Nuevos fascismos y la reconfiguración de la contrarrevolución global[1].
Por: Nueva Icaria.
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Nota: Agradecemos las discusiones y aportes realizados por lxs compañeros de la Agrupación de Memoria Providencia en el contexto de los talleres impartidos en el ex centro de detención política Providencia (Antofagasta, Chile). Fueron un insumo importante para la redacción de este texto, así como la de otros materiales próximos a publicarse.
“Generals gathered in their masses
Just like witches at black masses
Evil minds that plot destruction
Sorcerer of death’s construction
In the fields, the bodies burning
As the war machine keeps turning[…]”
War Pigs, Black Sabbath.
De forma más bien subterránea se extiende el ánimo de revuelta en distintas partes del mundo: Serbia, Turquía, Grecia, Indonesia, Italia y Argentina, por mencionar algunos. Recientemente, han surgido protestas en contra de la gestión de Trump, sobre todo desde lo económico, así como en Europa, en respuesta a las propuestas de rearme europeo, que llevaron a que en distintos países comenzaran protestas exigiendo que el dinero que buscan invertir en rearme, lo inviertan en recursos públicos. Pero no estamos acá para hablar sobre si estamos frente a un nuevo periodo de revuelta, ya que aún es muy pronto para sostenerlo, o para hacer una lectura acabada sobre ellas, sus motivaciones y consignas —que, por cierto, pueden ser muy variadas. Si no, más bien, queremos hablar de la generalización de un proceso contrarrevolucionario de carácter global, que tiene su principal expresión en la proliferación de las políticas expansionistas y la instauración de la guerra —ya sea contra las poblaciones, entre Estados-naciones, u otras formas que renuevan las formas de guerra. La carrera por las nuevas tecnologías, “recursos naturales”, tierras raras y zonas estratégicas están directamente relacionadas con las mutaciones contemporáneas de lo que se creen fascismos de nuevo tipo. Los saludos nazi-fascistas de los adherentes de Donald Trump y de la ultraderecha mundial retratan este regreso de formas estéticas y simbólicas del fascismo de antaño; pero este proceso no se reduce solo a unos actos de “rebeldía de derecha”. Más bien, este proceso es global en el sentido en que renueva los mecanismos represivos que ya se emplean en este momento —en, por ejemplo, Gaza y Cisjordania—, para exterminar y expulsar a la población, y los expande a otros territorios del planeta. El carácter localizado de cada movimiento reaccionario y las diferencias político-estratégicas que tienen entre sí no niegan necesariamente el alcance de este, sino más bien, representan la variedad de formas que es adaptada la contrarrevolución en función del contexto nacional e internacional.
El presente texto es un intento necesaria e intencionadamente parcial por comprender el fenómeno reaccionario en su forma global, más allá del sólo encasillamiento o no en una u otra categoría conceptual. Si bien es cierto que los aspectos generales de este movimiento puedan resultar familiares y devolvernos al fascismo clásico, lo que argumentaremos a continuación es que estamos ante una forma históricamente específica a las condiciones objetivas derivadas de la crisis civilizatoria capitalista y de la depredación ecológica. Es decir, nuevos fascismo, que en los últimos meses han tenido múltiples respuestas de resistencias locales, de las que desconocemos aún su alcance y duración, pero que prefiguran la posibilidad de superación de los límites de los anteriores procesos insurgentes en las tensiones entre la afirmación de las formas organizativas del pasado y su negación.
Para ello, partiremos desglosando lo que se comprendió generalmente como fascismo durante el siglo XX, así como las divergencias en esta comprensión. Posteriormente, nos centraremos en los focos de mutación del actual movimiento reaccionario, que ubicamos en Estados Unidos debido a sus particularidades, que posibilitan más que en otras localidades el empleo de una potencia destructiva sin igual, así como la capacidad de exportación de sus políticas al resto del continente.
1. ¿Qué es el fascismo?
“El fascismo provino de un doble fracaso: el fracaso de los revolucionarios después de la Primera Guerra Mundial, aplastados por la socialdemocracia y la democracia parlamentaria, y luego, en el curso de los años 20, el fracaso de los demócratas y los socialdemócratas en gestionar el capital. Sin una comprensión efectiva del período precedente así como de la fase previa de la lucha de clases y sus límites, no puede entenderse ni la naturaleza del fascismo ni su ascenso al poder”.
Gilles Dauvé, Cuando las insurrecciones mueren, 1998.
Antes de pasar a identificar las formas del fascismo en la actualidad, debemos analizar que fue el fascismo en el pasado. Y es que, como concepto y práctica política e ideológica, ha ido mutando con el tiempo desde lo que usualmente se considera como “fascismo histórico”. Este último es un término genérico que se refiere a una variedad de corrientes, movimientos y tendencias —a menudo enemistadas entre sí— que surgieron en distintos países durante la primera mitad del siglo XX. La aparición del fascismo respondió a la necesidad del capitalismo de asegurar su reproducción en el contexto específico de su crisis, momento que podemos caracterizar como la conclusión histórica del capitalismo del siglo XIX y la apertura epocal a la transición a la fase real de la dominación capitalista.
La crisis del capital y las guerras mundiales que derivaron de esta, generaron las condiciones para la conformación y producción de formas específicas de subversión del movimiento obrero clásico: Consejos obreros, Partidos, huelga de masas —en el contexto chileno, con las mutuales, las sociedades de resistencia, o el fortalecimiento del anarcosindicalismo, de la mano con una corriente mundial en torno a esos cimientos, con la I.W.W. Al mismo tiempo, se generaron las condiciones para la contrarrevolución fascista: sindicato nacional, democracia orgánica, partido-milicia; o, en casos más extremos, organizaciones paramilitares. No es de extrañar que las primeras expresiones políticamente organizadas del fascismo, como las Centurias Negras (1900-1917) en Rusia tuvieran como objetivo inmediato la destrucción y persecución del movimiento revolucionario (bolcheviques, mencheviques, socialrevolucionarios y anarquistas) y de los componentes heterogéneos de la sociedad rusa (los pogromos antijudíos durante la Rusia Zarista).
Si bien las expresiones políticamente organizadas del fascismo pueden ser rastreadas algunos años antes de la 1° Guerra Mundial, por ejemplo en las ya mencionadas Centurias Negras en la Rusia Zarista, el Partido Obrero Alemán (1903) de Austria-Hungría o el Cercle Proudhon (1911) en Francia, es recién con la guerra que se generaron las rupturas necesarias al interior del movimiento socialista para que sus derivas nacionalistas y pro-belicistas pasarán a constituir las formas más acabadas del fascismo Europeo.
Por un lado, el fascismo toma su nombre de su expresión italiana, encarnada en el Fasci d’Azione Rivoluzionaria, una escisión del Partido Socialista Italiano (PSI) fundada por Benito Mussolini en 1914, poco después de estallar la guerra. Esta nueva escisión partidista, agrupaba a nacionalistas, sindicalistas revolucionarios y ex miembros del PSI que, como Mussolini, abrazaban el nacionalismo y promovieron la participación de Italia en la Guerra, bajo discursos de exaltación patriótica, nociones supremacistas y el deseo de desplegar maquinarias de guerras que asegurasen un lugar de superioridad de Italia ante el resto de los países del mundo. Posteriormente a la guerra, tras derrumbarse las expectativas expansionistas del nacionalismo italiano, Mussolini en conjunto a los futuristas conformaría los Fasci italiani di combattimento, una organización paramilitar que buscaba continuar con el ánimo destructivo y martirizante de los veteranos de la guerra. Este sería el núcleo del futuro Partido Nacional Fascista que tendría éxito en llegar al poder.
Sin embargo, el fascismo excede a su expresión italiana y esta no representa la totalidad del fenómeno fascista, más bien es solo una expresión específica de este que le da nombre. En cambio, el fascismo debe de ser comprendido como la respuesta a las necesidades defensivas de la clase dominante en un momento particular de la crisis capitalista, que tiene por hitos fundamentales la seguidilla de guerras fronterizas desde comienzos del siglo XX y el desarrollo de las formas de la lucha de clases en Europa. Lo que nos permite comprender el fascismo no sólo desde las particularidades de sus expresiones más acabadas, sino a partir de las condiciones materiales resultantes de años de crisis estructural del capital.
La construcción de la subjetividad fascista se enmarca, entonces, durante el fracaso de la burguesía en gestionar el malestar social y la pauperización generalizada de la clase obrera. Las filas del fascismo estuvieron compuestas principalmente por veteranos de la 1° Guerra Mundial, clases medias precarizadas (terratenientes, aristocracia obrera, pequeña burguesía) y entre los decepcionados por el fracaso de la internacionalización de la revolución al resto del continente entre 1917-1920. Si bien, existieron notorias diferencias entre las expresiones de fascismo, este se caracterizó por ser un movimiento de masas liderado por una figura carismática y organizado a través de grupos paramilitares y escuadrones de combate inicialmente separados del Estado, que posteriormente institucionalizó en los contextos donde llegó al poder. Su discurso promovía la defensa de los valores de la masculinidad hegemónica de la época, que se sostenía en roles e imaginarios en torno a lo heroico y lo militar. Igualmente, promovían la nación, la violencia y el culto a la guerra, así como el surgimiento de lo que Jünger denominaría “estéticas de la movilización total”: un vuelco de toda actividad (re)productiva de la sociedad hacia lo bélico. A partir de una retórica anti-burguesa y anti-liberal se enmascaró con una impronta anticapitalista y antisistema a la vez que defendían la propiedad privada, el Estado y el trabajo.
Por otro lado, la construcción de una narrativa que responsabiliza a cierto sector de la sociedad por la crisis del capitalismo es una de las características centrales del fascismo; es decir, la creación de una subjetividad-otra, que se instala como un gran enemigo a vencer: comunista, judío o migrante, en los casos más conocidos. Es a partir de estas narrativas que justificaron la actualización de una agenda securitaria basada en persecuciones, expulsiones, torturas y censuras a sus enemigos políticos y de clase, puesto que estos crímenes serían un medio para retomar un orden “natural” (y ontológico) de las cosas. Igualmente, esto llevaría a un fuerte control de la propaganda y la imprenta, utilizándolas, desde esta movilización total hacia la guerra, como herramientas a disposición de la exaltación de sus discursos.
Umberto Eco, en su célebre ensayo Ur-Fascismo (1995), caracterizó al fascismo en rasgos centrales y distintivos que componen la matriz de las tendencias fascistas que pueden darse en cualquier momento de la historia humana y en diferentes formas. Estas son particularmente útiles para dar cuenta de un patrón en las distintas encarnaciones del fascismo. Algunos de estos rasgos son: el culto al líder carismático —que encarna la voluntad del pueblo, como si de un contrato social se tratase—; la militarización de la sociedad como herramienta necesaria para preservar el orden y la estabilidad, así como prepararse ante cualquier agresión a la nación, lo que lleva a una obsesión por la seguridad; el culto al patriotismo, que se expresa en la construcción de simbolismos en común, para dotar de características mitológicas al régimen, rechazo a la diversidad —miedo al otro— extranjerxs, minorías sexuales, rechazo a la izquierda, y una economía dirigida por el Estado para fortalecer el nacionalismo.
Por otro lado, recientemente circuló en redes sociales un listado de 14 características del fascismo, desarrolladas por el politólogo Lawrence Britt en el año 2003, que tiene algunos puntos en común con el listado de Ur-Fascismo propuesto por Eco. Un nacionalismo poderoso y el continuo desprecio por el reconocimiento de los derechos humanos, identificación de enemigos, chivos expiatorios como causa unificadora, la supremacía de los militares, sexismo como estrategia de terror, medios de comunicación controlados —la información que se hace circular y, por ende, es la que construye una narrativa internacional sobre el régimen—, vínculos con la iglesia, protección del poder corporativo, censura y represión a la cultura, obsesión para el crimen y el castigo, corrupción y amiguismo desenfrenados, y manipulación electoral.
