Fascismo racial – Alberto Toscano
Publicado originalmente en Issue #139, en Octubre del 2023.
Disponible en inglés en e-flux.
Traducción al español por Amapola Fuentes para Colapso y Desvío.
[Disponible en PDF aquí]
Las esvásticas florecieron en los parques de Chicago como hierbas mal engendradas.
-Martin Luther King, «Drive to End Slums» (1967)
Nada es más importante que detener el fascismo, porque el fascismo nos detendrá a todos.
-Fred Hampton (1969)
BALDWIN: Es muy difícil reconocer que las normas que casi te han matado son en realidad normas mercantiles. Se basan en el algodón; se basan en el petróleo; se basan en los cacahuetes; se basan en los beneficios.
GIOVANNI: Hasta este día.
BALDWIN: Hasta esta hora.
—James Baldwin y Nikki Giovanni, A Dialogue (1971)
El fascismo fue un monstruo nacido de padres capitalistas. El fascismo fue el producto final de siglos de bestialidad, explotación, dominación y racismo capitalistas, ejercidos principalmente fuera de Europa. Es muy significativo que muchos colonos y funcionarios coloniales mostraron una inclinación hacia el fascismo.
—Walter Rodney, Cómo Europa subdesarrolló África (1972)
Recordemos que antes de que haya una solución final, debe haber una primera solución, una segunda, incluso una tercera.
—Toni Morrison, «Racismo y fascismo» (1995)[1]
Ha ocurrido aquí
Al igual que tras las elecciones presidenciales de 2016 se generalizaron los debates académicos y activistas sobre el fascismo en Estados Unidos y más allá, la frenética aceleración del ciclo de noticias en vísperas de la contienda de 2020 volvió a ir acompañada de múltiples esfuerzos por controlar el pulso autoritario de Estados Unidos. A pesar de la farsa mortal de la revuelta blanca del 6 de enero (el propio putsch cervecero de Estados Unidos), la marcha del cuadragésimo quinto presidente ha dado paso a una apresurada reanudación en algunos círculos del debate sobre el fascismo nativo (o, mejor, nativista). Las perspectivas radicales negras sobre la problemática fascista que se examinan a continuación —con su insistencia, comúnmente olvidada, en el papel estructurador de los potenciales fascistas para el cuerpo político estadounidense— sugerirían que nos quedáramos con el problema que obligó brevemente incluso a algunos partidarios liberales del excepcionalismo estadounidense a considerar que el fascismo no era un terrible anacronismo importado del Viejo Mundo; que, en cambio, parafraseando a H. Rap Brown, podría ser «tan estadounidense como el pastel de cerezas», profundamente enredado en historias de esclavitud y exterminio, desposesión y dominación que siguen conformando el presente de Estados Unidos, material e ideológicamente.
Mientras que en 2016 la atención se centró en los vínculos orgánicos e ideológicos de la administración entrante con la extrema derecha (Bannon, Miller, Spencer y compañía), el contexto de una insurgencia cívica masiva contra el asesinato policial y el terror racial —la Rebelión de George Floyd— cambió el tenor y la relevancia de las invocaciones al fascismo de una manera que debería resonar independientemente del cambio en el Despacho Oval. En los meses previos a las elecciones de 2020, el desafío sistémico planteado por los movimientos masivos liderados por negros contra el Estado racial y carcelario fue desplazado por el gobierno estadounidense hacia la figura familiar del agitador (blanco) anarquista (o comunista), ya que «Antifa» se convirtió en un objetivo para el Departamento de Justicia de William Barr (aún indeciso sobre si se trataba de una «organización terrorista extranjera» o de un grupo interno «sedicioso»). En el ínterin, la fauna de la agitación derechista se hizo aún más extraña y siniestra, gracias a QAnon, el movimiento Boogaloo[2], los Oath Keepers[3] y los Proud Boys[4], que se tomaron claramente al pie de la letra las directrices presidenciales de «retirarse y permanecer a la espera».
Los poderes excepcionales del Estado —esa matriz fiable de fascismos históricos— se desplegaron en escenas de agentes federales no identificados metiendo a los manifestantes en furgonetas de alquiler sin identificación y en el tiroteo de Michael Reinoehl por un grupo especial de los US Marshals, aunque no se produjeran más escaladas.[5] Mientras tanto, en el escenario ideológico, la «teoría crítica de la raza» (junto con el «Proyecto 1619» del New York Times) fue proclamada a bombo y platillo como un «veneno ideológico» que debía «extinguirse rápidamente»; la Oficina de Gestión y Presupuesto del Poder Ejecutivo envió un memorando a todas las agencias federales para que «cesen y desistan de utilizar el dinero de los contribuyentes para financiar… sesiones de formación sobre propaganda divisiva y antiamericana»; y una orden ejecutiva condenó a los críticos antirracistas por promover «una visión de América basada en jerarquías fundadas en identidades sociales y políticas colectivas», un caso ridículo de proyección donde los haya. Esta historia tan reciente no debe tratarse como un parpadeo extraño, sino que, como demuestra la persistencia de las políticas y el personal que la hicieron posible (sobre todo en las legislaturas estatales que han intensificado sus proyectos de privación de derechos raciales, desposesión y ecocidio), exige ser reconocida como el índice de un potencial político arraigado y posiblemente floreciente.
