La genealogía de la ética: Frantz Fanon y la violencia – Nicolás González Rodríguez

La genealogía de la ética: Frantz Fanon y la violencia[1]

 

1.

El 25 de marzo del 2022 una manifestación de estudiantes secundarios fue atacada a la altura del barrio Meiggs en la comuna de Estación Central en Santiago de Chile, quedando un estudiante en estado de gravedad. El mismo año, pero ahora durante el día internacional de los trabajadores en el mismo sector, la marcha convocada por la Central Clasista de Trabajadores fue igualmente atacada, pero con un mayor calibre cuya principal afectada Francisca Sandoval[2] muere el jueves 12 de mayo, después de haber recibido un disparo durante dicha marcha. Mucho se dijo en las horas siguientes al respecto: de que al parecer habrían sido los pacos o no, que si eran infiltrados en la marcha o no, o que si eran vendedores ambulantes los mismos que habían atacado en marzo a los secundarios o no, que si la mafia que controla el comercio ambulante o no, que si era el narco que emplea a inmigrantes irregulares para el comercio ambulante o no, etc. Lo cierto es que a pesar de lo mucho que pudimos haber dicho, nos quedamos mudos, incapaces de pronunciar una palabra. Paralizados por el miedo, arrebatados de la posibilidad de actuar, atemorizados ante el horror de ver caer de espaldas a Francisca a tan sólo metros. No pudimos hacer nada. Inermes y sometidos, impotentes y dominados. Esta pedagogía de la finitud[3] que significa arrebatar la vida de alguien para así someter a quienes le sobreviven, es central para distinguir la matriz actual de la criminalización de la protesta.

 

 

 

2.

Un mes después de la muerte de Francisca Sandoval, la Convención Constitucional entregaba de manera oficial la propuesta de nueva Constitución Política, sumándose así a los llamados al orden que no cesaron desde aquella reacción que comenzó con la declaración de guerra de Piñera, que buscaba criminalizar la sublevación de octubre de 2019 al mismo tiempo que iniciaba la instalación discursiva y mediática de la noción de “estallido delictual” para referirse a la revuelta. Así, a la violencia del desorden corresponde el reverso más brutal de la dominación: una violencia conservadora, una (re/des)monopolización de la violencia por todos los medios, en manos incluso de grupos callejeros de choque paraestatal como el Team Patriota (que hace apología explícita de la dictadura de Pinochet), o como algunos sujetos que se encontraban en el mismo lugar desde donde dispararon la bala que mató a Francisca Sandoval y que en sus redes sociales pueden verse junto a candidatos por el ultraderechista Partido Republicano. Estos grupos demuestran un uso de la violencia política al alero y como refuerzo de las policías, con quienes comparten la misma función de sometimiento al orden. Si bien la búsqueda del sometimiento de las masas a través de una severa organización Estatal y paraestatal, algunas en combinación con otras organizaciones semejantes como el narco, constituye en estos momentos el arma latente de la guerra desplegada; al poner el foco en la (re/des)monopolización del uso de la violencia (que se atomizó desde octubre del 2019), la alianza criminal narco y aparatos policiales de Estado puede ser vista como un desplazamiento en los sometimientos al orden: se sueltan las máquinas de guerra paraestatales para buscar someter a aquellos cuerpos que oponían resistencia en las calles. En otros términos, se ponen en marcha procesos de securitización desplegados por otros medios para evitar la subversión y, principalmente, la simpatía con esta. Lo ejemplificador de este método de dominación, cacería y muerte que hemos denominado pedagogía de la finitud, es que afecta a la totalidad de la sociedad porque se trata de acciones que apuntan a incrustar el terror en la población entera. Por tanto, la acción criminal conjunta entre Estado, policías, narco y reacción se vuelve evidente. Toda la marcha, toda la calle, incluso quienes miraban pasar la marcha de lejos, todo el país fue aterrorizado. Pero, por eso mismo, toda la calle, todo el país queda del lado de la resistencia.