Sin embargo, esta interpretación del fascismo como inmortal y ahistórica que, independiente de sus formas concretas, comparte algunos rasgos que puede conjugar a su antojo genera más problemas de los que trata de solucionar. El fascismo, por el contrario a lo que sostienen Eco, y quiénes continúan con dicha hipótesis, responde a un contexto histórico particular; así mismo, su reaparición bajo nuevas formas no ocurre por un presunto rasgo eterno del fascismo, sino por la generalización de unas condiciones de existencia que hacen posible volver a hablar de este en el presente. Estos movimientos neo-reaccionarios que tienen mayor fuerza en ciertas partes del mundo no necesariamente cuentan con los elementos del fascismo histórico, precisamente porque tienen la capacidad de amoldarse a los contextos situados, tanto territoriales como epocales, pero manteniendo un aspecto fundamental: la defensa del Capital y sus cabecillas. El potencial de estos nuevos fascismos y su desarrollo en las principales potencias del mundo, como Estados Unidos, hacen urgente comprenderlos.
2. Estados Unidos y el perfeccionamiento del Fascismo.
En la medida en que la sociedad estadounidense es diferente a la sociedad alemana de 1933, el fascismo estadounidense se verá distinto al fascismo alemán. Un líder carismático ya no es necesario. Le recuerdo una excelente formulación hecha por William Shiror quien, dios sabrá por qué, no es socialista: este hombre dijo recientemente que el fascismo estadounidense será probablemente el primero en llegar al poder por medios democráticos y con apoyo democrático.
Entrevista a Herbert Marcuse, Estados Unidos: cuestiones de organización y el sujeto revolucionario, 1970.
Desde la primera presidencia de Donald Trump la discusión sobre el fascismo en Estados Unidos ha tomado más fuerza, pero no es una discusión que se limite a este siglo, sino que viene siendo tema para los principales intelectuales radicales desde antes de la posguerra. Más allá de calificar al actual gobierno de fascista o no, la discusión del carácter fascista de la mayor potencia militar del mundo nos entrega algunas herramientas conceptuales de suma importancia para poder identificar y desarrollar una comprensión mucho mayor de las formas renovadas de fascismos en todo el mundo. Si después del movimiento del 68, Francia y, en particular, la Nouvelle Droite se convirtió en la principal exportadora de las teorías de los nuevos fascismos, el movimiento neorreaccionario estadounidense es hoy el centro de la contrarrevolución en Occidente.
Un fascismo estadounidense no necesita ser a imagen y semejanza del fascismo italiano o del nacionalsocialismo alemán. Sino que su potencial está profundamente “(…) enredado en las historias de esclavitud y exterminio, desposesión y dominación que siguen conformando el presente de Estados Unidos, material e ideológicamente”[2]. En Fascismo Racial, Alberto Toscano retoma los análisis de pensadores radicales negros para analizar el potencial fascista del cuerpo político estadounidense y sus instituciones gobernantes. “Angela Y. Davis como George Jackson identificaron el aparato estatal estadounidense como el lugar de resurgimiento o incluso de perfeccionamiento de ciertas características de los fascismos históricos.”[3]
Lo particularmente interesante del análisis de Davis y Jackson es que, al desarrollarlo a partir de las experiencias colectivas de las personas racialmente excluidas del sistema de derechos de la democracia liberal, el fascismo deja de emplearse para referirse sólo a un movimiento político o forma de gobierno dictatorial específica, para pasar a comprenderse como un mecanismo de poder intrínseco del capitalismo que tuvo su caldo de cultivo en los procesos colonialistas de tres siglos atrás. Para expresarse, el fascismo no necesita ya personificarse en un partido-milicia en concreto, sino que se ve asimilado a los mecanismos e instituciones políticas que conforman la democracia liberal de Occidente. Una de las características centrales de este fascismo es la “generalización del terror carcelario racializado en la sociedad en general”[4]. Este enfoque sobre las “formas democráticas del fascismo”, es compartido por Theodor W. Adorno, quién dijo en una conferencia en 1959: “En mi opinión, la supervivencia del nacionalsocialismo en la democracia es potencialmente mucho más amenazadora que la supervivencia de tendencias fascistas contra la democracia”[5].
Hay algo de verdad en la manera en que el proletariado negro y el movimiento contra la guerra de Vietnam comenzaron a emplear el término fascista como insulto hacia la policía blanca. “La experiencia racializada de la negación de los derechos civiles en una democracia liberal puede hacer que la distinción entre ésta y el fascismo sea turbia en el nivel de la experiencia vivida”[6]. Así mismo, la población estadounidense volvió a comprenderlo durante la revuelta callejera de 2020 tras el asesinato de George Floyd: los policías efectivamente son Cerdos Fascistas [Fascist pigs]. Pero, si el fascismo perdura al interior de la democracia y sus instituciones como un mecanismo inherente a su funcionamiento, esto significa que el fascismo político, entendido como un movimiento de masas análogo al del siglo XX ¿ya no es necesario en el presente?
Antes de responder, tendremos que ir más atrás. En 1934, tres décadas antes de que Davis y Jackson desarrollaran su análisis sobre el fascismo estadounidense, y aun a falta de unos años para el estallido de la Segunda Guerra Mundial, el comunista de consejos Paul Mattick reflexionaba respecto a la extensión a todo el mundo del fascismo, en particular sobre la posibilidad de que el gobierno de Franklin D. Roosevelt derivara en un régimen fascista dictatorial. La aparición del fascismo en Europa era explicada de la siguiente manera: “Los viejos métodos democráticos ya no son satisfactorios; deben cambiarse por métodos más ágiles y directos. Un gobierno ya no es suficiente; lo que se necesita es una dictadura. El fermento y el malestar social en la última etapa del capitalismo deben ser reprimidos y controlados para que el sistema pueda sobrevivir”[7].
Mattick desarrolla unas precondiciones teóricas para el surgimiento del fascismo en un país como Estados Unidos, a partir de su comprensión del fascismo como el producto de la crisis del capital y su salida a través del expansionismo militarista y la modernización del aparato estatal. Para que las clases dominantes se vean decididas a promover tendencias fascistas al interior de un país, es necesario el empobrecimiento generalizado de las clases medias. El fascismo se nutre de la insatisfacción de estas y la reconduce no contra el capitalismo o sus agentes, sino que en contra del proletariado. La amenaza de una revolución es precondición para la utilización del fascismo en asegurar la supervivencia del sistema.
La creencia de que Estados Unidos podría derivar en una dictadura fascista durante la época del New Deal fue extendida entre algunos pensadores radicales y militantes comunistas de esos años. Pero Mattick descartó que fuese a suceder en el corto tiempo, ya que el fascismo si bien es una respuesta a la crisis del capitalismo, no es necesariamente su única respuesta. Así mismo, el desarrollo de la lucha de clases no había generado aún las condiciones para la necesidad del fascismo. Sin embargo, Mattick advierte de que esta posibilidad está latente al interior de las viejas organizaciones de la clase media y la aristocracia obrera.
[…] cuando la clase media se empobrezca más de lo que lo está en la actualidad, el fascismo crecerá en Estados Unidos a un ritmo mucho más vertiginoso que en ningún otro sitio. De hecho, si la situación continúa en Estados Unidos como en la actualidad, el fascismo tiene muchas más posibilidades de desarrollarse que el movimiento obrero revolucionario[8].
Mattick supo comprender el escenario pesimista que nos deparaba, en tanto desde entonces ha sido más probable la conformación del fascismo que la de la revolución. Pero, si aplicamos tal cual su análisis al presente, nos encontramos con la aparente ausencia de una de sus precondiciones para el surgimiento del fascismo. Si bien, el empobrecimiento de las clases medias y su movilización en torno a políticas populistas, como la expulsión de migrantes y la conformación de grupos de choque como el movimiento boogaloo, lleva ocurriendo desde hacía unos años. El empobrecimiento generalizado de la clase obrera no ha llevado a su radicalización, ni a su autoorganización; al contrario, ha fomentado una carrera individualista por la supervivencia a través de la exaltación de la propia subjetividad y la búsqueda del éxito construido desde las narrativas capitalistas.
Si la ola reaccionaria de libertarios, neo-nazis y supremacistas blancos se trata efectivamente de la manifestación de un fascismo específicamente estadounidense en el presente, este no habría despertado reactivamente por alguna amenaza revolucionaria para el capitalismo en crisis. Al menos no si consideramos que esa amenaza debe de ser representada por un movimiento obrero organizado y unificado[9]. Lo que resulta paradójico, cuando este periodo del capitalismo, en cambio, es caracterizado por la “descomposición del proletariado como agente revolucionario”[10]. Es decir, la fragmentación de la clase y consigo, su enfrentamiento interno, representado sobre todo, —pero no exclusivamente— en la tensión entre la creciente población excedente en relación a las necesidades del capital y la lucha de los trabajadores por conservar sus condiciones de vida asalariada amenazadas por el desarrollo capitalista[11]. Esto no debe de ser interpretado como negación de la revolución en el presente, sino más bien, cómo una condición que determina la manera en que la revolución sería posible en este momento.
¿Debemos descartar la tesis de la expresión políticamente organizada de nuevos fascismos por la ausencia de una de sus características definitorias: ser la respuesta a la revolución? No creemos que sea tan sencillo, pues los movimientos neo-reaccionarios contemporáneos mantienen otra de las características principales del fascismo. Su rol principal: la defensa del orden existente y de su contexto: la crisis generalizada del capitalismo.
Si pensamos la posibilidad de un fascismo en el presente únicamente como una replicación de sus formas históricas durante el siglo XX llegaremos a dos posibles conclusiones. Primero; el fascismo es producto de su tiempo, y el empleo del término es restrictivo puesto que las condiciones materiales en las que emergió no continúan existiendo en el presente. Segundo; estaremos a favor de forzar el encasillamiento de todos los movimientos nacionalistas y conservadores del presente dentro de la categoría clásica del fascismo, sin cuestionar sus diferencias. Por el contrario a ambas conclusiones, el fascismo es un producto histórico condicionado por el desarrollo del capitalismo, por lo que obtiene sus características del contexto y época donde emerge, lo cual posibilita una variedad de formas que comparten un rasgo básico: proteger a un capitalismo en crisis.
A partir de los análisis de Mattick y de los radicales negros en Estados Unidos se podría malinterpretar que la expresión políticamente organizada del fascismo en el presente no es posible en ausencia de una de sus precondiciones (Mattick) o no es necesaria, pues sus mecanismos represivos ya fueron asimilados y perfeccionados por las democracia liberales (Davis y Jackson). En vez de una concluir la inviabilidad del fascismo político, habría que comprender como la simultaneidad de ambas formas (macro y micropolítica). Y de cómo estás estructuras político-jurídicas permiten la manifestación de una expresión diferente del fascismo en el presente.
3. Los fascismos en la era de la dominación total del capital.
Si el primer fascismo adoptó la forma de un movimiento de masas de carácter nacionalista y estatista, inherente a una forma particular de racismo biológico, que tenía como objetivo la destrucción del proletariado y de sectores disidentes, lo hizo porque emergió en una fase particular del desarrollo del capitalismo que condicionó dichos rasgos por sus necesidades: la transición de la dominación formal a la real[12]. Es decir, el paso de un capitalismo que se apropia del trabajo sin cambiar cómo se produce, hacia un capitalismo que reorganiza completamente la producción, creando fábricas, dividiendo el trabajo en tareas repetitivas y usando tecnología para aumentar la explotación. Aquí, el capitalismo ya no solo se apropia del trabajo, sino que lo moldea según sus necesidades. Mientras, que en el presente estadio del capitalismo avanzado en su fase dominación total, los caracteres determinantes son otros: la descomposición del proletariado, la descentralización del trabajo, la desindustrialización, la crisis ecológica, la globalización del capitalismo, entre otros.
Si debemos de entrar a reflexionar en los términos por los que se expresa el capitalismo en su actual fase, un teórico nuevo fascismo no sería necesariamente desarrollista, puesto que los procesos de modernización tardía que los fascismos y el socialismo de Estado lideraron ya tuvieron lugar en la mayor parte del mundo. La emigración del campo a la ciudad que impulsó la última gran ola de industrialización (1950-1973), —al entregar una importante y constante fuente de mano de obra barata—, no puede ser repetida, puesto que la disminución de la masa y el valor del trabajo, a través de la expulsión de los trabajadores desempleados de las urbes durante el declive de la industria nacional no se tradujo en un retorno al campo, sino en el aumento tendencial y estancamiento de la población marginal devenida superflua. Fue esta misma ola de industrialización la que borró el lugar que ocupaba el trabajo agrícola en la sociedad capitalista, que aún era prominente en el mundo durante la primera mitad del siglo pasado.