A pesar de lo cambiante del terreno, el hablar de fascismo se ha ceñido por lo general a un surco familiar, a saber, preguntarse si los fenómenos actuales son análogos a los de los fascismos europeos de entreguerras.[6] Los escépticos de la comparación subrayarán que la analogía del fascismo o bien trata el momento actual como excepcional, pasando por alto las historias estadounidenses de autoritarismo, o, alternativamente, es tan amplia que no define lo que es único en nuestra situación actual. Los defensores de la analogía señalarán, en cambio, la necesidad de detectar los parecidos familiares con los despotismos del pasado antes de que sea demasiado tarde, y a menudo defenderán sus argumentos proponiendo una lista de comprobación ideal-típica, ya sea en términos de los elementos o de los pasos hacia el fascismo. Pero, ¿y si nuestra conversación sobre el fascismo no estuviera dominada por la cuestión de la analogía?
Prestar atención a la larga historia del pensamiento radical negro sobre el fascismo y la resistencia antifascista —lo que Cedric Robinson llamó una “construcción negra del fascismo”, una alternativa a la “fabricación histórica del fascismo como negación del Geist occidental”— podría servir para sacar el debate sobre el fascismo del punto muerto del pensamiento analógico, proporcionando los recursos para afrontar nuestro volátil interregno.[7] Mucho antes de que la violencia nazi llegara a concebirse como incomparable, los pensadores radicales negros intentaron ampliar la imaginación histórica y política de una izquierda antifascista detallando cómo lo que podría percibirse desde un punto de vista europeo o blanco como una forma radicalmente nueva de ideología y violencia era, de hecho, una continuación de la historia de la desposesión colonial (de los colonos) y la esclavitud racial.
Langston Hughes en una foto de 1943 tomada por Gordon Parks para la Oficina de Información de Guerra de Estados Unidos. Fuente: Biblioteca del Congreso.
El intelectual y activista panafricanista George Padmore, rompiendo con la Internacional Comunista por su incapacidad para pensar en el nexo entre el imperialismo “democrático” y el fascismo, escribiría en How Britain Rules Africa (1936) sobre el racismo colonial de los colonos como “el caldo de cultivo para el tipo de mentalidad fascista que se está soltando hoy en Europa”. Llegaría a ver en Sudáfrica “el clásico Estado fascista del mundo” basado en la “unidad de raza frente a la de clase”.[8] La anatomía de lo que denominó “fascismo colonial” se anticipó así a la memorable descripción del fascismo como efecto boomerang de la violencia imperialista europea en el Discurso sobre el colonialismo de Césaire. También se hicieron eco de ella el escritor tunecino-judío Albert Memmi y el historiador y activista guyanés Walter Rodney, cuando escribió sobre el “potencial fascista del colonialismo” haciendo referencia específica al apoyo de los colonos al régimen de Vichy y a los esfuerzos de los pied-noir por desestabilizar el gobierno liberal en la Francia metropolitana.[9] La convicción anticolonialista de que el punto de vista de los objetivos de la violencia racial desmiente la excepcionalidad del fascismo intraeuropeo también tuvo eco entre los intelectuales afroamericanos. Hablando en París en el Congreso Internacional de Escritores antifascista de 1937, el poeta Langston Hughes declararía: “En América, a los negros no hay que decirles lo que es el fascismo en acción. Lo sabemos. Sus teorías sobre la supremacía nórdica y la supresión económica son realidades para nosotros desde hace mucho tiempo”.[10]
Ésta era una lección que también podía extraerse del monumental ajuste de cuentas histórico con el capitalismo racial estadounidense que es la Reconstrucción Negra en América de Du Bois de 1935. Como sugirió Amiri Baraka, el derrocamiento de la Reconstrucción promulgó un ”fascismo racial” que precedió de largo al hitlerismo en su uso del terror racial, la cooptación de los blancos pobres y las apasionadas inversiones en la supremacía blanca entre amplios sectores de la clase capitalista, tanto financiera como industrial.[11] La lectura del presente a través de esta lente puede hacer palpable cómo y por qué “institucionalmente, el mobiliario histórico que llena el espacio político de Estados Unidos ya se ha dispuesto de tal manera que siempre dejaría abierta la perspectiva de la evolución de formas autoritarias aún mayores como el fascismo”.[12]
Desde este punto de vista, un fascismo racial estadounidense podía pasar desapercibido porque operaba al otro lado de la línea de color, del mismo modo que el fascismo colonial tenía lugar a una distancia espacial y epistémica de la metrópoli imperial. Como observó Jean Genet el 1 de mayo de 1970 en una concentración en New Haven por la liberación del presidente del Partido Pantera Negra, Bobby Seale: “Hay otra cosa que me preocupa: el fascismo. A menudo oímos al Partido Pantera Negra hablar de fascismo, y a los blancos les cuesta aceptar la palabra. Eso se debe a que los blancos tienen que hacer un gran esfuerzo de imaginación para comprender que los negros viven bajo un régimen fascista opresivo”.[13]
Fascismo, prisiones y liberación negra