 

3.

Lo que el asesinato de Francisca Sandoval mostró fue el despliegue y gestión de ciertas formas en las que ha derivado la guerra (su violencia y su operatividad) en las fronteras de la Ley, y resalta al mismo tiempo que no es la guerra civil la matriz oculta de lo político, sino más bien, la guerra de conquista o colonial. Si “la causa de la guerra civil no es la ‘naturaleza’ (hobbesiana) del hombre, sino la propiedad y la división social del trabajo, será la ‘serenidad’ y la ‘felicidad’ de los afortunados la que hay que proteger por todos los medios, contra ‘la miseria e infortunio’ de los pobres” (Lazzarato & Alliez, 2021). Sin embargo, anterior a la división social del trabajo, la propiedad se explica por un derecho internacional como legalidad del principio de acumulación para la conquista del mundo. Así, la Paz de Westfalia de 1648 presupone una política expansiva que, al generar desde 1492 una política centrada en la conquista y la dominación imperialista determina el grado de aniquilación necesario para lograr y mantener la acumulación económica y el sometimiento político (Neocleous, 2024). En otras palabras, antes de la protección hobbesiana de los afortunados contra la miseria de los pobres que busca evitar la guerra civil, existe un marco de conquista y dominación reconocido en el colonialismo, que declara efectivamente la guerra en nombre de la paz. En la tradición del derecho internacional, la paz imperialista fue fundamental para la articulación y desarrollo del concepto de derecho de las naciones (Neocleous, 2024), en su acepción de pax romana y posteriormente como pax europea y pax americana. En la tradición romana pax tiene la misma afinidad operativa con la palabra dominación y con la palabra paz: por lo general, para los romanos un tratado de declaración de paz significaba la claudicación incondicional del enemigo. La palabra pax, y por ende paz, no designan la ausencia de conflicto sino más bien la imposición de una dominación por medio de la conquista y el sometimiento. En resumen, no es posible asociar a la política la matriz de la guerra civil sin antes comprender la lógica colonial que se imbrica a cualquier lógica de acumulación.

 

4.

Así, por ejemplo, la pax americana supuso el despliegue de operaciones bélico-policiales durante toda la guerra fría. Sin embargo, quisiéramos sostener aquí que guerra no es únicamente el enfrentamiento entre ejércitos de diferentes naciones. La guerra colonial es la matriz lógica de la expansión capitalista y, a su vez, el paradigma desde el cual la pax americana observó y resolvió los conflictos que resistían dicha expansión. Si la expansión capitalista en el marco de la pax americana tiende a suponer ciertas técnicas de gestión de las poblaciones, es decir, un neoliberalismo como doctrina política y como forma de gobierno; no podemos dudar de que el reverso de la gestión es la exposición a una forma indigna de vivir y de morir, donde la multiplicación ininterrumpida de la guerra no busca la gestión, sino que el sometimiento, la dominación. Es preciso aquí, hablar de guerra colonial desde otro ejemplo.

 

5.

Según un reportaje del portal de noticias Interferencia[4], funcionarios policiales de la Dirección Nacional de Inteligencia de Carabineros recuerdan cómo a fines de 2019 su director general Luigi Lopestri[5] insistía en que la explicación de todo lo que estaba ocurriendo en las calles y plazas del país durante la revuelta encontraba una respuesta coherente en las teorías de Alexis López Tapia[6]. Según el mismo artículo, todas las fuentes consultadas insisten en que la actual jefatura de la Dirección Nacional de Inteligencia está integrada mayoritariamente por oficiales que no sólo son abiertamente de derecha, sino que suscriben a viejas ideologías como la Doctrina de Seguridad Nacional (DSN). La Doctrina nace en un contexto de conflictos globales para la cual la resolución de los conflictos nacionales era tomada necesariamente en un contexto internacional de gestión de las poblaciones y la emergencia de un nuevo tipo de enemigo al cual debían hacer frente las fuerzas bélicas. Elementos claves de este tipo de “resolución de conflictos” sin duda es el exterminio de aquellos elementos considerados subversivos. Pero principalmente, es la capacidad de infiltrarse en densas capas de la población y cortar todo elemento simpatizante con los subversivos. Esta modalidad de la guerra dentro y contra las poblaciones “designa un sistema estatal de aplastamiento de las insurrecciones que describe el desarrollo de una nueva forma de sometimiento, dominación y securitización policial” (Rigouste, 2017).

