y, consigo, autodestructivo; una suerte de gran acto suicida que nos arrastra a todxs consigo. Las dinámicas suicidas del capital tienden a la aniquilación como única conclusión lógica y, a modo de su propia tendencia termodinámica de la muerte universal (Big Rip), el capitalismo encuentra su derrumbe en su predisposición por la expansión constante: en su sueño de infinitud. El capital así agota los fundamentos para su autoconservación como condición para su expansión aparentemente ininterrumpida e ilimitada, hasta ya no ser “capaz de sostener ni su propio ciclo vital”[11]. Este es el contenido del proceso entrópico del capital, al que hemos hecho referencia en otras ocasiones.
Mientras tanto, una de las formas por las que la contradicción del capital tiene lugar (analizaremos otras también) es en la llamada tendencia decreciente de la tasa de ganancia, a la que Marx dedica su estudio en El Capital, pero que sería escasamente estudiado y continuado por el marxismo del siglo XIX y XX, pese a las excepciones de Luxemburgo, Grossman y Mattick. Esta caída tendencial de la tasa de ganancia ha sido comprendida como base de las crisis periódicas del capitalismo por economistas y militantes izquierdistas, mismos quiénes la han revitalizado como objeto de estudio en las últimas décadas. Como desarrollaremos más adelante, esta tendencia puede ser ralentizada a través de diversas contra-medidas, pero nunca superada.
Sin embargo, la crisis a la que colocamos nuestra atención no es en caso alguno una crisis periódica, sino una sistemática y multifacética, que se expresa como crisis de los fundamentos de existencia del capital, que así como tiene origen en estos, alcanza todo el entramado de las relaciones sociales capitalistas —manifestándose tanto una crisis civilizatoria total y como ecológica de carácter global—. Por esto mismo, nos remontaremos a las contribuciones de Robert Kurz y la teoría crítica del valor, que van más allá de los debates sobre la tasa de ganancia. Podemos precisar nuestra tesis de la siguiente manera: el origen de la crisis absoluta de la sociedad capitalista se encuentra en el agotamiento de su fundamento de existencia: el valor, develando la crisis como crisis de la forma-valor. Como veremos más adelante, el contenido de esta crisis nos llevará a tener que analizar algunos de las formas que toma esta, véase la relación de género y la reproducción de la vida.
Así, el capital en abierta contradicción consigo mismo, arrasa con sus fundamentos y las condiciones materiales mínimas para su existencia. Entiéndase con ello al trabajo, como productor de valor y plusvalor, pero también a la naturaleza, como fuente reificada de toda “riqueza real”[12]. El desarrollo capitalista resulta absurdo, al devorarse a sí mismo y a los prerrequisitos naturales —considerados como meros recursos o materias primas— para la reproducción social. Lo que tiene por consecuencia la agudización de los antagonismos sociales de la sociedad de clases, —véase de “raza”, clase o género, y otras luchas aisladas que, si bien legítimas, tienden a la fragmentación binaria que mantiene una matriz identitaria alejada de los cuestionamientos reales al capitalismo—. Y de las diversas formas de aniquilación (Vernichtung)[13] arraigadas en el carácter específico de la sociedad capitalista, al precarizar aceleradamente las condiciones de existencia de la especie humana en general (aunque en distintos grados) y sobre todo el de las plantas y animales, provocando la extinción masiva de especies.
Encontraremos el fundamento del escenario actual en el agotamiento de la fase final de acumulación de capital. Para el estudio de esta y, en particular, de la relación entre el desarrollo del capital y la disminución del valor, distinguiremos los periodos históricos del capital, apoyándonos en la comprensión marxiana de las fases de la subsunción (o dominación) del proceso de trabajo, que Marx denomina “subsunción formal” y “subsunción real”, es decir, cómo la producción está subsumida bajo la lógica del capital[14] —categorías que son retomadas por Jacques Camatte, entre otros autores—. Esta periodización a partir de la expansión de la categoría de subsunción en Marx nos será de utilidad para comprender el contenido de las reestructuraciones del capital, el despliegue de sus dinámicas suicidas —a través del agotamiento de sus presupuestos— y la forma en la que el capitalismo trata de compensarlo. En particular el fenómeno de la caída tendencial de la ganancia, mencionado anteriormente. Pero, sobre todo, nos será de utilidad para dar cuenta del proceso histórico del desarrollo del capitalismo —sobre el cual continuaremos profundizando en el siguiente capítulo— por el cual el dinero y el valor se convierten “en el abstracto fin en sí mismo de la revalorización del capital”[15].
Lo particular de estas categorías es su relación con la del plusvalor (absoluto y relativo) y, por consiguiente, con la alteración de la producción y del tiempo socialmente necesario para la producción, por lo que pasaremos a explicar en conjunto estas categorías y las de tiempo socialmente necesario, trabajo abstracto, etc. Puede tomarse este capítulo como una suerte de introducción conceptual a la teoría marxiana desde la que parten en ruptura o continuidad un sinnúmero de autores y grupos (incluyéndonos). No podemos asumir ni dar por sentado que estos conceptos son comprendidos, así que parte de nuestro quehacer “pedagógico” es poner un piso teórico en común para que tengamos claro que se nos entiende cuando nos referimos a estos conceptos, que son transversales a todas nuestras investigaciones.
a. De la Subsunción Formal a la Real: Reestructuraciones del Capital y Dinámicas Suicidas.
En la fase de subsunción formal, la explotación del trabajo vivo (el trabajo en el momento en que se hace y, por tanto, es el que crea valor) se da a partir de las formas de producción existentes, heredadas de las sociedades precapitalistas. La única diferencia entre estas formas de producción subsumidas, y antes que lo fuesen, es quién es el propietario de ellas. Así, el capitalismo se hace de estas sin necesidad de transformarlas, y la extracción de plusvalor (mehrwert) del proceso de trabajo, sólo es posible en la forma de “plusvalía absoluta”, que se traduce en la prolongación de la jornada de trabajo y el aumento de trabajadores o, lo que es lo mismo, el incremento en la utilización del capital variable, es decir, la fuerza de trabajo —la que comprenderemos como el “gasto de una cantidad determinada de músculo, nervio, cerebro, etc.”[16] propias de las facultades de todo ser humano.
Esta capacidad se manifiesta únicamente a través del trabajo y es puesta en venta por el dueño de aquella corporalidad (compitiendo con los demás vendedores de la mercancía fuerza de trabajo en el mercado) a cambio de un salario que representaría el valor de su fuerza de trabajo[17]. Fuerza de trabajo —al igual que toda otra mercancía— cuyo valor le es determinado en la esfera de la producción, específicamente por el tiempo de trabajo necesario para la producción y reproducción de esta fuerza gastada. En el caso de esta mercancía en particular, la reposición de esta será la propia conservación del trabajador. Por tanto, “el valor de la fuerza de trabajo es el valor de los medios de subsistencia necesarios para la conservación del poseedor de aquella”[18]. “Para que exista una mercancía como la fuerza de trabajo, el productor debe ser totalmente desposeído y carecer tanto de medios de subsistencia (reservas sociales) como de medios de producción”[19].
En este primer momento de la subsunción, resulta insostenible el aumento constante de la jornada laboral —que ya había escalado incluso a la jornada laboral de 12 horas. Entre varias razones para frenar las horas de trabajo, consideraremos las siguientes. Primero: por el obvio límite del número de horas del día. Segundo: por el tiempo mínimo fuera del lugar de trabajo que requiere el trabajador para la reposición de su fuerza de trabajo. Y tercero: por la insistente lucha del movimiento obrero clásico en distintos países del mundo para la reducción de la jornada laboral y la mejora de sus condiciones de trabajo. Es con respecto a este tercer punto, que en lo que la defensa de sus intereses se materializa el movimiento obrero personifica el progreso del capital hasta “hacer triunfar el proceso de valorización”[20].
En efecto, tarde o temprano, unos aumentos salariales de cierta magnitud obligan al capital a mecanizarse y a hacerlo en un grado cada vez mayor; lo mismo cabe decir de la reducción de la jornada laboral. Así se produce el paso de un modo de explotación extensivo a un modo de explotación intensivo, el paso del plusvalor absoluto al plusvalor relativo[21].
El capitalismo —en tanto movimiento autotélico de valorización— requiere de la expansión de su producción y de la reproducción del capital, que se logra gracias al desarrollo incondicional de las fuerzas productivas con la incorporación de “nueva maquinaria, tecnología, conocimiento, instrumentos de trabajo y diversas formas de trabajo humano objetivado”[22], que a su vez son posibles solo por la inversión constante del plusvalor extraído del proceso de producción —reduciendo la parte dirigida hacia los capitalistas—.