Fue en gran parte gracias a los Panteras, o al menos en su órbita, que el «fascismo» volvió a la primera línea del discurso y el activismo radicales a finales de los sesenta y principios de los setenta: la conferencia del Frente Unido contra el Fascismo celebrada en Oakland en 1969 reunió a una amplia franja de la Vieja y la Nueva Izquierda, así como a activistas asiático-americanos, chicanos y puertorriqueños que habían desarrollado sus propias perspectivas sobre el fascismo estadounidense (por ejemplo, poniendo en primer plano la experiencia del internamiento japonés durante la Segunda Guerra Mundial).[14] En un sorprendente testimonio de las peculiaridades y continuidades de las tradiciones antifascistas estadounidenses, uno de los principales puntos de la conferencia fue la demanda, teóricamente reformista, de una policía comunitaria o descentralizada: expulsar a los agentes blancos racistas de los barrios negros y ejercer un control local sobre las fuerzas del orden. Sin embargo, no es a los principales miembros del Partido de las Panteras Negras, sino a los presos políticos cercanos a las Panteras, a quienes debemos acudir en busca de teorías sobre la naturaleza del fascismo tardío en Estados Unidos. Mientras los debates sobre los “nuevos fascismos” polarizaban el debate radical en toda Europa, los escritos y la correspondencia de Angela Davis y George Jackson esbozaban la posibilidad de teorizar el fascismo a partir de la experiencia directa del nexo violento entre el estado carcelario y el capitalismo racial.[15]
En una de sus cartas carcelarias sobre el fascismo, recogida en Blood in My Eye, George Jackson ofrecía la siguiente reflexión:
Cuando estoy siendo entrevistado por un miembro de la vieja guardia y señaló el hormigón y el acero, el diminuto dispositivo electrónico de escucha oculto en el conducto de ventilación, la falange de matones que nos espían, su grabadora de plástico apenas funcional que le costó una semana de trabajo, y señaló que todas estas son manifestaciones del fascismo, invariablemente intentará refutarme definiendo el fascismo simplemente como un asunto geopolítico económico en el que sólo se permite la existencia de un partido en la superficie y no se permite ninguna actividad política de oposición.[16]
Siguiendo a Jackson, podríamos preguntarnos: ¿Qué ocurre con los giros y retornos del debate teórico sobre el fascismo y el (neo)autoritarismo cuando experimenta un cambio de Gestalt y toma como punto de apoyo el Estado capitalista racial y su aparato carcelario, en algo así como un «plano inclinado angulado desde abajo» que podría revelar «un panorama de la violencia soportada”?[17] Como Jacques Derrida insinuó en una carta no enviada a Jean Genet, fechada un día antes del asesinato de Jackson por un francotirador de la guardia en San Quintín:
En una prisión —ésta y otras— en la que creía haber encadenado su exterior, el sistema de la sociedad (occidental-blanco-capitalista-racista) ha hecho posible, mediante este acto, el análisis de su funcionamiento, un análisis práctico que es a la vez el más implacable, el más desesperado, pero también el más afirmativo.[18]
Se ha convertido en un lugar común en las discusiones del fascismo castigar la década de 1970 como una especie de nadir cognitivo en el que el fascismo se degradó de una categoría de análisis histórico y taxonomía a un insulto político de talla única, con consecuencias nefastas. En lo que sigue, quiero hacer la imprudente apuesta de que hay virtud y perspicacia en la aparente exageración o inflación del fascismo en el contexto del radicalismo y la política de liberación de los setenta. Pero sobre todo quiero subrayar cómo ver el fascismo a través del prisma de las tradiciones intelectuales radicales negras puede reorientar nuestro debate contemporáneo de forma fructífera e importante. ¿Qué pasaría con nuestras concepciones del fascismo y el autoritarismo si no nos orientáramos por analogías putativas con el escenario europeo de entreguerras, sino, por ejemplo, por la materialidad del complejo industrial carcelario, por el «hormigón y el acero», por los dispositivos y el personal de vigilancia y represión? Al explorar el nexo analítico entre fascismo y capitalismo racial forjado en las luchas de liberación de la década de 1970, también podemos conectarlo con el análisis del fascismo que surgió de los teóricos negros en el periodo de entreguerras y con las secuelas del fascismo a finales del siglo XX y principios del XXI.
Febrero de 1972: Angela Davis habla con la prensa en una rueda de prensa tras su puesta en libertad bajo fianza durante su juicio. De izquierda a derecha: Howard Moore (abogado), Fania Jordan, Angela. Franklin Alexander detrás de Angela. Fotografía: Stephen Shames.
En sus escritos y correspondencia, que están marcados por diferencias de interpretación entrelazadas con una profunda camaradería, tanto Angela Y. Davis como George Jackson identificaron el aparato estatal estadounidense como el lugar de resurgimiento o incluso de perfeccionamiento de ciertas características de los fascismos históricos (europeos). Gran parte de su teorización está impregnada de los debates contemporáneos sobre la naturaleza del capitalismo monopolista, el imperialismo y las crisis capitalistas, así como, en el caso de Jackson, de un esfuerzo por revisar la historiografía clásica sobre el fascismo. De interés y relevancia para las preocupaciones contemporáneas es la luz específica que el prisma de la raza —de la dominación racial y el capitalismo racial— arroja sobre el nexo entre fascismo y democracia, y cómo puede ayudarnos a interrogar y desplazar la convicción normativa sobre la antítesis absoluta