El desarrollo técnico-productivo del capitalismo durante su fase de dominación real supuso la progresiva desmantelación de las industrias nacionales de los países ya industrializados, y su reubicación en países del Sur Global, —en un proceso denominado desindustrialización—, así como, la reducción de la masa de trabajadores y su reemplazó por la máquina en distintas áreas de la producción, de la mano con los avances técnicos requeridos bajo la tecnificación capitalista-automatizada. Mientras, que en el caso de las industrias no reubicables y necesarias, se suministró mano de obra más barata a partir de la migración masiva. Todo esto alteró irreversiblemente la composición orgánica del capital (la relación entre capital constante y capital variable). Sin tener donde ser trasladada fuera de las ciudades, la masa de trabajadores desplazados de la industria pasó a formar parte de una población excedente del capital, en la forma de desempleados crónicos y de trabajadores subempleados, que no obtienen lo suficiente a través del salario para sobrevivir. El declive de la industria nacional resultó en el crecimiento del sector de servicios con bajos salarios, mientras el perfeccionamiento técnico-productivo aumentó la masa de mercancías a nivel global en detrimento de la cantidad de fuerza de trabajo necesaria para su producción. “El resultado general es que la acumulación de riqueza se produce junto con una acumulación de pobreza”[13].
Por el contrario a los años dorados del capitalismo que le siguieron a la 2° Guerra Mundial, —caracterizado por la alta tasa de empleo, un importante gasto público y el acelerado proceso de industrialización, que permitieron a su vez la “conquista democrática” de altos salarios y beneficios laborales—, la característica central del desarrollo capitalista hoy es el proceso de desindustrialización. Un proceso que tiene lugar en la actual crisis estructural del capital, que, como ya adelantamos, tiene por fenómenos derivados la pérdida de la hegemonía histórica de la lucha del obrero fabril, como sección del proletariado y, consigo, la crisis de la afirmación positiva del trabajo. Un aspecto que considerar en la desindustrialización es el poco interés que presentan las potencias por fortalecer la investigación en el aspecto de la mecánica y la industria, siendo áreas ligadas a instituciones específicas —o a grupos específicos, como la llamada “clase vectorialista”, por MacKenzie Wark.
Este “desinterés” por una agenda industrializadora ha tenido consecuencias, por ejemplo, a través del aumento del sector de servicios y de “cuidados” (tras su reciente privatización) en comparación del agrícola e industrial. Por un lado empresas de comida rápida, de envíos y de transporte se benefician de la inestabilidad laboral y el declive de la industria nacional, reduciendo la masa y el valor del trabajo vivo al mínimo suficiente, mientras que por otro lado, la masa de trabajadoras migrantes y racializadas responde a la demanda creciente del trabajo socialmente reproductivo, haciéndose cargo de los servicios de limpieza, los cuidados de niñxs, ancianos, enfermos y del trabajo sexual en reemplazo de la “mujer nativa” integrada al trabajo productivo[14].
Mientras, que el desarrollo de políticas liberalización económica, —que primero fueron empleadas en la dictadura de Pinochet en Chile y luego fueron generalizadas a buena parte del mundo— facilitó la reducción de la industria nacional y del gasto estatal en Europa y Estados Unidos desde mediados de los años setenta. Permitiendo la reubicación de las fábricas de industrias específicas, como la microelectrónica hacia países con mano de obra barata —en comparación a la de los países industrializados—, donde unas pocas fábricas emplean una gran masa de trabajadores para hacerse cargo del consumo global de dichas tecnologías.
Todo esto, si bien fue la fuente del rápido crecimiento de algunos países asiáticos como China —entre la década de los ochenta y comienzos de este siglo—, ha generado un acelerado proceso de automatización del trabajo al interior de estos países en las últimas dos décadas, que ha alcanzado los efectos de los países post-industrializados de Occidente. Esto generaliza a todo el mundo la tendencia creciente de la producción de población excedente, la cual es precarizada hasta el punto de la pobreza, la reducción de las “ayudas estatales”, el aumento de los precios de las mercancías y la inestabilidad laboral instalan una crisis general de la reproducción social.
Los principales países capitalistas han experimentado una disminución sin precedentes en sus niveles de empleo industrial. En las últimas tres décadas, el empleo manufacturero cayó un 50 por ciento como porcentaje del empleo total en estos países. Incluso países recién «industrializados» como Corea del Sur y Taiwán vieron disminuir sus niveles relativos de empleo industrial en las últimas dos décadas. Al mismo tiempo, el número de trabajadores de servicios mal pagados y habitantes de barrios marginales que trabajan en el sector informal se ha expandido como las únicas opciones restantes para quienes se han vuelto superfluos para las necesidades de las industrias en declive[15].
Pero, por lejos, el principal cambio que ha generado la expansión de la dominación total de la máquina capitalista es a nivel psicológico y antropológico. Hay un cambio radical en el ser humano, en su concepción como tal, su lugar en el mundo, y su relación con el entorno —tanto humano como ecosistémico a nivel de biósfera—. La saturación de estímulos informativos y la aceleración de los ritmos de vida impiden procesar la realidad hasta el grado de convertirse en incompresible; la crisis capitalista que se expresa en el presente colapso civilizatorio ha desbordado nuestra psique, configurando un “derrumbe patológico del organismo psicosocial”[16].
Este derrumbe produjo un sujeto nostálgico, que añora no solo la estética, valores y tradiciones del pasado, sino que, por sobre todo, desea el control sobre sus propias vidas, su capacidad de reacción, su producción psíquica y reproducción social. El constante estado “psicótico” en el que se ve envuelto le lleva a estar profundamente desorientado, separado con el presente, con lo que sucede. De ahí proviene la diferencia más notoria del fascismo originario con los nuevos fascismos. La potencia juvenil del fascismo italiano, que se creía capaz de dominarlo todo a través de la guerra ha sido reemplazada por un sujeto senil e impotente, en una profunda crisis pánico por la decadencia de la sociedad capitalista, por la que él como individuo es incapaz de hacer algo al respecto. La guerra y los procesos de exterminio selectivo son desplegados a modo de “patadas de ahogados”, un intento desesperado por salir de la crisis capitalista y psicosocial de la humanidad, donde el sujeto delega sus decisiones en hombres selectos que encarnan la forma estereotípica del hombre financieramente exitoso y capaz de todo. En alguien que encarna su malestar, que lo moviliza hacia una salida. Pero tal percepción es falsa, la única salida que se les entregará es una psicosis mayor, un acto de suicidio-homicida colectivo al parecemos asistir todos. El capitalismo no puede poner reversa en su desarrollo, lo único que le queda es acelerar o intentos inútiles por retrasarlo.
La energía juvenil de la que se gozaba es suprimida por la hiperestimulación semiótica, incapaz de procesar los flujos informativos de la red, el cuerpo orgánico se encuentra cansado y deprimido, sumiso al acelerado ritmo de la infosfera y los automatismos financieros, que terminan resultando en una impotencia político-sexual para actuar sobre sus propias vidas y las áreas que la moldean[17].
Que caractericemos de nostálgico al nuevo movimiento reaccionario (que en anteriores ocasiones hemos inscrito dentro de un sujeto necrófilo) es crucial para poder comprender su funcionamiento y la lógica (o la falta de lógica) detrás de sus acciones. Es a partir de este aspecto central de la psiquis reaccionaria que podemos explicar la reaparición distorsionada de las formas típicas del fascismo clásico[18] o hasta precapitalistas en el presente. No es que hayan vuelto en sí, ni tampoco son solo su imitación. Se trata de una suerte de oxímoron, una mezcla entre el pasado reificado y la novedad de la sofisticación técnica para generar algo más. Los saludos fascistas, los disfraces del Ku Klux Klan en marchas anti-inmigrantes, el desprecio a la mujer, el culto a Pinochet, se tratan de una replicación distorsionada de las formas reaccionarias del pasado, son el anhelo nostálgico del hombre blanco por volver a disfrutar de las “épocas extraordinarias de licencia sexual, de violentas escenas orgiásticas de hipermasculinidad no reprimidas”[19].
- Que las cosas simplemente “sigan su curso” es la Catástrofe.
En este sentido es que sujetos como Donald Trump o Benjamin Netanyahu personifican casi perfectamente la lógica suicida del capital, su tendencia objetiva en su actual fase histórica por crear las condiciones para su autodestrucción. El movimiento reaccionario global es la expresión políticamente organizada de la impotencia y la psicosis autodestructiva de un gran segmento de la población. En otras palabras, esto que denominamos como movimiento reaccionario de nuevo tipo no es más que la movilización y politización de las pasiones de destructividad que se alojan en el carácter inconsciente e inherente de la sociedad y que se nutren de la decepción con el presente y, sobre todo, del fracaso de los proyectos de reconfiguración radical del mundo.
Es el subproducto de décadas de masacres escolares, conspiracionismo, epidemia de drogas, precarización laboral y decrecimiento demográfico de la “raza”[20] blanca occidental. Como diría Franco “Bifo” Berardi: “Las expectativas fallidas de un individualismo frustrado no generan un resurgir de la solidaridad, sino una nostalgia desesperada y la rabiosa voluntad de aniquilamiento”[21]. Por lo mismo, es que las políticas raciales de “ingeniería demográfica” (hyper-racism en los términos de la NRx[22]), la expansión territorial, la restitución del orden hetero-patriarcal y el rearme militar son abrazadas con tal entusiasmo por cada vez más grandes sectores de la población cuyas subjetividades han sido bombardeadas por la excitación autoflagelante de la alternativa fascista a la crisis, que se puede comprender como la materialización de las estrategias que la maquina capitalista requiere e impone.
Por ello, es que estas políticas no son un arrebato arbitrario, sino que tienen un fundamento detrás: la crisis, y cómo responder a esta sin terminar de reconocerla. El expansionismo militar de Netanyahu y el espiral homicidio-suicida que ha extendido por todo Medio Oriente, así como las pretensiones anexionistas de Trump y la disputa entre Rusia y la OTAN por Ucrania, pueden ser comprendidos como parte de una carrera imperialista por los recursos naturales y territorios estratégicos. Los numerosos recursos que estarán al alcance producto del deshielo son la oportunidad para las principales potencias mundiales de solventar la crisis energética y financiar el desarrollo técnico-productivo, al menos por un momento. El dominio de las regiones de Siberia, Groenlandia y el Ártico son una necesidad de seguridad nacional —como el mismo Donald Trump dijo para justificar su intención de anexar Canadá y Groenlandia—. Lo mismo ocurre en Medio Oriente, el golfo de México, el Canal de Panamá, Ucrania y en el Sur global, y es que, como no podía ser de otra forma, el capitalismo planea sobrevivir a la crisis ecológica a través de la intensificación de la destrucción de la naturaleza, la precarización salarial y la multiplicación e intensificación de las guerras.
La reciente intervención de Estados Unidos en la situación de Oriente-Medio tras casi dos años de comenzado el genocidio en Gaza ejemplifica muy bien las características de esta época. En la reunión entre Trump con su homólogo israelí se anunció el plan para el desplazamiento total de la población palestina en Gaza. El cual fue justificado como una suerte de gesto humanitario, pues, quién quisiera vivir en un “área de demolición” —sostuvo Trump—. En su lugar Estados Unidos construiría lo que parece ser un enorme centro turístico que fue nombrado por Trump como la “Riviera de Medio Oriente”.
Han sido muchos los intentos por separar al capitalismo de la guerra, el genocidio y el fascismo, como si estos existieran independientemente del modelo de producción imperante o como si fuera imposible que tengan lugar de nuevo, puesto que fueron superadas por el desarrollo del capitalismo. La ficción de un capitalismo pacificado, en un el fin de la historia, de las guerras y los antagonismos, es una narrativa que tiene tiempo de ser propuesta, el mismo Francis Fukuyama quién la pensó a mediados de la década de los noventas se retractó hace algún tiempo de que nos encontremos en tal estadio de paz permanente.
Ningún otro evento reciente retrata de forma tan precisa el absurdo comportamiento del capitalismo frente a su propia crisis estructural. La incapacidad del capital para absorber el trabajo vivo en la producción —situación generada por sí mismo y su desarrollo contradictorio—, le llevó a provocar importantes procesos de desvalorización —a partir de guerras, catástrofes naturales y genocidios— para intentar restaurar las condiciones para la producción de valor. En este caso particular, al bombardeo y desplazamiento forzoso de la población palestina le sigue una enorme reconstrucción, que en palabras de Trump generaría el desarrollo económico de la región y proporcionaría “un número ilimitado de puestos de trabajo”. Pero tal intento por subvertir la crisis es inútil, ya que esta no tiene su origen en una falta de trabajo. Más bien, el desarrollo del capitalismo hace hoy imposible continuar con la centralidad social del trabajo como lo hacía antes.