Entenderemos por aquello en lo que es invertido el plusvalor a fin de la optimización de la producción, también al desarrollo técnico de la sociedad, que no es más que la alteración radical del mundo en servicio del culto fetichista de la mercancía —cuestión en la que profundizaremos más adelante—. Pero, como la extracción de plusvalor absoluto (como única fuente de beneficio) es limitada durante la fase formal de la subsunción y las fuerzas productivas (así, como la sociedad misma), en tanto son desarrolladas, necesitan de una mayor inversión, y entonces ahí el capitalismo se enfrenta al estancamiento de su proceso de valorización, al ser incapaz de continuar el desarrollo de las fuerzas productivas y, por consiguiente, de la productividad del trabajo.
Para compensar el plusvalor invertido y, consigo, continuar la marcha de la máquina capitalista, se necesita incrementar la extracción de plusvalor (es decir, hacer más eficiente la explotación de los trabajadores). Esto es posible cuando la subsunción formal del proceso de trabajo deviene hacia la real, y por consiguiente se trasciende del plusvalor absoluto al relativo, entendiendo a ambos como formas específicas de explotación del trabajo propias de distintas fases de la subsunción. Así, “la subsunción real sólo puede tener lugar históricamente sobre la base de esta subsunción formal: la subsunción formal del trabajo bajo el capital es tanto un requisito lógico/sistemático como histórico para la subsunción real”[23].
En esta nueva fase —por el contrario de la anterior— es alterado el proceso de trabajo en su totalidad, con la optimización de la producción mediante el desarrollo técnico y tecnológico del trabajo (subordinación de la ciencia a la producción) y, por consiguiente, haciendo más eficiente el proceso de explotación, paralelamente a que intensifica este proceso y reduce sus costes de producción y reproducción. Así, con la subsunción real se superan al fin las formas de producción precapitalistas mantenidas hasta entonces intactas en el proceso de trabajo, fundando sobre él un nuevo modo de producción específicamente capitalista, o bien, cuando “el capital como una forma social se materializa a sí mismo”[24]. Este aumento en la productividad o de la eficiencia de la explotación, supone la transformación radical no únicamente de la producción, sino de lo que permite esta.
Con el paso a la fase real de la subsunción, entra en escena el plusvalor relativo[25], o sea, la reducción del “tiempo socialmente necesario” para la producción de mercancías por la optimización del proceso laboral, “lo cual solo puede lograrse haciendo disminuir el valor de la fuerza de trabajo”[26]. La reducción del tiempo de trabajo socialmente necesario —y, por tanto, el aumento del tiempo de trabajo excedente—, conlleva la reducción del valor contenido en cada mercancía (y llegados a cierto punto, también del trabajo en general). La constante disminución de la mercancía fuerza de trabajo es lograda por el control del costo de su reproducción, esto mediante la apropiación de la producción responsable de las mercancías imprescindibles para el consumo humano y hasta de los medios de transporte por los cuales los trabajadores circulan (c.f. “la subsunción real convierte la reproducción del proletariado en un factor de la reproducción del capital”[27]).
Ahora bien, esto solo es posible para algunos capitalistas. Esta desvalorización de la fuerza de trabajo (capital variable) tiene como consecuencia una alteración de la composición orgánica del capital, en tanto la disminución del capital variable supone un aumento del capital constante (maquinaría). La reducción de la centralidad social del trabajo, a la que tiende el capital en la fase real de la subsunción, conlleva a una precarización generalizada del proletariado y hasta su expulsión del metabolismo del capital, al devenir producto residual del proceso de subsunción capitalista. Así podemos trazar una relación directa entre la superfluidad de mano de obra y la precarización generalizada del trabajo, que se traduce en el aumento del subempleo, de trabajos irregulares (o sin contrato), etc. Esto, ya que a pesar de la progresiva reducción cuantitativa del trabajo que supone el desarrollo técnico de la producción, la sociedad capitalista continúa estructurada por este. El que haya más personas que no trabajen no implica que estén libres de la condición proletaria, sino al contrario (c.f. “el trabajo se erige en precondición de todo”[28]).
Así, el avance de la fase real, no se limita únicamente a la producción, sino que la subsunción real es, así mismo, la progresiva e inacabada transformación de la totalidad social a imagen y semejanza del capital. Históricamente, esta transformación se manifiesta en la absorción de los saberes humanos, no tan solo como meros instrumentos, sino como su asimilación a los procesos de producción y reproducción, lo que incluye a la cultura como reproducción social en tanto es como diría Debord “la esfera general del conocimiento, y de las representaciones de lo vivido”[29].
Esta aplicación de las distintas ramas del saber, véanse la economía, las ciencias, la cibernética y la ingeniería a la producción se tradujo en la optimización del desarrollo capitalista, en el diseño y remodelación de la totalidad de la vida social en torno a la producción. Optimización que, para tener lugar, requirió de la ruptura con los arcaísmos que mantenía el capitalismo aún en su seno y la extensión de su dominación a sectores que solo había adueñado formalmente, mediante “una revolución total (que se prosigue y repite continuamente) en el modo de producción mismo, en la productividad y en la relación entre el capitalista y el obrero”[30].
Este proceso tiene por fin la materialización efectiva del totalitarismo del capital, en la forma de una sociedad propiamente capitalista, que es dueña de los presupuestos de su reproducción y conservación, en tanto que su apropiación de los medios de la reproducción de la fuerza de trabajo, también lo es de la reproducción del capital. Este es el verdadero carácter de la subsunción real de la sociedad, así lo explicaba Jacques Camatte en 1969. Esta fase de la subsunción es alcanzada “cuando logra reemplazar todas las premisas sociales y naturales previas con sus propias y particulares formas de organización, las cuales median ahora la sumisión del conjunto de la vida física y social a las necesidades reales de la valorización”[31]. Este argumento es el que permite retomar las categorías de subsunción (dominación) de Marx y extenderlas fuera de la producción —donde fueron originalmente pensadas—. Pero la lectura de Camatte no se detiene ahí, ya que la subsunción real significa la constitución del capital en “comunidad material”. O sea, el capital se realiza sobre “la totalidad del planeta, en la totalidad de la especie, así como en la totalidad de la vida interior de cada hombre, los modos de una colonización integral de lo existente”[32]. Si bien estos postulados pueden resultar problemáticos y conducir a varias derivas reaccionarias[33], rescatamos la insistencia de Camatte en la alienación de la especie humana que es “despojada, y tiende a ser reducida a su dimensión biológica”[34] y el desarrollo de una concepción no-humanista de la especie.
La producción produce al hombre no sólo como mercancía, mercancía humana, hombre determinado como mercancía; lo produce, de acuerdo con esta determinación, como un ser deshumanizado tanto física como espiritualmente. Inmoralidad, deformación, embrutecimiento de trabajadores y capitalistas. Su producto es la mercancía con conciencia y actividad propias[…], la mercancía humana.[35]
La transformación de la sociedad a la que hacemos referencia —a partir de la comprensión de Camatte de la subsunción— es una transformación de nuestro entorno y su experimentación. En particular, esto puede ser precisado al desarrollo de las ciudades, ya sea por el material con el que estas son construidas, o su diseño o distribución, ya que hay una arquitectura específica de las ciudades cuando se encuentran bajo el régimen capitalista. Cada uno de estos aspectos están subordinados a la producción y circulación de mercancías —que Marx simboliza en la secuencia D-M-D’—. Las metrópolis modernas son la forma histórica que adquieren las pretensiones del capitalismo en el urbanismo, son la materialización en la vida cotidiana de la naturaleza inorgánica del capital. En los rascacielos y metros ya están contenidos el carácter fetichista de la sociedad mercantil y su abierta aversión por lo vivo, que no son más que la expresión del creciente dominio del trabajo muerto sobre el trabajo vivo. Así daba cuenta de ello Guy Debord:
La sociedad que modela todo su entorno ha elaborado una técnica espacial para trabajar la base concreta de este conjunto de tareas: su territorio mismo. El urbanismo es esta toma de posesión del entorno natural y humano por el capitalismo que, desarrollándose en dominación absoluta, puede y debe ahora rehacer la totalidad del espacio como su propia escena.[36]
Comprender la importancia que tiene el régimen del capitalismo para la instalación de una arquitectura y una urbanización específicas es relevante para comprender, igualmente, bajo qué formas estamos sometidos a habitar en una ciudad que se encuentra milimétricamente diseñada para que cumplamos con quehaceres específicos: estudiar, trabajar, comprar, regresar a casa. Esto es algo que ya mencionaba Debord, pero también Walter Benjamin cuando, en su inacabada obra del Libro de Los Pasajes, mencionaba la transformación en la distribución de las calles de París, de la mano de Haussmann. Con esta apertura de grandes avenidas y barrios dedicados exclusivamente al comercio, no sólo se buscaba dificultar la instalación de barricadas (ya que al ser calles mucho más amplias, requerían mucho más material y era mucho más fácil desmantelarlo), sino que también se buscaba reconfigurar los tránsitos citadinos en la ciudad. Con esto, se consagra la figura benjaminiana del flâneur, como forma de dominación a las formas de vida en las grandes urbes, a las que grandes masas campesinas durante los siglos XVIII y XIX emigraron.