entre despotismo fascista y democracia liberal. Tanto Jackson como Davis son profundamente conscientes de las disanalogías entre las formas actuales de dominación y el fascismo histórico, pero ambos afirman el punto de vista epistemológicamente privilegiado que proporciona la visión desde dentro de un sistema carcelario-judicial que podría describirse con justicia como un estado racial de terror. De distintas maneras, se puede considerar que retransmiten y recodifican ese gesto fundacional de antirracismo y antifascismo radical negro cristalizado en el Discurso sobre el colonialismo de Césaire. Como cuenta el poeta y político martiniqués “Y entonces, un buen día, la burguesía es despertada por un terrible efecto boomerang: los gestapos están ocupados, las cárceles se llenan, los torturadores de pie alrededor de los bastidores inventan, refinan, discuten”.[19]
Pero la nueva forma de fascismo estadounidense que Jackson y Davis anatomizan no es un retorno indeseado desde el otro espacio de la violencia colonial; se origina en el seno de la propia democracia liberal. Las cárceles ya están llenas. Y más que un boomerang, la generalización del terror carcelario racializado en la sociedad en general —que es una de las características más destacadas del nuevo fascismo— es un proceso de filtración mucho menos dramático o repentino, la impregnación del espacio social del liberalismo realmente existente por modelos y dispositivos inventados, refinados y discutidos entre hormigón y acero. Como bien observan Mullen y Vials:
Para las personas de color en distintos momentos históricos, la experiencia de la racialización dentro de una democracia liberal puede tener el valor del fascismo. Es decir, mientras que un Estado fascista y una democracia de supremacía blanca tienen mecanismos de poder muy diferentes, la experiencia de la falta de derechos racializada dentro de una democracia liberal puede hacer que la distinción entre ésta y el fascismo sea turbia en el nivel de la experiencia vivida. Para las personas racialmente excluidas del sistema de derechos de la democracia liberal, la palabra “fascismo” no siempre evoca un orden social distante y ajeno.[20]
Al igual que Davis, Jackson también subraya la necesidad de entender el fascismo no como una forma estática sino como un proceso, profundamente afectado por sus contextos y coyunturas políticas y económicas. De ahí los límites de los modelos, analogías o tipos ideales. Jackson comenta “los defectos de intentar analizar un movimiento al margen de su proceso y sus relaciones secuenciales. Sólo se obtiene una visión descolorida de un pasado muerto”; señala cómo, históricamente, el fascismo “se desarrolló de nación en nación a partir de diferentes niveles de dilapidación del capitalismo tradicionalista”.[21] Ahora bien, aunque para el autor de Soledad Brother el fascismo está profundamente vinculado a una reestructuración del Estado capitalista, también es fundamentalmente una forma contrarrevolucionaria, que se manifiesta en la violencia con la que se enfrenta a cualquier amenaza sustantiva a la integridad del Estado del capital. No obstante, es instructivo observar que, haciéndose eco del análisis de Nicos Poulantzas en Fascismo y dictadura, para Jackson el fascismo no responde directamente a una fuerza revolucionaria ascendente; es una especie de contrarrevolución diferida, parasitaria de la debilidad o la derrota de la izquierda anticapitalista. La “oposición de una revolución socialista débil” es, por tanto, un rasgo compartido entre los diversos fascismos (se puede intuir la acusación a la izquierda contemporánea en la alusión histórica de Jackson)[22]. En pocas palabras: “El fascismo debe verse como una etapa episódicamente lógica en el desarrollo socioeconómico del capitalismo en estado de crisis. Es el resultado de un impulso revolucionario que fue débil y fracasó, una conciencia que se vio comprometida”.[23] Visto desde el punto de vista estadounidense, ese compromiso está necesariamente enredado con el patrón persistente de la racialización de clase que define la historia estadounidense desde la contrarrevolución supremacista blanca contra la Reconstrucción Negra, o de hecho desde la Rebelión de Bacon y la concomitante “invención de la raza blanca”.[24] Como bromea Jackson: “La definición de Marx de la historia como un espectro roto, retorcido y sórdido de luchas de clases se ve corroborada por la historia laboral estadounidense”.[25]
Para Jackson, el fascismo en Estados Unidos había alcanzado una especie de forma perfeccionada, tanto más insidiosamente hegemónica debido a la unión del capital monopolista con los adornos (racializados) de la democracia liberal. Como él mismo declaró:
El fascismo se ha establecido de la manera más disimulada y eficaz en este país. Se siente tan seguro que los dirigentes nos permiten el lujo de protestar tenuemente. Sin embargo, si la protesta va demasiado lejos, mostrarán su otra cara. Derribarán puertas por la noche y las ametralladoras y los perdigones se convertirán en el medio de intercambio.[26]
Trabajo de Emory Douglas para el periódico The Black Panther, 1969.
A pesar de la mutabilidad nacional y coyuntural del fascismo, Jackson afirmaba provocativamente que la reforma (económica) podría identificarse como “una definición operativa de las fuerzas motrices fascistas”, una que era particularmente apta para las expresiones políticas del capital monopolista estadounidense.