El aspecto más perverso del genocidio en Gaza es que sepulta en lo más profundo cualquier intento por separar al capitalismo de la enorme cantidad de cadáveres sobre los que descansa. Por ignorar que las catástrofes mundiales son resultado de las contradicciones del metabolismo social del capital y que estas conducen a su propia autodestrucción… Palestina devela al capitalismo tal cual es. La ley del valor jamás fue interrumpida en dos años de genocidio: la venta de alimentos a sobreprecio (en Navidad del 2024 un pollo alcanzaba los 40 euros), la continuación del comercio sexual y del trabajo informal nos enseñan una verdad cruda, el capitalismo es capaz de funcionar hasta el final de los días. Ni siquiera las fantasías apocalípticas son ahora refugio del avance necrótico de la máquina capitalista.
- Las reacciones fascistas a la crisis del capital.
El fascismo entra en el juego por el fracaso recurrente de los burócratas y tecnócratas por regular y revertir la intensificación de la crisis estructural capitalista. Pero, esta alternativa a la crisis es ficticia, puesto que la solución fascista predilecta es la aceleración de las tendencias (auto)destructivas del capital; abraza la crisis, la acelera estrepitosamente, en vez de evitarla o, de mínima, gestionar la caída y conseguir un “aterrizaje suave”. La supervivencia del sistema significa la muerte de un importante sector de la población humana (y no humana, ya que incluye a distintas formas de vida de la biosfera que quedan subordinadas bajo el régimen antropocéntrico y antropogénico), mientras que para la población restante significa la precarización de sus actuales condiciones de supervivencia. Pero, esto no importa a ojos del sujeto reaccionario. La violencia autodestructiva es preferente al fatalismo depresivo por la crisis.
Se trata de reorganizar la dominación burguesa que está en peligro mediante el antiguo método de transformar la rabia social contra la sociedad en rabia al interior de la sociedad, la guerra social en guerra interburguesa, la bronca proletaria en delegaciones y negociaciones al interior del Estado, el cuestionamiento de toda la sociedad en cuestionamiento de una forma particular de dominación, la lucha contra el capitalismo en lucha contra una fracción burguesa y a favor de otra[23].
La amenaza del otro es crucial para la construcción de esta ficción. Incluso, la construcción estratégica, subjetiva, y la instalación de un otro, como herramienta heredada del colonialismo, es vital para instalar la urgencia por propiedad privada, por seguridad, por orden y por un yo homogéneo que se instale en disputa contra este otro, vuelto enemigo, exacerbando el estado de hostilidad y de suma cero. Se necesita de un otro en quien recaiga la responsabilidad de la crisis capitalista y sus distintas expresiones (económica, ecológica y heteronormativa, entre otras), un enemigo que, de ser eliminado, restablecerá el orden social. En el caso actual ese otro es la población excedente del capitalismo, sector relativa o totalmente excluido de los circuitos productivos oficiales y que sobrevive a partir de la “ayuda” estatal y de la economía “informal”[24]. Esta creciente población excedente está compuesta principalmente por inmigrantes, refugiados, desempleados crónicos, trabajadores precarizados, trabajadorxs sexuales, y sectores, que a partir de la criminalización de su existencia y prácticas figuran un rechazo por la identidad del “trabajador digno”, es decir el lumpenproletariado como “el reverso oscuro de la afirmación de la clase obrera”[25].
No es de extrañar que el avance de los movimientos reaccionarios esté estrechamente ligado a la proliferación de los discursos Malthusianos que abogan por la reducción de la población mundial en base a filtros raciales y de clase. Así como la explotación de temáticas feministas y de género por sectores reaccionarios (tanto a la izquierda como a la derecha del espectro) en campañas islamófobas y antimigrantes. Al identificar la existencia de esta población racializada y excedente del capital como un peligro para las mujeres y disidencias sexogenéricas y sobre todo, para el avance político-legal en materia de género.
La demonización del hombre racializado es doble, por un lado es responsable de dejar sin trabajo al obrero nacional y por otro representa una cultura misógina e inferior. Independiente de sus especificidades, esta narrativa o, más bien, este mito originario de la crisis, —que designa a sus responsables en términos identitarios concretos— sirve de justificación ideológica y hasta legal para la persecución, represión y exterminio selectivo de ciertos sectores de la sociedad, como ya lo fue para el fascismo en el pasado. Mientras, la dimensión ecológica de la crisis capitalista y la proliferación de la guerra en todos los territorios adelantan un inmenso aumento de los desplazamientos humanos, que no hará más que profundizar y multiplicar la población excedente del capital y su precarización. Las políticas raciales para hacer frente a esta migración en Europa, Estados Unidos y parte de Sudamérica parecen apuntar hacia la replicación de la estrategia trumpista, del cierre de las fronteras, la creación de cárceles para migrantes indocumentados y la expulsión masiva de estos a otros territorios.
En relación con la crisis ecológica, es que los discursos neomalthusianos son llevados al extremo, vinculando la degradación del entorno natural, la escasez de recursos y la destrucción de la “comunidad nacional” con la sobrepoblación del planeta y la migración masiva derivada de esta. De la cual hacen responsable a una sector de la población mundial específicamente no blanco, proveniente de países no desarrollados, como por ejemplo de Centroamérica, Sudamérica y del Medio Oriente. A los que responsabilizan también de provocar intencionalmente los megaincendios que han afectado muchas partes del mundo (Brasil, Grecia y Chile), como parte de una conspiración internacional de una élite progresista y globalista. Suprimiendo en el proceso cualquier crítica estructural al capitalismo y su lógica depredadora. El grupo radical griego, Antithesi reconoce una relación entre el auge del denominado posfascismo y la crisis ecológica, e identifica la existencia de un ecofascismo o “fascismo verde” contemporáneo. “Este tipo de ambientalismo no ataca la explotación capitalista de la naturaleza, sino que desplaza la cuestión hacia la defensa del “suelo nativo” y el paisaje, y de la cultura y el modo de vida nacionales “tradicionales””[26].
A raíz del carácter estructural de la crisis capitalista y su profundización en la depredación de la naturaleza, podemos identificar una alternativa reaccionaria distinta a la aceleración tecno-optimista de la crisis del capital, en tanto, ésta plantea en cambio, una desaceleración tecno-económica del capitalismo y del incremento demográfico. Esta expresión desacelerante de la crisis puede ser vinculada a la adopción de políticas aislacionistas, el cierre de fronteras y un rechazo relativo o total de la tecnología (o a ciertos tipos de tecnología), para en su lugar abrazar la autogestión, el renacimiento de la vida rural, la recuperación de formas precapitalistas de organización, la pureza del entorno natural y de la composición racialmente homogénea de la comunidad nacional. Una forma “sofisticada” de un proyecto reaccionario desacelerante y autogestionario de la crisis capitalista, puede ser ejemplificado en una hibridación entre una inversión fascista y nacionalista de las tesis decrentistas y la conformación de un Estado autoritario y corporativista que permita la implementación sistemática de una ingeniería demográfica para la reducción y expulsión de la población no-blanca, a favor “restauración violenta de la unidad del circuito de reproducción del capital social nacional”[27].
A raíz de todo lo explicado, es que consideramos cuanto menos discutible la ausencia real de una amenaza al capitalismo. Aun cuando no haya un nuevo sujeto o periodo revolucionario en proceso, el capitalismo continúa amenazado. Sólo que ahora esa amenaza está dada únicamente por sí mismo; el capitalismo, como bien creyó Marx, está destruyendo sus propios presupuestos de existencia. Podemos mencionar dos procesos interrelacionados derivados de la tendencia del capital hacia su propia expansión ininterrumpida e ilimitada como valor autovalorizante: la crisis del trabajo como forma de mediación social y la crisis ecológica planetaria.
Siguiendo la fórmula schupertiana para la reinvención capitalista, a la destrucción no le ha seguido su creatividad, no hay una nueva gran reconfiguración del capitalismo por la que este supere su crisis, sino —como ya mencionamos— únicamente distintas formas de gestión o aceleración de su colapso. Y es aquí en donde los nuevos fascismos tienen lugar. Pensar al fascismo desde la óptica de la crisis terminal del capital —y sobre todo el momento en el que nos encontramos de esta— nos permite pensar dos formas o momentos posibles de fascismo: uno “desacelerante” y otro aceleracionista, por hacer una distinción momentánea.
4. La Guerra Civil Global y el fascismo neoliberal.
En El capital odia a todo el mundo, Maurizio Lazzarato caracteriza al fascismo de Mussolini, contextualizado en la época de las guerras totales de carácter industrial, en las que el fascismo fue una de las modalidades organizativas de la contrarrevolución global. Lo diferencia de los nuevos fascismos que, en cambio, se contextualizan y, por ende, son determinados por el periodo de las guerras civiles globales; la forma específica de la guerra en el capitalismo contemporáneo o en otras palabras, una guerra específicamente capitalista. Es una guerra no declarada, sin afuera y por sobre cualquier frontera política reconocible, que se expresa de manera ininterrumpida en distintos grados de intensidad y formas en todo el mundo. La concepción de Lazzarato tiene mucho de verdad, pero de él escapan aspectos esenciales que parcialmente trataremos.
Dicho en términos propios, es la integración de los dispositivos bélicos, psicológicos y económicos del capitalismo avanzado en una única forma de guerra contra la población que comprende simultáneamente tanto zonas de confrontación directa —ya sean temporales o permanentes—, como también formas difusas de violencia muda, de ausencia aparente de confrontación, es decir, la existencia de un falso orden social. Pero que en realidad esconde la coacción impersonal del cuerpo social por la máquina capitalista; es la experimentación de una violencia difusa en la construcción abrasiva de la ciudades, es la rutina incesante de la existencia asalariada por todo lo que dura una vida.
En sus momentos de confrontación, se expresa como una “contrarrevolución preventiva”[28], un reordenamiento violento de la sociedad de clases por el cual se reprimen las formas-de-vida no rentables, no productivas, que existen en tanto desecho. Es decir, las poblaciones racializadas y subalternas, sin necesidad de que desde ellas surja una amenaza formal y unificada al capital, sino que únicamente tiene como objetivo “el sometimiento de los humanos y no humanos a la producción de valor”[29]. Como confrontación es la respuesta a la problemática de la gestión de la población excedente producida a partir de la tendencia inherente del capital. Esta es una respuesta que se traduce en el aprisionamiento, marginación en guetos, disciplinación por la policía y, finalmente, en el exterminio de esta población devenida superflua en procesos abiertamente genocidas por su existencia redundante, como ocurre hoy en Palestina.
La concepción del enemigo interno o externo de las formas clásicas de la guerra se vuelve inútil para describir una guerra donde no hay fuera, así cómo no lo hay tampoco del capital. Aun en sus formas de confrontación directa no se reduce a un mero enfrentamiento entre ejércitos provenientes de un territorio y Estados específicos. Esta guerra civil devenida global prosigue ahí mismo donde se ha dado por ausente, por provisionalmente contenida[30]. Donde el orden social reina sobre los cadáveres de la insurrección. Es Guerra en tanto supone la imposibilidad de conciliación, de coexistencia, el capital únicamente comprende una forma de existencia y esa es la suya. Y es global en tanto es posible a partir de la forma universalizante del capitalismo en su fase de dominación total.
El desarrollo del capitalismo involucra, como ya lo hemos dado a entender, un perfeccionamiento y readaptación de los mecanismos bélicos inherentes al capitalismo. Lo que antes se expresó específicamente como guerra industrial entre Estados-nación, ahora —tras ya alcanzada la actual fase del capital— lo hace principalmente como Guerra Civil Global, en el sentido de que esta constituye la otra cara del proceso de globalización del mercado en el capitalismo contemporáneo. La Guerra Civil Global y el proyecto cosmopolita del neoliberalismo son una unidad indisoluble, puesto que se hacen posible mutuamente.