Las metrópolis modernas, igualmente, y como analiza Juhani Pallasmaa en el texto Los ojos de la piel: La arquitectura y los sentidos, tienen una dimensión biopolítica de control sensorial. Esta crítica surge a partir de la interpretación de las intenciones de Le Corbusier, uno de los primeros y más importantes teóricos de la arquitectura moderna, a la hora de pensar en una finalidad de la construcción de las ciudades. Y es evidente que, al configurar una forma de habitar, transitar, moverse en la metrópolis, se configura una visión de la vida, y de la realidad, que está intrínsecamente relacionada con la percepción.
Ahora bien, para seguir profundizando en estos fenómenos debemos complementar la lectura marxiana de la subsunción que empleamos como periodización del modo de producción capitalista (inspirada en la de Camatte y TC), con la lectura propia de los representantes de la teoría crítica del valor, desarrollada a partir de la crítica al marxismo del siglo xx. Por lo que si bien la lectura de Kurz y compañía tocan temas similares a los tratados por Luxemburgo, Rubin o hasta por la ultraizquierda sesentayochista, no deberemos de ignorar la ruptura necesaria que existe entre estas tendencias y la teoría crítica del valor. Por lo demás pasaremos a detallar las consecuencias del contradictorio despliegue del capital, sobre una base en la que coinciden ambos lados (nos referimos al de Camatte y sus continuadores y el de Kurz): primero, en que la contradicción fundamental del capital es entre el proceso de valorización y desvalorización; segundo, en la tendencia a la disminución del trabajo vivo en relación del aumento del trabajo muerto[37].
b. La descentralización del trabajo y la crisis de la forma-valor.
Como hemos explicado, el presente avance de la fase de la subsunción real, que modifica los procesos de producción y acelera su desarrollo, tiene por resultado la reducción del tiempo de trabajo socialmente necesario en paralelo al aumento de las fuerzas productivas. La teoría crítica del valor coincide a grandes rasgos con esta lectura, en tanto la profundización del desarrollo técnico y su aplicación en la producción tienen por consecuencia lo que Kurz denomina “la disminución histórica de la sustancia del trabajo como sustancia del valor del capital”[38] (que no debemos confundir como igual a la cuestión de la tasa de ganancia). En otras palabras, hablamos del contradictorio proceso de desarrollo del capital y su progresiva tendencia a la desustancialización. Esta se puede explicar cómo el proceso por el cual el capital —atentando contra sí mismo— hace obsoleta a la fuente primigenia del valor: el trabajo. Pero —como Jappe precisa— no es cualquier trabajo: “no es el trabajo como tal lo que crea el valor, sino el trabajo organizado en una cierta forma social: trabajo abstracto”[39].
Trabajo humano abstracto que, como plantea la teoría crítica del valor, es una categoría históricamente específica a las sociedades capitalistas y así como resulta completamente ajena a las sociedades premodernas, también lo será de una sociedad poscapitalista. Como veremos más adelante, es en este aspecto en donde los planteamientos defendidos por Kurz se enfrentan con buena parte de la tradición marxista y, hasta en cierta medida, al mismo Marx. Entonces, si la fuente del valor es el trabajo abstracto, en tanto “las mercancías, tienen valor económico sólo porque en ellas se ha encarnado o materializado el trabajo humano en abstracto”[40], la pérdida progresiva de la sustancia del capital significa la obsolescencia del trabajo abstracto. Si bien ya entendemos de manera muy simplificada sus consecuencias, ¿a qué se refiere específicamente Kurz por sustancia? ¿Dónde se encuentra contenida esta?
Explicamos: Aunque la incorporación de nuevas tecnologías (que reducen el trabajo humano) haga ganar al capitalista frente a su competencia que no dispone de esta tecnología (y la capacidad de producción que esta entrega), no sucede lo mismo con el sistema, que pierde su única fuente de producción de valor —como ya hemos explicado—, esta nueva maquinaria aparece en la producción en la forma de trabajo muerto, es decir, cristalización del trabajo vivo que no crea nuevo valor. El valor está contenido como sustancia común en todas las mercancías que el trabajador produce, pero lo hace como abstracción de sí, en tanto desvanece las formas concretas del trabajo que diferencia el proceso de fabricación de una lavadora al de un arma de fuego. Así, nada queda de sus formas concretas, “salvo una misma objetividad espectral, una mera gelatina de trabajo humano indiferenciado, esto es, de gasto de fuerza de trabajo humana sin consideración a la forma en que se gastó la misma”[41].
Esto es el trabajo abstracto, pero esta primera definición como combustión fisiológica común a las actividades humanas, entiéndase el gasto de “músculo, nervio, cerebro, etc.”. resulta problemática, al grado de ser criticada o bien desechada por parte relevante del marxismo. Según estos, la noción del trabajo abstracto de Marx, entendida como gasto o combustión de energía, sería meramente una definición preliminar y por lo demás errónea. En cuanto a Isaak Rubin, el problema de Marx sería que este supuestamente cae en una descontextualización del trabajo abstracto, cuando la existencia de este “trabajo” es posibilitada únicamente por el capitalismo. Así, según Rubin, al asociar el trabajo abstracto con el gasto fisiológico que es común en toda actividad humana, el concepto resulta “desprovisto de todo elemento social e histórico”[42].
Si así entendiéramos el trabajo abstracto, como un concepto transhistórico, que aplica para cualquier sociedad pese a sus especificaciones cometeríamos un craso error, ya que de este modo nos sería imposible la superación del “trabajo” como relación social. Pero la crítica de Rubin no llega mucho más lejos que la de la supuesta concepción errónea de Marx. Rubin, pese a conocer el carácter históricamente específico de la abstracción, la hace perdurar hasta el socialismo bajo la forma del “trabajo igualado”, demostrando consigo que su revolución aún se mantenía prisionera al culto fetichista del trabajo. Lo que realmente debemos comprender por abstracción es un proceso específicamente capitalista por el que se igualan forzosamente todas las formas concretas de la actividad humana al gasto fisiológico común a todas estas; es su sometimiento y desprendimiento de sus formas concretas para su abstracción en una única forma “eterna”, descontextualizada pero, sobre todo, deshistorizada. Aquello a lo que llamamos trabajo abstracto, por tanto, no es más que la concepción fetichista del trabajo eternizado por el capitalismo.
La incomprensión de Rubin del proceso de abstracción real le lleva a no solo ontologizar el trabajo abstracto, sino que también a negar el concepto marxiano de sustancia y su estrecha relación con el trabajo abstracto. Como dimos cuenta, cierta materialidad le es inherente a la sustancia a modo de la ya mencionada combustión de energía, indiferente a la forma concreta en que se gastó, esta sustancia es “una fracción definida del tiempo total de trabajo de la sociedad debe utilizarse, o gastarse, para producir la mercancía y llevarla al mercado”[43]. En otras palabras, la sustancia común de las mercancías “no puede ser otra cosa que el trabajo [abstracto] que las ha creado: es lo único que es idéntico en mercancías por lo demás inconmensurables”[44]. Mientras tanto, a la desustancialización del trabajo la deberemos comprender como el resultado lógico del contradictorio avance del capital, en que a mayor desarrollo de las fuerzas productivas es menor el valor contenido en las mercancías, en tanto la optimización productiva del capitalismo se traduce en la práctica como la abolición de la fuente del valor: el trabajo abstracto como sustancia del capital. Marx nos explica esta relación de la siguiente manera:
En términos generales: cuanto mayor sea la fuerza productiva del trabajo, tanto menor será el tiempo de trabajo requerido para la producción de un artículo, tanto menor la masa de trabajo cristalizada en él, tanto menor su valor. A la inversa, cuanto menor sea la fuerza productiva del trabajo, tanto mayor será el tiempo de trabajo necesario para la producción de un artículo, tanto mayor su valor. Por ende, la magnitud de valor de una mercancía varía en razón directa a la cantidad de trabajo efectivizado en ella e inversa a la fuerza productiva de ese trabajo[45].