 

6.

Aquí se vuelve preciso entender la represión de las revueltas en el marco de unas nuevas guerras de conquista que revelan el carácter continuo de la acumulación originaria del racismo colonial (Lazzarato & Alliez, 2021), teniendo a la DSN como la matriz teórica para la cual toda verdad última de una estrategia política victoriosa será la contrainsurrección. Al igual que en la guerra de conquista colonial, la competencia policial para La Doctrina consistirá en el mantenimiento del orden social y el mantenimiento de la paz donde la guerra se difumina en la palabra “operaciones”. Así, la policía se ha convertido en un elemento clave gracias al cual se invoca y oculta de forma discursiva el poder de la guerra. En otras palabras, de la estrategia política como contrainsurrección y el entrelazamiento entre poder de guerra y poder policial, que en su función conjunta integran la matriz bélica en el tejido de las relaciones sociales como un ordenamiento del mundo, a través de operaciones que garantizan la seguridad, la usurpación territorial y la acumulación. Ahora bien, la principal preocupación del poder policial es la constitución del orden más que la derrota del enemigo (Neocleous, 2024), comprendiendo el ejercicio de dicho poder en una operatividad indefinida contra aquellos que alteren el orden. El poder bélico de la policía consiste, en definitiva, en la formación y mantenimiento del orden social (nacional e internacional) en función de la acumulación. En otras palabras, la formación y mantenimiento del orden es la guerra misma, para la cual las muertes no serán más que meros daños colaterales.

 

 

 

7.

¿Qué implicancias tiene Fanon en todo esto? Si la seguridad y el orden son infinitamente formados y mantenidos por el poder bélico-policial, será la dominación sobre aquellos que no poseen más que la posibilidad de ser dominados y explotados lo que permita la seguridad y el orden propicios para la acumulación. El poder bélico policial se incrusta en las relaciones de dominación que son también una relación de dependencia que formatea la subjetividad del dominado. Esta modalidad de la guerra colonial es conocida también como “guerra de subjetividad” o “revolución del comportamiento” (Lazzarato & Alliez, 2021), cuya estrategia pedagógica por medio del terror hemos constatado con el asesinato de Francisca Sandoval. Recordemos que la DSN busca la securitización permanente o indefinida de una paz que no es paz para el conjunto de la población, promoviendo operaciones y trabajos de reprogramación de la vida social en su totalidad. Curiosamente nunca citado por Foucault, Frantz Fanon empleará los términos del colonialismo y de la guerra de subjetividad para ilustrar el carácter principal de la dominación capitalista, donde el dominado encarna una especie de quintaesencia del mal que debe ser sometido por medio de una violencia a flor de piel, hacer imposible los sueños de liberación del dominado (Fanon, 2012) y anular la imaginación por medio del copamiento, la saturación y la anticipación en medio del territorio. Sin embargo, como recuerda Frantz Fanon, la guerra colonial que hace el poder bélico-policial no es solamente dominación, sino que también provee una cierta “sensibilización” o “atmósfera de hostilidad” (Fanon, 2012). Esta atmósfera de hostilidad es dada por una pacificación permanente y copiosa, que produce a nivel subjetivo ciertas patologías y trastornos, algo así como un orden social que se transa por un desorden psicológico, desmaterializando el esquema “amigo-enemigo” por medio de la introyección de la dominación. Así, la guerra subjetiva y colonial que tiene por objeto la modulación de los espíritus de las personas y de la totalidad de la población en la que se realizan las operaciones, se indistingue de la vida cotidiana mientras que la estructuración del campo de acción del otro impide toda acción imprevista. Es decir, podríamos insistir en que para Fanon las relaciones de poder foucaultianas (disciplinarias, de seguridad y gubernamentalidad) son de un carácter distinto que los enfrentamientos estratégicos en el marco de una dominación y de unas operaciones bélico-policiales. Las relaciones de poder son del tipo gobernantes/gobernados y designan asociaciones, mientras que los enfrentamientos estratégicos (para el caso, la guerra subjetiva y colonial de La Doctrina) oponen adversarios. En último término, los enfrentamientos estratégicos buscan siempre la estabilización de un orden en el marco de operaciones e intervenciones policiales indefinidas (o, fuera de la ley). La guerra busca ser incubada a nivel subjetivo y en el conjunto de la población como un estabilizador del orden, un catalizador de una estrategia victoriosa y un condicionamiento de las relaciones interpersonales, vehiculizando “relaciones de desconfianza y denostación las cuales se inscriben en y fagocitan la cotidianidad de la población” (Azócar & Carreño, 2022).