En el análisis concurrente de Angela Y. Davis, la perspectiva carcelaria y liberacionista del fascismo se refina y cambia. Para Davis, el fascismo estadounidense de principios de la década de 1970 adoptó lo que se describe mejor como una forma preventiva e incipiente. La terminología fue tomada prestada y adaptada de su antiguo profesor Herbert Marcuse. En una entrevista de 1970 con Hans Magnus Enzensberger, Marcuse había propuesto invertir la secuencia política habitual que vería al fascismo como reactivo no sólo en contenido social sino en forma temporal, ya fuera respondiendo inmediatamente a un estallido revolucionario potencialmente triunfante o, de forma mediada, a un desafío al capitalismo ya derrotado o menguante. No es la reacción sino la anticipación lo que anima esta nueva figura del fascismo. Como dice Marcuse a Enzensberger:
Creo que existe algo así como un fascismo preventivo. En los últimos diez o veinte años hemos experimentado una contrarrevolución preventiva para defendernos de una temida revolución que, sin embargo, no ha tenido lugar y no figura en el orden del día por el momento. Del mismo modo surge el fascismo preventivo.[27]
La cuestión de la posibilidad del fascismo en Estados Unidos, muy debatida por los movimientos de liberación y la extrema izquierda a lo largo de los setenta y en los ochenta, está para Marcuse profundamente enredada con las formas concretas que adopta la “contrarrevolución preventiva” como imperativo estratégico central del establishment capitalista, así como sus modalidades específicas de “contraviolencia preventiva”.[28] La especificidad de esta lógica anticipatoria también está estrechamente vinculada a las disimilitudes distintivas entre este “fascismo incipiente” y sus precursores europeos de entreguerras. Como reflexiona Marcuse:
La cuestión es si el fascismo se está imponiendo en Estados Unidos. Si por ello entendemos la abolición gradual o rápida de los restos del Estado constitucional, la organización de tropas paramilitares como los Minutemen, y la concesión a la policía de poderes legales extraordinarios como la famosa ley «no-knock» que acaba con la inviolabilidad del domicilio; si nos fijamos en las decisiones judiciales de los últimos años; si se sabe que en Estados Unidos se están entrenando tropas especiales -los llamados cuerpos de contrainsurgencia- para una posible guerra civil; si se observa la censura casi directa de la prensa, la televisión y la radio: entonces, por lo que a mí respecta, se puede hablar con toda justificación de un fascismo incipiente… El fascismo estadounidense será probablemente el primero que llegue al poder por medios democráticos y con apoyo democrático.[29]
El fascismo define aquí un conjunto de tácticas represivas, así como un proceso político e ideológico global, que se dirige de forma diferenciada a poblaciones racializadas y subalternas cuya propia existencia y socialidad se perciben como una amenaza, de ahí las fronteras porosas entre el “criminal” y el “preso político”. Se trata de un proceso en el que —tomando prestada la caracterización de Jackson del “contrato opresivo” subyacente al capitalismo estadounidense— “la acumulación de desprecio [hacia los oprimidos] es [una] técnica fundamental de supervivencia”.[30]
Davis desarrolla la tesis marcuseana de que “el fascismo es la contrarrevolución preventiva a la transformación socialista de la sociedad”, especificando dicha transformación desde el punto de vista de la experiencia vivida por las comunidades racializadas en Estados Unidos.[31] Para el Estado, el rasgo más amenazador de la política revolucionaria negra adopta la forma no tanto de la lucha armada invocada por Jackson como de los “programas de supervivencia”, los enclaves de reproducción social autónoma practicados por los Panteras Negras y otros grupos militantes y activistas. Lo que puede extraerse del relato de Davis en términos más generales es la visibilidad y la experiencia diferenciales tanto del fascismo como de la democracia. En este sentido, puede ayudarnos a tomar conciencia de las formas en que la raza y el género, junto con la clase, pueden determinar también la modalidad en que se vive el fascismo.[32]
Hay un tipo de fascismo cotidiano que marca la interacción de la gente de color con el Estado y que, al tiempo que actúa como infraestructura represiva de una democracia liberal todavía impregnada de los legados de la supremacía blanca, también señala la posibilidad o la tendencia a generalizar el fascismo incipiente o preventivo a la población en general. Como advierte Davis, el fascismo a principios de la década de 1970 “se limita principalmente al uso del aparato represivo-judicial-penal para detener las tendencias revolucionarias manifiestas y latentes entre la población nacionalmente oprimida, mañana puede atacar en masa a la clase obrera y, eventualmente, incluso a los demócratas moderados”.[33] Pero, por desgracia, es poco probable que estos últimos perciban plenamente este fenómeno, tanto por la invisibilidad de su lugar -el espacio carceral con sus “aspiraciones totalitarias”- como por el carácter dilatado de su desarrollo, de su tiempo.[34] El tipo de fascismo diagnosticado por Davis es un “proceso social prolongado”, cuyo “crecimiento y desarrollo son cancerosos por naturaleza”.[35] Los análisis de Davis nos dirigen a la prisión como enclave racializado o laboratorio para las estrategias y tácticas fascistas de la contrarrevolución, que a su vez se entienden en términos de un proceso social molecular. Tanto espacial como temporalmente, la percepción de las realidades y potencialidades fascistas queda ocluida por la opacidad de su infraestructura social y política. Cómo Davis escribiría más tarde, en el contexto de su activismo abolicionista:
La peligrosa y de hecho fascista tendencia hacia un número cada vez mayor de poblaciones humanas ocultas y encarceladas se hace invisible. Lo único que importa es la eliminación de la delincuencia, y se elimina la delincuencia deshaciéndose de las personas que, según el sentido común racial imperante, son las personas a las que con mayor probabilidad se atribuirán los actos delictivos.[36]