Con esto ya explicado, pasemos a precisar qué sucede con el desarrollo de las fuerzas productivas y la reducción del tiempo socialmente necesario. ¿Acaso los trabajadores que producen cierta cantidad de mercancías en mayor tiempo producen más valor en relación a los trabajadores donde la capacidad de producción es mayor y, consigo, requieren de menor tiempo para producir el mismo número de mercancías? El desarrollo técnico no es homogéneo, por tanto existe aún un número importante de lugares donde los avances actuales de la producción les son todavía ajenas, lo cual no significa que en estos se produzca más valor. En caso contrario, la tendencia a la disminución del valor no correspondería con la realidad, sino que, en cambio, cada mercancía en particular producida por el trabajador que no disponga de la nueva tecnología contendrá el tiempo promedio que se tarda en producirse la mercancía en cuestión, por más que estos hayan tardado más en hacerlas. A esto es a lo que Marx llama el “tiempo de trabajo socialmente necesario”. Y es precisamente porque este tiempo social se reduce (al aplicarse nueva maquinaría que acelera los procesos de producción, los optimiza y, con ello, reduce el tiempo de trabajo socialmente necesario contenido en los productos), que cada mercancía contiene cada vez menos valor.
La fuerza de trabajo es una mercancía que, como cualquier otra, circula en un mercado específico —el mercado de trabajo— en el que se intercambia por un salario que le permita reconstituirse. Esta mercancía crea valor al ser empleada en el proceso de producción y producir el plusvalor correspondiente al plustrabajo. Así pues, el capitalismo erige al tiempo de trabajo en medida exclusiva de la riqueza social[46].
Sin embargo, ¿cómo es que el capitalismo ha compensado durante todo este tiempo la disminución progresiva del valor? Durante el fordismo, podemos argumentar que el capitalismo lo hizo gracias a un monumental incremento en la producción de mercancías, pero este aumento terminó por conseguir la saturación del mercado. Pero este argumento, si bien es cierto, resulta incompleto si no tomamos en cuenta otros aspectos importantes durante el desarrollo del capital —y no solo el crecimiento de la productividad (en tanto esta es una “necesidad estructural impuesta por el imperativo de la valorización”[47]).
Como sabemos, el acelerado desarrollo técnico de la producción que permite cada vez más mercancías producidas en menor tiempo —como hemos explicado anteriormente— ha reducido la proporción del trabajo vivo hasta considerarlo superfluo y, en cambio, ha ido aumentando el trabajo muerto (que solo transmite el valor que se creó en el momento de su producción). La velocidad con la que se desarrolla la tecnología y, por tanto, disminuye el trabajo vivo, no se equipara a las formas por las que el capitalismo trata de compensarlo, y es así mismo que este aumento en la producción deviene en sobreproducción que no hace más que incrementar la crisis. En palabras del profesor Moishe Postone: “Las contra-tendencias al descenso tendencial de la tasa de ganancia no son, necesariamente, contra-tendencias a los cambios en la composición orgánica del capital. Ambas están en dos niveles lógicos completamente diferentes”[48].
Rosa Luxemburgo, quién sería una de lxs pocos autorxs que dedicaron un análisis serio a la cuestión del límite interno del capitalismo, encuentra en La acumulación del Capital (1913) una respuesta a esta interrogante qué es aparentemente convincente, al menos para su época. Aunque no fuese asumida de esa manera por el resto de la izquierda (que no dudo en atacarle), nosotrxs reconocemos un antecedente importante en la tesis de Luxemburgo y su respuesta a la interrogante en cuestión, aunque esta se vea limitada tanto por el momento histórico, como por la inconsistencia de la propia Luxemburgo, que se centra en la esfera de la circulación, ignorando en el proceso el resto. Robert Kurz quién se detiene en el análisis de Luxemburgo y las polémicas que este causó, describe su tesis de la siguiente manera:
La autocontradicción del capital, que según Luxemburg debe conducir a largo plazo a una tendencia al colapso, no debe buscarse, por lo tanto, en la producción de valor y plusvalor, sino en la disparidad entre una producción ilimitada de plusvalor por un lado, y, por el otro, una capacidad limitada de realización en la circulación. Ella afina este argumento subrayando la desproporción que ello supone entre las dos grandes secciones de la reproducción capitalista, la de los medios de producción y la de los medios de consumo[49].
Si el colapso del capitalismo no había ocurrido aún para el momento en el que Luxemburgo realiza este estudio, sería —según ella y apoyándose en la teoría del imperialismo— porque el capitalismo era capaz de compensar temporalmente “los límites de su capacidad interna para realizar plusvalor mediante la expansión al extranjero, tomando el control de los estamentos no capitalistas de los países y regiones del mundo cuya organización no es capitalista, para darles algún tipo de uso”[50]. Si esa fuera la forma por la que el capitalismo eludió su colapso, su desarrollo posterior y por consiguiente del proceso de subsunción real del capital sobre los sectores sólo formalmente dominados, habrían dinamitado de una vez esta posibilidad temporal del capitalismo por eludir sus contradicciones. O bien, en las palabras de Luxemburgo: “el capitalismo entra en un callejón sin salida; no puede seguir actuando como vehículo histórico del desarrollo de las fuerzas de producción; alcanza su límite objetivo económico”[51]. Pero, así mismo, es en esta capacidad de expansión constante que gozó el capitalismo durante siglos, que encontramos la condición de su actual existencia y grado de desarrollo. Y es este el aspecto más interesante del que supo dar cuenta Luxemburgo a partir de Marx, aspecto que rescatamos al parecernos esencial para nuestro propio análisis respecto al desarrollo del capital.
Solo por la expansión constante a nuevos dominios de la producción y nuevos países ha sido posible la existencia y desarrollo del capitalismo. Pero la expansión en su impulso mundial conduce a choques entre el capital y las formas sociales precapitalistas. De aquí que, violencia, guerra, revolución, catástrofe, sean en suma el elemento vital del capitalismo desde su principio hasta su fín[52].
c. Trabajos improductivos, trabajos de mierda y la abolición del trabajo.
Como hemos explicado, el aumento nunca visto de la circulación de mercancías producto de la incorporación de nuevas tecnologías en la producción durante la tercera revolución industrial (“que alteró profundamente la composición orgánica del capital —es decir, la proporción entre trabajo vivo y trabajo muerto [acumulado], o capital—”[53]) y la reestructuración del capitalismo entre la década de los setentas y ochentas, han sido a expensas del valor que contiene cada mercancía en particular[54]. O, lo que es lo mismo, “al aumentar proporcionalmente el plusvalor relativo (a través del desarrollo de las fuerzas productivas), disminuye proporcionalmente la tasa beneficio respecto a la cantidad de trabajo objetivado invertido en el proceso de producción”[55].
Lo que nos ha llevado a este grado particular de la crisis de valorización, no es solo el cada vez más acelerado reemplazo del trabajo vivo, o sea la expulsión del ser humano de la producción, sino que por el aumento constante de los trabajos improductivos a causa —nuevamente— del desarrollo de la sociedad y de la complejización del trabajo en general. Mientras el enorme aumento de la población superflua, por el abaratamiento de costos de la producción es resultado de la incapacidad de la sociedad capitalista de redirigir a esta población sobrante a nuevos puestos de trabajo, al ser más rápida la primera tendencia que la creación de nuevos puestos de trabajos[56]. Así mismo, el desarrollo de la sociedad capitalista en su fase actual, requiere de la creación de nuevos trabajos (que denominamos improductivos al no generar valor), lo que termina en un aumento tendencial del trabajo improductivo en comparación al productivo.
Trabajos que, si bien no producen valor, acompañan a su producción a modo de su infraestructura, existiendo como un gasto extra [faux frais], que permite el proceso de valorización. Cómo mencionamos, estos (los trabajos improductivos) se vuelven progresivamente más necesarios en la medida que se introducen nuevas tecnologías a la producción y el grado de desarrollo de la producción es mayor.
Así, el gasto público del Estado responde a estos trabajos improductivos, y destina parte importante de sus ingresos para subvencionarlos. Consigo, la seguridad, la educación pública, los transportes, “el sistema sanitario, la administración y muchas otras cosas son necesarias para que pueda desarrollarse el trabajo productivo”[57]. Gastos que, si no son limitados, “pueden suponer una amenaza para la rentabilidad de la producción”[58]. Ahora bien, estos gastos extra contenidos al interior de la “esfera económica” y que asisten a la producción sólo son una parte minoritaria de lo que se comprende en las actividades que asisten y permiten la producción de valor. Es fuera de la esfera económica donde encontraremos los presupuestos para la reproducción del capital.