 

8.

Reivindicar la lectura de Frantz Fanon respecto a la matriz colonial y bélico-policial que se acopla a las políticas de resolución de conflictos en la actualidad, es defender una capacidad de creación, de invención, insurrección y herencia en movimiento, antes que un patrimonio en el sentido de propiedad e identidad. Se trata de hacer emerger en el mundo algo nuevo, otra forma de existir y de organizar lo común, pero en clara oposición a los lineamientos de una “ética del cuidado de sí” (Foucault, 1984) que consiste en la autoafirmación del yo. Es decir, un ejercicio de sí sobre sí por el cual el sujeto intenta forjarse a sí mismo y acceder a un determinado modo de ser. Para Foucault, una práctica de libertad conlleva un cuidado de sí para conocerse y para formarse, para no ser esclavo de otro ni de las propias pasiones que nos constituyen. Así, según el pensador francés un esclavo no tendría ética en la medida en que su manera de conducirse (ethos) está supeditada al mandato de su amo (Foucault, 1984). Si la totalidad de la sociedad está atravesada por relaciones de poder, las prácticas de libertad permitirían un margen mínimo sin dominación en el marco de un enfrentamiento estratégico. Ahora bien, para Fanon no sería tanto el “cuidado de sí” una práctica en la forja de una libertad posible, sino más bien la apelación a la violencia del dominado. Si bien ambos comparten una noción bélica y estratégica de la dominación, para Fanon la violencia es un vector afirmativo en una política de liberación antes que una práctica de libertad. Pero una violencia que es ante todo una autodefensa, una ética emparentada a una política de liberación que implica un desplazamiento epistemopolítico, relevando el punto de vista singular de la lucha y su violencia, negando la “epistemología hegemónica del punto cero” (Castro-Gómez, 2005). Quizás el error de la ética tradicionalista que moviliza Foucault es considerar que su depositario es el ser humano solitario y aislado (el antiguo ciudadano griego, esclavista, patriarcal, belicista, etc.). La potencia de una ética de la autodefensa como práctica de liberación, reside precisamente en su capacidad de establecer contacto con otros, de respaldar los esfuerzos de otros e intercambiar respaldos cuando toque. La fuerza de la ética de la autodefensa no tiene como fin principal ni último la aniquilación, sino la eficacia en sus acciones: una fuerza que logra modificar lo existente, el presente. Así, la eficacia de la potencia de la autodefensa remite a una fuerza de acción, de transformación y de autodeterminación (Chiricosta, 2023).

9.