La aparente inminencia de una nueva Guerra Mundial entrega un contexto ideal para la aparición de estos fascismos de nuevo tipo. Tal afirmación no puede reducirse a una exageración cuando en escasos días de diferencia se presentaron dos propuestas para el rearme europeo. Primero, la petición de Zelensky para la creación de un ejército europeo para enfrentar a Putin, y más recientemente, el plan propuesto por Úrsula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea[31]. Posteriormente a ser presentado el plan de rearme, la Unión Europea comenzó a dar recomendaciones a los ciudadanos estar preparados ante cualquier eventualidad, para ello instó a tener un kit de supervivencias a mano[32]. Mientras, toda Europa reduce los fondos para la “ayuda exterior” —a través de la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD)— y asumen el aumento del gasto militar[33]. La tensa relación de Europa con Estados Unidos ha acelerado este ánimo belicista, en cuestión de semanas Trump y su gobierno humilló a Zelensky y a la UE, criticó duramente la política europea, apoyó abiertamente a las derechas radicales del continente y recientemente declaró una guerra arancelaria con el mundo —incluida una isla habitada por pingüinos—, con la que parece estar arrastrando a los mercados al colapsó.
Ahora bien, la proliferación de las formas de la Guerra Civil Global no significa la inexistencia de guerras entre Estados-nación, sino que, por el contrario plantea la simultaneidad entre distintas formas bélicas que son comprendidas en una única unidad: la gran máquina de guerra del capitalismo globalizado. En la Guerra Civil Global se completa la hibridación de las distintas áreas del saber humano. Científicos, periodistas, obreros e ingenieros trabajan para la inventiva y desarrollo de la máquina bélica en sus distintas expresiones, a través del perfeccionamiento y aplicación de las modalidades de cooperación productiva desarrolladas durante las Guerras totales y la Guerra Fría, que entremezclan el hogar con el laboratorio y la fábrica.
Lo particular de la forma histórica de la guerra actual es el papel cada vez más importante de lo privado frente al Estado, en donde su “monopolio” de la violencia se disuelve entre distintos agentes: organizaciones paramilitares, mafias, agencias de seguridad privada y grupos de mercenarios. Así, de haber una nueva guerra mundial como tanto se ha predicho, su principal novedad será que la forma organizativa del Estado-nación, caracterizada por poseer un territorio claramente delimitado y un gobierno efectivo, pasará oficialmente a un segundo plano para ser reemplazado por la administración corporativa del Estado, donde la delimitación de su territorio no es cerrada, sino que expansiva, y su gobierno es propiedad de monopolios multinacionales. La equivalencia simbólica entre Donald Trump y Elon Musk en cada aparición pública responde a este fenómeno que, como otros ya han señalado, parece tratarse “de una tendencia intrínseca de la aceleración tecnológica en el marco de la crisis del capitalismo tardío”[34].
La Guerra Civil Global como forma específica de la guerra contemporánea puede ser explicada a partir de una “contrarrevolución permanente”, en tanto, inversión de la teoría trotskista de la revolución. En esta misma línea es que Nick Land, teórico de la NRx y cofundador del colectivo Unidad de Investigación de Cultura Cibernética (CCRU) describió en 2016 al fascismo como
(…) la normalización de los poderes bélicos en un estado moderno, es decir: una movilización social sostenida bajo dirección central. En consecuencia, implica, además de la centralización de la autoridad política en un consejo de guerra permanente, una histeria tribal de la identidad social y una considerable medida de pragmatismo económico[35].
La Guerra Civil Global es el aprendizaje resultante de la 2° Guerra Mundial y del fascismo histórico. Fue con la misma aparición del fascismo que se expresa por primera vez la modalidad bélica de la que derivaría la forma contemporánea de la guerra, como guerra civil global. El anarquista Luigi Fabbri[36] hace más de un siglo describió lúcidamente al fascismo como continuación de la 1° Guerra Mundial, una reubicación y reorganización por las clases dominantes nacionales de los máquina bélica hacia el interior de sus respectivas fronteras, contra un enemigo que detestaban más que a las naciones vecinas: al proletariado. Mientras tanto, hoy la justificación para las políticas fascistas depende de la permanencia de aquel estado de guerra, lo que se necesita entonces, es una guerra que no termine nunca.
La Guerra Fría parecía una, pero no lo fue del todo. La Guerra contra el Terror es una mejor apuesta. En cuanto a su interminabilidad, si no a su intensidad moral, las «guerras» contra la pobreza, las drogas y otras condiciones sociales resilientes son aún más atractivas. Librar guerras modernas, y sus consecuencias metafóricas, es la función del Estado fascista. Ganarlas ocasionalmente, y por accidente, solo es una desgracia. Esa lección parece haber sido aprendida a fondo[37].
§
El análisis de Maurizio Lazzarato de la metamorfosis del fascismo histórico le lleva a caracterizar a estos nuevos fascismos como neoliberales o nacional-liberales, un postulado que es compartido por otros autores como Sergio Villalobos-Ruminott y Rodrigo Karmy. Esto es sostenido en tanto los nuevos movimientos fascistas “(…) encuentran en el neoliberalismo su forma económico-gestacional”[38], afirmando las categorías centrales del neoliberalismo; la propiedad privada, el mercado, la competencia, las libertades individuales (para consumir, vender y comprar), etc. En ausencia de un movimiento revolucionario organizado, el rol represivo y persecutorio del estos nuevos fascismos apuntan a las subjetividades disidentes del orden hetero-patriarcal y a las existencia que ponen en “riesgo” la composición racialmente homogénea de la nación —véase la islamofobia y la expulsión masiva de migrantes.
Estos fascismos no niegan el liberalismo ni mucho menos se asumen como una alternativa tercerposicionista. No contienen una crítica “anticapitalista”, —aunque sea solo a nivel discursivo— carecen del carácter revolucionario-conservador típico de los fascismos históricos y de sus continuaciones de la posguerra, como por ejemplo, la nouvelle droite. Más bien, estos abrazan el origen violento y contrarrevolucionario a través del cual se implantó el neoliberalismo originalmente en el Sur global, a través de dictaduras cívico-militares financiadas, planificadas y avaladas por Occidente y Estados Unidos, principalmente. Lo que los diferencia también del neoliberal promedio, es que rechaza en la formalidad este origen violento. La proliferación de la gestión fascista neoliberal en el mundo es producto de la crisis del neoliberalismo mismo, es una suerte de auto-respuesta que emerge desde una subjetividad reaccionaria construida a partir de cuarenta años de políticas neoliberales de individualismo atomizante. “La micropolítica del crédito creó las condiciones de una micropolítica fascista”[39]. El fascismo neoliberal es capaz de promover, ya sea formalmente o no, la consolidación de una “dictadura liberal” que para asegurar el funcionamiento de los mercados, la aceleración del desarrollo tecnológico y la defensa de la propiedad privada desmantele las estructuras jurídicas democráticas y progresistas que impiden dicha aceleración capitalista.
A partir de Lazzarato y otros autores que se refieren al fascismo en el presente, es que es posible reconocer una herencia directa en las actuales derechas radicales de Europa, Rusia, Estados Unidos, Sudamérica y las distintas formas por las que se expresó la contrarrevolución durante la primera mitad del siglo XX, en particular bajo la forma del fascismo. Independientemente de los matices entre las distintas derechas de Occidente, podemos identificar una línea radical con creciente apoyo en las últimas dos décadas, que ha sabido adaptar las políticas que caracterizaron a los movimientos fascistas, pero de manera más eficientes al interior de las democracias y sin perder el empleo de la violencia política y los desórdenes públicos como demostración de poder y de presión hacia los opositores políticos. Aun sin compartir necesariamente el empleo del término “fascismos neoliberales”, detrás de este si hay una verdad, y es que la relación de las actuales derechas radicales con la herencia del fascismo histórico radica en compartir una misma función histórica: la defensa del orden capitalista y de sus categorías esenciales, —como la familia y la nación—, a través del sometimiento de las clases subalternas.
Uno de los argumentos más repetidos para negar la identificación de estas nuevas derechas radicales como fascistas es su abandono del partido-milicia como forma de organización, su participación en la democracia, su autodefinición como algo distinto al fascismo[40] y sobre todo, el grado de violencia política empleado, —-que debe de, al parecer, ser comparable al de la Alemania Nazi para ser fascismo, para algunos. Estos toman de base la separación antojadiza entre fascismo y democracia, así como la identificación del fascismos como el “mal supremo”, la caricatura de un monstruo antidemocrático, autoritario y dictatorial que realizó crímenes nunca vistos en la historia. Lo que esta crítica esconde, es la incapacidad de ciertos grupos de asimilar el carácter históricamente cambiante del fascismo y sus orígenes en los Estados Coloniales, ya que, de hacerlo se estaría aceptando la inviabilidad de su proyecto político que tiene como fundamentos la defensa de la democracia y el Estado, marco donde los nuevos fascismos persisten., como así también, de la guerra civil global como paradigma político de la actual fase del capitalismo.
Es sobre la base las formas de la Guerra Civil Global, que podemos comprender algunos de los aspectos de la actual forma de gestión de los Estados, y la proliferación de estas nuevas derechas radicales, que si bien no se organizan en un gran Partido-milicia nacional, si incitan y financian sectores relacionados a la economía informal e ilegal, así como a grupos de choque (en ocasiones armados), que tienen como rol actuar por fuera del orden democrático siguiendo los intereses de los partidos a los que están vinculados. El asalto al capitolio por adherentes de Trump en 2021 y la presencia de organizaciones paramilitares como el movimiento boogaloo en la represión al movimiento Black Lives Matter,suelen ser las referencias más empleadas.
Mientras, en el caso chileno el ejemplo más claro fue la declaración de guerra contra la población del recientemente “canonizado” Sebastián Piñera en Octubre de 2019[41]. Una declaración que fue tomada al pie de la letra por sectores reaccionarios que colaboraron con la represión estatal: grupos de choques de extrema derecha vinculados al “rechazo”[42] vestidos con uniformes militares, chalecos antibalas, símbolos pinochetistas y armados con armas de fuego, con fierros y escudos improvisados en clara imitación a grupos de similar ideología en Estados Unidos. Pero los casos continuaron mientras la revuelta iba siendo aplacada con la asistencia de la “izquierda” que pasaría luego a gobernar. En 2022, durante las protestas estudiantiles y de trabajadores en los meses de marzo y mayo, la represión de las fuerzas del orden fue asistida por grupos armados aparentemente relacionados a mafias y vendedores ambulantes, resultando en el asesinato de la periodista Francisca Sandoval tras recibir una bala en la cabeza en una marcha en el día internacional de los trabajadores. Mientras que en 2024, en el contexto del fatídico aniversario 51 del golpe militar, un contramarcha resguardado por carabineros apuñaló a Alonso Verdejo provocando su muerte. Ese mismo día el gobierno de Gabriel Boric valoraría con orgullo que las medidas represivas “fueron efectivas”. Y, para terminar con esta antesala crítica del caso chileno, mencionar que la actualización de las leyes represivas se ha dado en el contexto de una democracia que, precisamente, refuerza lo que planteamos de que en el fascismo liberal se han logrado cristalizar institucionalmente prácticas persecutorias dentro del discurso del progresismo.
Más allá de definir a la ola mundial de derechas radicales y extrema derecha como fascistas, la posibilidad de existencia de nuevos fascismos y su continuación dentro del marco democrático —ya sea por la asimilación de sus formas por las actuales derechas y/o por el aparato estatal y sus instituciones indistintamente de quién gobierne[43]—, abre camino hacia la superación de la falsa dicotomía entre el liberalismo y el fascismo, así como de la dictadura y la democracia, y, consigo, negando la comprensión pacificada del capitalismo, que ignora conscientemente el rol de la guerra y el fascismo como “fuerzas políticas y económicas necesarias para la conversión de la acumulación de capital”[44]. A través de autores como Lazzarato, Villalobos-Ruminott y Karmy es posible comprender el actual avance de las derechas radicales encabezadas por Trump, Milei y Meloni como parte de esta mutación del fascismo histórico hacia un autoritarismo neoliberal con rasgos belicistas. Pero, al mismo tiempo, es auto–limitante al cerrarse en torno al neoliberalismo y no comprender que el fenómeno de los nuevos fascismos es más variado e ideológicamente confuso de lo que ellos sostienen. Por lo mismo, estos nuevos fascismos no pueden ser descritos en su totalidad por la continuación de una gestión neoliberal, y su participación dentro de la democracia representativa, sino más bien por ser el adelanto de expresiones post-neoliberales, aún no del todo descubiertas.
- La aceleración capitalista y la NRx.