Dylan Rodríguez ha captado poderosamente la originalidad y el desafío de la “problemática del fascismo” que Davis y Jackson forjaron a partir de la violencia política del confinamiento. A pesar de sus evaluaciones parcialmente divergentes, al nombrar un presente fascista en Estados Unidos (ya sea incipiente o consumado) comparten “un gesto político teórico y simbólico que fomenta una ruptura epistemológica con el sentido común de la supremacía blanca estadounidense y el régimen de violencia estatal en el que se basa”.[37] Este gesto es doble. Por un lado, ancla la violencia racial, carcelaria y contrainsurgente en la economía política, no sólo identificando la instrumentalidad de la represión brutal en la reproducción de las relaciones de clase, sino ampliando la visión fanoniana de que deberíamos considerar la violencia “como una articulación primaria y productiva (y no meramente represiva) de formaciones sociales particulares”.[38] Por otro lado, la reformulación de la problemática fascista desde el punto de vista del encarcelamiento político racializado tiene la virtud duradera de poner en entredicho la oposición fácil, aunque ideológicamente ineludible, entre fascismo y democracia (liberal). Como se pregunta Rodríguez: “¿Cómo podría alterarse o desmantelarse nuestra comprensión política de los Estados Unidos si conceptualizáramos el fascismo como la restauración de una hegemonía liberal, una forma de salir de la crisis, en lugar de como el síntoma de la crisis o la ruptura de la ‘democracia’ y la ‘sociedad civil’?”[39]
Como siempre, la rearticulación del análisis y la etiología del fascismo también influye en el imaginario estratégico del antifascismo:
Las relaciones dinámicas y estratégicas de violencia que se condensan dentro de la formación social estadounidense en diferentes momentos y lugares no son accidentales ni excesivas, y el reto de esta problemática del fascismo reconceptualizado es comprender las capacidades socialmente reproductivas de las tecnologías coercitivas y la práctica (proto)genocida dentro del orden actual.[40]
Desde un ángulo complementario, Nikhil Pal Singh ha esclarecido el nexo histórico entre las “guerras preventivas” emprendidas por el imperialismo estadounidense y las potencialidades fascistas inherentes al colonialismo de colonos y a la esclavitud. Como escribe:
El poeta Langston Hughes describió una vez a las víctimas de la expansión, la esclavitud y la segregación de Estados Unidos como las víctimas de “nuestros fascismos nativos”; como afirman estudiosos cuidadosos, el fascismo fue en gran medida una desviación de los regímenes democráticos. Así, mientras que el liberalismo democrático reimagina continuamente el fascismo como su monstruoso Otro, el fascismo podría entenderse mejor como su doble, una voluntad excluyente de poder que ha resurgido periódicamente, manifestándose en: (1) aquellas zonas de exclusión interna dentro de las sociedades liberal-democráticas (plantaciones, reservas, guetos y prisiones); y (2) aquellos lugares donde el impulso expansionista y la fuerza universalizadora del liberalismo han sido capaces de evadir sus propias “restricciones constitucionales” (la frontera, la colonia, el estado de emergencia, la ocupación y la contrainsurgencia).[41]
Gary Simmons, Recapturing Memories of the Black Ark (2014-en curso).
Profundizar en los fascismos raciales y coloniales -y en el “fascismo histórico” europeo como “el último gran impulso de las aventuras coloniales europeas en el siglo XX”- hace inteligible la noción superficialmente paradójica de una “libertad fascista” (y las subjetividades de los liberales y demócratas herrenvolk que la promueven).[42] Si el fascismo es también un producto de la larga historia de las “guerras raciales”, entonces no podemos entender el potencial fascista del nativismo estadounidense sin prestar atención, como hace Singh, a las Guerras Indias y a las formas en que la organización colono-colonial de la violencia desposeedora confirió “a los ciudadanos corrientes un poder policial expansivo”.[43] A diferencia de los fascismos europeos clásicos, el fascismo racial y colono-colonial estadounidense no se manifiesta unívocamente como la apoteosis de la soberanía, como un Leviatán con botas militares. Más bien, como observa Singh:
La construcción del individualismo racista y la libertad de los colonos que distinguió a la democracia jacksoniana idealizada por [Steve] Bannon, por ejemplo, fomentó una holgura de control gubernamental centralizado atado a una violencia ejercida en sus fronteras y márgenes, algo que parecía caótico, inestable y desordenado desde la sede de control del poder. Considerado en estos términos, la administración Trump apenas necesita paramilitares organizados para hacer su voluntad, dadas las formas normativas, históricas e institucionales en las que los poderes policiales en Estados Unidos operan como prerrogativas delegadas y soberanas para dominar y controlar a otros indígenas y exógenos.[44]
Bibliografía
[1] Sobre las reflexiones de Toni Morrison sobre el fascismo, véase el iluminador ensayo de Roderick “We Cannot Be the Same After the Siege,” Allies, ed. Ed Pavlić et al. (Boston Review, 2019). Véase también el llamado poderoso de Ferguson de una politización antifascista basada en la crítica queer-de-color en “Authoritarianism and the Planetary Mission of Queer of Color Critique,” Safundi: The Journal of South African and American Studies 21, no. 3 (2020).
[2] El movimiento boogaloo, es un movimiento armado de extrema derecha relacionado al aceleracionismo y el libertarismo. Su nombre deriva de la creencia de los miembros del grupo del advenimiento de una nueva guerra civil estadounidense (que para algunos sería una guerra racial), para la que se preparan y buscan acelerar. A este evento lo denominan como el Boogaloo por ser un refrito de la primera guerra civil estadounidense.
[3] Oath Keepers es una organización paramilitar de extrema derecha y conspirativa estadounidense, compuesta principalmente por policías, militares y civiles con conocimiento militar que dicen defender la Constitución y la seguridad nacional contra las amenazas internas y extranjeras.
[4] Proud Boys (Chicos orgullosos) es una organización de extrema derecha exclusiva para hombres, promueve la reducción del Estado, la defensa de los valores occidentales y la expulsión de migrantes. Son seguidores de las teorías conspirativas del genocidio blanco o gran reemplazo.
[5] Mike Baker y Evan Hill, “Police Say an Antifa Activist Likely Shot at Officers. His Gun Suggests Otherwise,” New York Times, 10 de abril, 2021.
[6] El reciente debate en New York Review of Books en el que participaron Peter E. Gordon, Sam Moyn, y Sarah Churchwell provee un panorama informativo de posiciones en este asunto. Peter E. Gordon, “Why Historical Analogy Matters,” New York Review of Books, 7 de enero, 2020; Samuel Moyn, “The Trouble with Comparisons,” New York Review of Books, 19 de mayo, 2020; Sarah Churchwell, “American Fascism: It Has Happened Here,” New York Review of Books, 22 de junio, 2020.