Un fenómeno relacionado al trabajo improductivo que esperamos desarrollar más en otra ocasión es que su aumento ha ido acompañado de la multiplicación de trabajos carentes de sentido. Nos referimos a una importante cantidad de trabajos asalariados que no producen valor y que tampoco asisten a este, trabajos a los que difícilmente puede defenderse su existencia o su aporte, ya sea por los trabajadores o por la sociedad misma. Por ejemplo: mandos intermedios —derivados de los procesos históricos de estratificación— abogados corporativos, recepcionistas, etc. Parte importante de las narrativas que sostienen estos trabajos “improductivos” se puede encontrar en el fenómeno de las ya mencionadas estratificaciones de clase, que no solo ha hecho que las divisiones de clase tradicionales (proletariado/burguesía) sean menos visibles y carentes de sentido a la hora de interpretar la realidad en el antagonismo clásico del marxismo ortodoxo —en donde la contradicción fundamental del capitalismo era asociada a la “oposición de clase entre burguesía y proletariado, siendo los burgueses la clase de la propiedad privada y del mercado, y el proletariado, la clase de la producción industrial”[59]—. Sino que también ha desmontado todo programa propulsado por sectores nostálgicos por revivir la ineficiente crítica al capital, que era más bien solo de su circulación y distribución, afirmando uno de los bandos del viejo antagonismo de clase: el proletariado que representaba la realización del trabajo y la clase, más nunca de su superación.
El proletariado es, por tanto, el principal portador de la ideología del trabajo, y la oposición Capital-Trabajo adopta la forma de una oposición entre miembros productivos e improductivos de la sociedad («¡Gloria a los primeros, vergüenza a los segundos!», según la ideología obrera.)[60]
¿Cómo se puede poner en una de las dos clases existentes a un jefe que es, a la vez, subalterno de otro jefe? El capitalismo gerencial como expresión inicial de las estratificaciones de clase ha demostrado dos cosas: que los grandes gerentes no tienen interés en la gestión empresarial, y que crear ficciones de clase es una materialidad, y que desde el propio capitalismo han surgido estos trabajos improductivos que, de cierta manera, hacen que entre en crisis todo un siglo de historia de la ultraizquierda, sobre todo cuando estas estratificaciones no sólo son carentes de cualquier contenido identitario y politizado, sino que responden al más puro desclasamiento. La reivindicación del trabajo digno deviene ridícula cuando los profesionales que los ejercen no pueden siquiera asegurar la razón de su existencia. Un sin sentido que no evoca más que un aburrimiento tortuoso incrustado en lo profundo de “nuestra alma colectiva”[61]. El cual tiene lugar en el desarrollo reciente del capitalismo.
El “trabajo” es, por su esencia, una actividad no libre, inhumana e insocial, condicionada por la propiedad privada y creadora de propiedad privada. La abolición de la propiedad privada no se hará realidad hasta que no sea concebida como abolición del “trabajo”.[62]
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Por otro lado, la reducción del tiempo de trabajo socialmente necesario que es posibilitada por el desarrollo de las fuerzas productivas y, en particular, el desarrollo electro-computacional, despertó un optimismo tecnológico en distintos grupos que rápidamente devino en una conversión tecnofóbica de los mismos. Esto es dado sobre todo por la posibilidad real de una reducción radical de la jornada de trabajo, o bien la superación total del trabajo por la automatización de las actividades laborales. Esta idea estaba presente en las obras de un sinnúmero de autores, desde Lafargue, Keynes, Negri hasta los aceleracionistas. Bien por el contrario, la reducción del tiempo de trabajo socialmente necesario ha sido a cambio del aumento del tiempo de trabajo excedente; el trabajo ha desaparecido solo para algunos en tanto se les ha expulsado del metabolismo capitalista, o cuanto menos de los circuitos digitales de producción semiótica del capitalismo avanzado, más no en la abolición del trabajo asalariado, la generalización del ocio y la distribución de las riquezas, como se pensó antaño de manera optimista y utópica.
Tal transformación maquínica del medio de trabajo no es casualidad, sino que es el desarrollo lógico del capital, por el cual el proceso de automatización se presenta como la forma adecuada de la profundización de la subsunción real del trabajo, proceso en el que la máquina hace suyas las propiedades humanas y se distancia del trabajo social —del que es su producto—. La máquina, diría Marx, absorbe “la acumulación del saber y de la destreza, de las fuerzas productivas generales del cerebro social”[63]. La existencia aún del trabajo manual no contradice la tendencia a la automatización, pero sí a las esperanzas de que esta vaya a traducirse por sí misma en nuestra liberación del trabajo. La inclusión de nueva tecnología en las fábricas y oficinas no ha sido con motivo de hacer trabajar menos y consigo, tener más tiempo libre, sino que para acelerar e intensificar los procesos de producción al ritmo desenfrenado del consumo y mercado globales. Mucha de esta tecnología ha sido específicamente utilizada para la vigilancia y control del proceso productivo, ya ni siquiera por las gerencias y mandos medios, sino que por algoritmos automatizados de recolección de datos, que optimizan el quehacer humano a nivel maquínico.
La profundización de la actual fase del capitalismo se caracteriza, por un lado, por el avance tecnológico, los vanos esfuerzos hacia un “desarrollo sustentable” y la automatización del trabajo, mientras que por otro lado en importantes crisis financieras, el aceleramiento del cambio climático y la expansión de las guerras y genocidios en el mundo. Esta dinámica ha provisto de una nueva actualidad a lo que hemos denominado residuos humanos del proceso de producción. Esta profundización de la fase actual del capitalismo ha derivado en un crecimiento exponencial de esta población excedente, así como también de la alteración de su composición. Desde refugiados e inmigrantes, desempleados crónicos a “enfermxs mentales” conforman esta población que es desplazada hacia las fronteras inmóviles de la productividad capitalista en la que se sostiene el capital, y que es dejada por fuera de los procesos de producción. Mientras tanto, las filas de proletarios que son conservados en el proceso de producción se enfrentan a las consecuencias tanto la precarización de la vida y sus condiciones de posibilidad, como también a la optimización de la explotación y competencia, exacerbando las divisiones entre lxs trabajadores, fragmentando y estratificando en nuevos niveles a las poblaciones.
A partir de este contexto, y dada la imposibilidad de negar del todo la relación del desarrollo capitalista y el cambio climático, el capitalismo busca su revitalización a través del avance tecnológico y la implementación de energías renovables. Así, ciertas ramas optimistas y procapitalistas del desarrollo tecnológico convergen con las aspiraciones del “ecologismo” en la transición hacia una economía verde y sustentable, que implica, entre otros aspectos, el cierre de empresas contaminantes en favor del avance a una economía baja en carbono. De manera paradójica, los efectos provocados son los contrarios a los que los activistas por la transición ecológica esperarían. Más bien, esto lleva a la precarización de las condiciones de vida de las personas cuya subsistencia depende del trabajo en torno a las fábricas contaminantes e, irónicamente, también la alteración de los equilibrios ecológicos locales. El presunto ecologismo de los gobiernos y las empresas se limita a luchar contra la deforestación a través de la plantación de monocultivos y en el aumento de impuestos al consumo para trasladar los gastos de esta transición a las personas. Ni la supuesta transición ecológica ni el proceso de autonomización del trabajo van de la mano con la satisfacción de las necesidades de la humanidad y la preocupación por su relación con la naturaleza, sino que únicamente tienen que ver con una revitalización temporal del capitalismo al hacerse de una nueva matriz energética renovable que permite su expansión pese a la depredación de los recursos limitados.
Del mismo modo, Brand y Wissen (2021: 30-31) advierten sobre una «revolución pasiva» hacia el «capitalismo verde» –una transformación guiada por los poderes dominantes en las sociedades capitalistas centrales, que implica una modernización medioambiental «altamente selectiva» de las fuerzas productivas «a expensas de otras regiones del mundo» que siguen suministrando mano de obra barata y recursos naturales al centro. De este modo, los costes sociales y medioambientales del capitalismo verde se externalizarían espacial (a las periferias) y socialmente (a través de la clase, el género y la raza).[64]
A propósito de este optimismo tecnológico, cabe señalar al autor Abrahán Guillén, quien, en su libro de 1988, “Economía libertaria. Alternativa para un mundo en crisis”, entre algunos clarificadoras reflexiones en torno a la economía soviética como capitalismo de Estado, señalaba que los procesos de automatización inevitablemente llevarían a que se pudiera dividir la jornada de trabajo, así como también reducir las horas de trabajo vivo, mejorando la productividad del trabajador, al tener jornadas laborales más cortas, y siendo reemplazado por máquinas: dentro de su utopía, que erróneamente escribió como futuro fijo, decía que el tiempo excedente que el trabajador tendría libre podría utilizarlo para el ocio, o bien para tiempo de estudio o preparación técnico-científica.