La tendencia de la aceleración del capital parece apuntar de manera definitiva a un divorcio con la democracia liberal y, sin duda, la forma específica que resultará de esta aceleración suicida excede a las de la gestión neoliberal del Estado. Los movimientos neo-reaccionarios que encabezan este avance ciego del capital —a modo de una profecía autocumplida— vienen sosteniendo desde hace varios años la deficiencia de la democracia representativa en el resguardo de la propiedad privada, lo que ha estado acompañada de una crítica a las ideas humanitarias de la ilustración (igualitarismo, pensamiento racional y la libertad). Este es el caso de parte del libertarismo (o “anarcocapitalismo”), y, en particular, de autores como Rothbard o Hans-Hermann Hoppe. Este último es el más “radical” —por no decir reaccionario— de los dos, al considerar preferible la vuelta a las monarquías occidentales —que considera un mal menor— como alternativa a las democracias — a las que adjudica de responsables de la decadencia social. Hoppe diferencia a la democracia de la monarquía, en tanto la primera es una forma de gobierno de titularidad pública, que fue promovida por la socialdemocracia y universalizada tras la Primera Guerra Mundial, mientras que la segunda es una forma de gobierno de titularidad privada (la monarquía), donde el rey es el legítimo propietario de un territorio (su reino). El principal argumento de Hoppe para asegurar que los gobiernos de titularidad privada son más eficientes en la defensa de la propiedad y del libre mercado, es la continuidad de la titularidad a través de la herencia, lo que lleva a los reyes a pensar a largo plazo, y por tanto mantienen un gasto fiscal menor. Finalmente, no es más que un promotor del contractualismo hobbesiano moderno.
Los ridículos argumentos pro-monárquicos de Hoppe y de la titularidad privada del gobierno encuentran cierta continuidad en la obra de otros referentes del movimiento reaccionario contemporáneo, específicamente en la “Ilustración Oscura”. Curtis Yarvin, Nick Land y sobre todo Michael Anissimov, —cuyas ideas han encontrado cabida en el actual gobierno de Trump—, comparten la crítica al igualitarismo y a la democracia de Hoppe pero llevándola al extremo.
En comparación al libertarismo, la Ilustración Oscura, —o también llamada NRx— es un movimiento mucho más difícil de clasificar y que, incluso, desde ese margen de misterio, ha sabido colarse en ciertos sectores de ultraizquierda difusa incapaces de reconocer en sus posturas filosóficas encantadoras el peligro de sus posturas. Si bien comparten elementos centrales con el ideario contrarrevolucionario, podemos encontrar sus influencias en referentes de tendencias y épocas muy diversas (posestructuralismo, ciencia ficción, teorías de la conspiración, pensamiento reaccionario y libertarismo). Por un lado, asume la crítica a la Ilustración y afirma una comprensión neo-hobbesiana de la naturaleza humana, posturas que no solo dan nombre a su movimiento, sino que son parte fundamental de una primera fase de su proyecto político: la promoción de una figura autoritaria que gestione la población y asegure la aceleración capitalista. La línea anti-iluminista seguida por Land y compañía parece devolverse a las raíces del pensamiento reaccionario en la obra de su primer gran teórico: Joseph de Maistre (1753-1821).
Pero lo que realmente diferencia a la NRx de otras expresiones de la contrarrevolución es su origen aceleracionista en la contracultura cyberpunk y las raves de la mano de Nick Land. La corriente neorreaccionaria captura con éxito los sueños de la contracultura tecno-optimista de comienzos de los 90’s al mismo tiempo que de su inversión distópica. La NRx se configura al interior de la tensión entre el primer optimismo por el “potencial infinito” de las redes y las nuevas tecnologías, y su respuesta crítica en las tecno-distopías capitalistas, afirmando la materialización de esta última como su fin, que en la versión más sofisticada de Land, puede ser descrita como “una visión de la inteligencia artificial capitalista de alcance planetario: un vasto sistema infinitamente capaz de soportar fracturas y manipulaciones frente al cual la voluntad humana ha quedado obsoleta”[45].
En la Neorreacción, la negación de los valores de la Ilustración no tiene por objetivo la conservación del estado actual de las cosas, sino que, más bien, propone una reconfiguración que permita una defensa más eficiente y extrema del orden capitalista, superando en el proceso dicho estado de las cosas a partir de una crítica reaccionaria fundamentalmente inversa al de la revolución. Por ello, no tiene lugar una asimilación completa de los elementos característicos de otras tendencias más antiguas, como el pro-monarquismo y el anti-igualitarismo, sino más bien las transforma utilitariamente para su proyecto político tecno-distópico. Por ejemplo, de la preferencia conservadora por una monarquía clásica se pasa a la comprensión Landiana de que la tendencia de la aceleración capitalista resulta en la adopción de una suerte de tecno-monarquía corporativa, como forma de gestión más eficiente para el capital. Para los teóricos de la NRx el Estado sería gestionado como una Sociedad por Acciones (SpA), la titularidad privada del gobierno estaría en un director ejecutivo (CEO)[46] que sería dueño del territorio y sus recursos, mientras que la aristocracia serían accionistas en esta SpA.
Para que este sistema sea funcional, Yarvin propone que estos Estados-corporación deberían ser pequeños, más bien como ciudades-estado. Acá es donde aparece uno de los proyectos más ambiciosos de la NRx: la colonización marina (o seasteading). La construcción de viviendas permanentes sobre plataformas marítimas fuera de la jurisdicción de cualquier nación existente. Este proyecto está promovido principalmente por Patri Friedman, nieto de Milton Friedman y fundador del Seasteading Institute. Como se darán cuenta, es algo que no suena tan descabellado viendo la actual mutación del Estado-nación y su asimilación a las principales Corporaciones del mundo. O que, en la búsqueda por nuevas formas de llevar el peso de la guerra tecnológica, China está en planes de construcción de una base de datos marítima 35 metros bajo el agua, para paliar el hecho de las grandes cantidades de metro cuadrado que requiere la instalación de una base de datos, así como de agua para mantenerla a temperaturas aptas. El área marítima, lejos de ser terreno de la ciencia ficción, es un escenario posible, y que está ocurriendo.
Que el gobierno de Trump sea el ejemplo más cercano de esta forma neo-corporativista de administración del Estado no es casualidad. “El funcionario entrante del Departamento de Estado, Michael Anton, ha hablado con Curtis Yarvin sobre cómo se podría instalar un «César estadounidense» en el poder”[47], en alusión al líder de la teórica tecno-monarquía capitalista de la NRx. Por otro lado, es reconocido el interés en la obra de Yarvin por parte de J.D. Vance, actual vicepresidente de Estados Unidos y de Steve Bannon, exconsejero presidencial y estratega jefe del equipo de Donald Trump durante su anterior gobierno.
Independientemente de lo acertados o no que resulten los ejercicios prefigurativos de teoría-ficción de la NRx, —lo que para Land es una Hiperstición, una ficción que crea el futuro que predice— lo cierto es que lo que nos devela la aceleración de la máquina capitalista durante su actual fase de decadencia civilizatoria es que la forma capitalista resultante trasciende a las formas precedentes. Por lo mismo, no debemos comprender los actuales fenómenos reaccionarios como los liderados por figuras como Trump o Milei como productos acabados, sino como partes de un proceso que aún se encuentra a medias, haciéndose continuamente, siguiendo su curso. Afirmar o negar su definición como fascistas no es tan relevante como dar cuenta de que la presente reconfiguración del movimiento reaccionario a la cual ellos asisten es expresión material de la crisis estructural del capital. El carácter práctico del estudio de lo reaccionario es ser insumo para la construcción de la abolición de las relaciones sociales capitalistas que les dan origen, es decir el enfrentamiento violento contra el capital y sus categorías básicas.
El capitalismo, para el aceleracionista, se abalanza sobre nosotros como una monstruosidad líquida aceleradora, capaz de absorbernos y, para Land, debemos darle la bienvenida. La historia del trabajo esclavo y de la lucha de clases literalmente monstruosa queda ocluida en la invocación aceleracionista del monstruo Lovecraftniano, Shoggoth como dinamismo líquido y acelerador. El horror implica un olvido de la lucha de clases (incluso en forma ficticia dudosa) y la abolición de la fricción en nombre de la inmersión[48].
5. Fascismo y democracia.
Es innegable que la narrativa del advenimiento del fascismo tiene una utilidad particular, y no es de extrañar el reavivamiento de esta narrativa durante cada periodo electoral. El proceso es bastante simple: responder a la amenaza fascista con la unidad del conjunto de la sociedad civil en un único Frente, cuya práctica se traduce en la urnas y, en ocasiones, también en enfrentamientos callejeros y protestas. El objetivo es siempre el mismo: proteger a la democracia frente a la amenaza dictatorial del fascismo. O lo que viene siendo en verdad, la defensa de un capitalismo moderado.
“El fascismo es la adulación del monstruo estatal; el antifascismo es su apología más sutil. La lucha por un Estado democrático consolida inevitablemente al Estado, y en lugar de extirpar las raíces del totalitarismo, estrecha las garras que proyecta sobre la sociedad”[49].
A partir del análisis situado del fascismo racial por Angela Davis y George Jackson que comentamos en un comienzo, nos damos cuenta de la forma particular de supervivencia del fascismo en las democracias, que hacen perfectamente posible hablar hoy en día de fascismos democráticos. Esto sugiere que la práctica antifascista por la defensa de la democracia, entendida como un mal menor y opuesta al fascismo es inútil y, por consiguiente, fracasa (y fracasará) en cada caso. Pero, tal conclusión no es exclusiva de lxs autores radicales negros. Ya Amadeo Bordiga en 1920 durante el II Congreso de la Internacional Comunista advertía sobre el verdadero carácter de la democracia:
La democracia burguesa actúa entre las masas como un medio de defensa indirecta, mientras el aparato ejecutivo del Estado está presto a usar medios violentos y directos, tan pronto las últimas tentativas de atraer el proletariado al terreno democrático hayan fracasado[50].
Así también, en su denuncia del fascismo dos años después, lo comprendía no como una ruptura inminente con la democracia burguesa, pues este procedía de ella: “El fascismo incorpora la lucha contrarrevolucionaria de todas las fuerzas burguesas aliadas, y por esta razón no está necesariamente obligado a destruir las instituciones democráticas”[51]. Pese a ello, la crítica a la democracia no acompañó a la crítica al fascismo, por lo que pasó a convertirse en sentido común la creencia en la oposición total entre democracia y fascismo.
Pero, al análisis del fascismo racial y democrático de Davis y Jackson lo separan al menos cuatro décadas del fascismo que denuncia Bordiga. ¿La posibilidad de un fascismo democrático ya estaba inscrita en la forma originaria del fascismo de la primera mitad del siglo XX? Giorgio Agamben, en su libro Estado de Excepción del 2002 nos recuerda algo fundamental con respecto al fascismo. Ni Hitler ni Mussolini llegaron al poder por la vía del golpe de Estado.
Mussolini era el jefe del gobierno, investido legalmente con tal cargo por el rey, así como Hitler era el canciller del Reich, nombrado por el legítimo presidente del Reich. Aquello que caracteriza tanto al régimen fascista como al régimen nazi, como bien se sabe, es que ambos permitieron que subsistieran las constituciones vigentes (respectivamente, el Estatuto Albertino y la Constitución de Weimar) —según un paradigma que ha sido agudamente definido como de «Estado dual»— poniendo junto a la Constitución legal una segunda estructura, a menudo jurídicamente no formalizada que podía existir al lado de la otra sólo gracias al estado de excepción. El término «dictadura» es del todo inadecuado para dar cuenta de tales regímenes desde el punto de vista jurídico, así como por otro lado la oposición seca democracia/dictadura es equívoca para un análisis de los paradigmas gubernamentales hoy dominantes[52].
Mientras que la implementación de un Estado de Excepción por estos regímenes fascistas no vino a inventar nada nuevo, tampoco fue cosa única del fascismo. El Estado de Excepción tuvo su origen en la Francia revolucionaria, y su aplicación en conformidad de la ley se puede rastrear por todo el siglo que le siguió a la Revolución Francesa, pero, sobre todo, lo vemos durante el aplastamiento de la Comuna de París en 1871. Posteriormente, en el transcurso de la 1° Guerra Mundial, se extendió como una política generalizada a todos los países beligerantes, que luego de una breve interrupción continuó en la mayoría de las democracias liberales que agonizaban frente a los efectos de la Guerra y posteriormente de la Gran Depresión, —como vimos anteriormente con el caso de Franklin D. Roosevelt en Estados Unidos—, como también, para hacer frente a las insurrecciones obreras.