[7] Cedric J. Robinson, “Fascism and the Response of Black Radical Theorists,” en Racial Capitalism, Black Internationalism and Cultures of Resistance, ed. H. L. T. Quan (Pluto, 2019), 149.
[8] Citado en Bill Schwartz, «George Padmore», en West Indian Intellectuals in Britain, ed. Bill Schwartz (Manchester University Press, 2003), 141-2. Aunque, a diferencia de Padmore, mantuvo su lealtad al comunismo soviético, R. Palme Dutt también discernió las continuidades entre el fascismo europeo y el Imperio: «En los poemas de un Kipling, en la agitación de la guerra de los Boers de un Daily Mail, en la dictadura de guerra de un Lloyd George pisoteando las formas constitucionales y conduciendo hacia el objetivo de un “golpe de gracia”, el espíritu del fascismo ya está presente en formas embrionarias». R. Palme Dutt, Fascism and Social Revolution (Lawrence & Wishart, 1935), 240. Véase también Alfie Hancox, «Fascisation as an Expression of Imperialist Decay: Rajani Palme Dutt’s Fascism and Social Revolution», Liberated Texts, 23 de marzo de 2021.
[9] “Toda nación colonial lleva en su seno las semillas de la tentación fascista. ¿Qué es el fascismo, sino un régimen de opresión en beneficio de unos pocos?”. Albert Memmi, The Colonizer and the Colonized (1957; Earthscan, 2003), 106-7; Walter Rodney, How Europe Underdeveloped Africa (1972; Verso, 2018), 243.
[10] Langston Hughes, “Too Much of Race,” Crisis 44, no. 9 (September 1937), 272. Véase también el poema “Beaumont to Detroit: 1943,” cuyas líneas finales son: “How long I got to fight / BOTH HITLER—AND JIM CROW.”
[11] Tomo prestado el término “fascismo racial” de Baraka, que postula de manera crucial una dialéctica violenta entre la dinámica de la dominación racial en Estados Unidos y el imperialismo, un tema que el propio Du Bois había subrayado poderosamente ya en “Las raíces africanas de la guerra” (1915): “La posición puntual de Andrew Johnson al derrocar la Reconstrucción e imponer un fascismo racial a Afroamérica y al pueblo afroamericano preparó a toda la nación estadounidense para el dominio imperialista, que hoy ha pasado a controlar por completo toda la nación.” Amiri Baraka, “Reconstrucción negra: Du Bois & the U.S. Struggle for Democracy & Socialism”, Conjunctions, nº 29 (1997): 78.
[12] Harry Harootunian, “A Fascism for Our Time,” Massachusetts Review, 2021. Harootunian detalla las “intenciones oligárquicas fundacionales” y las construcciones constitucionales que, junto con las historias materiales del capitalismo racial, han sembrado potenciales fascistas sui generis en el cuerpo político estadounidense y sus instituciones gobernantes.
[13] Jean Genet, “May Day Speech,” en The Declared Enemy: Texts and Interviews, trad. Jeff Fort, ed. Albert Dichy (Stanford University Press, 2004), 38.
[14] Sobre el antifascismo antiimperialista como política de coalición entre la gente de color en Estados Unidos, véase también el fascinante ensayo de Michael Staudenmaier, “2America’s Scapegoats”: Ideas of Fascism in the Construction of the US Latina/o/x Left, 1973-83”, en “Fascism and Anti-Fascism Since 1945”, número especial, Radical History Review, nº 138 (octubre de 2020).
[15] Véase, por ejemplo, el dossier sobre “el nuevo fascismo, la nueva democracia” organizado por militantes maoístas en torno al periódico La Cause du peuple en Les Temps modernes, nº 310 (1972).310 (1972), especialmente el artículo de André Glucksmann “Fascisme: L’ancien et le nouveau”. Para el debate trotskista francés, véase Jean-Marie Brohm y otros, Le gaullisme, et après? État fort et fascisation (François Maspero, 1974). La mejor valoración crítica de las teorías sobre el fascismo en la izquierda revolucionaria estadounidense de la década de 1970 es Noel Ignatin (Ignatiev), “Fascism: Some Common Misconceptions”, Tareas urgentes, no. 4 (1978).
[16] George Jackson, Blood in My Eye (1972; Penguin, 1975), 121–22. Para una discusión teórica contemporánea de las tesis de Jackson, véase ARM (Asociación para la Realización del Marxismo), “George Jackson, Monopoly Capitalism and the Fascist Type of State”, The Black Liberator 2, no. 3 (1974-75).
[17] Jean-Paul Sartre, “A Plea for Intellectuals,” en Between Existentialism and Marxism (Basic Books, 1974), 256.
[18] Jacques Derrida, “Letter to Jean Genet (fragments),” Negotiations, ed. y trad. Elizabeth Rottenberg (Stanford University Press, 2002), 43. Véase también Mikkel Bolt Rasmussen, “Yes Of Course … Derrida to Genet on Commitment in Favor of Jackson,” New formations, no. 75 (2012); Tyler M. Williams, “Derrida and the Censorship of Literature,” New Centennial Review 20, no. 1 (2020).
[19] Aimé Césaire, Discourse on Colonialism, trad. Joan Pinkham (Monthly Review Press, 2001), 36. Donde Pinkham traduce «bumerán», el francés original habla de un “choc en retour”, un “retroceso”, “choque de vuelta” o “contragolpe”.