Dentro de este esquema, llegaría el momento en el que todxs podríamos hacer todo, y que, por ende, la revolución informática acabaría con la división del trabajo (c.f. “Automatización del trabajo + Autogestión = Socialismo libertario”). Ahora que estamos en un momento de desempleos masivos por el reemplazo de la mano de obra prescindible en fábricas por maquinarias, y que las jornadas laborales apenas si han reducido su carga horaria, podemos darnos cuenta de que la utopía libertaria de Guillén fue totalmente incapaz de comprender las dinámicas del trabajo asalariado y del trabajo vivo, así como de las tasas de beneficio. La cuarta revolución industrial, los procesos de automatización, y las mal llamadas “inteligencias” artificiales (que son, en realidad, máquinas programadas con machine learning), ya han llegado al punto señalado por este anarquista e iluso autor, pero no nos hemos emancipado del trabajo: lo buscamos desesperadamente, sobre todo cuando cesantía y desempleo equivalen a caer dentro del espectro prescindible y en riesgo. ¿De qué nos sirvió el sueño de la robotización de la vida si despertamos sin abolir el trabajo asalariado y la forma valor? Sólo para precarizar más nuestra condición enajenada o, en último término, para construir a las maquinarias que, capitalismo de base, nos podrían destruir.
d. El contenido de la reestructuración del capital: Neoliberalismo, desindustrialización y capital ficticio.
Desde mediados de la década de los setenta, tiene lugar una reestructuración del capitalismo que se expresa con la instauración del neoliberalismo (luego de los golpes de Estado y represión sistemática que hicieron posible su implementación en distintos territorios), y que significó no sólo una actualización del capitalismo acorde a los distintos procesos que se habían dado históricamente, sino también el perfeccionamiento de la explotación (aspecto de la subsunción real), la estratificación de clases con el fortalecimiento del imaginario de la “clase media”, la producción de mano de obra barata (desvalorización de la fuerza de trabajo), la privatización de recursos, bienes y servicios, junto al proceso de desindustrialización de los países “desarrollados” y la reducción de la población agrícola residual. Con esta reestructuración el capitalismo parecería eludir momentáneamente su tendencia hacia la disminución de la tasa de ganancia. Esto, gracias al enorme aumento de la producción de mercancías (capacidad productiva) y, sobre todo, a la masificación del “crédito” como anticipo de los beneficios futuros[65], lo que aumentaría la capacidad de consumo de la población —a mayor capacidad de endeudamiento—.
El proceso de desvalorización del valor al que ya hemos hecho referencia anteriormente no se expresa únicamente en las mercancías y el trabajo que las produce, sino también en la mercancía-dinero como mediador universal y, al mismo tiempo, fin en sí mismo en la forma del capital. Las expresiones de esta valorización, si bien progresivas, son repartidas a distintos momentos de la historia, sobre todo del desarrollo reciente del sistema crediticio y de los mercados financieros, que tienen como hitos relevantes la financiación de las guerras mundiales a través del crédito y la formalización de la convertibilidad del dólar en oro. Este último tendría lugar desde agosto de 1971, tras la suspensión de la convertibilidad del dólar en oro durante el gobierno de Nixon. Este momento llevaría a una nueva fase la desmaterialización de la moneda —fenómeno que puede ser rastreada desde hace varios siglos con la introducción del papel moneda, letras de cambio, dinero fiduciario, etc.—, enterrando consigo el privilegio que ostentó alguna vez el oro como instrumento de cambio específico, a través del cual el papel-moneda obtenía su valor en equivalencia[66]. El abandono del patrón oro vaciaría al dinero de “todo valor que no fuese puramente autorreferencial […]”[67], ya que, como adelantó Joseph Schumpeter, todo el dinero es sólo crédito.
El crédito a secas se convirtió —progresivamente desde la posguerra— en condición para el funcionamiento de la economía. Pero este fenómeno no es ajeno o distinto a lo que ha sido el desarrollo del capitalismo en general. La invención del capital ficticio —lo que Marx define como préstamos, deudas, fondos de inversiones, títulos, etc.— ha sido fundamental para amortiguar las contradicciones en el proceso de valorización-desvalorización del capital, su afianzamiento ha ido de la mano con el proceso de desvalorización del dinero: la disociación de su sustancia (el trabajo abstracto). Así, el abandono del patrón oro fue la liberación del dinero —y del dinero crediticio— de su representación en equivalencia metálica, a partir de lo cual el crecimiento del dinero crediticio despegó hasta los cielos. “Esa creación ficticia de valor, ha sido no solo indispensable a la reproducción ampliada, sino básica en cada expansión capitalista y también fuente de apropiación y centralización del Capital basado en el poder militar”[68].
El endeudamiento que supuso la descomunal masificación del crédito sería generalizado, afectando sobre todo al mercado inmobiliario y educacional, así mismo los Estado-nación dependerán íntegramente de este para su financiación (que tiene por consecuencias las impagables deudas externas de los países del sur global). El crecimiento del capital ficticio sólo pospuso los límites del capitalismo, que ocultó superficialmente el estado de salud del sistema, constituyó a su vez los fundamentos de las crisis futuras: la desproporción entre la producción real y la producción ficticiamente anticipada de plusvalor, como sucedió con la recesión del 2001 en EEUU, que se caracterizó por la facilitación del crédito a diferencia de las restricciones usuales que habían tenido lugar en las anteriores crisis cíclicas por la Reserva Federal. Así, no sería hasta que las burbujas terminaron por reventar con las crisis de comienzos del nuevo milenio y las que les siguieron, que se develó la avanzada descomposición del sistema y consigo la gran mentira sobre la que se sostenía la economía: el capital ficticio.
Independientemente de las crisis, desde la suspensión del patrón oro hasta la fecha, el proceso de desmaterialización del dinero, —o sea la separación del dinero de su sustancia (trabajo abstracto)— no ha cesado. Por el contrario, el dinero se nos aparece más que nunca en su forma fetichista, hasta aparentar producirse así mismo. Este proceso se ha acelerado con el perfeccionamiento técnico de la economía capitalista, lo cual es expresado en la adopción de la forma electrónica del dinero, que permite desde hace tiempo transacciones económicas multimillonarias de manera casi inmediata, la invención de nuevas monedas digitales (criptomonedas), y la mediación de gran parte del consumo diario de la humanidad por el uso de tarjetas de crédito, bancos digitales, bitcoins, apps de smartphones y smartwatch, etc. Slavoj Žižek en el 2002 daba cuenta de este fenómeno, de la siguiente forma:
“El fetichismo alcanza su cima justamente cuando el propio fetiche se desmaterializa, convirtiéndose en una fluida y virtual entidad inmaterial; el fetichismo monetario culminará en el tránsito a su expresión electrónica, cuando los últimos trazos de su materialidad hayan desaparecido. Únicamente cuando haya alcanzado este estadio asumirá la forma de una presencia espectral indestructible; te debo un millón de dólares y no importa cuántos billetes materiales queme, te seguiré debiendo un millón de dólares; la deuda está inscrita en algún lugar del espacio digital electrónico […]”[69].
Mientras tanto, el proceso de desindustrialización en los países desarrollados tendría que ver directamente con las actuales condiciones de la sociedad capitalista occidental. Su lento crecimiento económico y la precarización del proletariado en estos países tendrían su fundamento en este proceso, que tendría como consecuencia principal la reubicación de enormes complejos fabriles en el sur global. Si bien esto significa un aumento en la producción industrial en relación a la mayor explotación del proletariado de los países menos desarrollados y un aumento de la capacidad de producción con la introducción de nuevas tecnologías, no quiere decir un aumento del trabajo industrial y de la demanda de mano de obra, sino más bien lo contrario. Así, tanto la actual inestabilidad del mercado laboral como el aumento del trabajo informal tendrían su origen en la generalización desde finales del siglo pasado de una política en favor de la flexibilización laboral y de la desaparición del Estado de bienestar sobre todo en los países desarrollados —y desde hace unos años también en Chile[70]—. Todo esto llevaría no solo a una precarización general de la vida del proletariado sino que también de la clase media.