¿En qué consiste entonces aquello de sostener una práctica de la autodefensa contra un orden dado que domina sobre grandes capas de la población, imprimiendo a las relaciones sociales una matriz bélico policial? Si la insurrección es una práctica de liberación efímera que suscita la puesta en marcha de la historia, implica así mismo la construcción de una nueva sociedad. Si la explotación implica en último término el sometimiento a la racionalidad del tiempo productivo (Marx, 1985); para Fanon la dominación implica en primer término un ordenamiento y sometimiento espacial más una movilización permanente de cada aspecto de la vida cotidiana, con la planta de caña (o ingenio) como referente ejemplificador. A diferencia de la explotación, la dominación trata sobre otra concepción de la política para la cual no habría posibilidad de elección, sino que por el contrario, busca situaciones en las que las existencias, llevadas al límite, realicen una demostración de fuerza más allá de la imposición colonial como ausencia de poder político. En definitiva, la ética de la autodefensa, la lucha o la muerte, encuentran sentido en la medida en que la liberación no es un “en-sí-mismamiento” o un solipsismo suicida. Aquel “movimiento real que suprime el presente estado de cosas” (Marx & Engels, 2018) conlleva unas alianzas que se esfuerzan por conseguir una existencia vivible. Pero también en la memoria de estos esfuerzos que han arrancado instancias de dignidad incluso por medio de la violencia. La ética, entonces, actualiza un pasado de luchas, ejercita procesos de liberación, densifica estrategias de huida y autodefensa y da cuerpo a un “precario equilibrio” de anclaje. Si asistir a una marcha o reportearla, como en el caso de Francisca Sandoval, puede implicar hundirse en el espesor de la muerte, esto debe empujarnos a refugiarnos ante la dominación y buscar una habitabilidad ética en conjunto a unos aliados potenciales. Si nada queda más lejos al pensamiento que el más allá de la muerte, la ética conlleva un pensamiento de la finitud humana (más acá) y una política de la autodefensa como “ofensiva revolucionaria” contra la dominación que restaura una potencia de acción desmaterializada por el terror. La violencia de la ética constituye así una opción política posible para los dominados, donde la intolerabilidad de la forma indigna de muerte despliega un músculo extenuado por la dominación (Dorlin, 2018), hundido en la trama cotidiana de las operaciones, intervenciones y atmósferas bélico-policiales. Desestabilizar el punto de vista de la dominación conlleva materializar puntos de anclaje precarios que solamente la violencia puede lograr sostener. El desafío es dar equilibrio a la intermitencia de unas vidas vividas a la defensiva y en revertir la exposición a una forma de dominación, de indignidad y de muerte (Dorlin, 2018), donde el despliegue del terror se vuelve la estrategia por medio de la cual los dominantes destraban cada vez la lógica de la acumulación.

 

10.[7]

La acción política será siempre violenta en la medida en que es la expresión directa de una subjetividad que no se someterá. Un anclaje precario que permita dicha acción política serían todos aquellos medios, recursos y territorios que dan continuidad a la existencia en un contexto de colonialismo. Por ejemplo, como nos explicaban ayer Lea Martinet y Bassima Corban del “Movimiento De Solidaridad Con Los Desplazados En el Líbano”, las estrategias de recuperación de semillas y el levantamiento de huertas y granjas es en sí mismo un proceso de descolonización y una ocupación del territorio que en un contexto de ocupación y devastación colonial significa ya una “contra-ocupación”, es decir, una recuperación territorial al igual que los mapuche y sus procesos de ocupación territorial. Entonces, tanto en el Líbano como en Wallmapu la autodefensa implica un anclaje territorial. Así como es preciso reconocer que toda marcha será siempre violenta, la recuperación territorial o el levantamiento de huertas o la recuperación de semillas serán siempre procesos violentos, así como también el poder encontrar las formas de lucha y autodefensa que converjan de manera adecuada con las formas de vida que nos damos, con nuestra autodeterminación.