[20] Bill V. Mullen y Christopher Vials, introducción editorial a Penny Nakatsu, “Speech at the United Front against Fascism Conference (1969)”, en The US Antifascism Reader, ed. Mullen y Vials (Verso, 2020), 271. Mullen y Vials (Verso, 2020), 271. Véase también el debate sobre la “metáfora espacial” del fascismo en Christopher Vials, Haunted by Hitler: Liberals, the Left, and the Fight Against Fascism in the United States (University of Massachusetts Press, 2014).
[21] Jackson, Blood in My Eye, 124, 125.
[22] ackson, Blood in My Eye, 125.
[23] Jackson, Blood in My Eye, 126.
[24] Theodore W. Allen, The Invention of the White Race, vol. 2, The Origin of Racial Oppression in Anglo-America (Verso, 2012).
[25] Jackson, Blood in My Eye, 148.
[26] Jackson, Blood in My Eye, 158. Véase también Kathleen Cleaver, “Racism, Fascism, and Political Murder,” The Black Panther, 14 de septiembre, 1968, 8.
[27] Herbert Marcuse, “USA: Questions of Organization and the Revolutionary Subject,” The New Left and the 1960s: Collected Papers of Herbert Marcuse, vol. 3, ed. Douglas Kellner (Routledge, 2005), 138 La noción de contrarrevolución preventiva se había utilizado para definir el fascismo en La contro-rivoluzione preventiva: Riflessioni sul fascismo (L. Cappelli, 1922). Véase también R. Palme Dutt, Fascism and Social Revolution (Wildside Press, 2020), 123.
[28] Étienne Balibar, “Outlines of a Topography of Cruelty: Citizenship and Civility in the Era of Global Violence,” Constellations 8, no. 1 (2001): 16.
[29] Marcuse, “USA”, 137-38. La cuestión de las nuevas modalidades del fascismo es un leitmotiv en los escritos de la última década de Marcuse. A veces subraya, cómo en este pasaje, la posibilidad objetiva de un nuevo fascismo; otras, observa con sobriedad las libertades limitadas, aunque reales, que existen en las democracias capitalistas liberales. Véase también Herbert Marcuse, “Le Monde Diplomatique” (1976), en Marxism, Revolution and Utopia: Collected Papers of Herbert Marcuse, vol. 6, ed. Douglas Kellner yClayton Pierce (Routledge, 2014), 360
[30] Jackson, Blood in My Eye, 162.
[31] Angela Y. Davis y Bettina Aptheker, “Preface,” en If They Come in the Morning: Voices of Resistance, ed. Angela Y. Davis (1971; Verso, 2016), xiv. Véase también Angela Y. Davis, “Political Prisoners, Prisons and Black Liberation,” in If They Come in the Morning, 37
[32] Medio siglo después, Davis insiste en la relevancia de la categoría de fascismo y en su carácter de reacción a las luchas de liberación de los negros. Véase «Entrevista con Angela Y. Davis», en evolutionary Feminisms: Conversations on Collective Action and Radical Thought, ed. Brenna Bhandar and Rafeef Ziadah (Verso, 2020), 209–10 . La principal referencia de Davis en su discusión sobre el fascismo sigue siendo Marcuse, especialmente su ensayo de 1934 “La lucha contra el liberalismo en la visión totalitaria del Estado”.
[33] Davis, “Political Prisoners, Prisons and Black Liberation,” 41.
[34] Davis, “Political Prisoners, Prisons and Black Liberation,” 44.
[35] Davis y Aptheker, “Preface,” xv; Davis, “Political Prisoners, Prisons and Black Liberation,” 41.
[36] Angela Y. Davis, “Race and Criminalization: Black Americans and the Punishment Industry,” en The Angela Y. Davis Reader, ed. Joy James (Blackwell Publishers, 1998), 63. Citado en Dylan Rodriguez, Forced Passages: Imprisoned Radical Intellectuals and the U.S. Prison Regime (University of Minneapolis Press, 2006), 141.
[37] Rodriguez, Forced Passages, 117.
[38] Rodriguez, Forced Passages, 130.
[39] Rodriguez, Forced Passages, 137. Para una provocadora exploración de la superposición del fascismo y la legalidad liberal en condiciones de crisis tardocapitalista, véase Antonio Negri, “Fascismo e diritto: un esperimento di metodo”, en Macchina tempo: Rompicapi Liberazione Costituzione (Feltrinelli, 1982). Véase también “Interview with Toni Negri (1980),” en Revolution Retrieved: Writings on Marx, Keynes, Capitalist Crisis and New Social Subjects (1967–1983) (Red Notes, 1988), 122.
[40] Rodriguez, Forced Passages, 140–41.
[41] Nikhil Pal Singh, “The Afterlife of Fascism,” South Atlantic Quarterly 105, no. 1 (2006): 79.
[42] Tiago Saraiva, Fascist Pigs: Technoscientific Organisms and the History of Fascism (MIT Press, 138). El libro de Saraiva es un estudio inmensamente original y metodológicamente rico del fascismo en sus dimensiones colono-coloniales, que se nutre críticamente de los estudios sobre ciencia y tecnología.
[43] Nikhil Pal Singh, Race and America’s Long War (University of California Press, 2017), 26.
[44] Singh, Race and America’s Long War, 172–73. Los dispositivos jurídicos para el despojo y la racialización de los indígenas en Estados Unidos desempeñaron a su vez un papel formativo en el pensamiento jurídico nazi, que extendió la autoidentificación del hitlerismo como un proyecto colonial de colonos blancos (el Generalplan Ost como réplica del Destino Manifiesto) a leyes raciales forjadas siguiendo el ejemplo estadounidense. Véase James Q. Whitman’s enlightening Hitler’s American Model: The United States and the Making of Nazi Race Law (Princeton University Press, 2018).