El fascismo y el nacionalsocialismo una vez llegaron al poder, aprovecharon por completo el cuerpo normativo preexistente, y su remodelación (sobre todo en el caso Alemán) sólo continuó la línea trazada por los gobiernos socialdemócratas. El mismo aparato político constitucional de las democracias liberales Europeas, —en los cuales se comprendían de manera irónica la suspensión legal de la constitución y de los derechos fundamentales (ya sea parcial o completamente, según el caso) a través del principio del Estado de excepción—, sirvió de transición para la instauración de las máquinas de guerra fascistas y nazi en sus formas más acabadas durante la 2° Guerra Mundial.
La diferencia, en este aspecto, de los nuevos fascismos con los del pasado, no radica en la posibilidad del fascismo dentro del marco democrático, la cual ya estaba presente. Si no, más bien, en cómo las democracias fueron capaces de perfeccionar las políticas fascistas y permitir emplear estas aun dentro del marco democrático, hasta el punto que les ha permitido construir una industria alrededor del crimen y la inseguridad, como justificaciones para la instauración de estas políticas, véase la casi ininterrumpida política del Estado de Excepción constitucional en Chile desde el 2019, tomando la forma de estado de catástrofe en pandemia y de los estados de emergencia tanto en la “macrozona sur”, con la militarización de la Araucanía, como en el norte por la crisis migratoria. Así, también, resulta en la principal herramienta de gestión de la población excedente del capital. La marginalización de esta población hasta el punto de la pobreza y la promoción de la economía informal como “única” forma de supervivencia (medio por el que continúan los procesos de producción de valor), van de la mano con la represión sistemática del Estado y el creciente aumento de la financiación de las policías y fuerzas armadas[53].
En las últimas tres décadas de hegemonía neoliberal, se ha hecho común invocar la defensa de la democracia y el orden, para que el Estado despliegue continuamente políticas de persecución, represión y encarcelamiento contra “grupos subversivos” y “antisociales” en ocasiones tachados de terroristas, que en realidad quiere decir trabajadores precarizados, adultos mayores con jubilaciones miserables y mujeres cansadas de la violencia sexual. Las huelgas, manifestaciones callejeras y cortes de calles son reprimidas invocando el derecho al trabajo, la defensa de la propiedad de todo tipo y el derecho a la libre circulación.
El Fascismo histórico fue una parte central del proceso de la reconfiguración del Estado contemporáneo, proceso que se puede resumir en haber asimilado y perfeccionado las formas que caracterizaron la contrarrevolución fascista durante el siglo XX, para disponer libremente de ellas sin necesidad de una organización fascista en el gobierno. La incorporación del “fascismo” se comprende a través de un conjunto de estrategias y tácticas represivas, así como de un cuerpo legal y uso particular del aparato burocrático, dirigido expresamente hacia “las poblaciones racializadas y subalternas cuya propia existencia y socialidad se perciben como una amenaza, de ahí las fronteras porosas entre el “criminal” y el “preso político””[54].
La expansión de “la experiencia racializada de la negación de los derechos civiles” hacia el resto de la población es una de las características principales del actual funcionamiento del aparato represivo estatal y su criminalización expansiva. El “derecho penal del enemigo” como fue sostenido por Günther Jakobs, es aplicado hacia una categoría de “enemigo” cada vez más amplia. El actual gobierno de Trump arresta a los estadounidenses que se manifiesten contra el Genocidio en Gaza, mientras que a los inmigrantes (la mayoría de ellos Estudiantes universitarios y académicos) se les revocan sus visas y/o green cards para ser deportados[55]. No hay sector de la población que esté exento de ser potencialmente catalogado como enemigo.
Pero, la persecución de un número tan extenso de personas requiere de la colaboración activa y pasiva de la población civil, que actualmente se configura bajo el dispositivo de ciudadano/a. Las recompensas por las denuncias a manifestantes y de personas vinculadas a acciones directas se ha hecho común, como ya lo eran durante las dictaduras de Sudamérica. En Argentina, en el contexto de las manifestaciones de los jubilados, Patricia Bullrich, ministra de Seguridad del Gobierno de Javier Milei, aseguró que se le pagaría cuantiosas recompensas a quiénes denuncien a los que “alteran el orden público”. Así mismo, la detención de Mahmoud Khalildel, activista y estudiante palestino de posgrado, fue posible gracias “a una activa delación por parte de colegas anónimos de la propia Columbia que ya desde los días del encampment habían documentado de forma facinerosa su participación en las redes estudiantiles en solidaridad con Palestina”[56]. Y en diciembre del año pasado durante la investigación del ajusticiamiento de Brian Thompson, CEO de UnitedHealthCare (principal empresa aseguradora de EEUU), se atrapó al presunto culpable, Luigi Mangione por la denuncia de un empleado de una cadena de comida rápida. La línea legal que separa a quien es considerado un “criminal” o “antisocial” y de ser un ciudadano más se reduce a si éste colabora o no con la represión del primero.
Con el pretexto de antiterrorismo y de lucha contra el «crimen organizado», lo que se perfila año con año es la constitución en materia penal de dos derechos diferentes: un derecho para los «ciudadanos» y un «derecho penal del enemigo». Fue teorizado por un jurista alemán apreciado, en su tiempo, por las dictaduras sudamericanas. Se llama Günther Jakobs. A la chusma, a los oponentes radicales, a los «canallas», a los «terroristas», a los «anarquistas», en resumen: al conjunto de los que no experimentan demasiado respeto por el orden democrático en vigor y representan un «peligro» para «la estructura normativa de la sociedad», Günther Jakobs nota que se les reserva cada vez más un tratamiento derogatorio en el derecho penal normal, hasta ya no respetar sus derechos constitucionales. ¿No es lógico, en cierto sentido, tratar como enemigos a aquellos que se comportan como «enemigos de la sociedad»? ¿No están «excluyéndose ellos mismos del derecho»? Y ¿no se debe por tanto admitir la existencia, para ellos, de un «derecho penal del enemigo» que consiste precisamente en la ausencia completa de todo derecho?[57]
- Epílogo: Tips para superar el todofascismo – rugosidades conceptuales y revolucionarias.
Por: Amapola Fuentes.
Pascal tenía su abismo, que se movía con él.
—¡Todo es pozo sin fondo, ay, acción, deseo, sueño,
palabra! y a menudo, rozando mis pelos erizados,
he sentido pasar el viento del Miedo.
Arriba, abajo, en todas partes, lo profundo, lo inhóspito,
el silencio, el espacio horroroso y cautivador…
Sobre el fondo de mis noches, Dios, con su dedo sabio,
dibuja una pesadilla multiforme y sin tregua.
Tengo miedo del sueño como se teme un gran túnel,
repleto de vago terror, camino hacia quién sabe dónde;
no veo más que infinito por todas las ventanas,
y mi espíritu, siempre acosado por el vértigo,
envidia la insensibilidad de la nada.
—¡Ah, no poder nunca evadirse de los Números y los Seres!
El Abismo, Charles Baudelaire, 1868.
Si el texto ha sido complejo y, de a ratos, parecía extraviado el hilo inicial, es porque el fenómeno del fascismo y sus devenires teóricos y prácticos son engorrosos, pero necesarios de comprender. La historiografía del concepto de fascismo y sus distintas expresiones son algo que de a ratos pierde el rastro, y nos enlodamos en ese fango. Necesitamos alejarnos del estereotipo en el que nos acusan de que “decimos que todo es fascismo”. No, no todo lo es, pero si hay muchos fenómenos del hoy que no responden al fascismo histórico, y no por ello dejan de ser parte de sus nuevas tendencias. Sobre todo, las que denominamos aceleracionistas, que en su forma más común a través de megaempresas multinacionales relacionadas a las nuevas tecnologías y la investigación técnico-productiva, tienen por proyecto generar la obsolescencia de la mayor parte de la humanidad.
Es decir, reemplazar finalmente a la mano de obra humana en un proceso de automatización global del capital, estallando en el proceso sus prerrequisitos de existencia y de producción de valor. Estos delirios, muy del estilo de Nick Land, no son sinsentidos, sino que son parte de un proyecto capitalista común. Tesla, Defense Advanced Research Projects Agency, Aldebaran, Meka Robotics, entre otras, son algunas de las empresas que promueven la investigación y fabricación de una entidad técnica que desplace a la humanidad en las esferas reproductivas del capital. Ni los delirios especulativos de Land, ni la tecnofobia neoludita escapan de la realidad catastrófica del presente, una salida real distinta a las propuestas reaccionarias es urgente y por tanto, base de cualquier proyecto revolucionario.
Mientras, desde otras vertientes reaccionarias, más que aceleracionistas, se plantea una desaceleración de la máquina capitalista, una que por lo demás no es posible, ni siquiera deseable desde una perspectiva revolucionaria. No es posible desacelerar una máquina para que siga en su movimiento necrófilo, pero a menor intensidad. Comprendiendo aquello, la desaceleración se traduce en una defensa local de los efectos desiguales de la tendencia destructiva del capital. Si, las distintas formas de lo reaccionario tienen en común la persistencia de un espíritu arcaico, nostálgico de viejas formas organizativas y de existencia, lo que las distingue es la ausencia del componente revolucionario, la desaceleración es puramente conservadora, que en el plano práctico es la adopción de una estrategia de defensa selectiva, por la conservación y/o recuperación de ciertas formas particulares de existencia dentro de un territorio en específico.
La facilidad que tiene la población por adherir a sus discursos a partir de prácticas que parecen tan comunes e inocentes como la defensa del entorno natural y el rechazo de la individualidad capitalista, pero entendidas a través de la defensa de la propiedad y la exaltación patriótica de la “comunidad nacional”, genera un gran peligro. No es difícil que veamos hoy en día como se han expandido discursos con tintes xenofóbicos —sin ser necesariamente xenofobia, sino, precisamente, una respuesta a la necesidad del fascismo de instalar a ese otro enemigo, que causa extrañeza, infamiliaridad y, por ende, resquemor, y ante el cual surge la urgencia de la defensa, y de demandar políticas públicas y securitarias respecto a esto.
Los sectores progresistas de la sociedad no escapan de las variantes reaccionarias de la crisis, sino más bien, se entremezclan con ellas y las promueven. Podemos mencionar un sinnúmero de ejemplos anteriores, pero en los últimos días en Chile el sector pesquero artesanal comenzó movilizaciones y protestas por la demora en la aprobación de la ley de fraccionamiento de cuotas de pesca. Esto ha afectado en la economía local, y ha favorecido a compañías como Marfood, Orizon, y Blumar. Coincidentemente, dentro de este contexto de agitación, una lancha pesquera artesanal llamada “Bruma” “desapareció” con las siete personas que se encontraban dentro.
Hace escasos días, se supo que, en realidad, la lancha no naufragó ni desapareció por arte de magia, sino por obra del capital y sus asistentes. Fue embestida por Cobra, un barco de pesca industrial de la empresa Blumar. ¿Por qué asociamos este hito con el devenir reaccionario de los sectores progresistas? Porque en redes sociales y medios de comunicación han sido abundantes las respuestas en donde se acusa que el gremio pesquero, durante el proceso de la Nueva Constitución, adscribió al “rechazo” y, por ende, deben “disfrutar de lo votado”. Es decir, desde estos sectores progresistas “de izquierda”, es totalmente coherente que un sector de la clase explotada, al no haber sido parte de una consigna y un momento específicos, merecen la muerte por parte de los agenciamientos securitarios actuales —que tienen la complicidad entre Estado, sus agentes represores y las corporaciones para criminalizar de la protesta. Aquí evidenciamos claramente el carácter nostálgico e irracional de los movimientos reaccionarios: el otro que se instala como enemigo (el que votó rechazo), que en caso de ser eliminado, traerá estabilidad, y que pierde su condición de ser humano, para ser visto como un impedimento para un fin: una nueva constitución feminista, ecologista —y tantos otros adjetivos— para Chile. Que en la práctica más que modificar la expresión local del modelo económico capitalista, lo legitimaba en un periodo de revuelta que había puesto en tela de juicio la lógica capitalista.