En el caso de los países no occidentales, a los que se asocia con un acelerado desarrollo industrial tardío comúnmente dirigido por el Estado, este fenómeno no les alcanzaría hasta de forma reciente. En particular, China ha visto una transformación importante en los últimos veinte años en las formas de su producción —y de la relación capital-trabajo—. El rápido desarrollo económico chino se habría disociado de los que habían sido sus fundamentos: su capacidad de producción en masa, su abundante mano de obra barata, su población en constante crecimiento, el aislamiento de su sistema financiero y una alta demanda de exportaciones desde el país asiático. Si bien el trabajo industrial está aún lejos de desaparecer, la composición de su clase trabajadora dista ya del típico “migrante en una línea de montaje que hace zapatos o productos electrónicos para la exportación”[71] que solemos ver en fotografías y artículos de internet. El colectivo Chuang, por el contrario, dice que hoy por hoy es más representativo “el conductor de reparto de motocicletas y el trabajador de oficina quemado”[72], aunque esto no quiere decir que la sobreexplotación y el suicidio de trabajadores en fábricas que se hicieron comunes hace una década, le sean ya ajenas a la sociedad china.
El rápido envejecimiento de la población es otro de los fenómenos que enfrenta la China de Xi Jiping, el aumento que se proyecta para las siguientes décadas en la población mayor de 65 años sería ampliamente superior al numero de nacidos (véase la imagen de abajo), lo cual influirá directamente el volumen de su clase trabajadora. El desarrollo económico chino, en la manera en la que se dio hasta comienzos de milenio es insostenible, porque no existen suficientes trabajadores para sostener el mismo ritmo de producción.
Al igual que en occidente, el desarrollo del capitalismo en China tendió a la automatización y la reubicación del trabajo industrial a países menos desarrollados —principalmente del sudeste asiático—. Así como a una importante reducción del volumen de su clase trabajadora, en particular por su baja natalidad y el aumento de las poblaciones excedentes.
Las revueltas y luchas recientes del proletariado chino dan cuenta tanto de su actual composición, como de sus condiciones de existencia consecuenciales al reciente proceso de desindustrialización y los efectos de la crisis sanitaria del COVID-19.
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La fase actual del progresivo colapso de la sociedad capitalista tiene sus primeras expresiones visibles en la crisis de diciembre del 2001 en Argentina y el derrumbe bursátil por el estallido de la burbuja de la nueva economía del mismo año (conocida también como burbuja puntocom), seguida muy de cerca por la guerra de Irak (2003-2010). Pero no sería hasta la gran recesión del 2007-2008[73] y la revuelta de Grecia que podemos decir que oficialmente se abre este nuevo ciclo histórico marcado por la desintegración de la vida capitalista, que alcanzó sus puntos más álgidos recientemente con las revueltas masivas iniciadas en el 2019 y el proceso contrarrevolucionario que le siguió, en el que todavía nos situamos. La crisis sanitaria de la pandemia en el 2020, la destrucción acelerada del mundo natural (incendios forestales), el avance de movimientos autoritarios en el mundo, el colapso de los Estados-nación (Somalia, Ecuador, Haití), la guerra Ucrania-Rusia y el actual genocidio en Gaza, son algunas de las expresiones devastadoras de este violento proceso contrarrevolucionario que nos atraviesa y arroja al colapso psicológico; a la soledad, el suicidio y la inmovilidad de los cuerpos.
Al mismo tiempo, estos hitos de barbarie son prueba del carácter terminal de la actual crisis, de la que el capitalismo es incapaz de salir airoso más que en la forma de una constante huida hacia adelante. En una lucha contra sí mismo y sus fundamentos, en el aceleramiento de la depredación de los recursos naturales, el desarrollo de nuevas tecnologías y de combustibles no contaminantes, paralelamente a la implementación de la violencia y la guerra para monopolizar estos, o bien el uso de la violencia y persecución sistemática contra una población específica por parte del Estado, sus instituciones y/o de privados con el fin de asegurar la producción y sus fundamentos (c.f. “garantizar la permanente asimetría entre el trabajo y el capital, garantizar que el trabajo sea siempre sujeto a coacción, es decir, necesidad”[74]).
Notas.
[1] Traducción: “Fácil es la bajada al Averno”.
[2] R. Kurz, La sustancia del capital, Ed. Enclave de libros, 2021.
[3] Esto es algo que Jun Fujita desarrolla de manera bastante esclarecedora, pedagógica y resumida en su texto “¿Cómo imponer un límite absoluto al capitalismo?”, en donde, junto con esbozar distintos puntos de límite internos al capitalismo, entrega posibles límites externos. El problema aquí radicaría en si esos límites externos realmente podrían construir un “capitalismo amigable”, o sólo estarían disfrazando un régimen que se basa en la explotación.
[4] K. Marx, El Capital, p.46. “El valor de cambio, pues, parece ser algo contingente y puramente relativo, y un valor de cambio inmanente, intrínseco a la mercancía (valeur intrinsèque), pues, sería una contradictio in adiecto [contradicción entre un término y su atributo]”.
[5] El doble carácter del valor sería precisado posteriormente por Walter Benjamin, quien señalaría al valor expositivo, que será fundamental para poder comprender el devenir histórico de los procesos de reificación hasta el momento de la Imagen-Capital, la sociedad del espectáculo, y las repercusiones que esto tiene en las relaciones sociales como totalidad permeada por el simulacro. W. Benjamin, La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, 1936. Incluido en Iluminaciones, Ed. Taurus, 2018, pp. 195-223.
[6] A. Jappe, Las aventuras de la mercancía, Ed. pepitas de calabaza, 2020. p. 136.
[7] M. Postone, Crisis y Crítica: Entrevista con Moishe Postone, Bajo el Volcán, año 2, no. 4, 2021.
[8] Jacques Camatte y Théorie Communiste (TC) realizan una periodización similar del desarrollo de la sociedad capitalista a través del paso de la subsunción formal a la real, transición que tendría lugar en la posguerra y que continuará agudizándose hasta los setenta. Periodización que por lo demás explicaría la transformación de las luchas revolucionarias a unas de nuevo tipo (la comunización). Considérese los esfuerzos de TC en particular como influencia importante en nuestra comprensión del pasado y presente del movimiento revolucionario. Para una aplicación de esta periodización léase: J. Cortés Morales, De la dominación formal a la real: el despliegue histórico de la relación social capitalista (excurso marxiano), incluido en La Religión de la muerte. Postscriptum sobre viejos y nuevos fascismos, Ed. Tempestades, 2023 y; P. Jiménez Cea, Transición de la dominación formal de la cultura a la dominación real: socialización capitalista, industria cultural y materialización del fetichismo de la mercancía, 2022. En cambio, para una crítica a esta léase: S. Mau, Compulsión Muda, Una teoría marxista del poder económico del capital, Ed. Extáticas, 2023 y Endnotes nro. 2, Historia de la subsunción y Endnotes nro. 4.
[9] S. Mohandesi, “Class Consciousness or Class Composition?”, Science & Society, Vol. 77, Nro. 1, 2013, pp. 72–97.
[10] J. Semprún, El abismo se repuebla, ed. Papel Calco, 2017. p. 5.
[11] M. Bolt y D. Routhier, La teoría crítica como teoría radical de la crisis: Kurz, Krisis y Exit! sobre la teoría del valor, la crisis y la quiebra del capitalismo. Disponible en: Nec Plus Ultra.
[12] No está de más recordar cómo comienza la Crítica del Programa de Gotha: “El trabajo no es la fuente de toda riqueza. La naturaleza es la fuente de los valores de uso (¡que son los que verdaderamente integran la riqueza material!), ni más ni menos que el trabajo, que no es más que la manifestación de una fuerza natural, de la fuerza de trabajo del hombre”. K. Marx, Crítica al programa de Gotha, 1875.
[13] Para profundizar al respecto, léase los capítulos 2 y 3 de nuestro libro: CyD, ¿Pasó de moda la locura? Apuntes sobre el actual trance necrófilo, Ed. Adynata, 2023. pp.55-96.
[14] Concepto que se suele extender —tanto por otrxs como por nosotrxs en varias ocasiones— fuera del proceso de trabajo, como la subsunción formal y/o real de la naturaleza, de la cultura, etc.
[15] R. Scholz, El Patriarcado productor de mercancías. Tesis sobre el capitalismo y las relaciones de género, 2013.
[16] K. Marx, Idem.
[17] Ahora bien, el valor de uso para el proceso de producción capitalista de la mercancía fuerza de trabajo se diferencia del de toda otra mercancía, al no consistir en su utilidad material, en su capacidad para fabricar ciertos artículos de necesidad, materiales o inmateriales. Por el contrario, su valor de uso social es por su carácter singular, como fuente de valor y plusvalor. Para profundizar al respecto léase: R. Kurz, La sustancia del capital, Ed. Enclave de libros, 2021.