 

*

 

Addendum. En sus cursos sobre Spinoza, Deleuze afirma que los entes son definidos por una distinción cuantitativa de potencia, para los que no habría ningún tipo de esencia común abstracta sino más bien unas relaciones diferenciales entre cantidades de potencia al nivel de las existencias mismas (Deleuze, 2008). Así, la ética define las cosas por lo que pueden vinculadas por un punto de vista cuantitativo de la potencia: “la ética no cesa de hablarnos de las acciones y pasiones de las cuales algo es capaz. No lo que la cosa es, sino lo que es capaz de soportar y de hacer. Sería, entonces, la intensidad de potencia de la cosa lo que reemplazaría a su esencia” (Deleuze, 2008). A diferencia de la moral que toma los entes por aquello que son, es decir por su esencia, la ética implica una polaridad cualitativa entre modos de efectuar la potencia: esto es, potente o impotente (Deleuze, 2008). Si la potencia es una relación entre cantidades, es preciso que la potencia sea efectuada de un modo potente y alegre, o impotente y triste: en el primer modo mi potencia se verá aumentada y en el segundo, disminuida. Así, querer dominar a través del miedo implica obligar a los hombres a que “luchen por su esclavitud como si se tratara de su salvación” (Spinoza, 2005), es decir, mantenerlos en un estado de impotencia, tristeza y dominación. Si la moral alberga cierta ansiedad será siempre en relación con una práctica y una potencia en acto. En definitiva, dominación, moral y reacción se imbrican para hacer frente a una práctica de autodeterminación y una política de liberación. Esto último y sus implicancias toca que lo perfilemos entre todxs.

 

[1] Texto leído el sábado 30 de noviembre de 2024 en “La vida no-fascista” jornadas de discusión organizadas por Casa de Filosofía, Montevideo (Uruguay). En el foro también presentó Martín Vigouroux y Ana María Araújo.

[2] Periodista y comunicadora popular del medio de comunicación “Señal 3 de La Victoria” de la comuna de Pedro Aguirre Cerda. La Victoria es una histórica población (barrio) donde se concentró un fuerte polo de resistencia a la dictadura de Pinochet.

[3] Hago aquí un guiño explícito a Rita Segato y su “pedagogía de la crueldad” pero desplazándola hacia la cuestión de la finitud, porque a quienes presenciamos la muerte de Francisca lo primero que se nos recordó es la frágil y finita existencia que somos todxs y cada unx.

[4] https://interferencia.cl/articulos/la-silenciosa-estrategia-del-general-lopresti-jefe-de-la-dipolcar-para-socavar-al-gobierno

[5] En su perfil de LinkedIn, Luigi Lopestri indica haber impartido cursos principalmente sobre terrorismo y uno sobre “Adoctrinamiento legal”.

[6] Durante y después de la revuelta de octubre de 2019 periodistas, académicos, cientistas sociales, filósofos, medios de comunicación hegemónicos, intentaban explicar qué habría propiciado la “desestabilización” del Gobierno de Sebastián Piñera y el oasis financiero que sería Chile. En ese contexto es que se refuerza la teoría de la Revolución Molecular Disipada del neonazi chileno Alexis López Tapia que explicaba la violencia callejera como parte de “un secreto proceso revolucionario de toma del poder, dirigido en parte desde el extranjero”, generalmente Venezuela o Cuba. Alexis López Tapia ha realizado cursos en la Universidad Militar Nueva Granada (Colombia), llegando incluso a ser asesor de Álvaro Uribe durante la revuelta colombiana en 2021.

[7] Este apartado fue integrado a la lectura después de compartir vía streaming del “Ciclo de Conversatorios” de Espacio.Tierra el cual consistió en una comunicación directa con las compañeras del “Movimiento De Solidaridad Con Los Desplazados”, cuyo título fue ¿Cómo acercarnos a la invasión de Israel desde la experiencia comunitaria en el Líbano? en colaboración con la Red Internacionalista Los Pueblos Quieren.

Autor: colapsoydesvio

ig: https://www.instagram.com/colapsoydesvio/

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