Ese discurso ya no es solo moralista, sino que genera una franja divisoria imaginaria entre las clases oprimidas, a la vez que se convierte en una disposición a favor de la implementación de necropolíticas para afectar a aquel que ya reconocido como otro, que pierde su condición de ser humano y, por ende, está en amenaza de muerte de manera legítima dentro de los discursos fascistas neorreaccionarios del presente.
No vamos a replicar, precisamente, el error de mencionar que todo es fascismo. Porque eso lo vuelve homogéneo, y a la vez, deriva en que ya nada es fascismo. Pero, en el día a día, si reconocemos que hay un sinnúmero de acciones que contienen el germen en latencia del fascismo en su interior, y que corren el riesgo de germinar en alguna de sus expresiones, con el peligro de reproducir las atrocidades que han ocurrido en el pasado y que pueden ocurrir en el presente, con las nuevas técnicas y tecnologías de una era armamentística donde lo nuclear se instala como la excepción permanente.
§
El intento de este texto es esclarecer cómo el fascismo histórico ha surgido, ha mutado, se ha adaptado a contextos y ha evolucionado, precisamente para que podamos reconocer la latencia de su nuevas formas y no ignorarla. Estamos viviendo una época turbulenta, repleta de eventos desconcertantes donde los conceptos tienen fronteras difusas, se transforman y vuelven en extremo difícil categorizar aquello que estamos viviendo. Bueno, este es un intento parcial por observar a través de la confusión del presente y reconocer las tendencias del desarrollo de la crisis capitalista y las reacciones que de ella derivan, para —y partir de ellas— configurar la puesta en práctica del comunismo como abolición del capitalismo y las relaciones sociales que le reproducen, a través de la producción de medidas inmediatas que supriman la fragmentación de la vida social.
Notas del autor:
[1] Este texto se redactó originalmente como material para el taller impartido por “Colapso y Desvío” en el Sitio de Memoria Providencia (Antofagasta, Chile), titulado: Guerra, Crisis y Fascismos, el cual constó de dos sesiones durante el mes de marzo. Las modificaciones en el texto posteriores al taller se hicieron a partir de las discusiones e interacciones con les asistentes y colaboradores, por lo que extendemos las gracias a todes.
[2] A. Toscano, Fascismo Racial, 2023. Publicado en e-flux y traducido recientemente por Colapso y Desvío.
[3] A. Toscano, Ibid.
[4] A. Toscano, Ibid.
[5] T. W. Adorno, ¿Que significa superar el pasado?, 1959. Incluido en Educación para la emancipación, Ed. Morata, 1998.
[6] Bill V. Mullen y Christopher Vials, introducción editorial a Penny Nakatsu, “Speech at the United Front against Fascism Conference (1969)”, en The US Antifascism Reader, ed. Mullen y Vials (Verso, 2020), 271. Mullen y Vials (Verso, 2020), 271.
[7] P. Mattick, Fascismo o revolución mundial. Manifiesto y programa del United Workers Party of America (1934), incluido en Colapso y revolución. Ensayos sobre teoría y política, Ed. Traficantes de sueños, 2023. p. 115.
[8] P. Mattick, Ibid. p. 116.
[9] La postura que asume la ausencia de una amenaza real contra el capitalismo es compartida por Maurizio Lazzarato en su libro El capital odia a todo el mundo: “los movimientos políticos contemporáneos, a diferencia del comunismo de entreguerras, están muy lejos de amenazar la existencia del capital y de su sociedad: en las últimas décadas no ha habido movimientos políticos revolucionarios en Estados Unidos, Europa o América Latina, ni en Asia”. Aunque dicha postura parece ignorar los periodos de revuelta global que tuvieron lugar entre el 2008 y el 2011, y el más reciente en 2019 que se apaciguó aproximadamente a mediados del 2022.
[10] Léase: Endnotes, N°4, An Identical Abject-Subject?, 2015. y Chuang, Neither Prophets nor Orphans: An Interview with Endnotes, 2025.
[11] Estos “enfrentamientos” al interior del cuerpo fragmentado del proletariado pueden expresarse de varias formas, otra de las más comunes hoy en día, es la lucha por preservar sus trabajos contra la exigencia ecológica por el cierre de las empresas contaminantes, pero también por diferencias de carácter nacional o de género.
[12] Véase el empleo de este término como periodización del desarrollo del capitalismo en nuestro texto: Movimiento perpetuo, crisis eterna, 2024.
[13] Endnotes, N°4, Ibid, 2015.
[14] S. Farris, Reproducción social y poblaciones excedentes racializadas, contracultura.cc, 2024.
[15] Endnotes, N°2, Misery and Debt. On the logic and history of surplus populations and surplus capital, 2010.
[16] Berardi, F., Generación post-alfa, Ed. Tinta limón, p. 67.
[17] Colapso y Desvío, ¿Pasó de moda la locura?, Ed. Adynata, 2023.
[18] Gilles Dauvé entiende el culto por el fascismo histórico de la siguiente manera: “El antifascismo liberal trató al fascismo como una perversión de la civilización occidental, generando así un efecto inverso: la fascinación sadomasoquista por el fascismo, manifestada en la colección de cachivaches nazis”. G. Dauvé, Fascismo/antifascismo.
[19] Frantz Fanon. Piel negra, Máscaras blancas. Ed. Falansterio, 2016, p. 147.
[20] Comprendemos que, desde la antropología, hace algunos años se descartó el uso del concepto de raza, y se antepuso el concepto de etnia. Adscribimos a ese cambio “conceptual”, por todas sus implicancias. Más específicamente, señalamos acá el concepto de “raza”, entre comillas, para referir a una narrativa que, precisamente, reivindica la lógica racial y la autopercepción que tienen ciertos grupos en torno a la “raza blanca”.
[21] F. Berardi, Respirare, Caos y poesía, Ed. Prometeo Libros, p. 76.
[22] El Hiperracismo es el término que emplea Nick Land para referirse a una forma específica de racismo biológico pro-eugenésico que se diferencia del “racismo ordinario”. Ya que en vez de buscar preservar la pureza de una única raza, busca generar un filtro genético altamente selectivo a través del apareamiento selectivo en base a la relación raza-clase. El nivel socioeconómico según Land es el principal indicador del Coeficiente Intelectual de una persona. N. Land, Hyper-racism, Alternative-right.blog, 2014.
[23] Cuadernos de Negación, nros 2 al 5, Contra el Estado y la mercancía, 2017. p. 41-42.
[24] La descripción de las clases más bajas y precarizadas como parásitos que no aportan a la sociedad no es única de las derechas. La izquierda y en particular el socialismo de Estado tiende a desarrollar una crítica similar a estas clases subalternas que se diferencian de la clase trabajadora nacional, la cual sí es productiva y revolucionaria. La criminalización de este sector a partir del uso malintencionado del término Lumpenproletariado, —en tanto su comprensión como una sección de clase no educada, reaccionaria y peligrosa—, fue particularmente común durante los años de la UP contra la ultraizquierda chilena, como lo fue con el caso de la VOP. Así mismo, el moderno populismo de izquierda se acerca en extremo a la retórica derechista que es al mismo tiempo anti-minorías y anti-élites financieras a los cuáles vinculan con una conspiración internacional (George Soros y el progresismo).
[25] Endnotes, N°4, A history of Separation, The construction of the workers movement, 2015.
[26] Antithesi, La crisis ecológica y el auge del posfascismo, 2024. Trad. Amapola Fuentes.
[27] Antithesi, Ibid.
[28] “Yo creo que hay algo así como un fascismo preventivo. En los últimos diez a veinte años hemos experimentado una contrarrevolución preventiva para defendernos de una temida revolución que, sin embargo, no ha tenido lugar y tampoco está en la agenda del momento. De la misma manera, el fascismo preventivo está surgiendo. La gradual desecación del Estado constitucional en Estados Unidos es un resultado de las crecientes contradicciones del imperialismo estadounidense”. Estados Unidos: cuestiones de organización y el sujeto revolucionario, 1970. Entrevista de Hans Magnus Enzensberger a Herbert Marcuse. Trad. M. García Echeverri, Vol. IX, No. 9, 2019.
[29] M. Lazzarato, El Capital odia a todo el mundo. Fascismo o revolución, Ed. Eterna cadencia, 2020. p. 64.
[30] Tiqqun, Introducción a la guerra civil, 2001.
[31] Fuente: https://www.dw.com/es/von-der-leyen-y-el-rearme-se-acabó-el-tiempo-de-las-ilusiones/a-71889163
[32] Fuente: https://www.elmostrador.cl/noticias/mundo/2025/03/26/union-europea-insta-a-la-poblacion-a-preparar-un-kit-de-supervivencia/
[33] Fuente: https://es.euronews.com/green/2025/04/02/los-paises-europeos-recortan-sus-ayudas-que-significa-esto-para-los-fondos-climaticos
[34] P. Jiménez Cea, Trump y la Ilustración Oscura. Transición hacia una nueva fase histórica de la crisis del capitalismo tardío, 2025. Publicado en Nec Plus Ultra.
[35] N. Land, The “F” World, Daily Caller, 2016.
[36] L. Fabbri, The Preventive Counter-Revolution, 1922.
[37] N. Land, Idem.
[38] R. Karmy, 8 tesis sobre el fascismo, 2021.
[39] M. Lazzarato, El Capital odia a todo el mundo. Fascismo o revolución, Ed. Eterna cadencia, 2020. p. 34.
[40] Más allá de algunos grupos neonazis minúsculos repartidos por el mundo, ningún nuevo fascismo con un proyecto político “serio” que naciese en este siglo se presentaría así mismo como fascista. Como pensaba Mark Fisher los fascismos actuales, son fascismos negados. “La estrategia es rechazar la identificación prosiguiendo con el programa político”. M. Fisher, Los fantasmas de mi vida, Ed. Caja Negra. p. 266.
[41] Léase: J. Cortes, La canonización de Sebastián Piñera, Santo Patrono del Estado/capital, 2024.
[42] Nos referimos a los grupos de choque de extrema derecha y contramarchas del rechazo (en referencia al primer plebiscito del proceso constitucional), como el Team Patriota que fue liderado por Francisco Muñoz (Pancho Malo).
[43] Lo que nos devuelve a las tesis de Karmy, sobre la responsabilidad de la izquierda neoliberal (véase FA-Concertación) en el fascismo chileno: “José Kast condensa al fascismo neoliberal chileno. Pero que esté condensado en él, no significa que él totalice al fascismo chileno. Este último concierne, tanto al conservadurismo neoliberal (derecha) como al progresismo neoliberal (concertación) que abrazaron —pues no fueron más que eso— el pacto transicional impuesto por los vencedores desde el golpe de Estado de 1973”. R. Karmy, Ibid, 2021.
[44] M. Lazzarato, Ibid, p. 21.
[45] M. Fisher, Realismo Capitalista, Ed. Caja Negra, 2016. p. 79.
[46] ‘The Interview’: Curtis Yarvin Says Democracy is Done. The New York Times, 2025.
[47] Idem.
[48] B. Noys, Malign Velocities: Accelerationism and Capitalism, Ed. Zer0 Books, 2014.
[49] G. Dauvé, Cuando las insurrecciones mueren, 1998. Incluida en: G. Dauvé, Fascismo/antifascismo, Ed. Lazo, 2024. p. 18.
[50] A. Bordiga, Sobre el parlamentarismo, 1920.
[51] A. Bordiga, Report on Fascism, Fourth Congress of the Communist International, 1922.
[52] G. Agamben, Estado de excepción, Homo Sacer II, Ed. Adriana Hidalgo, 2005. p. 95.
[53] Véase: CyD, Bosquejos de una criminalización expansiva: El Estado progresista y la guerra contrainsurgente, 2024. Y J. Cortés Morales, La política criminal del espectáculo (o el espectáculo criminal de la política), 2023
[54] A. Toscano, Idem.
[55] Véase el caso de la estudiante Rumeysa Ozturk, detenida en la tarde del martes 25 de marzo por seis agentes de inmigración con las caras tapadas [Fuente]. Ozturk se une a Mahmoud Khalil, estudiante palestino quién también fue detenido para ser deportado pese a ser residente permanente en EE.UU [Fuente] y de Badar Khan Suri, académico indio de la universidad de Georgetown, cuya esposa es estadounidense de origen Palestino, fue detenido el 17 de marzo y su divisa fue revocada por “presuntos vínculos con Hamas”[Fuente].
[56] G. Muñoz, Delación e invaginación social en Estados Unidos, 2025.
[57] Comité Invisible, Ahora, 2017.
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