[18] K. Marx, Idem.
[19] Négation, El proletariado como destructor del trabajo, 1972.
[20] Négation, El proletariado como destructor del trabajo, 1972.
[21] Négation, Idem.
[22] L. Manuel Villasenin, Las crisis del capital en los Grundrisse, incluido en: VV. AA, La Soledad de Marx. Estudios filosóficos sobre los Grundrisse, Ed. RAGIF, 2019. p. 135.
[23] Endnotes, nro. 2, Historia de la subsunción. Fuente: endnotes.org.uk.
[24] K. Marx, El Capital Libro I, Capítulo VI (inédito). Resultados inmediatos del proceso de producción, Ed. Siglo XXI, 2009.
[25] Ahora bien, lo que hace relativo al plusvalor relativo, —explica Endnotes— “radica en el hecho de que la parte excedente de la jornada social de trabajo puede por tanto ser excedente en relación con una parte necesaria decreciente, lo que significa que el capital puede valorizarse sobre la base de una longitud dada de la jornada social de trabajo, o incluso sobre la base de una que disminuya en términos de extensión absoluta” Endnotes, Idem.
[26] P. Mattick, Colapso y revolución. Ensayos sobre teoría y política, Ed. Traficantes de sueños, 2023. p. 209
[27] Endnotes, nro. 2, Historia de la subsunción. Fuente: endnotes.org.uk.
[28] Négation, El proletariado como destructor del trabajo, 1972.
[29] G. Debord, La sociedad del espectáculo, Ed. naufragio, 1995, p. 110.
[30] K. Marx. El Capital. Libro I Capítulo VI (inédito). México Siglo XXI, 2011, pág. 54-77
[31] J. Camatte & G. Collu, Transición: de la dominación formal a la denominación real del capital, Invariance, año 2, serie I, nº 8, 1969.
[32] G. Cesarano & G. Collu, Apocalipsis y revolución, 1973.
[33] Por derivas nos referimos entre otras cosas a la secesión de las relaciones capitalistas por parte de la humanidad, el escape del sistema. Concordamos con Ray Brassier cuando dice que: “respecto de la relación de capital no puede haber secesión, sólo abolición de la misma”. Para profundizar léase: J. Camatte, “This world we must leave”, incluido en “This World we must Leave and other essays”, Autonomedia, 1995; y R. Brassier, Errancia de la abstracción, Mute, 2014. Mientras, de manera aún más peligrosa es conocido el abierto interés por la obra de Camatte desde sectores neorreaccionários, supremacistas blancos, etc. lo que resulta una deriva lógica de los planteamientos antimodernistas y antipolíticos de Camatte y otros contemporáneos.
[34] J. Camatte, Errancia de la humanidad, 1973. Publicado traducido al español en Barbaria.
[35] K. Marx, Manuscritos económicos y filosóficos de 1844, Ed. Colihue, 2015. p. 124.
[36] Guy Debord, Idem, p. 102.
[37] Para profundizar en los puntos de encuentro entre Camatte y la crítica del valor, en particular la de Kurz y Jappe, léase: F. Corriente, Jacques Camatte y el eslabón perdido de la crítica social contemporánea, 2014; ¿Quién teme a Jacques Camatte?, Anábasis, 2020.
[38] R. Kurz, La sustancia del capital, Ed. Enclave de libros, 2021. p. 67.
[39] Prólogo de Anselm Jappe a I. Rubin, Ensayos sobre la teoría marxista del valor, Ed. Marat, p. 11.
[40] Ian Wright, Marx sobre el capital como dios real, 2020. Originalmente publicado en Dark Marxism. Traducción disponible en Nec Plus Ultra.
[41] K. Marx, El Capital, Ed. Siglo XXI. p. 47.
[42] I. Rubin, Ensayos sobre la teoría del valor de Marx. Ed. Marat, 2022. p. 164.
[43] Ian Wright, idem.
[44] A. Jappe, Las aventuras de la mercancía, Ed. pepitas de calabaza, 2020. p. 33.
[45] K. Marx, Idem, p. 50.
[46] Négation, El proletariado como destructor del trabajo, 1972.
[47] I. Alami, J. Copley, A. Moraitis, La perversa trinidad del capitalismo tardío. Gobernar en una era de estancamiento, humanidad sobrante y colapso medioambiental. Disponible en español en Contracultura.cc.
[48] M. Postone, Crisis y Crítica: Entrevista con Moishe Postone, Bajo el Volcán, año 2, no. 4, 2021. p. 63 [17 en el documento].
[49] R. Kurz, La sustancia del capital, Ed. Enclave de libros, 2021. p. 191.
[50] Idem.
[51] R. Luxemburgo, La acumulación del capital. Una contribución a una explicación económica del imperialismo.
[52] Idem.
[53] M. Bolt y D. Routhier, La teoría crítica como teoría radical de la crisis: Kurz, Krisis y Exit! sobre la teoría del valor, la crisis y la quiebra del capitalismo. Disponible en: Nec Plus Ultra.
[54] Anselm Jappe lo explica de la siguiente manera: “Los avances en productividad —-a saber, el aumento de la producción de valores de uso—- no cambian en absoluto el valor producido en cada unidad de tiempo. Una hora de trabajo es siempre una hora de trabajo, y si en esa hora uno produce sesenta sillas en lugar de una, eso significa que en cada silla no está contenida más que la sexagésima parte de una hora: la silla «vale» entonces solamente un minuto”. A. Jappe, Las aventuras de la mercancía, Ed. pepitas de calabaza, 2020. p. 121.
[55] VV. AA, La Soledad de Marx. Estudios filosóficos sobre los Grundrisse, Ed. RAGIF, 2019. p.136. Los paréntesis son agregados nuestrxs.
[56] Para profundizar en este punto, léase: I. Alami, J. Copley, A. Moraitis, La perversa trinidad del capitalismo tardío. Gobernar en una era de estancamiento, humanidad sobrante y colapso medioambiental. Disponible en español en Contracultura.cc.
[57] A. Jappe, Idem. p.128.
[58] A. Jappe, Idem, p. 129.
[59] M. Postone, Crisis y Crítica: Entrevista con Moishe Postone, Bajo el Volcán, año 2, no. 4, 2021.
[60] Négation, El proletariado como destructor del trabajo, 1972.
[61] D. Graeber, Trabajos de mierda: una teoría, Ed. Ariel, 2019. Un breve acercamiento a estos tiene lugar en nuestro trabajo previo: CyD, Tratado para las Juventudes en Sublevación. Materiales críticos sobre el período de revuelta global, 2023.
[62] K. Marx, Sobre el libro de Friedrich List, El sistema nacional de economía política, 1845.
[63] K. Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política 1857-1858: Grundrisse, Vol. 2, Ed. Siglo XXI, 1972, pp. 216-230.
[64] I. Alami, J. Copley, A. Moraitis, La perversa trinidad del capitalismo tardío. Gobernar en una era de estancamiento, humanidad sobrante y colapso medioambiental. Disponible en español en Contracultura.cc.
[65] Tan solo el año pasado Estados Unidos rompió un récord en la cantidad de endeudamiento por tarjetas de crédito de la población.
[66] Recomendamos leer el “capítulo del dinero” contenido en el Cuaderno I de los Grundrisse, escrito por Marx en 1957.
[67] G. Agamben, Creación y anarquía, Ed. Guerra Civil Planetaria, 2020.
[68] Cita del “Grupo Comunista Internacionalista” incluida en Cuadernos de Negación, Vol. 2-5, Contra el Estado y la mercancía, Ed. Lazo, 2017. p. 87.
[69] S. Žižek, Bienvenidos al Desierto de lo Real, Ed. Akal, 2005.
[70] Un ejemplo es la ley de 40 horas, que ha sido acusada de contener medidas de flexibilidad laboral
CARTAS: Organizaciones sindicales rechazan «flexibilidad laboral» contenida en el proyecto de Ley de 40 horas.
[71] Chuang, ¿Es China la maquiladora del mundo?, 2023. Fuente: China FAQ 常见中国问题解答系列 – Isn’t China the world’s sweatshop? 难道中国不是世界血汗工厂吗?
[72] Ibid.
[73] “[…] hay que afirmar que lo que ocurrió en 2008 fue el colapso del marco conceptual que proveyó de cobertura ideológica a la acumulación capitalista desde la década de 1970. Con los rescates a los bancos, el neoliberalismo se desacreditó totalmente”. M. Fisher, Realismo Capitalista ¿No hay alternativa?, Ed. Caja negra, 2016.
[74] Internationalist Perspective, El mundo como lo vemos nosotros: punto de referencia, 2017.